22
Según la tradición oral de las regiones más remotas, existe un lugar secreto donde los Hacedores de Sangre se reúnen para discutir los destinos del mundo. Este Concilio de Sangre sería un evento crucial, donde se tomarían decisiones que afectarían a la realidad misma. ¿Es este concilio una realidad o una fantasía popular? ¿Qué temas y acuerdos se tratan en estas reuniones?
De las notas de Xeli.
Xeli tenía que encontrarse con Cather en unas horas. A pesar de esto, se hallaba recostada en su lecho, resistiendo el impulso de levantarse.
El cuarto permanecía sumido en una oscuridad sofocante, una penumbra que devoraba cualquier rastro de claridad matutina. Las lámparas, previamente resplandecientes, ya no brillaban por orden de Xeli, quien las había apagado en cuanto los sirvientes las encendieron. Las cortinas seguían cerradas, creando un muro contra cualquier destello de sol exterior. Solo un débil rayo se colaba, pareciendo una luciérnaga solitaria en la negrura.
Incluso el balcón favorito de Xeli, que se asomaba desde su alcoba, estaba cerrado, como si una presencia siniestra impidiera su deseo de mirar al exterior.
«Alguien ha sembrado esta idea en sus corazones», reflexionó Xeli, un pensamiento tortuoso que insinuaba sospechas en su mente.
¿Hace cuánto los Silenciadores de la Memoria se habían infiltrado en el dianismo?
—¿Por qué ocultaron Sangre y Ceniza?
Xeli volvió a hundir su rostro entre los brazos, notando el rastro salado de lágrimas recientes. Se había refugiado en las tinieblas, ocultando sus lágrimas y el miedo que la envolvía en su danza sombría. Sabía que nadie se atrevería a irrumpir en su santuario personal.
Se preguntó cuántos más conocían este secreto. Algo estaba desequilibrado, algo oscuro e inquietante se gestaba en las profundidades. ¿Cuál era la intención de los Dianistas? Las palabras del autor de Sangre y Ceniza no ofrecían ninguna explicación lógica.
Xeli apretó el desgastado libro entre sus dedos y lo escondió bajo las sábanas. Estaba cerca de terminar Sangre y Ceniza, y la idea la inquietaba. Los devotos, y todos los que desconocían al Héroe, habían actuado con furia descontrolada, como si una sed de muerte y un odio ardiente los poseyera. Nobleza y plebeyos, soldados y estrategas, sacerdotes y campesinos, todos se habían unido en su rechazo a los Héroes. Los maldijeron, los golpearon, los asesinaron y los desterraron.
Pasaron siglos para que ese odio comenzara a disiparse y más tiempo aún para que se transformara en un simple fastidio. Más de dos mil años fueron necesarios para negociar un tratado de paz que permitiera la coexistencia de ambas religiones en una misma ciudad. Sangre y Ceniza relataba la Cantata del Fuego y los eventos posteriores, masacres tras masacres, cruentos sucesos que sumieron el mundo en el caos.
—«Hay algo que nunca acabé de comprender»—citó Xeli del prólogo del libro—. Y yo tampoco... Yo tampoco lo entiendo.
Aunque fuera obra de los Silenciadores... ese odio no era normal.
Un golpe en la puerta la sobresaltó. Tenía los ojos enrojecidos y su atuendo de descanso estaba hecho jirones. ¿Quién se atrevía a interrumpirla?
—¡Xeli, soy yo, tu hermano favorito! —anunció Ril desde el otro lado de la puerta—. ¿Puedo entrar?
—¡Qué desastre! —balbuceó Xeli, saltando de la cama—. ¡Un momento!
Corrió al lavabo, se echó agua fría en la cara y esperó que esto borrara las huellas de su llanto. Pero al mirarse en el espejo, vio que su aspecto era aún más lamentable.
—¿Pasa algo? —preguntó Ril.
—¡Nada!
Xeli buscó en su guardarropa un atuendo en mejor estado, peinó sus cabellos con descuido calculado y procuró parecer recién despertada, sin revelar el tormento que había sufrido en la noche.
—¿Estás segura de que no pasa nada? —insistió Ril—. ¿Puedo entrar? Tengo noticias importantes que compartir.
—¡No! —gritó Xeli—. Son... cosas de chicas.
Ril expresó su sorpresa, y Xeli aprovechó para limpiar su rostro nuevamente, cambiarse de ropa y ordenar la cama. Se sobresaltó al encontrar Sangre y Ceniza aún sobre las sábanas. Tomó el voluminoso tomo entre sus manos y lo ocultó en su armario.
Al abrir la puerta, se encontró con Ril, quien sonreía a medias.
—Perdona mi impaciencia, pero esto es urgente —dijo Ril.
Xeli frunció el ceño, curiosa.
—¿Qué pasa, Ril? —preguntó.
—Tengo una noticia increíble. Vístete rápido, nos esperan en los campos de cultivo.
—Espera, ¿qué noticia?
—¿Has desayunado? Supongo que no, el criado me dijo que no le has abierto la puerta. Pensé que aún dormías. Debemos aprovechar la mañana, comeremos allí. Pero tenemos que irnos ya.
—¿Comer allí? Ril, ¿qué quieres decir? ¿Qué está pasando?
—Xeli, tu experimento ha tenido éxito.
Xeli observó el páramo que se extendía más allá de la ciudad. Era una tierra yerma y desolada, donde la vida apenas se asomaba. A pesar de esto, su mente bullía con posibilidades, con sueños que podrían convertirse en realidad. Dedicó años de estudio y experimentación para lograr lo que nadie había conseguido antes: revertir la corrupción que asolaba el mundo.
Su hermano Rilox, sentado a su lado en el carruaje, compartía su entusiasmo. Él había sido su principal apoyo, su confidente y cómplice.
Había pasado mucho tiempo desde que sus experimentos comenzaron, pero ahora, tras semanas de espera, iba a comprobar los resultados. Si todo salía bien, darían el primer paso para cambiar el destino de la Tierra Corrompida.
El carruaje avanzaba con firmeza fuera de los muros de la ciudad, sus ruedas rechinaban sobre el polvo del camino. Dos caballos, con edades que desmentían la energía que emanaban, tiraban del vehículo. Sus crines ondeaban con cierta melancolía, como si el tiempo hubiera avanzado en sus espaldas de manera desmedida. Estas criaturas, de apenas tres años de vida, llevaban consigo el aire de veteranos en sus flancos. Con suerte, vivirán un par de años más antes de que la vejez los alcanzará.
Desde temprana edad, Xeli indagó en las singularidades de los animales. Su curiosidad infantil se avivó por la longevidad paradójica de estos caballos. Sus lecturas revelaron que, en la vastedad de la Edjhra, estos seres podían alcanzar las tres décadas de vida, un tiempo que superaba con creces las expectativas. No obstante, también aprendió que requerían cerca de cuatro años para llegar a su madurez plena, un hecho que la dejó perpleja. Mientras tanto, en Sprigont, los caballos se erguían como adultos a los escasos ocho meses de vida, si lograban sortear las amenazas de enfermedades, y perecían antes de alcanzar el quinquenio.
Esta distinción no era exclusiva de los equinos. En el dominio de la Tierra Corrompida, los seres vivos experimentaban un crecimiento acelerado, aunque su existencia se acortaba en un quince por ciento en comparación con sus contrapartes del mundo exterior. Este contraste no se extendía a la humanidad. ¿Por qué?
Aunque Xeli prefería evitar la explotación animal, comprendía la necesidad de recurrir a los equinos para desplazarse rápidamente hacia los campos de cultivo, a pesar de poder alcanzar su destino a pie.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Xeli, con una voz anhelante de respuestas.
—Tienes que presenciarlo por ti misma. Además, eres quien debe proporcionar explicaciones —respondió Rilox, con una expresión expectante.
Xeli dejó escapar un bufido y apartó la mirada hacia el paisaje que se desplegaba fuera de la ventanilla, tamborileando los dedos sobre el brazo del asiento. ¿Habría tenido éxito realmente? Las implicaciones eran vastas. La Tierra Corrompida podría volver a la grandeza de la era anterior.
Su atención volvió hacia los caballos que avanzaban a un ritmo constante. Eran criaturas imponentes, incluso intimidantes. Xeli se preguntaba si sería capaz de extrapolar su experimento a los seres vivos. ¿Se atrevería siquiera a considerarlo?
La actitud de Rilox denotaba un optimismo contagioso. Había vestido sus mejores galas para la ocasión, con una casaca de tonalidades esmeralda adornada con sutileza en los puños. Xeli, en un raro compromiso, había elegido un vestido elegante de un verde suave.
El exterior del carruaje mostraba un paisaje desolado. No había rastro de hierba ni vegetación alguna. Un erial se extendía ante sus ojos, con rocas resquebrajadas y áridas. La mancha de oscuridad se expandía fuera de los muros de la ciudad, como un hongo venenoso que ganaba terreno.
«Negro sobre negro, capas de oscuridad tras oscuridad», meditó Xeli.
El mundo no era una tonalidad única, como alguna vez había asumido. Era una mezcla fluida de matices, en constante cambio con cada perspectiva, a veces desafiando la memoria. Y, de la misma manera, como una amalgama de colores, también portaba la promesa de transformación y evolución.
—Nuestro camino sería mucho más veloz si la puerta norte no estuviera sellada y no hubiéramos tenido que dar un rodeo —comentó Xeli.
—Traté de convencerlos de que abrieran las puertas —replicó Rilox, rascándose la nuca—. Pero, ante la situación actual, rehúyen cualquier trato con el norte. Lo siento, Xeli.
Poco después, alcanzaron los campos de labranza. Un panorama insólito y lejano se desplegó ante ellos. Un largo río de ceniza serpenteaba la tierra de este a oeste, su final oculto por el horizonte. Al descender del carruaje, con la ayuda de un criado, Xeli quedó momentáneamente sin habla.
La expectativa era más aguda que una gema cortante, bella pero punzante.
El campo yacía yermo ante sus ojos. Xeli volvió la vista hacia Ril, quien había perdido su sonrisa, abrumado por la escena. La muerte se extendía en todas direcciones. Entre los surcos, Xeli avanzó con sus botas sobre el polvo reseco, examinando las espigas mustias y negruzcas del trigo. Los labriegos la saludaban a su paso, con un optimismo contagioso. A pesar de sus sonrisas, Xeli no sabía cómo reaccionar. Su corazón latía a dos tiempos distintos.
Pronto, Rilox se le unió, seguido por los criados y la guardia personal. El capitán Kalex se quitó el yelmo, su semblante marcado por la consternación. Entonces, dos labriegos se acercaron con presteza. Sus rostros le eran familiares; en visitas anteriores, Xeli había departido con ellos. Yulam y Kemil, mozas apenas mayores que ella, rebosaban de entusiasmo incontenible.
—¡Lady Xeli! —exclamaron al unísono.
—Nos alegra que haya venido —añadió Yulam—. ¡Funcionó! ¡Por la espada del Héroe, funcionó!
—¿Funcionó? —dijo Rilox, frunciendo el ceño—. No veo... no veo vida aquí.
—Vengan, sígannos.
Y más allá, divisaron su triunfo.
Trigo.
Xeli se apresuró con brío, su corazón golpeando con fuerza. El paisaje se llenaba de labriegos que trabajaban afanosamente. Todos ellos irradiaban asombro, una maravilla compartida. No era trigo común, ni dorado ni pardo. Visualmente, no se ajustaba a ninguna representación convencional. Era negro. Totalmente negro.
Con cuidado, Xeli tocó una espiga. Su textura era la que correspondía, y su forma se asemejaba al trigo foráneo. El olor, incluso, era familiar. No había diferencia alguna, salvo por el tono similar al carbón. A su alrededor, su guardia personal y su hermano observaban, cautivados.
—¡Lo logré, lo logré, lo logré! —exclamó Xeli con saltitos de alegría.
Parecía una niña que acababa de encontrar un tesoro escondido. Su entusiasmo contagió a todos los presentes, y los aplausos y vítores resonaron por todo el campo. Habían conseguido lo que parecía imposible: hacer crecer trigo en la Tierra Corrompida. Xeli se secó las lágrimas de las mejillas y se acercó a los labriegos para abrazarlos y agradecer su ayuda.
—Acabas de cambiar el mundo, Xeli—murmuró Rilox con felicidad—. ¿Cómo lo conseguiste?
—Bueno, estaba investigando cómo aumentar las reservas de comida para los Heroístas—comenzó a explicar Xeli con una sonrisa nerviosa—. Algunos lores malvados les estaban quitando su parte en la distribución. Mi padre no estaba de acuerdo con eso, pero tampoco sabía cómo solucionarlo. Él ya había intentado antes ampliar los campos de cultivo, pero fracasó y perdió mucho dinero.
» Así que le prometí traer el trigo de vuelta a Sprigont.
—Con tus estudios de botánica—añadió Ril.
—¡Exacto! Pero no fue fácil. Al principio, trabajé con los labriegos para resistir las tormentas y adaptar el suelo al trigo.
—He leído algunos libros sobre eso en Edjhra—comentó Ril.
—Pero aquí en Sprigont nunca ha funcionado. Ese no era el problema; lo que yo necesitaba era verlo con mis propios ojos, por si se me escapaba algo que los otros eruditos no habían visto. Y bueno, los primeros intentos fueron un fracaso total, y la Devastación no nos lo puso fácil.
» Pero entonces encontré algo relacionado con mis investigaciones anteriores.
Xeli guiñó un ojo a los labriegos, que asintieron con complicidad. Ril esperaba impaciente su respuesta.
—Mi teoría inicial era correcta, Ril—declaró Xeli, y su hermano sonrió—. Dime, ¿cómo sientes a Nehit? ¿Cómo ves tú el mundo?
Rilox contempló el paisaje, dirigiendo su mirada hacia los cultivos aparentemente marchitos y, más allá, hacia las altas murallas de la ciudad, sumidos en una negrura absoluta.
—Moribundo. Desolado—respondió.
—Exactamente cómo están los cultivos—añadió Xeli, hablando rápidamente—. Todo lo que no sea de la Devastación se pudre, se corrompe, se deshace. Pero, ¿cómo ves a Nehit después de una ola de Devastación?
—Luminosa, lleno de vida—respondió Rilox, sus ojos refulgían de asombro.
—Pues eso. Solo hemos podido cultivar lo que la Devastación nos deja. Cada vez que intentamos cultivar algo diferente, la Devastación lo arrasaba. Nos rendimos. Pero, ¿qué hace la Devastación aparte de destruir?
—Revitaliza... lo que le pertenece.
—Le pedí a los agricultores que expusieran semillas de trigo a muchas olas de la Devastación. Al principio, muchas de ellas murieron. Fue un proceso largo y difícil. Pero al final encontramos que alrededor del quince por ciento de las semillas sobrevivían. De algún modo, esas semillas se habían adaptado a la esencia de la Devastación. Igual que le ocurrió a la ciudad hace siglos.
Xeli terminó con una sonrisa radiante.
—Semillas de Trigo Devastado.
—¿Y cómo crece este trigo? —preguntó Rilox, intrigado por el color.
—Yulam—llamó Xeli—. Dinos, ¿qué tan rápido crecen los cultivos?
—En treinta y seis días—respondió Yulam, sonriendo—. Mucho más rápido que el trigo de afuera de Sprigont.
—Crecen en solo un quince por ciento del tiempo que toma a los cultivos normales—explicó Xeli, mientras Rilox observaba los campos de labranza, maravillado.
—Increíble—volteó, todavía asombrado—. ¿Y los otros? ¿La Devastación los destruyó?
Yulam y Kemil intercambiaron una mirada y se rieron.
—Los cultivos no están muertos, al menos los que vieron recién—explicó Kemil—. Aún están en crecimiento.
—¿Crecimiento? —replicó Rilox—. Parecen marchitos.
Un destello de entendimiento iluminó a Xeli. Sonrió.
—Porque visualmente lo están, al igual que Nehit. Pero con cada oleada de la Devastación, renacen y crecen.
Yulam y Kemil asintieron enérgicamente.
—Todo lo que vive lo suficiente en la Tierra Corrompida cambia— continuó Xeli con voz firme—. Igual que las poblaciones adaptadas a climas extremos en otros continentes, nos hemos ajustado para resistir la decadencia y la fuerza de la Devastación.
—¿Has experimentado esto con algo más? —inquirió Ril. Xeli negó con la cabeza.
—No... pero si conseguimos cultivar trigo... ¿qué más podríamos hacer? ¿Podríamos probar con animales? ¿Crear nuevas especies? ¿Mejorarlas? ¿Adaptarlas?"
Ril asintió, interesado.
—Es un acontecimiento que cambiará el mundo por completo. Alterará la percepción que todos tienen de la Devastación.
Xeli sonrió.
—Necesitamos más tiempo, más recursos, más apoyo—continuó Ril llevándose la mano al mentón—. Debemos volver al castillo sin demora, tengo que contar esto a todos. ¿Te imaginas lo que podrías conseguir con el respaldo necesario? ¡Padre por fin entenderá todo lo que has logrado! Vamos, Xeli, rápido. Además, tengo otra sorpresa para ti.
Xeli se despidió de los labriegos con la promesa de visitar el refugio para probar el recién denominado Pan Devastado. La idea le emocionaba. Una vez en el carruaje, Ril buscó entre sus pertenencias hasta encontrar un cuaderno de notas.
—¿Esa es la sorpresa? —preguntó Xeli.
—Para nada, esto es para recordar lo que debo hacer más tarde—bromeó su hermano—. Esta es mi sorpresa: terminé de leer Sangre Oscura ayer.
Xeli quedó atónita. Su mente volvió a Sangre y Ceniza, el auténtico libro tras la copia que Ril había leído. Sintió un nudo en la garganta, mientras sus dedos buscaban instintivamente un colgante que ya no colgaba de su cuello. Se volvió hacia el rostro emocionado de su hermano.
—No me lo puedo creer, ¿de verdad has leído eso? —balbuceó Xeli, sin saber qué decir—. ¿Qué te ha parecido? ¿Qué has sentido?
—Me ha encantado, Xeli, me ha encantado—respondió Rilox con entusiasmo, abriendo su cuaderno de notas—. El autor era tan... diferente. Era como si estuviera triste y resignado a la vez.
—¿Por qué no ambas cosas?
—Porque no tiene sentido—dijo Rilox, alzando la vista al cielo pensativo.
—¿Cómo que no tiene sentido?
—No lo sé, todavía estoy intentando entenderlo—admitió Rilox—. Pero desde una perspectiva más amplia, nadie lo vio así. Lo que vieron fue a un hombre que se enfrentó a la Deidad Inmortal y la traicionó cuando estaba débil.
» Ya sé que salvó al mundo. Y estoy de acuerdo con lo que dice Kayel. Nadie podría haberlo hecho mejor. También entiendo cómo era el Héroe antes de convertirse en dios. Era un hombre bueno, honorable y muy respetado. Diane no habría sido una mejor opción. Pero en ese momento, nadie sabía eso. Solo unos pocos lo comprendieron.
—Pero hubo tanta muerte... —suspiró Xeli—. Hubo incontables guerras después. ¿Y el Baile de las Espadas? Las guerras fueron horribles, brutales. En ellas, murieron más personas que en la Cantata del Fuego. Niños incluidos, Ril.
—Eso es parte de lo que no entiendo —respondió Rilox, encogiéndose de hombros—. Nuestros antepasados actuaron sin lógica en muchas ocasiones. Tras leer Sangre Oscura, busqué en la biblioteca sobre la Cantata del Fuego. Consulté a filósofos e historiadores como Jilkon o Terix. Todos coinciden en un punto.
» Hablan de ira, pero no exploran sus motivaciones. La humanidad parecía cegada, enfocada solo en la destrucción. Los sacerdotes manipulaban a las masas, como títeres bajo el mando de otros.
» Analicé los discursos de aquella época. Eran simples, limitados. Incluso los filósofos escépticos apenas tocaban las motivaciones humanas. Muchos parecían actuar por inercia, impulsados por órdenes militares.
» Mencionan la tristeza, pero no la describen. Me pregunto, ¿por qué odiamos a los Héroes ahora? ¿Será por la muerte de Diane? No veo ese dolor en la actualidad. No lo comprendo. Hasta hoy, nunca lo había percibido.
Las palabras de Rilox impactaron a Xeli. ¿Dónde residía esa tristeza ausente?
—Entonces, ¿qué opinas de los heroístas? —preguntó Xeli con timidez—. ¿Nos guardas rencor?
—No puedo hacerlo —respondió Rilox, sumido en un silencio reflexivo, perplejo por su propia afirmación—. Después de todo lo que han sufrido, no puedo enojarme contigo. No puedo odiarte. Solo siento compasión.
Esa respuesta bastó para Xeli.
—Ojalá los demás comprendan lo que tú has entendido. Quizás deberían leer Sangre Oscura.
Rilox soltó una risa.
—No, no creo que sea la mejor idea —apartó el plato, aún sonriente—. Pero hay otras formas de hacerles entender.
» Por cierto, ¿tienes planes para esta tarde? Quisiera presentarte a algunos amigos.
—Lo siento, tengo una reunión importante con Cather más tarde.
Rilox suspiró.
—Es una pena, tenían ganas de conocerte. Será para otra ocasión —comentó con una sonrisa—. Aunque tal vez pueda ayudarte con tu reunión con Cather.
—¿Has descubierto algo relevante?
—Sí, hemos encontrado varias pistas, Xeli —dijo, mezclando jovialidad con preocupación—. Algunas son inquietantes.
Extrajo varios documentos de su capa, manuscritos con anotaciones detalladas sobre el Dianismo.
—Tus sospechas tenían fundamento, Xeli —continuó, ofreciendo los documentos—. Algo ocurre a nuestro alrededor. Varios sacerdotes influyentes y seguidores de Zelif han sido degradados o enviados fuera de Nehit. Algunos a pueblos cercanos, otros a las otras dos ciudades de Sprigont.
Xeli tomó los documentos y comenzó a revisarlos. Encontró listas de cambios en los roles sacerdotales, nombres de individuos degradados y registros de desapariciones misteriosas.
—En estos documentos encontrarás todos los detalles, incluyendo cambios de guardia y los nombres de los degradados y desaparecidos. Mis contactos internos hicieron posible esta información —explicó Rilox.
—Esto será de gran ayuda, Ril. Necesito toda la información que tenga a mi alcance cuando vea a Cather.
—Hay más información que deberías revisar—continuó Ril, adoptando un tono frio—. Mis fuentes indican que Ziloh podría estar involucrado. No entiendo completamente la situación, pero sospecho que un Silenciador de la Memoria está en la catedral. Siento un temor inexplicable cada vez que me acerco.
Xeli se estremeció al oír la inesperada declaración de su hermano. Pero se mordió el labio para no sonreír. Había dejado las pistas precisas para que él dedujera la respuesta por su cuenta. Ahora, con su respaldo y estos documentos, podría buscar el modo de contarle la verdad a Cather. Y si no, hallar una forma de influir en ella para que enfocara sus esfuerzos contra Ziloh.
—Si Ziloh colabora con ellos, o peor aún, es uno de ellos, estamos en grave peligro—dijo Ril de repente—. Podría estar planeando algo catastrófico para Nehit o incluso para todo Sprigont. Algo muy malo está sucediendo.
—Yo también he descubierto datos interesantes, Ril —comentó Xeli, eligiendo sus palabras con cuidado—. Escuché un nombre, Azel. ¿Te suena?
Rilox reflexionó un momento y luego negó con la cabeza.
—No lo he oído. ¿Dónde encontraste ese nombre? —preguntó.
—Lo escuché durante mi investigación sobre Zelif, pero no hay registros de alguien así en el sector norte —respondió Xeli, conteniendo el impulso de tocarse donde solía llevar su colgante.
—Investigaré de inmediato. Quizás tenga nueva información antes de tu reunión con Cather.
—Te lo agradecería mucho.
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