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15

Un poder de los Hacedores de Sangre me fascina: la sanación. He leído cómo curaron pueblos y ciudades arrasados por plagas y enfermedades, y hombres a punto de morir por heridas mortales, con solo un toque de un Hacedor de Sangre.

De las notas de Xeli.


Desde el balcón, Xeli observaba el caos que se desplegaba ante sus ojos. La guarnición avanzaba hacia el norte, formando un río de sombras, en persecución de los alborotadores dianistas. El clamor de la multitud le llegaba como un eco distante.

Persuadir a su padre de enviar refuerzos a los Guardias Negros había sido arduo, una batalla contra su terquedad que solo cedió ante la insistencia de la Caballera Dragón y su hermano Rilox. Gracias a ellos, Xeli logró convencerlo de contener la inminente conflagración.

Mientras contemplaba el tumulto en las calles, Xeli luchaba con el silencio de su alma. Solo le quedaba esperar, una espera que la hacía sentir impotente. ¿Era esa la verdadera naturaleza de Nehit antes del acuerdo de paz? La incertidumbre crecía en su mente, igual que zarzas en un bosque abandonado. Xeli, en un gesto nervioso, llevó la mano a su cuello en busca del consuelo de su collar, pero encontró un espacio vacío. Eso exacerbó su ansiedad. El collar era un regalo especial de Loxus, quien la había acogido en el heroísmo tras el rechazo de su propio padre. Sin embargo, su inquietud no residía tanto en la pérdida del objeto, sino en el lugar donde lo había extraviado.

Estaba segura de que alguien encontraría el collar tarde. Xeli carecía de recursos para recuperarlo. Sabía que este incidente inculparía injustamente a los heroístas. Sus manos seguían sudando ante la posibilidad de que la asociaran con los asesinatos, de que la señalaran como una Hacedora de Sangre no registrada, como una Silenciadora de la Memoria. Xeli comprendió que, en cuanto relacionaran el collar con ella y descubrieran sus poderes prohibidos, la ejecutarían. Y no solo a ella, sino a todos los heroístas, lo que rompería el tratado de paz. Todo sería su culpa. Se maldecía a sí misma.

—¿Por qué fui tan insensata? —se cuestionó en voz baja, apretando los puños—. Todo esto es mi culpa. Soy una ingenua.

Recordó la noche anterior, cuando vio a Zelif y Jukal hablando con complicidad. Luego, como Jukal asesinó a los dos sacerdotes tras descubrir la verdad sobre la muerte de Zelif. Y ella, por su ansiedad, rompió su collar, dejándolo abandonado.

—¿Qué he hecho? —se lamentó, cerrando los ojos—. ¿Qué he desencadenado?

Sabía que no podía simplemente acudir a Cather y contarle que Ziloh había urdido el plan para asesinar a Zelif y que Jukal había matado a los dos sacerdotes. Tampoco podía revelar que el dianismo buscaba inculpar a los heroístas para invalidar el tratado de paz. A pesar de que todo era cierto, Xeli solo tenía su palabra contra toda una religión.

Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, esperando a ser descubierta y a que sus compañeros perecieran. Debía tomar medidas, encontrar una solución. Ahora más que nunca, necesitaba encontrar al asesino, a ese tal Azel, y llevar a Cather contra Ziloh.

La puerta se abrió y la voz de Rilox rompió el silencio.

—Así que aquí estás —dijo él, acercándose con pasos mesurados—. Nunca esperé que las cosas llegaran a este extremo tan pronto. Dos sacerdotes han muerto... Esto no puede ser obra de los heroístas. La gente no debería sucumbir a tal frenesí, menos aún con el tratado de paz aún vigente. Padre debería haber actuado antes, haber sofocado este caos.

La voz de Rilox se quebró, revelando un torrente de emoción reprimida. Xeli, sin embargo, no ansiaba palabras de consuelo y acalló la corriente de palabras con un gesto de su mano.

—No intentes reconfortarme, Ril. No hace falta.

Rilox suspiró, agobiado por su impotencia. La conexión entre ellos era tal que, a veces, las palabras sobraban.

—¿Dónde estabas anoche? —preguntó Rilox, suavizando el tono—. Llegaste a una hora intempestiva. Los sirvientes estaban desconcertados al verte regresar sola en la oscuridad de la noche. Incluso tu guardia persona se inquietó por tu desaparición. Nadie conocía tu paradero.

Xeli apartó la mano de su cuello con nerviosismo, cruzando las palmas sobre su regazo. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver la mirada inquisitiva de Rilox. ¿Qué podía decirle? Había anticipado esta pregunta, pero no había encontrado una respuesta creíble, sobre todo en lo que respectaba a su collar.

Su respuesta se demoró un instante, como el silencio que precede a una tormenta.

—Estaba en la catedral, charlando con Loxus —mintió, tartamudeando un poco—. Hablábamos sobre nuestra próxima visita a las plantaciones. Parece que hay buenas noticias en el horizonte. Los agricultores quieren enseñarme un avance increíble en los experimentos con las semillas.

Rilox frunció el ceño, sin creerle.

—Fue Loxus quien dio la voz de alarma —replicó él, con una mirada de desconfianza—. Kalex vino a mí por orden del Hierático Loxus. No me tomes el pelo, Xeli. Yo mismo hablé con el capitán de tus Guardias Oscuros, que estaba que trinaba por haber dejado que mi hermana se metiera sola en la oscuridad de la noche. Y no era el único. Parece que llevaban horas buscándote antes de que Loxus se decidiera a decírmelo. Me confesaron incluso que habían mandado hombres a las entrañas de la noche para encontrarte.

Rilox respiró hondo antes de continuar.

—¿Sabes lo que me rogó el capitán? Que tratara de contactar a los sacerdotes de Diane, por si te habían divisado, para prevenir cualquier posible asechanza. Nadie conocía tu paradero. ¿Comprendes el peligro? ¡Dos asesinos andan sueltos!

El silencio se filtró entre ellos, una pausa que no demandaba respuesta. La mano de Rilox se posó en el hombro de Xeli, un gesto de consuelo y apoyo.

—Xeli, sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? —continuó él, con un tono más suave—. ¿Dónde estuviste anoche? Me tenías preocupado. Y ni te cuento de madre... Cuando se enteró de que volviste tan tarde, casi se desmaya del susto.

—Fue que... yo... salí a la noche —balbuceó Xeli, con voz temblorosa—. Quería... respirar un poco de aire. Cambiar de aires. La quietud me sofocaba. Por eso lo hice. Pero me perdí, me tropecé y se me cayó mi collar. Sabes lo difícil que es encontrar algo en la oscuridad. Y las Lascas no ayudan mucho. Estuve buscándolo por todas partes, sin saber cuándo se me había soltado la cadena. Al final tuve que volver al castillo sin mi collar, sin tener ni idea de dónde lo dejé. No sabes lo triste que estuve anche.

El rostro de Rilox se crispó entre incredulidad y temor.

—¡¿Saliste a la noche?! ¡¿Qué te dio por hacer eso?! Solo Diane sabe los peligros que habrás encontrado.

Xeli no contestó de inmediato, solo devolvió la mirada con una mezcla de curiosidad y asombro.

—No es para tanto. Las noches son diferentes, pero no tan tenebrosas como dicen.

Rilox aspiró hondo, intentando comprender lo incomprensible.

—He oído historias y, como todos, he caminado por la oscuridad de la noche. No es seguro adentrarse en ella —afirmó, con una sombra de preocupación en sus ojos—. Incluso Kayel, el narrador de Sangre Oscura, respeta las noches. Las admiraba, pero también les temía.

—Andar por la noche no es nada malo, solo te acerca más a las Lascas.

—Tal vez no aparezcan espectros o criaturas en la noche. Pero, ¿qué hay de los que salen y enloquecen? —interrogó su hermano, entrando en el debate—. ¿De los que ven horrores y quedan mudos para siempre? ¿De los que sufren visiones o pesadillas todo el tiempo? Xeli, ¡hay quienes dicen escuchar susurros y voces atormentadoras!

—Quizá eso no sea por la noche ni las Lascas. Quizá solo están locos.

—¿Estás segura? ¿Y lord Hacedor de Sangre? Seguro que conoces los rumores sobre él. Lord Walex también solía salir mucho por la noche, incluso más que tú.

Xeli se quedó callada, dudando. ¿Eran sus pesadillas consecuencia de las Lascas? No lo creía. Aunque parecían extrañamente reales, como si reviviera historias de una era olvidada. Pero no tenía sentido, no eran sueños recurrentes, y las personas hablaban de padecer estas pesadillas constantemente.

—Ya sabes que no es la primera vez que lo hago, Ril —dijo Xeli, soltando las palabras con prisa—. Antes lo hacía más a menudo.

—Eso no significa que esté bien. Nadie se mete en la noche sin razón. Todos huyen de ella por algo.

«Son supersticiones. Las noches son reconfortantes», pensó.

Se apoyó en el balcón, observando cómo la ciudad se calmaba. Miró a su hermano, deseando contarle todo. Necesitaba hablar con alguien sobre eso. Aunque confiaba en Rilox más que en nadie, no podía revelarle todo aún. Necesitaba pruebas, algo más que sus palabras. Estaba asustada y confundida, un torbellino de emociones.

Entonces, se le ocurrió algo.

—¿Conocías a los sacerdotes asesinados? —preguntó Xeli.

—No mucho. Conozco a todos los sacerdotes de Diane, pero no más de lo que tú conoces a los soldados de la guarnición. ¿A qué viene eso?

Xeli se encogió de hombros, sin querer revelar nada aún.

—¿Eran como los demás sacerdotes, con desprecio hacia los heroístas?

Rilox tardó en responder.

—No, no lo eran.

—¿Tienes idea de quiénes podrían ser los asesinos? —preguntó Xeli, intentando sonar segura, consciente del rumor sobre el segundo asesino.

Rilox sacudió la cabeza.

—He recibido informes sobre las investigaciones de lady Cather y nuestros soldados —dijo desanimado—. También he enviado a nuestros informantes, pero nadie ha encontrado nada. Es frustrante lo poco que sabemos del asesino, y ahora resulta que son dos.

—Lady Cather tiene razón en algo —dijo Xeli, escogiendo con cuidado sus palabras—. Los asesinos son Silenciadores de la Memoria.

Rilox se revolvió inquieto. A nadie le gustaba admitir la existencia de los Silenciadores, servidores del Portador del Olvido, quien había intentado acabar con Edjhra.

—¿Quién crees que puedan ser? —preguntó Rilox, todavía contrariado—. ¿Alguno de los nuevos refugiados? Cather ha reforzado el control en las entradas, incluso cerró las del sector norte.

Xeli bufó ante esto último. Pero no tenía poder para protestar, menos con el aval de su padre.

—No creo que los Silenciadores sean parte de los nuevos refugiados —dijo Xeli—. Deben ser muy astutos para algo así. Los Silenciadores pueden infiltrarse en casi cualquier lugar y mantenerse sin que nadie sospeche.

Xeli se volvió hacia su hermano con el mentón levantado. Era hora de dejar caer la semilla inicial de su plan.

—La muerte de Zelif y luego la de Malex y Felix fue un acto muy arriesgado que requirió una larga preparación dentro de la ciudad—explicó—. Los asesinos tenían que saber los hábitos de Zelif, que solía salir por la noche, algo que muchos de nosotros ignorábamos hasta su asesinato. Y para matar a Malex y Felix, debían conocer bien la catedral y cómo infiltrarse sin ser vistos por los guardias.

—Dime, Ril, ¿qué buscan los Silenciadores de la Memoria?

Xeli ocultaba sus verdaderas intenciones a su hermano, mientras lo usaba para sus propósitos. No le importaba que los otros nobles la subestimaran. Xeli tenía un don para persuadir a la gente, y superaba con creces a los demás aristócratas en ese arte. Era una experta en el arte de manejar las situaciones a su antojo.

—Los objetivos de los Silenciadores son oscuros y peligrosos—respondió Rilox con cautela—. Buscan desestabilizar la religión y las culturas. Si los heroístas quisieran sembrar el caos, tendrían que hacer más que matar a Ziloh; deben ser alguien que planea destruir ambas culturas y nunca estuvo de acuerdo con el tratado de paz.

Xeli sonrió por dentro. Había logrado sembrar la duda en su hermano, sin tener que decirlo explícitamente. Esto haría que Rilox le diera vueltas al asunto y que lo comentara con otros aristócratas. Los rumores se alimentaban de pequeñas insinuaciones.

Pero, no dejó traslucir nada ante su hermano. Solo asintió, como si estuviera considerando la respuesta de Rilox. Eso le daría más credibilidad a su teoría.

—Tienes razón —dijo, ocultando una sonrisa—. Para destruir ambas religiones, debería estar en un lugar de poder, ¿no te parece?

—Y por varios años —concluyó Rilox.

—Deberíamos buscar pistas entre la nobleza —sugirió con cuidado—. ¿Quiénes entre los nobles tenían relaciones cercanas con sacerdotes de Diane o estaban involucrados en la política religiosa? Podría ser un punto de partida.

Rilox asintió, considerando la idea de su hermana.

—Tienes razón. Yo también actuaré en mi círculo de influencia entre los dianistas. Quizás deba indagar entre los sacerdotes. No me agrada pensar que alguno de ellos sea un Silenciador de la Memoria, pero puede ser necesario. Podría enfocarme en los que tienen más influencia o estuvieron cerca de Zelif.

—Buena idea, Ril —dijo Xeli, con un aire victorioso. A veces se permitía jugar como una verdadera aristócrata en el juego de casas—. Haré lo mismo entre los heroístas. Tal vez ahí encuentre una pista, especialmente porque encontraron a Zelif cerca de las calles negras. Debemos investigar sobre la población. ¿Ha disminuido? Eso nos puede dar pistas sobre los Silenciadores de la Memoria, así como indagar sobre alguien que haya escalado rápidamente en la jerarquía social. Necesitamos actuar rápido, antes de que la situación empeore o los asesinos vuelvan a actuar.

Rilox asintió para sí.

—¿Irás al funeral de los sacerdotes? —preguntó Xeli, cambiando rápidamente de tema. Quería que su hermano pensara por sí mismo.

—Vexil y yo iremos. Ella por la iglesia y yo por la familia —hizo una pausa—. Por favor, dime que no planeas volver a la catedral.

Xeli soltó una risa amarga, recordando los cuerpos sin vida.

—¿Crees que soy tan imprudente? —bromeó.

Su hermano arqueó una ceja.

—No, no iré, Ril —respondió Xeli—. Pero necesito pedirte un favor.

—Si eso significa que dejarás de actuar imprudentemente, dime qué necesitas.

—Solo quiero que escuches, como te dije antes, lo que se dice sobre nosotros. Y sobre el tratado, si es que todavía importa.

Rilox asintió.

—No todos desean que el tratado de paz termine —murmuró, sorprendiendo a Xeli—. Debo irme; la misa empezará pronto. Prometo volver con información importante, quizás encuentre algo que nos ayude a hallar al asesino. Pero, por favor, no hagas nada imprudente por el resto del día, ¿vale?

—Como tú digas, milord —bromeó Xeli.

Con una sonrisa, Rilox se retiró. Xeli suspiró, finalmente sola. La noche anterior había sido un calvario. Después del caos en la catedral, se limpió la sangre de los ojos en un pequeño estanque y caminó extenuada hacia el castillo. Liberar aquel poder la había dejado muy debilitada y con náuseas. Afortunadamente, la conmoción en el castillo no fue mayor.

Cerró las puertas del balcón y se sentó, concentrándose. Allí estaba, ese segundo latido. Resultaba demasiado familiar, pero tan lejano a la vez. ¿Lo habría sentido antes? Xeli tenía la sensación de que debía recordar algo al respecto. Algo relacionado con...

«No, ¡ahora soy un Hacedora de Sangre!»

Por un momento, Xeli se olvidó del tumulto que asolaba la ciudad. Olvidó a los dianistas, a los heroístas e incluso el hecho de que estuvo a un paso de la muerte. Dejó que su mente fluyera, deleitándose en la sensación: la emoción y la euforia. Desde que los sacerdotes le aseguraron que se convertiría en Hacedora de Sangre, había ansiado este momento.

Su mente voló hacia las leyendas del pasado. Figuras con habilidades extraordinarias, portadoras del poder de la Deidad Inmortal. Seres capaces de cambiar el rumbo de la batalla. Los Hacedores de Sangre no eran solo personas poderosas; eran fragmentos vivos de divinidad. ¿Significaba esto que Xeli ahora era uno de esos fragmentos?

No lograba dominar ese poder. La noche anterior había hecho varios intentos, pero la sangre no fluyó como en la catedral. Solo consiguió agotarse y sentir un hambre voraz. Sin embargo, no perdía la esperanza de lograr algo, pues notaba esa fuerza burbujeante en su interior.

Repasó sus notas. Recordaba que los Hacedores de Sangre podían acceder a un estado de fortaleza, algo que había experimentado la noche anterior. Pero no lograba replicarlo.

«Pueden fundirse en la noche más diáfana», recordó Xeli.

Y la sangre que la envolvió la noche anterior regresó a su memoria, junto con las leyendas sobre los espectros nocturnos. Se concentró, visualizando la habilidad, sintiendo la sangre acariciándola. Esperó, confiando en que el poder respondería, mientras el segundo latido resonaba en su interior. Se puso de pie, sintiendo una extraña agitación. Extendió los brazos a los lados. ¿Era más fuerte el latido?

Abrió un ojo y se sintió ridícula por la postura.

—No... tiene que haber algo que se me escapa —pensó—. «Pueden erguirse como una montaña impenetrable.» La sangre me salvó, quizás...

Se concentró de nuevo, imaginando cómo la sangre la rodeaba, cómo el poder formaba un escudo. Sí, eso tenía que ser. ¿Cómo si no podría un Hacedor de Sangre enfrentar a un ejército? Esperó un poco más, extendiendo los brazos hacia delante. Un Hacedor de Sangre tenía que poder manipular la sangre para construir su escudo.

Un golpe en la puerta la sobresaltó. Se sintió tonta en esa postura.

—Adelante —dijo.

El Capitán Kalex ingresó. Xeli tardó en bajar los brazos, sintiéndose avergonzada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Xeli, tratando de mantener su compostura.

—Mis disculpas, mi señora. Lord Rilox me envió, dijo que había olvidado mencionarte algo —explicó Kalex.

—¿Y sabes qué es?

—Claro. Me pidió que te avisara que te mantuvieras alejada de Lord Stawer mientras él intenta arreglar la situación.

Xeli entornó los ojos. Rilox siempre tan protector.

—¿Y eso justifica tu presencia aquí? —dijo Xeli—. Podría haber enviado a uno de los criados.

—Hay algo más. Nos ordenó que no te dejáramos sola, que siempre hubiera alguien cerca de ti.

Xeli frunció el ceño.

«Devastador, Ril», pensó con irritación.

—Está bien. Puedes esperar fuera. No tienes que preocuparte por mí, no voy a saltar desde el balcón para huir. Las alturas no son lo mío.

El veterano la miró con recelo, sopesando la posibilidad.

—¿En serio? —resopló Xeli.

Y el hombre se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Xeli se sentó de nuevo, reflexionando sobre la visita de Kalex. Sus esfuerzos no daban resultado. Quedaba en evidencia que necesitaba ayuda. Ningún Hacedor de Sangre aprendía a usar sus poderes solo; siempre había un mentor.

¿Podía confiar en Lord Walex? No, era arrogante y la había despreciado desde niña. ¿Y la Caballera Dragón? Eso sería un escándalo, como declararse culpable de los asesinatos y cómplice del tal Azel. Sería vista como Silenciadora de la Memoria, y eso era inaceptable. Los Hacedores de Sangre despertaban a los ocho años, y Xeli tenía diecisiete. Necesitaba otra opción.

De repente, una sonrisa se dibujó en su rostro. Se levantó con presteza y se dirigió hacia la salida. El capitán Kalex, sorprendido por su rápida reaparición, la miró.

—Reúne a tus hombres —ordenó Xeli—. Nos dirigiremos a la catedral del Héroe.

Kalex, perplejo, obedeció sin demora. Xeli se encontró pronto con los miembros de los Guardias Oscuros, su destacamento personal compuesto por seis miembros, divididos equitativamente entre hombres y mujeres.

—Vamos —instó Xeli.

Avanzó por los corredores del castillo hacia la salida, cruzándose con algunos nobles que la saludaron con respeto mezclado de desdén e ironía. Ignoró las miradas y los murmullos, concentrada en su misión. Al acercarse a la salida, casi chocó con alguien.

—¿A dónde tan apurada, pequeña religiosa? —dijo lady Janne, con voz mordaz—. ¿No me dirás que estás ansiosa por asistir al funeral de los sacerdotes? ¿Tienes tantas ganas de que te echen de la catedral a pedradas y abucheos por tercera vez? Cualquiera pensaría que tienes una... obsesión con el dianismo.

Xeli respiró hondo. No era momento para enfrentarse a lady Janne.

—Oh, no. Prefiero dejar ese honor a otros, como tú —respondió Xeli—. Tengo asuntos más importantes que atender.

Lady Janne soltó una risita ahogada.

—Sí, imagino que tus asuntos son más importantes, como vagar por la noche—dijo con burla.

Xeli se llevó una mano al cuello por instinto, tanteando en busca de su colgante.

«No sabes nada».

—¿Acaso te has quedado sin réplica? —prosiguió lady Janne—. Toda la corte está al tanto, querida. De tus... extravagancias. Es un tema candente. Todos están aguardando el día en que no vuelvas. Que la demencia haga su obra. Incluso el propio Lord Stawer ha hecho algún comentario al respecto.

» ¿Pero no te resulta curioso? La devota discípula, obsesionada con el Dianismo, se escabulle por las noches... y mueren dos sacerdotes.

—¿Acaso me estás inculpando? —interrogó Xeli.

Lady Janne sonrió en respuesta.

—Mis disculpas por hurtarte tanto tiempo, mi señora. Sé que estás atareadísima. Me despido, mi Ril me aguarda.

Y con eso, la noble se marchó.

Xeli continuó hacia la salida, intentando dejar atrás las palabras de la prometida de Rilox. Sentía la necesidad de mantener a Janne vigilada. ¡Fantástico! La aristocracia era una basura.

Salieron del castillo y Xeli observó las flores del jardín, tenían un tono profundo, pero opaco. La Onda de la Devastación había ocurrido el día anterior y su influjo persistía en cada objeto. Era extraño cómo la Devastación daba vida a las plantas y a los animales. Incluso había personas enfermas que aseguraban que la onda les ayudaba a sanar.

¿La onda había sido la causa de que Xeli despertara sus poderes? No tenía sentido, ya que había vivido innumerables Oleadas. Entonces, ¿por qué ahora había surgido su poder?

La guarnición había contenido a los Dianistas, dejando solo las secuelas de su paso. Xeli observó los daños, sintiéndose apenada, aunque no directamente responsable. Reconocía que los verdaderos héroes eran los Guardias Negros.

Al acercarse a la catedral, un guardia sacerdote la saludó con preocupación.

—No te alarmes, Davel —dijo Xeli con una sonrisa—. Solo quería ver la catedral y entender lo sucedido en el sector norte.

—Pero, mi señora, fue una gran temeridad —respondió el guardia.

—Lo sé, pero a veces actúo así y no dejan de reprochármelo—admitió Xeli.

Davel informó que los disturbios se habían limitado a las Calles Negras y que estaban preparados para cualquier eventualidad.

—Entonces, la guarnición acudió a tiempo —concluyó Xeli.

—Llegaron, pero no sé si a tiempo —dijo Davel, invitándola a ver por sí misma lo ocurrido.

Xeli lo siguió, temiendo lo que descubriría. Sus guardias la acompañaban, preparados para lo que fuera necesario enfrentar.

El guardia sacerdote abrió las enormes puertas ribeteadas de negro de la catedral. Xeli quedó sin palabras ante el interior, repleto de personas. Docenas de individuos yacían heridos en el suelo, con bancos y adornos apartados para crear un refugio improvisado. Los gemidos de dolor, los llantos de madres angustiadas por sus hijos y el silencio de los atónitos formaban un coro angustioso. Los sacerdotes, incesantes, se esforzaban en sanar y cuidar a los heridos. Xeli vio a Favel, quien sostenía cubetas de agua, ofreciendo alivio. Era lo mínimo que la joven podía hacer.

También observó a Kuxa, quien sanaba a los heridos junto a un hombre que le resultaba vagamente familiar.

—Todos ellos viven en las Calles Negras —informó el guardia sacerdote—. Muchos salieron de sus hogares para trabajar, otros se dirigían a los campos o a los talleres, y algunos simplemente a hacer compras. Nadie esperaba lo que ha ocurrido hoy. Las campanas repicaron y no hubo tiempo para volver a entrar. Los dianistas llegaron en un instante, como demonios, profiriendo insultos y atacando... Oh, Héroe... ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Kalex apartó la mirada, apretando los puños. La joven señora sintió un nudo en la garganta, especialmente al considerar el sufrimiento injusto de aquellos individuos, víctimas de una mentira. La falsa justificación para las golpizas había sido el asesinato de dos sacerdotes por los Heroístas. Xeli debía encontrar al asesino para defender a los heroístas.

—Algún... algún... —tartamudeó Xeli.

—¿Algún muerto? —sugirió Davel—. Oh, gracias al Héroe, no. Solo hay un hombre inconsciente, su hijo Glovur no se separa de su lado. El hombre ya está bien, Halex le salvó la vida, pero el niño sigue ajustándole la venda en la cabeza. Algunos sacerdotes intentaron reemplazarla, pero el chico protestó, insistiendo en su necesidad para evitar el sangrado.

«¿Halex?», se cuestionó Xeli.

—¿Y no retiraron la venda para reemplazarla?

—Iban a hacerlo, pero Halex dijo que no era necesario, que en realidad no había ninguna herida. La venda es más bien para que el niño sienta que está ayudando a su padre —respondió Davel—. Es un gesto conmovedor.

Xeli asintió.

—¿Ese hombre es Halex? —preguntó Xeli, señalando al individuo junto a Kuxa.

Davel asintió.

—Es nuevo —comentó—. Pero hoy ha sido de gran ayuda. No esperaba que un hombre sin hogar como él tuviera tanto conocimiento médico.

—Después hablaré con él —anunció Xeli—. ¿Sabes algo de la situación? ¿Taler ha dicho algo al respecto?

—Los dianistas ya se han retirado, pero Taler sigue custodiando el área junto a Voluth —informó—. La presencia de Voluth evita que la gente se acerque; parece que no quieren tener nada que ver con lady Cather.

Xeli simpatizaba con Voluth. Había sido voluntario para ayudar en el sector norte. Además, había estado viniendo a la catedral en los últimos días. No pasaría mucho tiempo antes de que cruzaran palabras.

—Gracias por tu ayuda, Davel —expresó Xeli—. Iré a ver a los heridos.

El hombre asintió y se retiró a retomar su posición.

—Hablen con los sacerdotes, vean si hay algo en lo que puedan ayudar —ordenó Xeli a los Guardias Oscuros.

Kalex permaneció indeciso en su sitio.

—No me alejaré —aseguró Xeli—. No hay ningún lugar al que pueda ir después de presenciar esto. Sé que serán más útiles si ayudan a los demás.

Kalex se fue, tal como ella lo había pedido, al igual que el resto de su guardia. Pero antes, habló con los sacerdotes para que vigilaran a Xeli. Ese hombre tenía muy poca confianza.

Xeli se acercó a Favel; su amiga no se sorprendió al verla ayudar a repartir agua. A los demás sí les extrañó. Ver a la hija del poderoso señor de una de las familias más influyentes de Edjhra haciendo ese trabajo resultaba inusual. Pero los sacerdotes conocían a Xeli. Ella siempre buscaba formas de ayudar, y eso la hacía más digna de su título.

A pesar de ello, Xeli sentía que podía hacer algo más por toda esa gente.

«Pueden salvar vidas de maneras que los médicos más experimentados nunca podrían», recordó Xeli.

Debía haber algo que pudiera hacer, estaba segura. Pero, ¿qué? Para ello no había un camino trazado, no había pautas. ¿Qué harían los Hacedores de Sangre para salvar vidas? Durante un instante, quiso intentarlo, pero rápidamente lo descartó. No podía limitarse a realizar intentos al azar. Debía haber algo más.

Xeli siguió colaborando con Favel. La joven se movía con destreza entre las personas, limpiando la sangre con paciencia y calma, proporcionando palabras de consuelo. Xeli la acompañaba, respaldando sus palabras mientras exprimía los trapos y ayudaba a aplicar vendajes.

Perdieron la noción del tiempo mientras trabajaban en perfecta sincronización. Sin darse cuenta, ambas mujeres se habían convertido en un faro de esperanza para los heridos. El ambiente había mejorado, la opresión y el desaliento habían disminuido; los llantos habían cesado y creían en las palabras de las jóvenes.

—Todo estará bien, hablaré con mi padre —había dicho Xeli en más de una ocasión. Esperaba cumplir con esa promesa de alguna manera.

Había algo más. La atmósfera apacible no se debía únicamente a ellas dos, sino a otra pareja que se movía entre los heridos: Kuxa y el desconocido, Halex.

Xeli se acercó discretamente.

—¿Estaré bien? —inquirió uno de los heridos.

Halex asintió.

—Solo te has jodido un poco el tobillo —dijo Halex con voz ronca y fatigada—. No es pa' tanto, coño.

Entonces, Kuxa le dio un cocotazo a Halex en la cabeza, haciendo que soltara un quejido.

—¿Recuerdas lo que hablamos acerca de tu lenguaje, joven? —expresó Kuxa en un tono firme y severo—. Cuando estés en nuestra compañía, debes cuidar tus palabras—Luego, Kuxa esbozó una sonrisa amable y maternal, dirigida al hombre con el tobillo vendado—. Halex va a prepararte una pasta hecha con ceniza de madera y agua para cubrir tu tobillo y ayudarlo a sanar. Mientras tanto, asegúrate de no esforzarte demasiado y evita recorrer largas distancias. Nada de hacer el burro, ¿me oyes?

El hombre asintió, y Halex y Kuxa se pusieron de pie.

—Eres todo un enigma, chico —comentó Kuxa—. Te pareces a mi hijo; siempre sabía cómo hacer todo lo necesario. Quién sabe cuántos secretos más guardarás. Ven, vamos al siguiente. Ya casi hemos terminado.

Halex asintió. Kuxa se volvió un instante y dirigió una sonrisa a Xeli.

—¡Oh, Xeli! ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te vi? —exclamó Kuxa, corriendo hacia ella para abrazarla—. ¿Cuándo llegaste?

—Hace un buen rato llegué, Kuxa, pero tu concentración era tal que no quise interrumpirte —respondió Xeli.

—Tonterías, muchacha —rio la anciana—. Siempre puedes interrumpirme. ¿Estás aquí con Favel?

Xeli asintió.

—No podemos hacer lo que tú haces —explicó Xeli, con un ligero tartamudeo—. Por eso buscamos diferentes maneras de ayudar, de ser útiles.

—Has obrado maravillas, dulzura —dijo Kuxa con ternura, estrechando las manos de Xeli entre las suyas—. Halex y los demás me contaron lo que lograste. Te enfrentaste a tu padre y a la Caballera Dragón para que enviaran ayuda al sector norte.

Xeli se ruborizó y apartó la mirada, para luego sonreír tímidamente. Kuxa le devolvió la sonrisa, mientras Halex observaba a Xeli con una mirada oscura e intensa, lo que la hizo estremecer.

—Siempre has sido un apoyo para todos —continuó la anciana, soltando sus manos y arreglándose el delantal—. Espero verte pronto en el refugio, dulzura. Ahora debemos irnos, aún hay gente que necesita ayuda. Gracias por todo, mi niña.

—Gracias, lady Xeli —agregó Halex, inclinando la cabeza con respeto, antes de retirarse junto a Kuxa.

Qué hombre tan raro.

Con el paso de las horas, Favel y Xeli se dejaron caer rendidas en el suelo, recostándose contra una pared, lejos de los heridos y los sacerdotes.

—Gracias, Xeli —dijo su amiga, exhausta.

Xeli le sonrió.

—No necesitas agradecerme por esto.

—¿Vas a hablar realmente con tu padre? —preguntó Favel.

Xeli reflexionó durante unos momentos.

—No estoy segura de poder hablar con él —admitió, con un tono amargo—. Rilox me aconsejó alejarme por un tiempo. Pero quizás pueda hablar con mi hermano. Él entiende que estas situaciones son injustas.

Favel asintió con comprensión y elevó una plegaria al Héroe. Pidió por Xeli, su familia, la ciudad y los heridos. Xeli se unió a la oración.

—¿Vas a contarme? —preguntó Favel al terminar.

—¿Contarte qué? —respondió Xeli, confundida.

—¿Dónde estuviste anoche?

¡Ah, claro! Por eso había venido en primer lugar. Xeli miró a su alrededor, asegurándose de que nadie pudiera oírlas. Era el momento de revelar la segunda parte de su plan para salvar a los heroístas, necesitaba sembrar otro tipo de semillas.

—Tengo algo importante que contarte, pero debes prometerme que me creerás —rogó Xeli, y Favel asintió, intrigada—. Escucha atentamente y luego pregunta lo que quieras.

Xeli narró a su amiga los eventos de la noche anterior. Habló de su encuentro con Malex y Felix, la ausencia de sacerdotes en la catedral, y la desolación que encontró. Explicó las revelaciones de los sacerdotes y mencionó a Azel y Zelif, así como el asesinato cometido por Jukal. Relató cómo estuvo al borde de la muerte y despertó poderes inimaginables.

Favel quedó sin palabras, abrumada por la información.

—¿Entonces me crees? —preguntó Xeli, temblorosa.

—¡Xeli, por la espada del Héroe! —exclamó Favel, incrédula y enfadada—. ¡Estuviste a punto de morir! ¿Qué pensabas al entrar así en la catedral? Te habían ordenado quedarte. ¿Y si te descubrían? Xeli, esto es una locura.

Xeli soltó una risa nerviosa, sorprendida por la reacción de su amiga.

—¿Cómo no te aterra esto? —preguntó Favel—. Te asustan los bailes, pero frente a las lascas o lo que te pasó anoche, pareces imperturbable.

—La ignorancia es la madre del miedo —respondió Xeli—. Cuando algo escapa de mi comprensión, me invade el pánico, pero si entiendo su esencia, el miedo se transforma en un reto que enfrento con valentía.

Favel soltó una carcajada.

—A veces no te entiendo, Xeli.

La respuesta tranquilizó a la doncella.

—No todos desean el fin del tratado de paz—dijo Xeli mirando hacia el techo abovedado—. Me pidieron que le dijera a Loxus que todavía tienen aliados en la catedral. Creo que Loxus sabe algo que Malex no pudo decirme.

—¡Pero estuviste a punto de morir por eso! —protestó Favel.

—Pero descubrí algo crucial —dijo Xeli y en un susurro apenas audible continuó—. Creo que el dianismo está bajo el control de los Silenciadores de la Memoria. Ignorar la advertencia de Malex fue arriesgado, pero me mostró la verdad. Si hallamos más pruebas, podríamos detener esta guerra. Tal vez podamos pedir ayuda al Gran Consejo.

Favel palideció, paralizada por el horror.

Xeli sintió un escalofrío al considerar esa posibilidad. Si los seguidores del Portador del Olvido estaban involucrados, la situación era aún más grave de lo que imaginaba. Sin embargo, eso no aliviaba el horror de recordar al Portador del Olvido, el ser que casi destruyó los tres reinos. Podía ver su rostro sin forma, su mirada hueca, su voz que borraba los recuerdos. Podía sentir su aliento gélido, su mano helada, su poder sombrío. Por eso, necesitaba usar todas sus cartas para proteger a los suyos. Era hora de sembrar la siguiente semilla.

—Por favor, necesito tu ayuda en algo —pidió Xeli, hablando rápidamente—. Necesitamos averiguar la relación de Zelif con los heroístas y por qué Ziloh necesitaba matarlo. Lo encontraron en las Calles Negras; seguramente fue a ver a alguien. ¿Podrías preguntar a los heroístas si saben algo?

—Tranquila, Xeli, respira hondo —le dijo Favel, sonriendo con amabilidad—. Los heroístas somos buenos para averiguar cosas, algo se sabrá.

Xeli le devolvió la sonrisa, agradecida por la sinceridad y directa de su amiga, prefiriendo esto a las indirectas y falsedades de la nobleza.

—Pero... no sé, Xeli. Y... ¿estás realmente segura de lo otro? Lo de tus poderes —dijo Favel, evitando comprometerse en su declaración.

—Sí, estoy completamente segura. No fue solo la sangre, sino algo más, un poder que me pertenece —Xeli hizo una pausa y cerró los ojos durante unos segundos, buscando esa sensación interna. Sí, ahí estaba, latente pero real—. Y aún oigo ese segundo latido del que te hablé.

—Pero eso no tiene sentido —respondió su amiga, visiblemente confundida—. No debería ser posible. Los Hacedores de Sangre despiertan a los ocho años, no a los diecisiete. Además, se suponía que tú...

—Que yo no sería una Hacedora de Sangre —interrumpió Xeli—. Pero recuerda lo ocurrido hace nueve años. Zelif me dijo que yo sería la próxima Hacedora de Sangre, todos lo creían. Incluso comenzaron a prepararme para aceptar el don. Todo cambió en mi octavo cumpleaños... Zelif parecía más confundido que decepcionado.

—Y... ¿puedes hacer algo? ¿Algo como lo que narran las leyendas? —preguntó Favel con curiosidad.

—No lo sé, realmente no lo sé —admitió Xeli—. Y no tengo a nadie que me ayude, por eso acudo a ti. Esa es otra razón por la que te busqué.

—¿A mí? ¿Por qué a mí? —Favel parecía sorprendida.

—Porque tal vez dos fanáticas de los Hacedores de Sangre podamos descubrir cómo manejar poderes divinos —explicó Xeli con una sonrisa esperanzada—. Si logro entenderlos, quizás encuentre una manera de protegernos en caso de un ataque.

Ambas intercambiaron sonrisas cómplices.

—Vamos a descubrir qué puedes hacer, Xeli.

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