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Inglaterra no era tan inalcanzable, si mejoraba sus cualidades académicas. Además, las universidades tenían programas de intercambio y, aunque el idioma distaba un poco, Agustín podía acostumbrarse al léxico con rapidez.

Así que a los trece años había ahorrado todo el dinero que su padre le proporcionaba durante los fines de semana para solventar sus ahorros y marcharse a Londres, aunque al ver el mapa otras ciudades de Europa también llamaban su atención.

— ¿La Universidad de Durham? ¿No crees que te estás adelantando mucho? —Le había cuestionado su padre una tarde de junio cuando le contó sus planes tras escuchar el transcurrir de su trabajo.

— Es mejor estar preparado —aseguró, pues no quería llegar a los diecisiete años y no saber a dónde quería ir.

No obstante, llegó a los catorce y se sorprendió de no encontrarse con el habitual cartelón de felicitación que Eloísa Marzak colocaba en su ventana para que él pudiera leerlo.

Una parte de él se alegró muchísimo de que ella al fin pudiera romper esa conexión prematura que surgió con la misma rapidez con que culminó. Los sentimientos restantes se entristecieron por la inconexa relación que ahora sostenían.

Eloísa había dejado de ser su compañera de trayecto, pues Hassan había comenzado a llevarla a tomar el autobús y Agustín tomaba el lado contrario a la casa de Eloya con tal de no pasar frente a su hogar. Tal vez hiciera un recorrido más extenso, pero era mejor que convivir con Eloísa Marzak. Además, ya no se hablaban entre clases como antes ni tampoco se veían durante el almuerzo. Incluso ella había dejado de buscarlo.

Probablemente por eso imprimió el dibujo más parecido a la brújula que Eloya le había regalado e intentó cambiarle el diseño para hacerla más propia. También revisó sus ahorros y verificó que el dinero no se agotaría, si tomaba un poco.

Agustín, de ropaje oscuro y sentimientos llenos de incordio, había decidido realizarse un tatuaje.

La idea la extrajo de Billy Joe Armstrong, cantante de una de las bandas que escuchaba, y de la percepción de la brújula que un día Eloya le obsequió. Incluso añadió la fecha del fallecimiento de su madre para darle un significado más personal y que su padre no lo culpara de ser caprichoso.

Agustín evitó todo contacto con los niños Marzak, tal como su padre, así que se sentía en todo el derecho de tatuarse y, aunque no se lo contó, su padre no le reprendió cuando la tinta ya estaba adherida a su piel.

Sólo entonces, con quince años, un tatuaje y sin carteles de felicitación infantiles y sinceros, Agustín seguía escuchando música deprimente y estudiando tanto como sus instintos masculinos recién descubiertos se lo permitieron.

¿Era normal que comenzara a fijarse en las muchachas mayores? ¿Era realmente normal lo que sucedía con su cuerpo y su tono de voz?

Según lo que leyó en libros, todos los cambios que tenía eran normales y necesarios.

La universidad pasó a ser un tema secundario cuando Agustín comenzó a sentirse atraído por Philipa Arhen. En su defensa, la joven rubia solía sonreírle cuando se encontraban por los pasillos de la escuela y era bonita, pues la mayoría de los chicos de su promoción decía eso, además de que había escuchado a varios muchachos mayores decir lo mismo sobre la rubia de ojos marrones.

Tras ligeros coqueteos compartidos con él, Philipa terminó acercándose a Agustín una mañana de noviembre para pedirle ayuda con su tarea.

Bueno, al menos Agustín Hessler podría presumir que una muchacha bonita lo había buscado. Quizá no fuera para lo que pensaba, pero lo había contactado.

— Sí, claro —aseguró cuando ella le hizo un resumen dramático de lo mucho que necesitaba aprobar una materia para poder ser animadora.

Así que, durante la noche, cuando su padre se marchaba al trabajo, Agustín se sentaba frente al diminuto escritorio que su progenitor le proporcionó a los doce años y realizaba las tareas de Philipa.

Solía mantener las cortinas abajo para no verse tentado de mirar por el cristal y contemplar las actividades de Eloísa Marzak. Sin embargo, a veces se permitía observar de reojo a su vecina únicamente para encontrarse con nada. Eloya también había bajado las cortinas de su habitación, negándole a Agustín el acceso a su vida.

El nexo entre ambos había acabado.

Ahora Agustín vestía de negro, caminaba a la escuela con los audífonos a todo volumen y eventualmente vendía sus tareas. Eloísa, en cambio, bueno él ya no sabía qué hacía Eloísa.

De quien sabía todo era de Philipa.

La joven se había desarrollado a sus catorce años lo que algunas muchachas de veinte desearían. Acudió a él porque necesitaba un promedio mínimo para ser animadora y Agustín no era tonto como para no suponer que se estaba aprovechando de él. Sin embargo, nadie podía acusarlo de ingenuo, pues él sabía las intenciones de Philipa.

Con el tiempo, Philipa se dedicaba a sus entrenos como animadora y Agustín a tener sueños húmedos con ella. Entonces un día lluvioso de mayo, ambos fueron más que un requisito para un club o dinero para un viaje futuro.

Probablemente aquella rubia se quedara con su primer beso, su primera relación sexual. No obstante, existía algo previo que no le perteneció a ella.

Philipa pudo ser su primera novia, pero Eloísa Marzak había sido su primer amor.

Agustín Hessler logró aceptarlo una madrugada de agosto, justo cuando realizaba la tarea de Marc Norton y un vehículo se estacionó de manera ruidosa en la vivienda vecina. De él emergieron Hassan Marzak, ebrio y drogado, y Eloísa, de rizos castaños y ropa desgastada.

¿Cómo podía conservar aquella sonrisa tímida en un momento tan vergonzoso? ¿Cuál era su motivo para seguir viviendo con su hermano?

Hassan no era del agrado del vecindario y las crueles personas no se molestaban en disimular su descontento que emanaban hacia él. Eloísa era una víctima indirecta de ese odio generalizado contra su hermano.

— ¿No crees que le presta mucha atención a Hassan? —Le había cuestionado Philipa una tarde mientras veían televisión aprovechando que su padre no estaba—. Préstame atención a mí —aconsejó con mirada coqueta y voz pícara al agacharse frente a él—. ¿Qué dices, Agustín?

La respuesta se convirtió en un beso que las hormonas masculinas convirtieron rápidamente en algo más íntimo. Sin embargo, Agustín podía entregar y poseer un cuerpo, pero no sus sentimientos y pensamientos.

Al menos no a ella.

  

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