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24

¿Han tomado partido en conflictos mortales o han mantenido una neutralidad enigmática? ¿Qué enseñanzas podríamos extraer de su perspectiva única sobre la historia?

De las notas de Xeli.


—Te debo una enorme deuda por prestarme tu colgante —dijo Xeli con una sonrisa sincera—. Fue una gran idea tuya pensar que me sería más útil contra Cather.

—No hay de qué —respondió Favel, encogiéndose de hombros—. Sin embargo, deberías reparar la cadena pronto. De lo contrario, Cather podría sospechar por qué no lo llevas puesto. Recuerda que los nobles te identificaban por él.

Xeli asintió con gravedad.

—¿Has descubierto algo más sobre los Hacedores de Sangre? —preguntó Favel, fijando sus ojos oscuros en los de Xeli.

La sala de lectura, impregnada del aroma del pergamino antiguo, emanaba un aire místico desde un rincón sombrío. Sangre y Ceniza, desplegado con solemnidad sobre la mesa, custodiaba sus páginas envejecidas llenas de misterios ancestrales.

—Ni Kayel tiene idea de los Hacedores de Sangre, Favel. Sangre Oscura y Sangre y Ceniza no aclaran nada en ese aspecto —dijo Xeli con un dejo de tristeza.

Favel, compasiva y resuelta, tomó las manos de su amiga y las apretó con cariño.

—Quizás sea hora de buscar ayuda —sugirió con voz tierna pero firme.

Xeli frunció el ceño.

—Nuestra búsqueda es asunto nuestro. ¿Quién podría ayudarnos?

Los ojos de Favel brillaron con una chispa de esperanza.

—Hay alguien que sabe más que nadie —afirmó—. Los Hieráticos enseñaron a los Hacedores de Sangre y hasta los guían en sus primeros pasos. Loxus podría ser nuestro guía en este lío.

—Eso suena a locura —protestó Xeli, pero su amiga no retrocedió.

—¿Dudas de mi criterio o simplemente temes lo que descubriremos? —desafió Favel con una mirada intensa—. ¿O acaso no confías en Loxus?

Xeli resopló, liberando su frustración, y al final cedió.

—Vale, vamos antes de que cambie de opinión.

—¡Perfecto! ¿Y quién podría saber más que Loxus? Hay tantos enigmas en Sangre y Ceniza que necesitan explicación. ¿No tienes tú también preguntas, Xeli?

Xeli asintió, contagiada por el entusiasmo de su amiga. Un soplo de aire fresco llenó sus pulmones mientras se preparaban para el audaz paso que iban a dar. Con cuidado, guardó Sangre y Ceniza en una bolsita pequeña.

Salieron juntas de la biblioteca, haciendo eco sus pasos en los corredores de la catedral. Se desviaron por varias salas donde aún se atendía a los heridos, pero afortunadamente muchos ya se habían ido y solo quedaban unos pocos que, por consejo de los sacerdotes, permanecían en reposo.

—Necesitamos hospitales —murmuró Xeli, consciente del verdadero alcance de esas palabras.

Antes había sido tan ingenua, pensando que unos cuantos curas con conocimientos de medicina serían suficientes. Imaginaba que cualquier herido podría ser trasladado a los hospitales de los dianistas en caso de emergencia médica.

«Qué ingenua fui», se reprochó mientras recordaba sus antiguas creencias. Ahora entendía que no podían confiar solo en los curas ni en la posible pericia de un cirujano, incluso uno tan increíble como Halex.

Necesitaban hospitales adecuados, con múltiples estancias y recursos, similares a los que ostentaban los Dianistas. Xeli visitó a los heridos, deseosa de conocer su estado y ver si podía colaborar. Sabía que no poseía el don de la sanación o el conocimiento médico, pero había aprendido la importancia de la atención sencilla, como escuchar.

Había notado, tiempo atrás, que su presencia alentaba el ánimo de los hombres heridos. Incluso los sacerdotes le ofrecían sonrisas al cruzarse con ella. Pero se preguntaba cómo reaccionarían al descubrir que, bajo su fachada noble e inocua, latía el corazón de una Hacedora de Sangre.

¿La venerarían o temerían su existencia, culpando a su linaje por la tragedia que había afectado a Zelif?

«No pienses en ello», se amonestó, intentando mantener un enfoque más pragmático.

Desde su posición, observó a Voluth, quien también atendía a los heridos, aportando su conocimiento básico de sanación adquirido por las circunstancias de los pueblos cercanos. Era una habilidad esencial en áreas donde los sanadores eran escasos, lo que llevaba a Caballeros Dragón y escuderos a convertirse en curanderos improvisados.

—Maese Voluth —lo saludó Xeli, acercándose al joven.

—Lady Xeli, es un placer verla —respondió Voluth con una sonrisa cálida.

—¿Qué tal están los heridos? —inquirió Xeli, preocupada por el estado de los que estaban bajo su protección.

—Algunos han mejorado levemente en relación a los días anteriores, pero muchos han sufrido lesiones severas —explicó Voluth, su tono mezclando pesar y esperanza.

—Eso aumenta la urgencia de asistir a la asamblea —observó Xeli, consciente de la seriedad del asunto.

—¿Conseguiste hablar con el Hierático Loxus? —preguntó Voluth.

Xeli tamborileó los dedos, reflexionando sobre la respuesta.

—No tiene intención de asistir —respondió con un matiz de frustración—. Argumentó que, al no haber sido convocado, no sería bien recibido. No quiere causar más conmoción a mi padre ni a nadie más.

Voluth arqueó las cejas, sorprendido por la decisión de Loxus.

—Eso parece insensato —comentó Xeli, exhalando un suspiro de exasperación.

—Deberías intentar persuadirlo, miladi. Su voz es crucial en este momento crítico, especialmente con las sospechas y recelos que rodean estos homicidios. Necesitamos la perspectiva de Loxus —sugirió Voluth, su voz cargada de urgencia.

—Es inútil, Voluth. Conozco a Loxus y sé que no cambiará de opinión. ¿Verdad, Favel?

La amiga de Xeli asintió en silencio, confirmando la actitud inquebrantable del Hierático.

—Loxus es un hombre de principios firmes —admitió Favel—. Pero tal vez haya una manera.

La esperanza brilló en los ojos de Voluth.

—Cuéntame, ¿cómo podemos conseguirlo?

—Más adelante, en otro momento. Ahora es demasiado para abordar —respondió Xeli con una sonrisa tranquilizadora, consciente de que se encontraban en medio de muchas cuestiones complicadas.

Voluth asintió, aceptando la decisión de Xeli, y volvió su atención a los sacerdotes y heridos a su alrededor.

Xeli se despidió y continuó su camino con Favel. Sin duda, encontrarían a Loxus en su despacho, inmerso en la redacción de documentos cruciales durante el caos de los últimos días. Trabajaba en encontrar pruebas para absolver a los Heroístas de los asesinatos y buscaba el apoyo del Gran Consejo, una autoridad imparcial.

Esperaba que ese momento llegara pronto. Mientras recorrían los pasillos abovedados, Xeli y Favel experimentaron un sentido de asombro. Los lienzos en las paredes mostraban episodios de la Cantata del Fuego, con momentos cruciales de la guerra que los había llevado hasta allí. Uno de los lienzos capturaba la ascensión del Héroe, envuelto en una luz plateada, rojiza y oscura, mientras sostenía a Diane, simbolizando la fusión del poder divino.

Xeli llegó al despacho de Loxus con los nervios a flor de piel. Favel le dio un apoyo alentador y golpeó suavemente la puerta, impidiendo que se arrepintiera. Se oyeron pasos dentro y la puerta se abrió, mostrando a Loxus, que se sorprendió al ver la expresión ansiosa de Xeli.

—Por favor, pasen —dijo Loxus, entrecerrando los ojos con curiosidad.

Las jóvenes entraron y se sentaron frente a Loxus, una posición familiar. Loxus se sentó frente a ellas y, en lugar de iniciar una conversación, continuó escribiendo en sus documentos, como si prefiriera el silencio. Era una táctica del hierático, esperando que las chicas hablaran primero. Xeli resistió el impulso de romper el silencio, pero la presión y la expectativa finalmente la vencieron. Sacó cuidadosamente un libro de su alforja y lo colocó sobre el escritorio de Loxus.

La pluma del hierático se detuvo y sus manos temblaron al ver el libro. Un silencio denso y cargado de sorpresa y temor se apoderó del ambiente. Loxus pasó sus dedos por la cubierta del libro y luego retiró sus manos rápidamente.

—¿De dónde han sacado esto? —exclamó, alternando su mirada entre las jóvenes.

Xeli se inclinó hacia adelante.

—¿Es verdad lo que dice aquí? «Hay algo que nunca llegué a entender del todo».

Hubo un breve silencio antes de que Loxus respondiera.

—Sí —dijo con pesar, sus hombros caídos bajo el peso de muchos secretos—. Aún intentamos descifrar lo que Kayel quiso decir. Sangre y Ceniza es despiadado, demasiado cruel.

» Ay, mis niñas queridas. Sangre y Ceniza es... despiadado. Demasiado cruel. ¿De dónde sacaron esto? ¿Cómo...? —suspiró, agobiado—. La mayor parte del libro ni siquiera habla de los temas religiosos que tanto preocupan a la gente. Ni tampoco trata de los Hacedores de Sangre que obsesionan a algunos. Solo se hunde en la muerte. En el genocidio que casi nos devora a todos.

—Pero, ¿por qué lo han escondido? —preguntó Xeli con mezcla de anhelo y enfado—. He dedicado mi vida a comprender el odio de los dianistas y este libro podría ser una pista. ¿Por qué esconderlo?

Loxus respiró hondo antes de responder.

—Por nuestra propia seguridad —confesó con voz baja—. Cuando Sangre y Ceniza se extendió por Edjhra, el Gran Consejo ordenó destruir todas las copias. Quizás por temor a su significado o a la venganza. No estamos seguros. Solo quedan unas copias, demasiado pocas distribuidas por todo Edjhra. ¿Cómo supieron dónde encontrar este?

Xeli se congeló.

—¿Sabías que estaba oculto bajo unas cavernas? —preguntó Xeli.

—Si... —admitió el anciano—. El Hierático Molwur, mi antecesor, me describió el lugar y el mismo libro. Me dijo dónde estaba y donde podía encontrarlo. Solo los Hieráticos conocíamos su ubicación, aunque ya no podamos acceder a ella. Y solo unos pocos, conocíamos su información. Así como sus preguntas.

» Molwur me narró el libro de inicio a fin, para no perder la información ni el legado de Kayel. Para que yo pudiera seguir investigando sobre lo que el autor se refería.

Las chicas quedaron en silencio, fue Favel quien consiguió gesticular de nuevo.

—No entiendo... —dijo—. ¿Por qué no pueden entrar a la caverna?

—Cuando reconstruimos la catedral sobre las cavernas antiguas pertenecientes al Dios Negro. La Sala del Pacto existe desde los tiempos de la Cantata del Fuego —explicó, sus manos apoyadas sobre la mesa con autoridad—. Pero el acceso a esas cuevas requiere... un método especial. ¿Cómo lograron entrar? No... no debería ser posible. No lo entiendo, niñas.

—Una gema roja, un rubí —comenzó a decir Favel—. Xeli la...

Pero antes de que pudiera terminar, la mirada de Loxus se abrió en incredulidad.

—Siento algo dentro de mí, como un segundo latido —confesó Xeli con voz temblorosa.

Loxus palideció, incapaz de responder. Se levantó de la mesa con prisa, sus manos encontrando los hombros de Xeli en busca de respuestas.

—¿Estás segura? —preguntó con urgencia—. No deberías ser capaz de percibir algo así. Solo los Hacedores...

Xeli sonrió nerviosamente.

—Fue... fue hace unas semanas —balbuceó Xeli—. El día ese de la Onda de la Devastación, ya sabes, el día del baile. Me pilló por sorpresa. De repente, sentí otro latido, aquí dentro. No me lo invento. Pero luego pensé que sería cosa de las lascas, porque cuando se acabó la Onda... se me fue.

» Pero una noche volvió... más fuerte, como si me hablara.

Loxus se puso nervioso y comenzó a caminar de un lado a otro.

—¿Qué pasó esa noche? ¿Dónde estabas? —preguntó ansiosamente.

Xeli dudó, pero Favel le apretó la mano en señal de ánimo. Xeli respiró hondo y comenzó a contar toda la historia, desde su encuentro nocturno con Malex y Felix hasta el momento en que sintió el poder salir de sus venas.

Loxus escuchó sin interrumpir, su rostro mostrando tensión en los momentos clave, conteniéndose de hablar.

El hierático se desplomó de nuevo en su asiento, sujetando su cabeza con las manos en un gesto de desánimo. El silencio se apoderó de la habitación. Xeli, pese a su firmeza, se encontró incapaz de añadir nada más. Se veía a sí misma como una niña frente a este hombre.

—Ay, Xeli, ¿por qué has hecho algo tan... tan loco e imprudente? —se volvió hacia ella, acercándose con nerviosismo como para comprobar si estaba bien—. Menos mal que no te ha pasado nada. No sé qué habría hecho si te hubiera ocurrido algo. ¿Cómo no estás aterrada?

» Y tú, Favel, ¿cómo permitiste que Xeli se involucrara en esto? Las vi conversando esa misma tarde.

Favel se reclinó por instinto.

—¡Yo no sabía nada! Xeli me pilló tan desprevenida como a usted.

Loxus se llevó una mano a la cabeza, abrumado por el cúmulo de emociones.

—Ya entiendo por qué murmuraban sobre dos Hacedores de Sangre —susurró Loxus con pesar—. No eran simples rumores sin sentido.

—No he cometido ningún error —aseguró Xeli, con el rostro tenso.

—Oh, mi niña, lo sé, entiendo que no has hecho nada malo —respondió el sacerdote, mirándola con compasión—. Y reconozco que cada decisión que tomaste fue por nuestro bienestar. Nadie anticipó que los Dianistas se usarían a sí mismos como peones, asesinándose entre ellos para incriminarnos. Pero aprovecharon esa oportunidad para ponerte en el centro de atención.

Xeli entrecerró los ojos. ¿Por qué Loxus no mostraba sorpresa ante las muertes y la conspiración del Dianismo?

—¿Usted lo sabía? —inquirió con desconfianza.

—Lo sospechaba —respondió Loxus, con una nota de tristeza en su voz—. «Hay algo que nunca logré comprender». He reflexionado sobre ello durante mucho tiempo. Sobre la furia y el enojo. No era venganza, ni luto. Era una sed de muerte.

» ¿Has hablado de esto con alguien más?

Xeli tardó un segundo en pensar su respuesta ante la pregunta inesperada.

—Solo con ustedes —contestó serenamente—. Pero espera, ¿no te asombra que alguien del dianismo esté dispuesto a causar tanto daño y caos para destruirnos?

—Me asombra y me horroriza, mi señora. Quise negarlo, incluso después de tanto tiempo, cuando hablé con... —Loxus sacudió la cabeza, y aunque Xeli quería saber más, comprendió que no era el momento de insistir—. Sin embargo, ahora debemos centrarnos en asuntos más urgentes. Tus acciones aún generan sospechas. ¿Piensas compartir lo sucedido con alguien más? ¿Revelar tu condición?

Xeli negó de manera enfática.

—¿Por qué? —presionó el anciano.

—Es demasiado peligroso —explicó Xeli, nerviosa—. Si lo hago, todos creerán que estoy implicada en los crímenes de ese asesino. No es común que alguien se convierta en Hacedor de Sangre a los diecisiete años. Pensarán que he estado ocultándolo para mis propios fines. Creerán que soy una Silenciadora de la Memoria.

El Hierático asintió, entendiendo la situación.

—Necesito tu ayuda, Loxus —declaró Xeli con firmeza—. Necesito saber qué hacer y cómo hacerlo. Hemos consultado todos los libros, pero no hallamos nada útil.

—Es que la información es escasa —explicó Loxus—. Los Hacedores de Sangre y el Gran Consejo han borrado casi todo. Hace dos mil años, este poder se utilizaba en guerras, y decidieron mantener en secreto lo que los Hacedores de Sangre podían hacer para que los demonios no se enteraran.

» Esta práctica se ha mantenido por precaución y para proteger a los Hacedores de Sangre. ¿Han escuchado sobre peleas entre dos Hacedores de Sangre?

—Solo en leyendas —respondió Favel—. O en duelos de exhibición.

—Es porque se evitan a toda costa —explicó Loxus—. Son peligrosas para ambos, ya que ninguno conoce las habilidades del otro. ¿Puede desplazarse como el viento o detener un ejército como un muro? ¿Ambas? ¿Ninguna? ¿Cuál de las ocho habilidades posee? Quien muestra sus cartas primero pierde. Por eso la información es limitada.

—Incluso nosotros, los Hieráticos, desconocemos muchos detalles.

Xeli suspiró, frustrada al enfrentarse a un callejón sin salida.

—Pero eso no significa que no pueda ayudarte, Xeli —aseguró el anciano con una sonrisa—. Aunque no comprendo por qué tu poder se manifestó tan tarde, conozco algunas cosas que podrían serte útiles.

Xeli levantó la vista, llena de esperanza y con una sonrisa.

—Cuando la Deidad Inmortal eligió a sus ocho Caballeros Dragón, los primeros Hacedores, les transfirió un poco de su sangre. Les otorgó un fragmento de divinidad, pequeño pero real. Es el poder de los dioses.

» Pero estos primeros Hacedores de Sangre no dominaron su poder de inmediato. Eran inestables e impredecibles, como lo que te ocurrió. Necesitaban conectar con Diane; poseer su sangre no era suficiente.

» El colgante de la Deidad Inmortal era un rubí, y fue a través de él que establecieron la conexión. No solo con una gema específica, sino con el mineral en sí, en todos los rubíes de Edjhra. Ella es la gema y la gema es ella.

» Para que los Hacedores de Sangre controlen su poder y empleen sus habilidades especiales, deben unirse a estas gemas y transformarlas en Piedras de Sangre. Esto es lo que sabemos los Hieráticos, y es más de lo que el Gran Consejo nos permitía conocer. Solo podemos discutir esto con otros Hacedores de Sangre —el anciano miró a Favel—. Confío en que no lo menciones, niña.

Favel resopló, su rostro mostrando sorpresa y desconcierto. Tanto ella como Xeli estaban atónitas; nunca imaginaron tal revelación.

—¡Eso aclara cómo Xeli pudo abrir la entrada a la cueva! —exclamó Favel.

—Los rubíes que activaban la puerta al entrar en contacto con el poder de la sangre —confirmó Loxus.

—Pero ¿cómo logro ese vínculo? —preguntó Xeli, cada vez más intrigada.

—No es un proceso agradable, mi señora —confesó Loxus—. Necesitas un rubí y tu propia sangre, mucha sangre. Debes pasar un largo periodo transfiriendo tu sangre a la gema sin separarte de ella. Literalmente, tendrás que derramar litros de sangre diariamente en el proceso, casi como si te estuvieras desangrando constantemente.

—¡Pero moriría! ¿Cómo es eso posible?

—Los Hacedores de Sangre mantienen una conexión especial con los dioses —explicó Loxus—. La piedra te preservará con vida y tu sangre se regenerará a un ritmo incomprensible para una persona normal. Durante el vínculo, no podrás morir desangrada. Aun así, la sensación será como estar al filo de la muerte.

Xeli tragó saliva, mezclando incredulidad y ansiedad. Jamás imaginó algo tan extremo.

—¿Y cuánto durará este proceso? —preguntó, su preocupación creciendo.

—Días, quizás semanas —admitió Loxus, con una sacudida de cabeza—. Desconozco los detalles, especialmente en un caso tan inusual como el tuyo.

—No puedo simplemente desaparecer durante días y esperar a que se complete el vínculo —dijo Xeli con urgencia—. Las preguntas comenzarían, todos querrían saber qué hago y dónde me encuentro.

El Hierático asintió con pesar, consciente de la validez de esa afirmación.

—Debería esperar —reflexionó Xeli, su voz teñida de dolor—. Hasta que la situación se calme y nadie se pregunte por mí. Así podría realizar el vínculo sin complicaciones.

Loxus se acercó a ella, su rostro reflejando pesar.

—Eso no es posible —afirmó, sorprendiendo a Xeli—. Sería incluso más peligroso. Si un Hacedor de Sangre no establece el vínculo pronto, el poder comienza a descontrolarse como si tuviera vida propia. Se manifestará sin que puedas hacer nada para detenerlo. Además, la bendición de los dioses no te protegerá y cada vez que uses tus habilidades, consumirás la sangre de tu propio cuerpo. Un error podría ser fatal.

Un silencio se apoderó de la estancia, mientras Xeli fijaba su mirada en los ojos del Hierático. La magnitud de la situación la golpeó de pronto.

—Hiciste bien en confiarme esto a tiempo —dijo Loxus con voz grave—. Te acecha un gran peligro, mi señora. No debes exponerte así. Realiza el vínculo cuanto antes o las consecuencias serán desastrosas.

» Quédense aquí. Volveré pronto.

Tras estas palabras, el Hierático se marchó con paso firme. Xeli se llevó las manos a las sienes y apoyó los codos en las rodillas. Los latidos resonaban en sus oídos como dos tambores de guerra en disonancia. Su mayor sueño se había convertido en su peor pesadilla. Si su poder se descontrolaba o alguien percibía su debilidad mientras realizaba el vínculo, Xeli perdería la vida.

Y con ella, se desataría una guerra civil.

La duda la corroía. No confiaba ni en el lugar ni en las personas a su alrededor. Aunque la catedral era el refugio más seguro en ese momento, no podía esconderse allí para siempre. Si desaparecía durante un tiempo prolongado, la corte comenzaría a murmurar y el caos se extendería como una plaga.

Volvió a llevarse la mano a su cuello, buscando su colgante.

«¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi destino, Héroe?», se preguntó en lo más profundo de su ser. Favel permanecía a su lado, tomando sus manos con delicadeza. Xeli notó que temblaba sin control.

—Todo saldrá bien —las palabras de su amiga llegaron como un bálsamo—. Estoy aquí contigo.

Un abrazo cálido la rodeó, y en ese momento, la angustia pareció disiparse. El afecto y la seguridad se entrelazaban en el apretado abrazo. Por unos instantes, lo único importante era esa conexión entre ellas, una barrera contra las sombras del temor que las acechaba. Así permanecieron, hasta que las manos temblorosas de Xeli recuperaron su calma. En ese momento, Loxus regresó con una pequeña caja entre sus manos.

—El Gran Consejo nos concedió esto hace décadas, por si surgía un nuevo Hacedor de Sangre en nuestra fe —reveló el anciano, sentándose con solemnidad y abriendo cuidadosamente la caja. Dentro yacía una gema roja sin tallar—. Esto es para ti, Xeli. Ahora que eres una Hacedora de Sangre, te pertenece. Desearía poder ofrecerte más ayuda, pero esto es todo lo que puedo hacer.

Un silencio envolvió la estancia mientras Xeli observaba el rubí. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, una mezcla de incertidumbre y respiración entrecortada. La escena ante ella era un eco de su pasado, un recuerdo atenuado por el tiempo que parecía destinado a ser borrado de su memoria.

La gema cruda, de tono carmesí, parecía llamarla con un susurro ancestral. Era un reflejo de un pasado lejano, un recuerdo velado hasta ahora. La mente de Xeli retrocedió a un día remoto y vívido. Cuando era niña, Zelif también le había ofrecido una gema similar. Ese día, su mundo se desmoronó y su mente se sumió en la oscuridad.

Un estremecimiento la invadió, una oleada de frío emergiendo de lo más profundo de su ser. La caja se cerró de golpe y Xeli giró su mirada hacia Loxus. El anciano sonreía con entusiasmo, como un padre orgulloso ante un logro.

—No podemos realizar el proceso aquí —advirtió con cautela—. Es peligroso, podríamos ser descubiertos. Acompáñenme.

Sin embargo, en un instante, la mente de Xeli se fragmentó. Una grieta en su memoria la llevó de vuelta a aquel fatídico día.

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