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CAPÍTULO III


Piper no esperaba que su padre en persona fuese a recogerla.

No era una sorpresa desagradable, pero llegaba en un momento del todo inoportuno. ¿Cuáles eran las probabilidades? Por una maldita vez, a través del tiempo y el espacio, en el que su padre se permitía prestarle más de unos pocos minutos de atención, era cuando estaba tratando de desentrañar el misterio detrás de su propia regresión en el tiempo.

Maravilloso.

Simplemente maravilloso.

Aún así, a pesar de su amargura, Piper se permitió un breve instante de felicidad. Su padre no era muy distinto a como lo recordaba, unos cuantos años más joven, sí, pero no lo suficiente para ser demasiado notorio: dientes perfectos, barbilla con hoyuelo y aquel brillo en los ojos que siempre hacía que las mujeres adultas gritaran y le pidieran que les firmara el cuerpo con rotulador.

—¡Pipes!—su padre le abrazó con fuerza—. ¡Mira cuánto has crecido desde Navidad!

Lucía su característica sonrisa llena de seguridad y su cabello recién cortado como si estuviera listo para rodar una escena. Vestía de forma casual, como si quisiese no resaltar demasiado, pero claramente le era del todo imposible, considerando la cantidad de gente que se amontonaba no demasiado lejos de ellos, sacando fotos a la distancia y llamándole a gritos.

A Grover le entró un tic en el ojo.

—Piper... ¿tu papá es Tristan McLean?—preguntó—. ¡¿Y nunca nos lo dijiste?!

Piper intentó mostrarse apenada.

—Lo siento, Grover. No me gusta que la gente lo sepa, me tratan bien sin siquiera conocerme. Es más fácil saber quienes son tus verdaderos amigos cuando nadie sabe que tu papá es famoso.

El chico parecía estar tratando de pasarse un balón de fútbol por la garganta.

—Sí, pero... yo...—sacudió la cabeza—. Yo... necesito ir al baño.

Cuando Grover se disgustaba solía entrar en acción su vejiga, así que a nadie le sorprendió que se fuese hacer cola para el lavabo. Jason y Leo suspiraron aliviados, el chico cabra les estaba poniendo de los nervios al no parar de refunfuñar durante todo el camino: "¿Por qué siempre pasa lo mismo?" Y "¿Por qué siempre tiene que ser en sexto?"

Tristan McLean tosió para llamar la atención.

—Así que, ejem, Piper. ¿Estos son tus amigos?

Piper se rascó la cabeza.

—Esto... sí, ellos son...

—Tú debes de ser Jason—se adelantó su padre, extendiéndole la mano al chico—. Piper me ha hablado mucho de ti.

Jason aceptó el apretón de manos, aunque por una vez se le notaba bastante nervioso.

—Mucho gusto... señor.

Piper se apresuró a disminuir la tensión en el ambiente.

—Y este es Leo, mi otro mejor amigo.

—¿Cómo le va?—sonrió el aludido, aunque ciertamente tampoco se le notaba muy emocionado.

Piper cambió su peso de una pierna a otra incómodamente.

—Esto... papá, gracias por venir a recogerme, no te lo tomes a mal, pero... ¿qué haces aquí? No creí que tuvieses tiempo para verme.

Su padre le sonrió.

—Bueno, acabo de firmar un contrato. Las filmaciones empiezan en una semana, pero por mi nuevo horario he tenido que rechazar otros proyectos. Digamos que tengo unos cuantos días libres y pensé en pasarlos contigo, ¿qué te parece?

—Eso... ¡Eso es genial! Gracias, pero...

—Tus amigos pueden venir también, no te preocupes—insistió Tristan—. Estaba pensando en algo discreto, lejos de la gente, ya sabes. Alquilé una cabaña en Montauk, podemos hacer surf en la playa, será divertido.

Piper cruzó una mirada con sus amigos. Por un lado, era sorprendentemente conveniente. Montauk estaba en la orilla sur de Long Island, bastante cerca del Campamento Mestizo. Por el otro lado, resultaba extraño que a Tristan McLean justo le diese con ir a vacacionar en un sitio como aquel en ese momento. Algo no iba bien.

—Esa es una oferta muy generosa, señor, muchas gracias—dijo Jason—. Leo y yo... haremos un par de llamadas, pero nos encantaría ir con ustedes.

—Le avisaré a Grover que nos vamos—decidió Leo—. Gracias otra vez, señor.

—No hay problema—sonrió Tristan—. Pueden contarme todo sobre su año escolar en el camino.







Su bungalow alquilado estaba en la punta de Long Island. Era una casita de tono pastel con cortinas descoloridas, medio hundida en las dunas. Había arena en las sabanas y arañas por la habitación, por no mencionar que el mar estaba demasiado frío para bañarse.

A Piper le terminó fascinando.

Le recordaba, de una extraña manera, a la vieja casa de su abuelo Tom en Oklahoma: una cabaña destartalada con celosías en lugar de ventanas y dos cuartos diminutos que olían a puro. Además de la completa falta de aire acondicionado, lo que volvía el agobiante calor de mediados de agosto del todo insoportable.

A Tristan parecía sentarle bien la falta de lujos. Vestido con una vieja camiseta de manga corta y unos vaqueros, parecía un tipo cualquiera de Tahlequah, Oklahoma, un cherokee, no un actor de Hollywood.

Llegaron a atardecer, abrieron las ventanas y se pusieron a limpiar. La tarde fue estupendamente, conversaron sobre los últimos proyectos de su padre, sobre la escuela, abordaron las inevitables e incómodas preguntas sobre la relación entre Piper y Jason. Casi se sentía normal, cómo si las incontables locuras de su vida sólo hubiesen sido un muy largo y doloroso sueño.

Cuando anocheció, hicieron una hoguera. Asaron salchichas y malvaviscos. Su padre les contó historias que el abuelo Tom solía narrar en la reserva y les habló sobre una lista de papeles que se le habían ofrecido a fechas recientes.

Piper estaba disfrutando, pero no podía dejar de prestar atención a Jason. Estaba ansioso, alerta, impaciente. Ella quería decirle que se relajase un poco, que le dejase disfrutar de aquellos momentos, que su misión no se iría a ningún lado, pero no podía. En el fondo sabía que Jason tenía razón al estar tan nervioso. Algo malo estaba por pasar, pero Piper no sabía bien qué.

Al final, reunió valor para preguntar algo que, aunque ya conocía la respuesta, podría ser la señal que las Moiras necesitaban para intentar arruinar su día lanzándole un monstruo a la cara: su madre.

Ninguna sorpresa. Ella siempre preguntaba sobre su madre cuando tenía la ocasión.

Su padre se encogió de hombros resignado.

—¿Qué quieres saber, Piper? Ya te lo que contado: desapareció. No sé por qué ni a dónde fue. Después de que tú nacieras, simplemente se marchó. No he vuelto a saber de ella.

Leo y Jason guardaban silencio, Piper comprendió que los chicos se sentían fuera de lugar, intrusos en los momentos de vulnerabilidad de quien ellos percibían como la siempre increíble estrella de acción Tristan McLean, pero a su padre no pareció molestarle la presencia de sus amigos.

—¿Crees que sigue viva?—cuestionó entonces Piper, empujando un poco más.

Él se quedó mirando las olas.

—Tu abuelo Tom—dijo finalmente—solía decirme que si caminaras lo suficiente hacia la puesta de sol, llegarías a la Tierra de los Fantasmas, donde podrías hablar con los muertos. Decía que hacía mucho tiempo podías resucitar a los muertos, pero luego la humanidad lo echó todo a perder. Bueno, es una larga historia.

—Entonces, ¿estás diciendo que crees en esas historias? ¿Crees que mamá está muerta?

A él se le empañaron los ojos, y Piper vio la tristeza que había tras ellos. Se imaginaba que por eso a las mujeres les atraía tanto. Por fuera, parecía seguro y fuerte, pero sus ojos encerraban mucha tristeza. Las mujeres querían averiguar por qué. Querían consolarlo y nunca lo conseguían. Su padre le había contado una creencia cherokee: que todos llevaban esa tristeza dentro después de generaciones de dolor y sufrimiento. Pero Piper creía que había algo más.

—No creo en esas historias—dijo él—. Son divertidas de contar, pero si realmente creyera en la Tierra de los Fantasmas, o en los espíritus animales... no creo que pudiera dormir por las noches. Siempre estaría buscando a alguien a quien culpar.

"Alguien a quien culpar de la muerte de cáncer de pulmón del abuelo Tom"—pensó Piper—. "Antes de que su padre se hiciera famoso y tuviera dinero para ayudarle. De que su madre, la única mujer a la que había amado, lo abandonara sin tan siquiera dejar una nota de despedida, dejándolo con una niña recién nacida que no estaba preparado para cuidar. De ser famoso pero no ser feliz".

—No sé si está viva—dijo—. Pero sí creo que podría estar en la Tierra de los Fantasmas, Piper. No hay forma de recuperarla. Si creyera lo contrario... No creo que tampoco pudiera soportarlo.

Jason miraba al cielo con la mirada perdida, ajeno a lo que sucedía, como si finalmente las palabras de Tristan lo hubiesen sacado de su misión y le estuviesen haciendo revivir el presente.

—Mi madre murió el año anterior en un accidente automovilístico—dijo finalmente—. Quizá la conozca, al menos de nombre. Se llamaba Beryl Grace, era actriz de televisión, pero no llevaba la fama bien. Bebía y hacía tonterías. Siempre aparecía en la prensa amarilla. No se cansaba de recibir atención. Cuando mi padre se marchó, poco después de que yo naciera, ella no pudo aceptarlo. Ella ya estaba mal antes de él, pero sólo fue a peor. En lo que a mi respecta, señor McLean, usted ha llevado todo con dignidad, ha salido adelante de una situación que destruiría por completo a otros y siempre ha intentado darle a Piper la mejor vida que pudo. Le admiro por eso.

Tristan le miraba en silencio, con una nueva apreciación en sus ojos. Parecía querer decir algo, pero las palabras no le salían con facilidad.

—Eres un buen chico, Jason. Y realmente siento lo de tu madre. Me alegro de que Piper te haya encontrado... parece que estar contigo realmente le ha hecho bien, te lo agradezco.

Piper guardaba silencio, un tanto incómoda, pero conmovida por las palabras de su padre. Leo miraba hacia el horizonte, con los ojos perdidos en el mar, preguntándose si sería capaz de llegar por tercera vez al lugar al que ningún hombre debería de ser capaz de regresar.







Esa noche, Jason tuvo un sueño muy real.

Había tormenta en la playa, y dos animales preciosos—un caballo blanco y un águila dorada— intentaban matarse mutuamente entre las olas de la orilla. El águila se abalanzaba y rasgaba con sus espolones el hocico del caballo. El caballo se volvía y coceaba las alas del águila. Mientras peleaban, la tierra tembló y una voz monstruosa estalló en carcajadas desde algún lugar subterráneo, incitando a las bestias a pelear con mayor fiereza.

Jason corrió hacia la orilla, sabía que tenía que evitar que se mataran, pero avanzaba a cámara lenta. Sabía que llegaría tarde. Vio al águila lanzarse en picado, dispuesta a sacarle los espantados ojos al caballo, y gritó "¡Nooo!".

Se despertó sobresaltado.

Fuera había estallado realmente una tormenta, la clase de tormenta que derriba árboles y casas. No había ningún caballo o águila en la playa, sólo relámpagos que iluminaban todo con fogonazos de luz, y olas de siete metros batiendo contra las dunas como artillería pesada.

Al siguiente trueno, el resto también se despertó. Tristan se incorporó con los ojos muy abiertos y dijo:

—Un huracán.

Eso era absurdo. No se suponía que los huracanes llegasen a Long Island al principio del verano. Pero al océano parecía habérsele olvidado. Por encima del rugido del viento, Jason oyó un aullido distante, un sonido enfurecido y torturado que le puso los pelos de punta.

Después un ruido mucho más cercano, cómo mazazos en a arena. Y una voz desesperada: alguien gritaba y aporreaba la puerta.

Piper saltó de su cama y abrió el pestillo.

Grover apareció enmarcado en el umbral contra el aguacero. Pero... no con la apariencia con la que le habían conocido durante los últimos dos meses. Le faltaban los pantalones, y en donde deberían haber estado sus piernas, lucía dos peludas patas de cabra.

—He pasado toda la noche buscándolos—jadeó—. O Zeu kai alloi theoi! ¡Me viene pisando los talones!

Jason lo tomó por los hombros.

—¡Oye! Lingua graeca non loquo! ¡Cálmate y dinos qué está pasando!

Tristan se volvió hacia Piper con gran preocupación en su rostro.

—¡Piper!—gritó para hacerse oír con la lluvia—. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Qué está diciendo tu amigo?

Piper pareció aturdida por un segundo, pero sólo fue un momento. Acto seguido, endureció el semblante y tomó sus cosas.

—¡Tenemos que irnos, papá!—exclamó—. ¡Tenemos que irnos ahora!

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