18
Hassan irrumpió en su propia casa a las tres de la madrugada de la manera más estrepitosa posible.
Agustín se despertó y lo primero que hizo fue asomarse por la ventana para ver si Eloya se percató del incidente suscitado por su hermano. Sin embargo, la luz de la habitación de la niñita de rizos castaños se mantenía apagada.
No se encendió cuando el vidrio se rompió por un golpe proveniente del interior de esa estancia.
Agustín Hessler se mantuvo alerta por si algo más grave sucedía, pero nada parecía perturbar a su singular y fastidiosa vecina, Eloísa Marzak.
La mañana siguiente despertó y se marchó sin avisar a su padre, que dormía plácidamente en su habitación. El objetivo de Agustín era muy sencillo: espiar a Hassan.
La mañana se disolvió al estar sentado en el jardín trasero de una casa en venta para poder ver a Hassan Marzak desde su cama mientras dormía. Eloísa, por el contrario, salió a la escuela porque ella sí era una buena estudiante.
Lo único sobresaliente que ocurrió en la vida de Hassan Marzak fue que la mujer que tenía su custodia lo visitara para dejarle el desayuno.
¿Podía alguien como él merecer un buen trato? La mayoría de los habitantes del vecindario dirían que no, pero Eloya diría que sí, pues durante su infancia solía compadecer a su hermano mayor.
Sin embargo, debido a la nula presencia de Hassan y a la ausencia de Eloya, Agustín decidió regresar a su hogar.
— Hassan dijo que lo acosabas, Gusy —le comentó Eloísa la mañana siguiente—. Y yo que pensé que te gustaban las chicas —se burló al mirarlo de reojo antes de cruzar la calle.
¿Por qué le permitió a la imposición extrema de su padre apartarlo de la sonriente Eloísa Marzak? ¿Fue su mente pueril o su comodidad lo que le hizo más fácil el dejarla ir?
Ninguna de las dos, ya que en ocasiones la buscaba de manera refleja. Como un impulso al que quieres renunciar, pero que se encuentra adherido a ti. Probablemente se odiaban tanto el uno al otro que el destino había decidido castigarlos obligándolos a coincidir con una frecuencia sempiterna.
Así que una mañana de primavera Agustín Hessler se enfiló con gran entusiasmo a su encuentro con su trabajo. Necesitaba ahorrar con rapidez para marcharse en el futuro inmediato y el sueldo que ganaría se convertiría en su boleto de ida.
No obstante, a veces se cuestionaba cómo podía pensar en alejarse sin sentir ningún remordimiento. Ni siquiera sentía pena por abandonar a su padre, sólo quería irse de un lugar en el que no encajaba. Agustín deseaba apartarse del vecindario que parloteó sobre el fallecimiento de su madre, de la ciudad que condenó a un homicida a años de prisión, pero, sobre todo, quería huir de su vecina hostigosa y bonita.
Pero la primavera parece traer el renacer de todo tipo de vida, incluido los sentimientos.
Una vez más, Hassan fue el detonador entre el encuentro de Eloísa Marzak y Agustín Hessler. En esta ocasión, el mayor de los Marzak abandonó a su hermana a mitad de la cafetería, de un colegio donde no tenía permiso de ingresar, tras reclamarle por un descuido infantil que Eloya cometió.
Varias de las chicas murmuraron comentarios sarcásticos sobre la figura de Eloísa Marzak y, aunque ella intentó seguir luciendo seria, Agustín descifró la expresión que su rostro impasible y pueril ocultaba.
— No debieron permitirle la entrada —le comentó en el instante que regresaban a sus clases.
— Tal vez simplemente debí hacer las cosas de manera correcta.
— Eloya, eres su hermana, no su esclava —aseveró Agustín al sujetar a la muchacha del brazo para obligarla a detenerse.
¿Cuántas veces había querido decírselo? ¿Cuántas veces durante su infancia quiso decirle que ser hermanos no significaba soportar tratos desagradables?
— Tengo que ir a clase, Gusy —le dijo al soltarse de su agarre.
Agustín la observó marcharse, pero la siguió sigilosamente cuando se escabulló por los pasillos que llevaban al escenario y no a un aula de clases.
Eloísa Marzak pudo ser un incordio durante su infancia, pero no era un incordio malo. Al contrario, era de esas personas fastidiosas que se preocupaban por tu bien en lugar de hacerte daño.
¿Esa era la razón por la que se enamoró de ella?
— ¿Debería pedir un deseo? —Indagó al colarse entre los asientos de quienes solían reunirse para contemplar a un grupo soñador de artistas.
— ¿Qué haces aquí? —Le preguntó con rapidez Eloísa al quitarse las gafas para disimular las lágrimas que Agustín ya había visto.
— Sólo me aseguró que sepas buscar tu destino —susurró, esperando que ella entendiera sus palabras. Deseando que Eloísa Marzak recordara el obsequio que le había otorgado.
— La brújula —respondió con una leve sonrisa y eso bastó para él.
Si Eloísa recordaba aquel detalle, significaba que durante este tiempo pensó en él de la misma forma que él pensaba en ella.
En el instante que Eloya le sonrió con sus lentes vetustos y sus ojos se encontraron libres de lágrimas, Agustín recordó las palabras de su padre y con toda la seguridad del mundo, podía plantarle cara y decirle que no, que sus palabras no eran ciertas.
Eloísa Marzak no había heredado la maldad de su padre y él no tenía que mantenerse apartado de ella.
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