
~|CAPÍTULO 8|~
CAPÍTULO 8
Francisco
Me subo la bragueta del pantalón mirando a la chica que tengo frente a mí. Ella me sonríe algo nerviosa por el dinero que le di, debido a que era mucho más de lo que ella cobraba por sus servicios.
—Ya, no te crispes, es difícil vivir de esto. Tómalo como un obsequio, anda—le animé.
—Pe-pero, alteza...
—Tranquila—le callé con suavidad—. Me debo ir ya. Que tengas una buena noche, Jane.
—Gracias, alteza.
—Llámame Francisco—le dije antes de salir por la puerta.
Cuando el aire fresco me dio en la cara me di cuenta de el gran paso que había dado. Desde que Antonella se había ido me había costado mucho tener sexo con otras chicas, siempre acababa pensando en ella o diciendo su nombre.
Pero ahora no había pasado. Aunque no dudaba que, si mañana se le daba la gana a Antonella, sólo debía chasquear los dedos para tenerme a sus pies.
Porque el amor es así de masoquista.
Al llegar a Lonkred, entré pensando en que debía disimular bien lo sucedido con Antonella hoy. Si Guillermo se enteraba de que la había besado, ignorando sus advertencias, íbamos a volver a pelear y no estaba de humor para eso.
Entré a mi habitación cerrando la puerta a mi espalda. Sentí la puerta del baño abrirse y salió Guillermo secándose la cara después de, al parecer, haberse lavado los dientes. Miré el reloj en la pared «11:46pm»
—¿Estos son horarios de llegar, Francisco?—preguntó tirando la toalla que estaba usando a un lado.
—No me jodas, bro—me limité a decir —. Voy a darme una ducha.
—Sí—masculló con cierto tonito de ironía y sarcasmo—. Seguro que andas bañado en los fluidos de muchas prostitutas.
Me quedé de piedra. Me giré hacia él lentamente con el ceño fruncido.
—¿Cómo demonios sabes dónde estaba?
—Existe algo llamado "móviles" y tienen "ubicación"ha—volteó los ojos—. Además, yo frecuento ese lugar, me sé la dirección. Ahora dime, Francisco. ¿ Qué hacías en un lugar como ese a casi media noche?
—¿No es obvio?—tragué saliva y fingí indiferencia— Pues follar.
Guillermo me miró como si estuviese viendo a un bicho raro. Cómo si no me conociera. Sé que me estaba comportando como un imbécil, pero siempre que recuerdo que mi relación con Antonella se fue a pique por su culpa quiero desesperadamente hacerlo sentir al menos un poco mal.
—Y yo creyendo que eras el de los dos que no estaba perdido...
—Pues ya ves...—dije caminando hacia el baño y cerré la puerta detrás de mi soltando un suspiro al verme en el espejo—Todos estamos perdidos de alguna forma...—susurré para mí.
No me gustaba ser así. Odiaba cuando Guillermo se comportaba de esa manera conmigo. Pero si él no se hubiese encaprichado con mi novia, Antonella y yo estaríamos juntos y no sentiría que estoy hecho mierda.
Me quito la ropa y entro en la bañera. El agua caliente me inunda llevándose, temporalmente, mis frustraciones. Me permito pensar con claridad. Tal vez esté jodidamente enamorado aún de ella, pero no por eso debo darle el derecho a destruirme. No por eso debo dejar que mate lo bueno que hay en mí, eso que siempre nos ha hecho diferentes a Guillermo y a mí.
Salgo enroscándome una toalla a la cintura. Guillermo está sentado en su cama. Se ha puesto una camisa y un pantalón de pijama.
—Hablé con Antonella hoy— digo buscando ropa en mi cajón.
—Lo sé—me dice y frunso el ceño confundido—. Me lo dijo.
—Así que hablaron...— digo lentamente con una sonrisa irónica. Me volteo hacia él—Y diganme ¿Usaron condón?
—No seas idiota, Francisco.
—Me da igual lo que hayan hecho—miento—. Me dan igual todos ustedes. Estoy harto de esta mierda y este tira y afloja de Antonella con nosotros dos. Sólo nos está usando, Guillermo. Hoy me dice que no está enamorada de mí y mañana, cuando busca sexo, dice que soy el amor de su vida.
Guillermo se limita a observarme, luego a la pared, con sus tupidas cejas negras juntas. Niega lantamente con la cabeza sin cambiar de expresión. Me vuelve a mirar como si no me conociera. Sin decir una palabra se pone unos zapatos , un abrigo y sale por la puerta tirándola con fuerza.
Antonella
Miro el techo de la habitación con la imagen de los labios de Guillermo sobre los míos otra vez. Sonrío involuntariamente. Estaba enamorada de él, enamorada del chico con el que alguna vez había traicionado a mi novio. Miré a Darikson, quien dormía plácidamente en el otro extremo de la habitación. Se veía relajado y feliz. No lo dudo, su ducha duró casi una hora. Trato de no sacar conclusiones precipitadas pero no puedo evitar pensar que pasó algo con Damon que él no me está contando.
Mi ola de pensamientos es interrumpida cuando una vibración bajo mi almohada me sobresalta. Saco mi móvil y casi grito al ver un mensaje de Guillermo.
Guillermo: Nos vemos dentro de cinco minutos en la casa del lago.
Me muerdo el labio para no gritar. Cuando éramos amantes solía mandarne mensajes así a media noche para que yo me escapara. La nostalgia de aquella época me invade un poco , pero es mejor ahora porque estoy completamente soltera.
Me pongo una gabardina sobre mi vestido de dormir y unos zapatos antes de acomodarme el pelo en el espejo y salir casi corriendo. Trato de no hacer demasiado ruido pues estos pasillos son traicioneros. Al llegar al jardín salgo por la puerta trasera. Hay un lago que rodea casi toda la escuela pero al otro lado, a varios metros hay una casa casi abandonada que es dónde Guillermo y yo solíamos vernos a escondidas. Al notar una luz dentro, me apresuro corriendo para llegar hasta allá.
Cuando llegué noté que la puerta estaba echada un poco hacia delante. Así que entré terminando de abrirla. Guillermo estaba sentado frente a la chimenea que alguna vez habíamos improvisado allí. Estaba mortalmente callado así que supuse que estaba perdido en sus pensamientos. Estaba sentado con los pies cruzados y las manos hacia atrás. Miraba fijamente el fuego. Me acerqué a él pasando las manos por su pecho y se tensó. Saqué la cabeza por un lado para ver su cara. Le sonreí y aunque intentó devolverme la sonrisa se veía que estaba incómodo.
—¿Todo bien?—pregunté poniéndome igual de seria que él.
Él suspiró y se acomodó dejando espacio en la alfombra para que yo me sentara a su lado.
—Algo malo le ocurrió a Francisco—abrí los ojos alarmada—. No te asustes, está bien—suspiré aliviada ñ—. Al menos físicamente porque emocionalmente lo veo bastante inestable.
—¿A qué te refieres?
—Conoces bastante a Francisco, así que sabes que cosas es capaz de hacer y que cosas no—asentí —. Pues imgina el hecho de que, después de tu conversación con él, se fue a un prostíbulo.
Abrí los ojos que seguramente parecía que se iban a salir de las cuencas. ¿Un prostíbulo? Francisco odiaba esos lugares. Él siempre había dicho que esos lugares sería de los primeros que erradicaría si se convertía en rey algún día. No me había prometido que no iría a un lugar de esos algún día, pero me había comentado que si lo hacía debía estar muriéndose en la miseria.
—Guillermo, lo siento mucho. Cuando Francisco se acercó a mí y me besó no quise responderle. Él se apartó confundido y le dije que no podía seguir fingiendo que estaba enamorada de él porque no era cierto...Yo sólo...
Me callé al notar que se había formado un silencio sepulcral a mi lado.
—Hiciste lo correcto— murmuró Guillermo sin mirarme.
—Eso espero...Yo sólo...—me callé. No era el momento para decirle que estaba enamorada de él y menos para contarle ese secreto que me había atormentado por dos años. No era el momento—. Quiero hacer las cosas bien— corregí.
—Me alegra que quieras hacerlo—dijo y me dio una tensa sonrisa a boca cerrada.
Sin que él dijera nada, me levanté, me quité la gabardina de encima quedando en mi vestido de dormir de tirantes y me senté a horcajadas sobre él. Guillermo me miró buscando una salida de la batalla mental que estaba teniendo. Si se volvía a acostar conmigo estaría dando luz verde, me habría perdonado y podríamos empezar de cero. No sabía exactamente que sentía por mí, no sabía si estaba tan enamorado de mi como yo lo estaba de él pero...al menos sabía que ambos habíamos quedado tan envueltos en nuestros pasionales encuentros que la lejanía de dos años fue una tortura tanto física como emocional para los dos.
Con sus iris azul marino examinó mi rostro, mis labios y la piel expuesta de mis hombros y mis clavículas. Pasé un dedo por el contorno de su mandíbula bien marcada, varonil y luego por cada uno de sus masculinos rasgos. Guillermo parecía un hombre fuerte y maduro. Sabía que no era lo segundo del todo por momentos pero el hecho de haber pasado toda su vida entrenando para ser rey y siendo víctima de los malos tratos del iceberg de su padre desarrolló una enorme capacidad de ser maduro en los momentos correctos.
—¿Qué haces?—susurró.
—Lo mismo que hiciste tú aquella noche en la playa— le recordé nuestra primera vez— : lanzarme esperando buenos resultados...—cité sus palabras.
No pudo evitar levantar sus comisuras en una ligera sonrisa.
—Estaba un poco borracho esa noche...
—Patrañas. Sólo fueron dos copas de vino, Guillermo.
Él soltó una carcajada triste.
—Han pasado tantas cosas desde entonces...Estamos tan rotos por dentro, princesa.
Lo miré y puse un beso en la comisura de sus labios antes de susurrar :
—Lo bueno es que ahora estoy dispuesta a ser quien te repare, aunque termine de romperme en el proceso.
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