20
Algunas noches, se ven espectros, seres de niebla que infunden terror. Unos dicen que son las Lascas y la locura. Otros, que son encuentros con lo desconocido. Pero yo he descubierto algo más interesante y asombroso: los Hacedores de Sangre, que alteran la materia con un gesto, que convierten lo sólido en neblina. Tal vez ellos sean los que pueden desvanecerse a plena luz o saltar como si flotaran.
De las notas de Xeli.
En el inmenso llano de adiestramiento, los soldados se erguían en hileras con sus espaldas tiesas y las manos firmemente aferradas a las empuñaduras. A lo largo del continente de Sprigont, Cather se había encontrado con centenares de guerreros en incontables escuadras y batallones dispares. Había enfrentado tanto a los ejércitos de los grandes señores como a los caballeros honrados del Gran Consejo, tejiendo una red de experiencias a lo largo de los años.
La mera presencia de un Hacedor de Sangre borraba las diferencias entre ellos. La Caballera Dragón veía en los semblantes de los presentes un destello dual de inseguridad y orgullo, un baile de emociones que reflejaba tanto la valentía como la cobardía. Ante los Hacedores, se parecían a niños anhelantes de probar su valía, perdidos en un vasto mar de incertidumbre.
Sin embargo, en esta ocasión no era Cather quien provocaba tal reacción en los guerreros.
—Seguro se preguntan por qué los he reunido aquí, minutos después del amanecer, ¿verdad? —exclamó lord Hacedor de Sangre desde su elevada tarima de madera. Algunos guerreros asentían, mientras otros, aún somnolientos, luchaban por mantenerse firmes—. ¡Eh, tú! Sí, el enano allí atrás. Dime, ¿sabes por qué los he traído hasta aquí?
—No, lord Hacedor de...
—Y tú, con esa calva incipiente y brillante, ¿qué piensas? —interrumpió Walex, no dejando terminar al joven.
—Planea instruirnos...
—Me complace que nadie lo sepa —interrumpió nuevamente Walex con un toque de sarcasmo—. De lo contrario, perderíamos todo el misterio y la intriga que he cultivado cuidadosamente. Los he convocado para formar la nueva guardia personal del sacerdote Ziloh. Planeo entrenar un grupo especializado en combatir a los Hacedores de Sangre.
Un silencio se extendió, lleno de murmullos de pensamientos y emociones. Los soldados mostraban escepticismo, algunos se contagiaban de entusiasmo, otros se veían abrumados por el temor. Cather notaba la variedad de reacciones.
—Es aquí donde deben aplaudir —sentenció Walex, realizando una reverencia exagerada que superaba el gusto de Cather.
Los soldados, confundidos, comenzaban a aplaudir.
—Basta ya —declaró Lord Walex con un gesto de su mano—. Tú, el flaco allí en la retaguardia, dime, ¿qué nos espera en la contienda?
—Dos Hacedores de Sangre, mi señor.
—Puedes hacerlo mejor. Intenta de nuevo. ¿Contra qué nos enfrentamos?
—¿Una sombra?
Walex soltó una carcajada.
—Mis disculpas, solo quería escuchar tal tontería.
Cather frunció el ceño. Entendía el juego de Lord Walex, pero no aprobaba su método. Manipulaba hábilmente las emociones de sus hombres, como un maestro de orquesta de sus sentimientos. Sabía, al igual que ella, que ninguno de esos guerreros lo desafiaría ni levantaría la voz en disidencia.
—Estoy seguro de que todos están familiarizados con los cuentos, ¿verdad? —afirmó Lord Walex—. ¿Alguno desea relatar la leyenda de los espectros nocturnos? —nadie respondió—. Vamos, ¿nadie? Bien, tú, allá atrás. Voluth, ¿verdad?
Voluth se puso de pie, visiblemente sobresaltado. Hasta ese momento, había estado observando a los guerreros desde un extremo del llano, sin integrarse en la formación. Del mismo modo, Kazey estaba en la esquina opuesta, abriendo los ojos con sorpresa al oír el nombre de su amigo.
—Habla, no tenemos toda la eternidad —apremió Walex—. Además, un escudero de lady Cather seguramente está versado en el tema.
—Los llamamos espectros de la noche —dijo Voluth, recobrando la serenidad—, pero los espectros de la noche son una ilusión. Son Hacedores de Sangre.
—¡Exacto! —exclamó Walex con su voz resonando en el aire—. Eres un joven sabio. ¡Así es, soldados! Son seres humanos, como oyeron. Y si es humano, puede ser vencido. Nosotros los llamamos Evaporadores.
Al oír esas palabras, Cather sintió un escalofrío.
—¡¿Qué has dicho?! —rugió la Caballera, apretando los puños.
—Oh, querida, no necesitas reaccionar así —respondió Walex, minimizando la importancia de sus palabras—. No hay motivo para mantener a estos hombres en la oscuridad más tiempo. No si queremos atrapar al asesino. ¿Prefieres que se enfrenten a un enigma de poder desconocido, destinados mayormente a ser consumidos por él, o que conozcan a qué se enfrentan?
—No se trata solo de eso y tú lo sabes —musitó Cather.
—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Walex, sonriendo astutamente.
—Juramos no revelar esa información a nadie fuera de la sangre de Diane.
—¿Qué es más importante, un juramento o la vida de estos hombres? —Cather estaba a punto de responder, pero Walex la interrumpió—. Los elegí por sus hazañas y valentía, pero también por su linaje cercano al de las deidades. Los de tipo A y B son expertos en guardar secretos y seguir órdenes. Los más cercanos a las deidades no querrán romper la confianza de un Hacedor de Sangre. ¿Por qué arriesgarían tanto? Sería un camino directo a mi ira, sin duda.
Cather desvió su mirada hacia los guerreros, asimilando las palabras de Walex y sus implicaciones. Era como si él dijera: «Si alguno de ustedes revela mi confesión, me ocuparé personalmente de su destino».
En un instante, las miradas de los soldados se abatieron, reflejando miedo. Cather captó el temor que Walex había sembrado, una semilla de miedo plantada en sus mentes.
No obstante, Cather optó por el silencio y se replegó, apartándose del centro de atención.
—Nos enfrentaremos a dos Evaporadores —proclamó Walex—. Cada Hacedor de Sangre posee habilidades únicas. No revelaré su diversidad, todavía no han ganado mi confianza. Pero estos asesinos tienen el don de la Evaporación y, como todas las habilidades, tiene sus debilidades. Estos dos son ágiles, será como luchar contra el viento. No son intangibles, no son meras sombras. Su torso es sólido, vulnerable a un golpe mortal y pueden ser extremadamente lentos.
» Pero eso no importa si no saben cómo golpear. La espada es vuestra peor aliada; su filo es demasiado delgado y dudo que puedan siquiera arañarlos. No pretendo ofender, claro está. Ustedes, excelentes soldados, necesitan impactar con algo robusto y contundente. Solo así podrán hacerles mella.
» A pesar de ello, no se hagan ilusiones de triunfar sobre los Evaporadores. Por muchas debilidades que tengan, siguen siendo Hacedores de Sangre. Crean en mis palabras: enfrentarse a uno de ellos es cómo encarar al peor asesino de sus vidas.
Walex sonrió maliciosamente, observando a cada uno de los soldados, que ahora lo miraban con expresión horrorizada.
—Sin embargo, no se alarmen por mi advertencia—continuó el hombre—. Mi presencia aquí tiene un propósito. ¡Ustedes, todos, intentarán golpearme! No soy un Evaporador, pero como Hacedor de Sangre les daré una idea de lo que enfrentarán.
De nuevo, el silencio llenó el espacio.
—Estás perdiendo la cordura, Walex —susurró Cather.
Eran más de un centenar en ese llano. ¿Planeaba enfrentarse a todos al mismo tiempo? Sería una locura, no para él, sino para ellos.
Cather estuvo a punto de protestar.
—Percibo la inquietud en tu rostro, querida —declaró Walex, guiñándole un ojo-. No les causaré graves daños. Halla consuelo en eso.
Los soldados gruñeron.
Aunque Walex fuera un Hacedor de Sangre, para los hombres seguía siendo un hombre frente a una mayoría abrumadora.
—Cada uno de ustedes escoja un arma —ordenó Walex—, una de su preferencia. ¡Pero, atención, sin espadas! ¿Entendido? ¡Nada de espadas! Ahora, veamos de qué son capaces.
Minutos más tarde, los soldados regresaron ataviados en armaduras, por solicitud de Cather, y portando un variado arsenal de armas. Muchos empuñaban martillos de guerra; otros, alabardas y lanzas. Eran herramientas idóneas para mantener una distancia segura e infligir daño.
Cather suspiró, observando a lord Hacedor de Sangre situarse en medio del llano de ejercicios, completamente rodeado.
—No piensen que seré indulgente —declaró Walex, tomando con suavidad la empuñadura de su espada, aún envuelta en una trama de sangre que evocaba raíces intrincadas—. No soy como nuestra estimada compañera, la lady Caballera Dragón. Si desean aprender a proteger a Ziloh, primero deben ganar experiencia y conocimiento. Yo se los proporcionaré.
» Todo Hacedor de Sangre posee una Espada de Sangre. Un arma divina, creada a partir de nuestros dones. Única para cada uno. La mítica arma refleja nuestras habilidades, como una extensión de nuestro ser.
Walex extendió el arma al cielo. La luz reflejó los entramados del arma como venas palpitantes.
—Enfrentarán una espada capaz de evaporar, de cortar la esencia misma—prosiguió Walex con solemnidad—. Los Evaporadores pueden atravesar el granito con la misma facilidad que la carne.
» Yo carezco de esa habilidad, así que no puedo mostrarles exactamente lo que enfrentarán. Sin embargo, no se desanimen, pues hoy presenciarán la potencia de una de estas armas divinas. Les doy un último consejo antes de empezar la instrucción de hoy: intenten matarme.
Cather se dirigió a lo alto de una de las torres circundantes para observar. El centenar de soldados en el llano de adiestramiento miraba con dudas a Lord Hacedor de Sangre. Su gesto era comprensible, mezcla de respeto y asombro. Para ellos, Walex era impresionante de nombre, pero sus habilidades nunca se habían visto en acción. Un centenar representaba una fuerza numérica formidable y dudaban de la posibilidad de que pudiera desafiarlos a todos a la vez.
Esa incredulidad sería su perdición.
—¿Cuánto tiempo crees que aguantarán, miladi? —preguntó Kazey con una sonrisa divertida.
—No mucho, te lo aseguro—respondía Cather, cruzando los brazos sobre el parapeto—. Walex les dará falsas esperanzas antes de aplastarlos. Fíjate en su sonrisa burlona. Así juega.
—¿Pero tiene sentido hacer eso? —murmuró Voluth con timidez—. Solo parece divertirse.
—Oh, tiene mucho sentido —afirmó Cather—. Sus métodos pueden parecer locos, pero tienen un propósito. Quiere que estos hombres pierdan el miedo a los Hacedores de Sangre. Si su plan funciona, Walex estaría formando al mejor escuadrón contra los Hacedores de Sangre que haya visto la Tierra Corrompida.
Mientras tanto, abajo, Walex clavó su hoja de sangre en el suelo en gesto teatral. Era una reliquia gloriosa, tal como las leyendas narraban. Una espada curva y larga, con un filo labrado como hoja cortante. La sangre se deslizaba por los surcos intrincados, otorgándole una luminiscencia casi etérea.
Los hombres retrocedieron unos pasos, igualmente maravillados y atemorizados.
—DestrozaOscuridad—murmuró Cather, recordando el nombre del arma.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que vio a Walex en acción?
Uno de los hombres alzaba la voz con timidez.
—¿Nos... nos matará?
Walex entornó los ojos con desdén.
—No se preocupen por DestrozaOscuridad—aseguró—. Nadie morirá.
En un rápido movimiento, la sangre ascendió por la hoja de la espada, cubriendo el acero como una serpiente luminosa, embotando el filo de la legendaria arma.
—¿Satisfechos? —preguntó Walex, despreocupado—. Bien, entonces, adelante, ataquen.
Los soldados avanzaron titubeando hacia el Hacedor de Sangre, sus primeros pasos oscilando entre la incertidumbre y la determinación. Luego, respiraron hondo y arremetieron. Walex se movió con la agilidad de un espectro entre dos guerreros, su espada resonando con una fuerza sobrenatural. El primer combatiente intentó bloquear el ataque, pero su escudo se desintegro en fragmentos y el impactó lo lanzó hacía atrás. Cuatro hombres cercanos tropezaron y cayeron. El segundo soldado, atónito, se lanzó al ataque con un rugido, empuñando su martillo.
Pero la velocidad de Walex era vertiginosa y el martillo no encontró su objetivo. En cambio, la espada del Hacedor de Sangre golpeó el pecho del soldado, provocando que se derrumbara en el suelo, presa del dolor. La hoja dejó una estela fina en el suelo, marcando una línea de desafío.
—Walex puede parecer un bardo borracho—explicó la caballera—. Incluso podrían considerarlo un bufón de corte. Sin embargo, su estilo de combate es innegable.
—¿Cómo ha podido derribar a esos hombres? —preguntó Voluth, incrédulo.
—Walex está usando a DestrozaOscuridad de una manera muy peculiar, con el filo embotado y golpeando con el plano—respondió con calma didáctica—. Así evita herirlos gravemente, pero les causa gran dolor y los deja inconscientes. Es una forma de demostrar su superioridad y su control sobre el arma.
Los hombres, con una mezcla de valentía y aprehensión, se lanzaron hacia Walex. La figura solitaria del Hacedor de Sangre se movió con presteza y gracia sobrenatural. Cather contenía el aliento mientras observaba la escena. Aunque pareciera desigual, un centenar de soldados contra un solo hombre, todos comprendieron pronto que la realidad trascendía su percepción inicial.
Walex, dotado de una agilidad sobrehumana, paraba y contraatacaba. Sus movimientos resultaban fluidos y calculados; cada paso era un fragmento de una coreografía en la danza de la batalla. Los soldados lo desafiaban en vano. Las estocadas rápidas y los giros elegantes de su espada los dejaban perplejos.
Los golpes de Lord Hacedor de Sangre eran impactantes, sus movimientos a la vez impredecibles y precisos. Cather, observando desde lo alto, sabía que Walex era un Amplificador, al igual que ella. Poseía la capacidad de elevar sus habilidades físicas a niveles sobrehumanos. No había nadie como él. Movía masas con facilidad, esquivaba proyectiles como si flotara en el viento. Una fuerza insondable, una velocidad desconcertante.
Los soldados, enfrentados a la implacable danza del combate, comenzaron a percibir la verdad. Walex no era un hombre común; era un Hacedor de Sangre, una fuerza sin igual. El asombro y la comprensión se reflejaron en los ojos de los combatientes.
Una docena de soldados lo atacó al unísono, desencadenando sus embates en un torrente coordinado. Cather cerró los ojos, incapaz de presenciar la fútil lucha. Parecía una burla, como si una docena de ratas atacara a un nevrastar.
Las ratas hubieran tenido más oportunidad de vencer.
—A esto se enfrentan, nobles hombres —declaró Walex, victorioso, frente al centenar de soldados exhaustos y maltrechos—. Los felicito, han respondido bien en su primer intento. ¿Están listos para otra ronda?
—Déjalos descansar hoy, lord Walex —dijo Cather con firmeza, bajando de la torre. Los hombres estaban agotados y doloridos, sin energía para continuar. La contienda no había sido justa y cualquier intento futuro sería inútil.
—Ahora deben pensar y planear. Buscar la forma de enfrentarte. Si siguen así, solo se hundirán más —añadió Cather.
—Tienes razón —aceptó Walex, sonriendo a Cather—. ¿Te gustaría brindarnos una exhibición de combate, lady Caballera Dragón? Fui clemente con ellos; quizás no comprendieron nuestro poder. Pero si te enfrentas a mí, lo captarán mejor. Deben superar el miedo a los Hacedores de Sangre, y eso se logra entendiendo el poder que poseemos. ¿Me ayudarás?
Cather reflexionó. Miró a sus escuderos; incluso Kazey mostró entusiasmo. ¿Querían verla luchar? Dudó. No participaría en un combate solo para entretenimiento. Walex podía disfrutar siendo el centro de atención, pero eso no era para ella.
Sin embargo, recordó cuánto tiempo había reprimido sus habilidades. Miró a los hombres, que se recuperaban lentamente. Recordó batallas pasadas, en las que había pulido sus habilidades y superado desafíos.
Decidió actuar. Habían sido días difíciles, llenos de asesinos, sacerdotes e intrigas nobiliarias. Los recuerdos de aquellos enfrentamientos resurgieron. El cansancio y el sudor en su frente solían liberarla de preocupaciones, como ahora. Se presentaba una oportunidad para dejar atrás las inquietudes.
DestrozaOscuridad brillaba con un resplandor etéreo y desafiante.
—Entonces, ¿comenzamos? —dijo Walex.
Cather asintió, mientras reflexionaba sobre una noche reciente y su vulnerabilidad al usar sus dones. Desenvainó su espada, la hoja curvada resplandeciendo con amenaza latente. Los guerreros retrocedieron, casi huyendo. Walex, sonriente, contrastó con ellos.
Cather desconocía muchas habilidades de Lord Hacedor de Sangre. No sabía qué esperar, habiendo pasado años desde su último duelo formal con él.
La sangre hervía en sus venas, y su poder interior anhelaba liberarse. El calor la rodeaba como un abrazo tibio. La angustia, la frustración y las dudas se esfumaban. Solo quedaba la calma.
Se sumergió en su ser, buscando más allá. Primero, se aferró a la Habilidad Básica de su tipo sanguíneo: Unión de Sangre. Luego, unió esta fuerza con la Condensación, una habilidad que controlaba gracias a la sangre O negativo. La fusión creó la Habilidad Complementaria: Amplificación de Sangre.
El calor se intensificó, y su mente se agudizó, como si el mundo se ralentizara. Escuchó las exhalaciones de los soldados y las fluctuaciones del viento. El mundo se definía con mayor claridad.
Walex compartía esta percepción amplificada. Se movían en sintonía, una danza sutil y elegante.
La ofensiva de lord Hacedor de Sangre fue inminente. Cather inhaló profundamente, sumergiéndose en la danza de las espadas. Los impactos celestiales resonaron como el rugido de un guiverno, silenciando a los espectadores.
Walex mostró molestia al ser contrarrestado. Su inexperiencia contra otro Amplificador era evidente, a diferencia de Cather, quien había entrenado con otros Hacedores de Sangre durante años.
Ella retrocedió con agilidad, pareciendo que unas invisibles cuerdas la arrastraban en sentido opuesto a su contrincante. Las espadas se encontraron nuevamente en un choque resonante. Una sonrisa asomó en sus labios.
Armonizaban como bailarines en un erial olvidado. Dos bailarines en sincronía, retomando su danza. La tierra les pertenecía, habían dejado su huella sobre ella con esa misma coreografía hace mucho tiempo.
Walex poseía habilidad y fuerza, pero Cather tenía aún más reservas de habilidad y poder. Se permitió un breve éxtasis, entregándose al momento. Un, dos, retroceso; tres, cuatro, avance. Criticaba a Walex, pero admitía que era el único con quien había establecido una relación duradera. Quizás, el único con quien podía ser ella misma.
Golpe tras golpe, embate a embate, Cather continuó desafiando a su oponente. Pronto, el combate perdió su importancia. Sus preocupaciones se esfumaron y, por un instante, se vio a sí misma retrocediendo en el tiempo, entrenando durante su juventud con sus camaradas del pelotón. Había trabajado sin descanso para llegar a ese punto, enfrentando incontables derrotas y, a su tiempo, venciendo incluso a un Hacedor de Sangre con todas las Habilidades Básicas.
Walex avivó recuerdos de su pasado y, sin percatarse, liberó su anhelo más profundo: el combate. Había relegado esta faceta suya a un rincón oscuro tras años dedicados a la política.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre. Con energía, descargó otro golpe que Walex bloqueó, permitiéndole acercarse a una distancia prudente.
—¿Comprendes la razón de nuestra lucha? —susurró Walex.
Cather no respondió, pero bloqueó con destreza el siguiente ataque. Walex continuó en voz baja:
—Debes asegurarte de vencer. Las recientes muertes te han puesto en una situación difícil. Los rumores circulan y las dudas crecen. Los soldados deben confiar en tu liderazgo. Debes demostrar tu fortaleza.
La realidad se impuso de nuevo sobre Cather, borrando la sonrisa de su rostro.
«¿De qué sirve su confianza?», pensó amargamente.
Apretó los dientes y se preparó para el contragolpe.
«Un Hierático muerto», reflexionó.
Luego, rugió. Juicio brilló intensamente y la Amplificación la invadió. Su próximo golpe resonó con la fuerza de una tormenta, forzando a Walex a contener la explosión de fuerza con dificultad.
«Más sacerdotes muertos», se reprendió.
Cather aumentó la presión, optando por movimientos más directos y firmes. Walex retrocedió a una defensa total, evitando enfrentamientos directos y limitándose a bloqueos precisos.
La imagen de Xeli volvió a su mente. Había enviado espías a observarla, pero no habían encontrado nada sospechoso en su conducta. A pesar de tener las pruebas, no podía aceptar que fuera una Silenciadora de la Memoria. ¿Qué pasaría si se equivocaba y condenaba a una inocente, dando así un motivo para acabar con el tratado de paz?
El colgante le pertenecía, pero... ¿de verdad era una Silenciadora?
«No puedes hacer nada.»
Cather, la Caballera Dragón, acorraló a Lord Walex. Alzó su espada y la hizo descender con fuerza abrumadora. El choque de las armas legendarias generó un destello desesperado, desarmó a Walex con una fuerza inesperada. El hombre giró, tropezó y saltó antes de levantarse con elegancia.
Un individuo ordinario no habría resistido como él. Una espada común se habría destrozado, al igual que sus extremidades, bajo tal impacto. Sin embargo, Cather notó un leve temblor en los brazos de Walex.
—¡Me rindo! —exclamó entre risas.
¿Era sincera su sonrisa? Ningún soldado se unió a su carcajada. Todos observaron en silencio, impresionados por la habilidad con la que Cather había desarmado a un Hacedor de Sangre que parecía moverse con elegancia.
«¿Qué estaba pensando?», se cuestionó.
La legendaria Caballera Dragón no dijo más, se inclinó respetuosamente y se retiró del campo de batalla.
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