14
Nunca la vio llorar ni siquiera cuando su padre armó un alboroto en el vecindario por llegar ebrio a las cuatro de la tarde.
Agustín se había quedado observando todo desde la seguridad que le brindaba el interior de su hogar y con la compañía ecuánime de su madre.
Eloísa, lamentablemente, no tuvo esa suerte.
La niña de rizos castaños y gafas redondas había estado en el jardín tratando de que su padre entrara a la casa para evitar una trifulca con los vecinos, pues Osías Marzak lanzaba improperios contra quien pasaba por la calle.
Agustín se fue a dormir sin conocer el fin que tuvo aquel incidente. Sin embargo, al día siguiente cuando iba a la escuela en su bicicleta y en compañía de Eloísa, no le hizo cuestionamientos sobre lo sucedido con su progenitor ni por la ausencia de su hermano mayor.
Los instantes colectivos que compartían se impregnaban de silencio, un suave tacto pueril y varios intercambios de sonrisas tímidas cuando sus miradas colisionaban. ¿Cuál ere el nombre correcto para esa sensación?
Agustín no la sabía, pero cada ocasión que la sentía intentaba descifrarla.
Cada mañana eran dos niños en una bicicleta siguiendo la dirección que una brújula les marcaba. Sólo eso pretendían ser porque en sus mentes habitaban otros pensamientos etéreos que no encajaban en el mundo terrenal al que pertenecían.
— ¡Qué tengas un buen día, Gusy! —Se había despedido de él la mañana del cinco de marzo.
Tal vez no debió llevarla en su bicicleta ese día. Quizá debió tomar la gresca de Osías como una advertencia. Sin embargo, se apuró a desayunar y esperó por diez minutos en la acera a que Eloísa Marzak saliera de su casa.
— Igualmente, Eloya —manifestó Agustín antes de que ambos tomaran un rumbo distinto.
A la salida no se encontró con ella. Probablemente Hassan había tenido un lapsus de responsabilidad fraternal y acompañó a su hermana de regreso a casa. Así que Agustín pedaleó a máxima velocidad para llegar a su hogar, poder saludar a su madre y comer con avidez para saciar su hambre.
No obstante, no fue la sonrisa que su madre le dedicaba cada tarde al llegar, sino que fue la presencia policiaca uno de los elementos que lo recibió. El otro, fue el rostro desconcertado de su padre que no le miraba.
La ausencia materna suscitó preguntas en la mente infantil de Agustín Hessler y las respuestas no fueron satisfactorias.
Entonces la prohibición paterna, la soledad prematura y la culminación de una amistad naciente.
Eloísa intentó hablarle, pero él tenía la obligación de negarse a mediar palabra con ella. Agustín debía odiarla por lo que su padre le había hecho a su madre, pero Eloya parecía inocente.
Ella se marchó a la escuela con él. Ella no era similar a su padre y hermano. Ella era una brújula apuntando al lado equivocado del mundo y él terminó esquivando esa dirección.
— Eres mi amigo, Gusy —había chillado con aquel atuendo negro similar al que él portaba—. Ambos perdimos a alguien.
Habían regresado de un funeral.
Los niños no van a funerales. Asisten a fiestas infantiles llenadas de colorido y amistades inofensivas. No son invitados de honor en un lugar tétrico y lleno de lamentos.
— Me tengo que ir —susurró al dar un paso hacia atrás y acercarse a unos rosales que estaban sin marchitar.
— Gusy —insistió Eloísa al tratar de acercarse, pero la voz de su hermano mayor la detuvo.
— Entra a la casa ahora mismo, Eloya —ordenó Hassan de manera execrable, como si los hubiera descubierto cometiendo algún crimen.
Eloísa Marzak tuvo que acatar la petición de su hermano y Agustín permaneció en soledad los instantes posteriores en los que la niña de rizos castaños se hubo marchado, después se fue directo a su habitación.
Permaneció en su recámara durante la tarde, noche y también durante las mañanas de la primera semana tras la muerte de su madre. La ausencia materna no era lo único que tenía, sino que su padre incrementó su distancia todavía más.
Agustín Hessler comenzó una nueva rutina que marcaba el final de su etapa infantil y que daba inicio al adolescente en que se convertiría más tarde. Trasladó sus sentimientos hacia las prendas que usaba, la oscuridad tiño los colores que antes portaba; el contenido de las canciones que escuchaba también cambió. Las bandas inglesas comenzaron a tener gran influencia en sus pensamientos pueriles; las fiestas de cumpleaños terminaron y los amigos se alejaron, excepto una pequeña que colgó un cartel de felicitación en su ventana en el décimo cumpleaños de Agustín Hessler, pero que él ignoró.
Se había deshecho de la brújula para romper cualquier lazo con ella, aunque también perdió la guía en su vida.
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