Nunca contemple que tú precisamente, comenzaras aproximarte con otras intenciones a mí.

Hablabas más de lo normal conmigo, bromeabas y hasta me preguntabas que música escuchaba cada vez que me mirabas con los auriculares incustrados en las orejas.

Poco a poco el esfuerzo empleado para enterrar mis sentimientos por ti, fueron encontrando el modo de salir. Todo gracias a ti y tus hermosos y pequeños ojos cafés que me derretían.

Tus labios delgados me invitaba a comprobar su sabor.

Pero yo era tímida.

Lo más probable es que estuviese confundiendo tu amabilidad con algo que yo anelaba, pero que no podía ser.

Sin embargo, tú no te rendías. Persistías tanto por tomar mi atención.

Pero yo era cobarde, e inexperta.

No sabia si lo que me imaginaba era real o si realmente tú querías algo más.

Comencé alejarme, pues no quería que por mis  ideas torpes, saliera lastimada.

Jamás un chico me había lastimado, pero sabía que si tú lo hacías aunque no fuera tu intención, me dolería.

Si imaginar sufrir a causa tuya se sentía como el mismo infierno, no quería conocer lo que sería sufrir en carne propia.

Debía alejarme de ti.