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22


Era una presentación de baile, ahora era capaz de recordarlo, donde Eloísa Marzak era la estrella principal debido a que iniciaba su último año escolar.

La joven de rizos castaños había pasado trece semanas practicando para ese momento y Agustín estaba ahí, justo en la butaca número seis de la primera fila. No se perdería ni un solo momento del fulgor que Eloísa desprendería, aunque ya había sido testigo previo del espectáculo que la joven había ensayado.

No obstante, la escenografía, el vestuario y la misma Eloísa diferían de aquellos lapsos atesorados bajo la luz de una bombilla, la oscuridad nocturna y la ausencia de adultos.

— ¿Cuándo se supone que es? —Solía cuestionarle para molestarla al fingir que había olvidado una fecha tan importante.

— Te lo he dicho ya, Gusy —le respondía con un mohín bastante exótico en aquel rostro adornado con viejos anteojos y aparatos dentales que se asomaban al mundo cada vez que ella sonreía—. El dieciocho de octubre.

— El dieciocho de octubre —repetía junto a ella para fastidiarla de la manera en que lo fastidió en su infancia—. ¿Ves que no lo he olvidado?

Eloísa lo sabía, por eso le permitió obsequiarle un brazalete que lució en aquella presentación a pesar de que se molestó en el instante que Agustín rechazó la beca y cambió Inglaterra por un poblado refundido en el norte del continente americano.

— Debiste ir —le dijo la noche que creó una lista de reproducción especialmente para Agustín y su errada posición en el mundo—. Ahora estarías en pubs conociendo a vedettes famosas.

— ¿Piensas estudiar danza para ser vedette?

— No —aseguró con una sonrisa entrañable; de esas que parecen infantiles y llenas de conocimiento a la vez—. Yo quiero formar parte de una compañía de danza y presentarme en teatros importantes. Tú, ¿qué quieres ser, Gusy?

— Yo quiero ser el novio de una famosa bailarina que sea parte de una prestigiosa compañía de danza —decía con una mofa delicada, cuidando la mesura con que se expresaba.

Todo saldría bien.

Agustín trabajaba en el banco. Eloísa cursaba su último año.

Semanas antes, Agustín habló con Sabira y le exigió que fungiera como la persona al mando que el Estado había dicho que era. Eso significó que Hassan se viera obligado a mejorar su comportamiento debido a que era una pésima influencia para su hermana menor y si se le acusaba con el gobierno, Eloísa ganaría el apoyo debido a todo lo que tuvo que soportar. Además, el padre de Eloya pronto quedaría en libertad y él sabría cómo lidiar con su hijo mejor que otros. Únicamente tenían que esperar un poco.

— Casi no me habla —le contó Eloya días antes de su presentación—. Cuando quiero ir a su habitación para preguntarle cómo está, me cierra la puerta y me pide que me vaya.

— Está molesto —expresó Agustín sin conocer los verdaderos alcances que los sentimientos negativos pueden suscitar—. Ya se le pasará.

Pero no se le pasó.

Mientras Eloísa daba los últimos arreglos a su vestuario y Agustín resolvía la furia de su padre por haber rechazado la beca, Hassan planeaba un método de venganza bastante nocivo.

Quizás iba dirigido a los adultos que no lo comprendieron en su infancia. Tal vez era contra su extraña hermana que no compartía rasgos con él. Incluso podía estar desquitándose de Agustín. Los motivos eran algo que no lograba comprender del todo.

La mañana del dieciocho de octubre Eloísa Marzak se levantó con una emoción incontenida. Colgó un cartel en su ventana pidiéndole a Agustín que dejara de matar a los inocentes animales que solía cazar, pues no había tenido una grata experiencia cuando vio morir a un conejo blanco. No obstante, Agustín Hessler ignoró su petición y extrajo de su armario la ropa más formal que tenía, se dio una ducha, almorzó con rapidez y se marchó al trabajo, o eso le dijo a su padre.

En realidad, Agustín no podía decirle a su progenitor que iba a asistir a la presentación de su novia y mucho menos podía contarle que su novia era Eloísa Marzak, hija del hombre que más odiaba en toda la existencia.

Así que se fue a una dirección equívoca, creyendo que nadie descubriría su mentira. Pero antes de irse, revisó el rosal que había plantado con apoyo de Eloísa y cortó una rosa para entregársela antes de que comenzara su presentación.

Tal vez debió preocuparse por Hassan y su localización. Probablemente debieron revisar el fácil acceso que se tenía al escenario desde la azotea.

Mas no lo hicieron.

Los asistentes tomaron sus asientos, los maestros se dispusieron a fungir como guardianes del orden y los artistas se apresuraban detrás de un telón escarlata que se teñiría con su sangre.

La música era tan alta que el primer disparo se confundió con alguna falla técnica. El segundo conmovió a todos porque fue un bailarín, que se desenvolvía maravillosamente, el que cayó al suelo sin explicación aparente.

Entonces la música bajó de tono. El ritmo se volvió lento y el estruendo de las balas alarmó a todos.

Hubo gritos.

Agustín los recordaba.

También existieron intentos de abandonar el lugar y eso incrementó el número de víctimas.

Él se había agachado y desde el suelo buscaba incansablemente el lugar de donde provenían los disparos.

Tal vez debió preocuparse porque Eloísa se quitara del escenario.

Una persona con el rostro cubierto emergió en el centro que antes ocupaban los bailarines y dejaba ver su pistola como si fuera un objeto del que estuviera orgulloso.

— ¡Detente, Hassan! —Suplicó la joven castaña cuyas lágrimas habían arruinado su maquillaje—. ¡Hassan!

Su voz infantil, suave e inocente no podía sobresalir en aquel entorno. Debió ser un sentimiento complejo el descubrir que tu hermano mayor estaba arruinando la vida de ambos.

Eloísa Marzak nunca perteneció al mundo en que vivía. Ella merecía algo mucho mejor, como tener una madre, además de un padre responsable y un hermano mayor que la quisiera.

— Tenemos que salir, Eloya —murmuró Agustín cuando subió al escenario por ella.

A su alrededor había un barullo tan grande que las voces se entremezclaban hasta ser totalmente inentendibles. Algunos salieron y otros yacían en el suelo cubiertos de sangre.

— Es mi hermano —susurró Eloísa Marzak antes de que una bala le atravesara el cuerpo.

La conmoción que sintió Agustín Hessler lo paralizó.

El sollozo de Eloísa lo despertó de su trance.

— Tranquila —le dijo con una sonrisa para poder calmarla y cuando vio el lugar donde la bala había ingresado, Agustín se mostró ecuánime—. Ha entrado y salido. Tu pierna estará bien.

— Duele mucho —se quejó con una expresión que mostraba lo que sentía.

Agustín recordó el mohín que Eloísa puso al hacerse el tatuaje y se lo mencionó para que ella sonriera.

Lo consiguió.

De manera tenue, temblorosa e insidiosa, Eloísa Marzak sonrió en medio de un tiroteo escolar.

— Te dolerá más —advirtió Hassan sin detenerse a pensar en el temor que su hermana expresaba.

Agustín ayudó a Eloísa a ponerse de pie, pero su brazo recibió un impacto.

Ahora entendía porque usaba un cabestrillo que lo volvió un inútil. Comprendía que fue debido al dolor que emanó y a toda la sangre que perdió.

Había soltado a Eloya y ella se desplomó en el suelo. Su vestuario tan cuidado e impecable estaba manchado, arrugado y no lucia nada bonito.

— ¡Hassan! —No recordaba la cantidad de veces que Eloísa intentó detener a su hermano, pero sí todas las ocasiones que él se negó a escucharla.

— Nunca me agradaste —manifestó Hassan Marzak a Agustín cuando lo encaró con vehemente violencia—. Con tu comportamiento de niño consentido, tu responsabilidad innata y tu osadía de cogerte a mi hermana. ¿Sabías que no fuiste el primero para ella? ¿Te lo contó? ¿Te mencionó que hubo como veinte antes de que tú aparecieras?

— ¿Te he dicho que voy a matarte?

Agustín le había asestado un golpe, pero su brazo izquierdo no era tan bueno como el derecho. Hassan detuvo el ataque y lo empujó hacia el telón escarlata que colgaba en el escenario.

Hubo un intercambio de golpes. Agustín no era un experto, pero había un par de decoraciones que le servían de apoyo contra Hassan.

Ahora entendía el color morado de su rostro.

Hassan también utilizó un parte de la escenografía y atacó a Agustín.

Parecía una pelea interminable que se detendría cuando uno de los dos muriera.

Así que, en el momento que Agustín estaba en el suelo y Hassan le miraba detrás de un arma, Eloísa Marzak sujetó el brazo de su hermano para implorarle que recapacitara.

¿No se conmovió ni siquiera con todas las disculpas que Eloísa le pidió? ¿No pudo compadecerse del rostro de su hermanita?

— Te perdono por todo, Hassan. Eres mi hermano y te quiero —pronunció en el interior de un auditorio que tenía que verla triunfar, no morir.

Hassan cambió de expresión, observó a Agustín mientras se ponía de pie y vio a su hermana menor con una mirada compungida y fraternal. Parecía haber cambiado de intención y de destino.

La vio con amor.

No obstante, Agustín comprendió que algunas veces el magnetismo de las brújulas no funciona y resulta que te has perdido cuando estabas a mitad del camino. Justo en el instante que crees haber tomado el rumbo correcto, te detienes en medio de una fatalidad desconocida para darte cuenta de que te has quedado varado en el lado equivocado del mundo.

Segundos después Hassan disparó.


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