20
— Hassan tenía muchas deudas y lo iban a matar, eso me dijo. Es mi hermano, no lo abandonaré nunca —relataba Eloísa Marzak mientras ambos observaban el cielo invernal de la ciudad—. Ellos sólo me tocaban y aprendí a guardar silencio porque les molestaba que llorara.
Agustín se dio la vuelta, se apoyó en su brazo e interfirió en la visión de Eloísa Marzak.
— Él no debió usarte como moneda de pago —se quejó al besarla—. Debes denunciarlo.
— Es mi hermano —reiteró mirándolo con vergüenza—. No puedo hacerle eso.
— Si vuelve a pedirte algo similar, quiero que me lo digas —le pidió Agustín.
Sin embargo, en todo el tiempo compartido, Eloísa jamás le comentó que su hermano la usara para saldar sus deudas, pero eso no significó que Agustín dejara de observar a Hassan esperando un error.
Eloísa trajo una estabilidad a la vida de Agustín que había desaparecido con la figura materna que perdió. Le alegraba las mañanas con cada cartel que colocaba en la ventana de su habitación para que él pudiera leerlo al despertar. Incluso volvieron a plantar un rosal en el jardín vacío que tenía Agustín en casa.
— ¿Por qué de repente retomas la jardinería? —Indagó su padre un domingo por la mañana.
El rosal llevaba dos semanas plantado.
— El lugar se ve demasiado tétrico —respondió Agustín momentos antes de marcharse.
— ¿A dónde vas? Hoy no hay escuela y tampoco vas a trabajar.
¿Acaso su padre no podía simplemente callarse?
— Un simple recorrido —declaró al apresurarse a salir.
No obstante, Eloísa se burlaba cada ocasión que podía sobre las mentiras que le contaba a su padre para no descubrirse su relación.
— Invéntate algo mejor —solía decirle cuando ensayaba algún nuevo baile que presentaría en la escuela—, no sé, dile que estás estudiando para la universidad.
Tomó su sugerencia y al menos su padre se tranquilizó. Incluso le parecía de lo más normal cuando le decía que iba de cacería. La irrealidad que viven los padres es bastante cuestionable. Ellos eligen ser ignorantes de la vida de sus hijos y después exigen la verdad, a pesar de que decidieron creer la mentira.
Eso pensaba Agustín en la actualidad, pues, ¿cuántas señales no le dio a su padre para que descubriera que estaba con Eloísa Marzak?
Agustín Hessler se había paseado con Eloya delante de multitudes, asistido a todas sus funciones y hecho alusiones a la muchacha de rizos castaños que vivía al lado.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —Le cuestionó su padre—. Rechazaste una beca en el extranjero y nunca me mencionaste el motivo.
Lejos habían quedado ya las memorias recuperadas, las culpas reclamadas y los sentimientos atormentados. Lo más cercano que Agustín Hessler tenía era la fecha para que rindiera su declaración.
— El motivo nunca te importó —murmuró para sí mismo—. Me mentiste. Ella no lo sabía.
Ambos fueron eclipsados por palabrerías adultas que estaban escasas de verdad y cuando efecto pasó, lo único que les quedó fue una peculiar amargura que los apartó momentáneamente.
— Si no lo haces como método de venganza, ¿por qué lo estás haciendo? —Indagó Eloísa Marzak tras tomarse dos semanas de reflexión.
Estaban en la azotea de la escuela. Era un lugar fácil al que acceder desde el auditorio escolar donde Eloya solía presentarse junto a sus compañeros de club. Se trataba del lugar perfecto para aparecer sorpresivamente y disparar contra quienes estuvieran en el interior.
Ése fue el lugar por donde Hassan Marzak ingresó al escenario.
— ¿Recuerdas lo molesta que me parecías siempre? —Inquirió sin dejar de contemplarla a pesar de que ella eludía su mirada—. De algún modo creo que me frustraba no ser suficiente. Yo siempre sería un amargado retraído y tú serías eternamente una muchacha elocuente y expresiva. Eres una contrariedad a la que le temo.
— Tú posees un efecto soporífero —pronunció Eloísa al mirarlo con ojos celestes que se refugiaban detrás de sus horrorosos anteojos—, y yo parezco ser una adicta al sueño.
— Asumí que lo sabías —mencionó Agustín—. Mi padre lo dijo.
— Sabira sólo nos contó que hubo un accidente, pero no sabía que fue tu madre. Lamento mucho haber sido un factor relacionado con tu tristeza.
— Nosotros no tenemos la culpa —reflexionó de la forma que debió hacer cuando era un infante y quería hablarle a Eloya, pero se frenaba por los comentarios de su padre.
— Agustín, sé que te parece complejo asimilar...
— Ella no sabía que su padre había asesinado a mi madre —interrumpió en el presente donde lo más notorio era la ausencia que le había quedado—. Ella era inocente y tú me dijiste que heredó la maldad de su padre. Ella era diferente a su familia.
Lo repetiría incansablemente de la manera que debió repetirlo en el pasado. No obstante, ya era tarde.
Debió tener las agallas antes, debió ser intrépido y decirle a su padre que se fuera al carajo, que estaba enamorado de Eloísa Marzak desde mucho antes de que su madre muriera.
— Procura no mitificarla cuando declares —indicó su progenitor al levantarse de su asiento y dejarlo con la comida delante.
Seguía enojado.
Agustín intentó usar su mano con la misma costumbre del pasado y, cuando no le dolió, supo que la cura para el dolor físico llegaba mientras se liberaba la agonía del dolor emocional.
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