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9


Se conocieron durante el otoño de un año que no recordaba con mucha claridad, pero que había sido un poco lento o al menos eso le pareció a Agustín Hessler cuando se hallaba en el jardín de su hogar regando los rosales que su madre había sembrado.

No era afín a las tareas de jardinería, aunque tenía que hacerlo si quería salir a jugar la mañana siguiente.

— No es una tarea humillante —le aseguró su madre con un tono que transmitía alegría cuando acudió a quejarse de lo poco varonil que se veía cuidando flores—. Te hace ver como todo un hombrecito.

— Los hombres no cultivan flores —renegó un Agustín pueril, tonto y enojado.

— Los hombres siembran sentimientos —prosiguió su madre—. Las rosas han florecido bastante bien a pesar de que no es su temporada. ¿Sabes por qué? —Él había negado con rapidez—. Porque tú las has cuidado todo el verano.

— Tú me pediste que lo hiciera.

— Yo te dije que lo hicieras un día, pero tú lo hiciste de manera constante —explicó la mujer de manera sonriente—. Cuando termines, vienes a comer, ¿de acuerdo? Te he preparado un rico almuerzo.

Agustín siguió con lo que hacía y solo vio a su madre entrar a la casa sabiendo que su sabiduría era razonable.

Cuando hubo terminado y se disponía a cerrar el conducto del agua, Agustín terminó observando el vehículo plateado estacionado en la casa de al lado.

Era conocedor de que habían vendido la propiedad, pero no sabía nada acerca de los nuevos inquilinos. No obstante, cerró la llave y entró a su hogar para almorzar.

No fue hasta la noche, justo cuando iba a dormir, que se percató de la luz encendida en la habitación frente a la suya. Agustín bajó las cortinas porque no quería parecer entrometido, pero su curiosidad infantil lo hizo asomarse sigilosamente por un espacio pequeño creado entre la esquina de la ventana y la parte inferior de la cortina.

Oculto por la oscuridad de su alcoba, observó la manera en que dos personas se movían por aquella habitación. No alcanzaba a distinguir con claridad, pero una de esas personas era una niña. Agustín lo supo porque fue ella quien se acercó a la ventana para cerrar las cortinas.

Sin embargo, Agustín Hessler no supo nada de sus nuevos vecinos hasta dos días después, cuando su madre lo llevaba a la escuela y un hombre los saludó. Detrás de él se encontraban dos niños.

Eloísa tenía el cabello rizado recogido en dos coletas, usaba un vestido de cuadros y calcetas guindas con sus zapatos negros. Además de que portaba unos lentes realmente repugnantes que hacía ver sus ojos demasiado diminutos. Para Agustín Hessler ella era la niña más horrorosa de todo el vecindario y desgraciadamente también era su vecina.

Hassan vestía de manera diferente. Él se veía imponente e inspiraba miedo. Agustín sabía que debía mostrar precaución al relacionarse con ese niño con solo verlo.

— Un gusto, Osías —se despidió su madre—. Espero que hayan encontrado lo que buscaban y sean bienvenidos.

— Gracias, Simone —expresó el hombre antes de abrir la puerta del vehículo plateado.

Agustín permaneció observando la manera en que los tres individuos se alejaban y tal vez hubiera alargado su impresión, si su madre no lo hubiera apurado para seguir el trayecto.

Nunca compartió clases con ella, pero sí con Hassan, aunque este era dos años mayor. La mayoría de sus compañeros de clase le mostraban su recelo por el carácter vil que Hassan tenía. Agustín se mostraba indiferente, pero las niñas solían llorar con sus insultos y Hassan recibía llamados de atención que nunca llegaban a ningún lugar.

No era un buen estudiante y eso se demostró en el momento que repitió año y Agustín se libró de su compañía en los salones del instituto educativo al que asistían. No era que se sintiera amenazado por él, pero sintió un gran alivio cuando supo que jamás volverían a estar juntos en un aula.

Hassan desprendía una toxicidad hiriente y Agustín no poseía un antídoto eterno para convivir con él de manera constante.

— Probablemente se debe a la falta que le hace su madre —había sugerido la madre de Agustín durante una cena cuando Hassan era el centro de atención porque golpeó a un compañero a la salida del colegio.

— Su padre debería saber cómo instruirlo, de lo contrario fracasó como padre —aseveró Sean Hessler y Agustín se cuestionó si con el tiempo su padre comprendió que criar a un hijo sólo no era tarea fácil.

Para Agustín, Hassan no sólo necesitaba el cariño maternal, pues cada ocasión que recibía alguna especie de amor, él lo repelía, lo erradicaba y lo transformaba en odio. Pareciera que rehuía de todo tipo de cariño que le ofrecían.

Hassan necesitaba un sentimiento más potente que el amor, pero Agustín no conocía ese sentimiento.



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