-Un Beso Helado-
Disclamer: Ni los personajes, ni lugares, ni parte de la trama me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Esta historia invernal se escribió sin ánimo de lucro, solo para entretenerme y divertir a otros.
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Nota de la Autora: Esta es una de las diversas historias que estaré publicando para la #dinámica_de_diciembre llamada #Fantasia_Invernal (nombre que me encanta, por cierto) convocada por la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Gracias por invitarme a participar un año más. Todas mis historias estarán tanto en Fanfiction como en Wattpad. Espero que os gusten y disfrutemos juntos de esta época tan especial.
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Historia nº 3:
El Lado en el que Duermes
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1.
—Un Beso Helado—
Hacía tanto frío que a Akane le castañearon los dientes incluso antes de dejar el calor de la casa para salir al exterior. No era tan tarde como parecía por la oscuridad que inundaba el jardín y se dijo, apretando la barbilla contra su pecho, que era por las bajas temperaturas.
Una noche tan desangelada como esa podía helar cualquier cosa.
Al levantar la vista se topó con la luna, al menos, con parte de ella. Solo podía ver la mitad del satélite y su resplandor blanquecino en la inmensidad del frío negro porque ésta estaba en cuarto menguante. La luna estaba desapareciendo desde hacía al menos tres semanas. Cada noche, al mirar por su ventana, veía esa triste mitad lunar alumbrando a duras penas el mundo.
Aunque esa noche parecía más majestuosa.
En la casa todavía se oían ruidos; Kasumi seguía limpiando la cocina, tía Nodoka charlaba por teléfono con Nabiki, que estaba en Tokio, en la residencia estudiantil donde vivía ahora, y su padre y su tío le hablaban a la televisión... Todos estaban despiertos y teniendo en cuenta lo que les deparaba el día siguiente, lo extraño habría sido que no lo estuvieran.
¿Quién podría irse a dormir temprano con la emoción que atravesaba las paredes de esa casa y las hacía vibrar?
Fue por esa expectación escandalosa a causa del acontecimiento especial que iba a producirse en breve, que todos andaban lo bastante distraídos como para no fijarse en ella. Nadie la vio cruzar el salón cuando ya había anunciado que se iba a la cama, y por tanto, nadie le recordó que cogiera un abrigo antes de salir fuera.
Abrió las puertas que daban al jardín y salió por la fina línea de luz amarillenta que ofrecía la lámpara del techo. Fue como recibir un golpe en la cara, ese viento helado acuchillando sus mejillas. No había nevado todavía, y aun así la frialdad de la hierba empapó sus zapatillas, colándose también en sus calcetines gordos hasta rozarle los dedos de los pies.
—Affhh —Se quejó, con un gemido tan inteligible que ni ella se entendió. Se abrazó el cuerpo sin sentir alivio ninguno y volvió a observar la negrura que tenía sobre su cabeza. La media luna y también, los tímidos brillos de las estrellas, trocitos de escharcha flotando sobre ella.
Por millonésima vez se preguntó cómo era posible que el idiota de Ranma encontrase apetecible escabullirse al tejado en noches así. Al pensar en él, apareció un intenso dolor en la punta de su nariz que se extendió hasta su garganta junto al aire gélido que entraba en ella con cada respiración.
¡Esto es culpa suya! Pensó sin tener (ni necesitar) ninguna razón para ello. Con el tiempo que llevaban conviviendo, se había convertido en una costumbre querida, algo familiar entre los dos, que ella le culpara de todo. Pero no era ese el ánimo que quería llevar consigo cuando lo encontrara, así que procuró apartarlo de sí.
Halló la escalera de madera apoyada en el muro de la casa, así que solo tuvo que asegurarla, soplar su aliento cálido en sus manos para devolverles la movilidad y respirar hondo, lo más hondo posible, para apaciguar los temblores de su cuerpo, no fuera a caerse. El impacto contra el suelo helado sería mil veces peor que cualquier otra noche.
Y los nervios, por supuesto. Había que templar los nervios antes de subir. Los nervios y la falta de concentración también podrían hacerla caer.
Con un último resoplido, Akane comenzó su ascenso y la escalera tembló al aceptar su peso y determinación, golpeó varias veces contra la piedra y contra el canalón que bordeaba la parte superior de la casa haciendo un ruido hueco que, mezclado con el silbido del viento, se metió en la cabeza de la chica y la hizo sentir vulnerable. Se le ocurrió en más de una ocasión que podía caerse, que se rompería algo y el plan del día siguiente se arruinaría.
Sus ojos volvieron a la media luna que la seguía de cerca, brillando más que nunca. Cuarto menguante. La luna en cuarto menguante se relaciona con los cambios y con el momento propicio para tomar decisiones. El fin de un ciclo y el comienzo de otro. Dejar ir lo antiguo y prepararse para las nuevas experiencias que están por venir.
Apretó los dientes y también los dedos para sujetarse mejor a la madera helada y rasposa.
Es la última vez que hago esto prometió. ¡Mira que subir aquí arriba con el frío que hace!
¡¿A quién se le ocurre hacer algo semejante?!
—Solo a un inconsciente —Se respondió en un susurro. Eso la hizo sentir mejor, más fuerte. Su aliento de vaho le daba en los ojos y creía oír un crujido cerca de sus orejas, como si el pelo se le hubiese congelado—. A un tonto rematado —Sus palabras aligeraban el peso de su cuerpo, lo que le permitía avanzar más deprisa y con mayor facilidad—. Tonto, tonto, tonto, tonto... ¡Tonto!
—¡Eh! —Akane se detuvo de golpe y miró hacia arriba. Ranma, inclinado sobre el borde, le ponía mala cara—. Espero que eso no fuera por mí.
—¿Tú qué crees?
—Pensaba ayudarte a subir —Se encogió de hombros—. Pero creo que ya no lo haré.
—¡Ayúdame, idiota!
—¿Por favor?
—¡Qué me ayudes!
Ranma resopló y extendió su mano. Akane la agarró sin dudar y comprobó, con gran sorpresa, que ésta estaba caliente a pesar de la temperatura que los rodeaba. Se quedó tan perpleja que no reaccionó antes de que el chico tirara con fuerza de ella, así que fue arrastrada hasta el techo y sus rodillas se incrustaron en las filosas tejas.
Se puso en pie casi al instante y disimuló el dolor de sus espinillas haciendo una mueca.
—¡¿Se puede saber qué haces aquí arriba con el tiempo que hace?! —Le espetó.
—Pues dicen que mañana será peor —contestó él sin inmutarse. Torció un poco el rostro hacia ella—. ¿Y tú qué haces aquí?
—¡Pues, buscándote! —respondió, malhumorada. O quizás, nerviosa. En ocasiones, ambos sentimientos sonaban parecidos en ella—. T-tenemos que hablar... —Su voz flaqueó y no supo si fue por los escalofríos que azotaban su garganta o por los nervios que le oprimían el estómago.
Estos (los nervios) habían ido ganando intensidad según subía la escalera y ahora que le tenía frente a ella, se habían vuelto insoportables. Horas atrás había logrado manejarlos, incluso los había confundido con algo tan amable como la ilusión, pero ahora estaba segura de que era ansiedad lo que le agujereaba el vientre.
Además, allá arriba el frío era mucho peor. El viento soplaba con maldad sobre ella, desprotegida como estaba ante esa brisa gélida. No notaba las manos más allá del dolor que aplastaba sus dedos, el rostro estaba tirante como una máscara de plástico y los pliegues de su ropa húmedos y a punto de congelarse.
¿Cómo era posible que Ranma pareciera tan tranquilo sin más abrigo que ella?
Su piel resplandecía tersa a la luz blanquecina del cielo y sus movimientos eran tranquilos y firmes.
—¿De qué quieres hablar? —Le preguntó, y de sus labios no salió ni rastro de vaho. Akane se enfadó un poco más e intentó decir algo, pero lo único que expresó fue un humillante sonido parecido a un tintineo.
Por supuesto, Ranma se rio.
¡Será imbécil! Pensó la joven con todo su mal humor y un poco de pena. Nunca me toma en serio, ni siquiera si me congelo por venir a buscarle.
De manera instantánea, Ranma contuvo su risa y se quitó la chaqueta que llevaba sobre una de sus finas camisas chinas para ponérsela a ella sobre los hombros en un gesto desprendido y silencioso.
Akane dio un respingo y trató de resistirse.
¡El tonto se helará!
—Estoy bien, no te preocupes —dijo él con calma—. No te hagas la orgullosa ahora, podrías enfermar.
—¿Y tú no?
—Yo nunca me pongo enfermo.
Akane pensaba devolvérsela de inmediato pero el interior de la chaqueta estaba tan cálido que una maravillosa sensación la recorrió entera templando la temperatura de su cuerpo. Dejó de temblar, sus dientes dejaron de castañear y los latidos de su corazón se normalizaron. Incluso desapareció el dolor de su nariz y sus dedos. Se la puso con rapidez, metiendo los brazos por las mangas y se la abotonó, el calor se extendió todavía más por sus extremidades, por su torso y penetró en su pecho arrancándole un suspiro espontaneo.
Se sentía mucho mejor.
Miró a su prometido y éste la observaba con una expresión algo burlona, aunque no tanto como ella habría esperado.
—Gracias —Le dijo, guardándose las manos en los bolsillos—. ¿Tú no tienes frío?
—Todavía no —Se volvió del todo hacia ella y dobló los brazos ocultando las manos a su espalda—. ¿Has venido para hablar de lo de mañana?
¿Mañana?
—Ah, sí, mañana...
—¿Ha pasado algo? —Preguntó él, arqueando las cejas con suspicacia—. ¿Te echas atrás?
—¿A qué viene esa pregunta? ¿Tú quieres echarte atrás?
Ranma estrechó los ojos.
—Yo he preguntado primero.
—Y yo he preguntado después, ¿y qué?
Se miraron fijamente hasta que Akane supo que no, su prometido no iba a echarse atrás y eso la alivió mucho. Por el modo en que él se rascó la nariz con el pulgar al romper el contacto visual, debía haber llegado a la misma conclusión con respecto a ella.
Seguían adelante, claro.
¿Tenía sentido, si quiera, hacer esa pregunta a esas alturas?
Pero él lo había preguntado, con esa expresión que usaba a veces cuando intentaba ocultar una sincera preocupación o curiosidad hacia algo, con indiferencia floja y transparente. Eso la hizo sonreír y la animó a dar unos pasitos sobre las tejas, balanceándose con cierta guasa en sus mejillas tirantes y pálidas.
—¿Estás nervioso, Ranma?
Lo observó todo el tiempo por el rabillo del ojo, esperando grandes aspavientos y un tono de voz afectado, pero no hubo nada de eso. Él la siguió, con pasos más firmes, para plantarse ante ella.
—¿Nervioso? ¿Por qué habría de estarlo? —Soltó con tranquilidad—. No es más que un trámite, ¿verdad? —Movió, entonces, una mano de un lado a otro, tan cerca de ella que Akane pudo sentir el calor que desprendía—. Vamos al ayuntamiento, presentamos la declaración, nos lo firman y listo —Volvió a esconder su mano a la espalda—. Casados.
—Sí —asintió Akane, a quien no le había gustado demasiado la palabra Trámite para referirse a su boda, pero que lo ocultó con gran maestría—. Así de sencillo.
No podía enfadarse ya que su matrimonio iba a ser justo como él lo había descrito. Nada de ceremonias ni celebraciones a las que pudieran acudir, por sorpresa, amigos o enemigos (en este caso, indeseados por igual) para estropearla. No habría trajes de novia, ni regalos (por el momento), ni invitaciones, ni flores, ni música, ni... nada.
Iba a ser la boda menos boda de la historia.
Se había decidido que ésta era la opción más segura. Habían aprendido de experiencias pasadas.
—Sencillo, sí —repitió Ranma. Su voz sonó neutra pero hubo algo en el modo en que movió sus ojos hacia el horizonte, quizás resignación aceptada.
Había pasado cerca de un año desde la primera vez que sus padres intentaron casarlos sin su permiso y chantajeándoles con un barril del agua encantada de Jusenkyo que, por desgracia, acabó en el estómago de Happosai. Después de aquel desastre, los habían dejado tranquilos (a su manera) hasta hacía un par de semanas, cuando el tema de la boda volvió a salir a relucir.
El motivo era, quizá, algo obvio; ambos se hacían mayores y se acercaba el momento de empezar a tomar decisiones para el futuro. Sus padres, claro, sabían lo que ambos querían y un buen día, lo pusieron ante ellos en una bonita bandeja de plata reluciente, con los bordes afilados como dagas.
Akane, tú podrás ir a la universidad el año próximo y tú, Ranma, podrás ponerte a dar clases en el dojo, y por supuesto, quedarte con todo el dinero para tu viaje a China. Les dijeron con gran ceremonia. La única condición es que antes de todo eso, debéis casaros.
Ellos protestaron, se rebelaron y preguntaron por qué era tan importante que antes de cumplir sus objetivos se casaran y, como era habitual en sus progenitores, no se molestaron en darles una respuesta lo bastante sólida.
La promesa que Genma y yo hicimos hace años sobre vuestro compromiso debe cumplirse de una vez por todas, por el honor de nuestras familias.
Los bordes de la bandeja, además de afilados, estaban envenenados.
Pese a todo, los prometidos decidieron (por una vez) pensar esa propuesta con calma. Al menos, les habían planteado la situación desde un principio sin engaños, e incluso les daban la oportunidad de elegir por sí mismos lo que querían hacer. Ranma y Akane hablaron durante días acerca de lo que se les ofrecía y llegaron a la conclusión de que, en esta ocasión, podían ganar mucho si cedían a las exigencias de sus padres.
—Estamos de acuerdo en que firmar un papel y llevar un anillo en el dedo no va a cambiar tanto las cosas, ¿verdad? — mencionó Ranma durante una de esas reuniones que tuvieron que llevar a cabo a espaldas del resto de la familia. Lo dijo de un modo tan razonable que no parecía él mismo.
—Nos obligarán a dormir en el mismo cuarto —señaló Akane.
—Sí, supongo...
—Y ten por seguro que en ese cuarto solo habrá una cama.
Dejando ese detalle a un lado, lo que supondría la nueva situación sería compartir algo más que el simple espacio. Un matrimonio, en los términos que fuera, los empujaría hacia un tipo de intimidad que no habían tenido hasta el momento.
—Tendremos que hacer un esfuerzo extra por llevarnos mejor.
No era que su relación hubiese cambiado demasiado desde el último intento de boda. Para Akane era evidente que algo palpitaba diferente entre ellos desde su regreso de Jusenkyo, pero no lo habían puesto en palabras y mucho menos en actos. Ella pensaba que eso era algo a tener en cuenta antes de tomar una decisión, pero Ranma no parecía preocupado por ese tipo de detalles.
Para él pesaban más los beneficios que podían conseguir. Akane descubrió que el chico tenía una visión mucho más simple y resignada de sus vidas de lo que ella creía.
—De todos modos —dijo Ranma, mirándola con una sonrisilla trémula, casi desvaída—. Al final nos acabaríamos casando, ¿verdad? Nuestros padres no nos dejarían en paz nunca si no lo hiciéramos.
Esa fue la última vez que hablaron del tema antes de comunicar a sus padres que aceptaban el matrimonio.
Tenía sentido que hubiese usado esa palabra: trámite.
Akane había estado de acuerdo en todo momento, y había tomado la decisión de dar el paso mirando por ella, por sus intereses y deseos de futuro. Era incuestionable que a ninguna jovencita le podía hacer gracia casarse de ese modo, no obstante, ella no era cualquier jovencita y por eso, era capaz de ver que aquello era lo mejor para ambos.
Desde Jusenkyo, Akane había madurado mucho y era capaz de distinguir, un poco mejor que antes, lo importante de lo que no lo era tanto. Al fin y al cabo, iba a casarse con el hombre al que amaba y, del que sospechaba (unos días más y otros menos) que correspondía a ese sentimiento a su particular y torpe manera. Así que, ¿qué importaba cómo hubieran llegado hasta ahí? Al fin estaban a unas horas de casarse. Después de mucha reflexión a solas, estaba satisfecha con cómo estaban las cosas.
Casi todas las cosas...
Pero justo por eso estaba allí arriba, en esa noche fría y extraña, para terminar de acomodar los diminutos detalles que no encajaban, y que todo estuviera listo para el día siguiente.
—Sí que hay algo de mañana que quiero aclarar —anunció Akane. Allí, en lo alto del tejado, con ese frío enredándose en sus tobillos, y recordando las conversaciones a escondidas, se sintió impulsada por una repentina valentía cuando Ranma volvió a mirarla—. ¿Cómo vamos a comportarnos?
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes cómo son nuestros padres —Le recordó y volvió a moverse, como a revolotear sobre las tejas alejando al frío a base de patadas—. Cuando todo esté hecho y salgamos del ayuntamiento, estaremos casados de verdad.
>>. Y tu padre nos gritará felicitaciones, con lo que todo el mundo nos mirará. Mi padre llorará, Kasumi aplaudirá y hará fotos, tu madre nos animará a...
—¿A qué?
Akane puso los ojos en blanco.
—¡Cualquier cosa! —contestó avergonzaba, y creyó notar el calor de esa vergüenza decorando la piel de su cuello—. Querrá que caminemos de la mano.
>>. Incluso, que nos besemos.
—¡Oh! —Ranma se estiró cuán largo era, inquieto, con una mirada exaltada como la de un búho—. Sí, podría ser.
—¿Y qué vamos a hacer? —quiso saber ella—. ¡Tenemos que estar de acuerdo!
>>. No quiero que te pongas histérico y chilles delante de todo el mundo que tú jamás tocarías a una marimacho como yo...
—¡Oye, no...! ¡Yo...! —Ranma enmudeció, pero su rostro se encendió también cuando apretó los labios. Se rascó la cabeza y resoplando, se giró para sentarse en el borde del tejado—. Bueno, está bien —admitió. Akane no se habría sentado sobre el congelado y puntiagudo borde de las tejas ni por todo el dinero de Japón de no haber sido porque, al acercarse para oírle por encima del rugido del viento, sintió otra vez ese calor tan inusual que desprendía el cuerpo del chico. Era como si le rodeara una brisa cálida, Akane la sintió soplando entre su pelo cuando tomó asiento a su lado—. Podemos cogernos de la mano al salir, ¿no?
>>. ¡Sería lo más lógico!
—¿Podrás hacerlo? —le provocó ella con una pequeña sonrisa maliciosa.
—Ya no soy un crío —declaró él y acto seguido le tomó la mano. Akane notó un vuelco en su pecho, no por el acto en sí, sino porque esa mano seguía caliente y contagió a la suya con esa sensación, produciéndole un delicioso cosquilleo en la punta de los dedos—. Aunque creo que no deberíamos besarnos —Carraspeó, cabeceó y añadió—. Delante de todos.
Akane apartó la mirada de las manos, pues se había quedado mirándolas como tonta, y clavó los ojos en la oscuridad del suelo húmedo que se extendía por debajo de ellos.
No deberíamos besarnos... delante de todos.
Era una forma curiosa de expresarlo, casi como si insinuara que sí lo harían cuando estuvieran a solas.
—La verdad es que... —Ranma siguió hablando—; quiero pedirte una cosa para mañana.
—¿Eh? —Akane dio un respingo, volviendo en sí. Giró el rostro y se dio cuenta de que la miraba con gravedad—. ¿Pedirme el qué?
El chico respiró hondo y agitó sus piernas sobre el abismo de la altura que los separaba del suelo. Hasta ese momento se había mostrado sereno, una cualidad que no era muy típica de su temperamento. Ahora, con esa respiración tan larga y que infló su pecho, Akane percibió cierta tensión en sus brazos, en su cuello y que su mirada se volvía un poco más oscura.
—No creo que vaya a ocurrir nada mañana —comenzó—. Quiero decir, nada como lo que pasó la última vez —Se explicó, rascándose la nuca—. Nadie salvo nuestra familia sabe lo que vamos a hacer y, como Nabiki está en la universidad, sabemos que no ha podido vender entradas esta vez.
>>. Es casi seguro que mañana todo estará tranquilo.
—Eso es algo bueno —mencionó ella, un poco confusa—. ¿O no?
—¡Sí, claro que lo es! —Ranma giró el cuello para mirarla y ella reparó en que todavía sujetaba su mano porque notó el cambio de presión que ejercieron sus dedos—. Pero, si algo pasara... Si, de pronto, alguien apareciera buscando pelea...
>>. Quiero que me dejes a mí resolverlo.
Akane frunció el ceño.
—¿Me estás pidiendo que te deje protegerme? —Entendió ella y el chico asintió con un gesto algo ambiguo—. Pero, ¿a qué viene eso?
>>. ¡Yo puedo cuidarme sola!
—Lo sé, pero reconoce que eres un poco más...
—¿Más qué? —Y ahogó una exclamación al adivinar la palabra que él estaba pensando—. ¿Más torpe?
>>. ¡¿Otra vez con esa tontería?!
—¡No iba a decir eso! —Mintió Ranma, ofendido de verdad—. Ya sé que puedes cuidarte sola, eres tan bruta como cinco hombres juntos —Esquivó el golpe que salió despedido hacia su cabeza agarrando al vuelo la muñeca de la chica. Ahora la tenía inmovilizada y ella estaba empezando a perder la paciencia—. No quiero que se repita lo que pasó hace un año.
>>. Si hay problemas, deja que yo me encargue de arreglarlos y tú procura no hacerte daño.
En esa petición había un fondo de bondad; quería protegerla y mantenerla a salvo, lo que se esperaría de un prometido preocupado por el bienestar de su futura esposa y casi, casi, su orgullo permitió que Akane saboreara lo dulce que era ese gesto en realidad. Pero, al mismo tiempo, aceptar algo así era lo mismo que admitir que necesitaba ser rescatada, que no podía ser de ayuda en una situación de emergencia, sino que era más bien un estorbo. Y eso atrajo una honda frustración y también un poco de dolor.
¿Desde cuándo pensaba así de ella? ¿Acaso... desde Jusenkyo?
Habían luchado juntos muchas veces, podían formar un gran equipo si lograban entenderse.
—Ya sé que formamos un buen equipo, no es eso —rebatió Ranma y la chica, sorprendida, dejó de removerse—. Es que no quiero que tengas que luchar el día de tu boda, ¿entiendes? —Le confesó, entonces—. A bastantes cosas has tenido que renunciar ya.
En cuanto dejó de resistirse, el calor de esas manos que rozaban sus muñecas se hizo intenso de nuevo y empezó a deslizarse por sus brazos, rumbo a su rostro, como una caricia inesperada.
—¿Es por eso? —Le preguntó a media voz—. ¿Seguro?
—Sí —respondió él—. ¿Lo harás? —Akane asintió tras pensarlo un momento más y el chico volvió a resoplar—. Bien —murmuró y se puso en pie de un salto—. Entonces, será mejor irse a dormir ya.
Ese calor que desprendía se expandió por todo el tejado, como oleadas invisibles de electricidad. Akane aspiró con ganas y creyó notar un olor a piña, a mango y a otras frutas tropicales a su alrededor que le recordaron al verano anterior.
Se puso en pie, agarrando la tela de la chaqueta por dentro de los bolsillos y se quedó mirando la espalda del chico. Y sus hombros. Nunca había pensado en ellos, en la forma amplia y contundente que tenían bajo esa media luna del cielo. Ranma había recuperado toda la serenidad y tranquilidad de antes, era evidente por cómo se estiraba, complacido, con los ojos azules en el cielo.
No, no podían irse. Aún quedaba algo que debían resolver. Algo en lo que ella había pensado hasta que las mejillas le ardieron por la vergüenza en la soledad de su cuarto, algo que había debatido consigo misma en miles de conversaciones imaginarias y que se había convencido de que debía decirle.
—¿Qué pasa?
—Ah... —Vaciló. Un temblor la recorrió entera sin que el frío tuviera nada que ver—; quería decirte algo, pero...
El miedo la obligó a cerrar la boca y bajar la vista.
—¿Qué es, Akane? —quiso saber él, intrigado.
El corazón se le aceleró, la piel del rostro le ardió por completo y tuvo que apretar los labios para que estos no temblaran al son de sus pulsaciones.
Pues... pues... ¡Que nunca nos hemos besado, tonto! pensó, mordiéndose el labio inferior. Estaba histérica y al tiempo, molesta, porque sabía que eso era algo en lo que él nunca hubiera pensado. ¡Y no puedo casarme con un chico al que nunca he besado! Alzó los ojos desde sus manos, que no dejaban de retorcerse, hasta el rostro de su prometido. Así que...
—¡Oh! —El cuerpo de éste se agitó como si un rayo lo hubiera tocado y se puso a balbucear, como era natural en él, a tocarse el rostro arrebatado e incluso se le escapó una risita que no tenía nada de fanfarronería.
Akane bajó la cabeza, un poco abochornada.
—¡Da igual! ¡Olvídalo! —exclamó a toda prisa, encogiéndose sobre sí misma, como buscando desaparecer.
¡¿Cómo se le había ocurrido?!
Quizás porque lo más lógico era haber besado a la persona con la que te vas a casar, antes de la boda. Tal vez porque le parecía que si no lo hacían antes no tendrían tampoco ninguna razón para hacerlo después y, cielos, su matrimonio se convertiría en la convivencia de un par de amigos que, con los años y el aburrimiento, serían como un par de hermanos que compartían casa.
O a lo mejor había sido la media luna, el calor contra el frío, la actitud tan serena y atrayente del chico mientras hablaban y su adorable preocupación. Es posible que todo eso hubiese creado una fantasía en su mente. Una historia imaginaria en la que Ranma que, en secreto albergaba sus mismos deseos, se acercaba a ella para tomarla en sus brazos y...
—¿Ahora?
Akane alzó los ojos. Le tenía muy cerca, con los pómulos encendidos y una mirada inquieta que era difícil de descifrar.
¿En serio? ¿Así de fácil?
En lugar de preguntar, la chica pensó aprovechar la oportunidad por una vez.
—Mañana no estaremos solos en ningún momento —opinó ella.
—Cierto —convino él—. No van a dejarnos tranquilos —Alargó sus manos para tocarla y las movió, sin saber dónde posarlas, hasta que decidió colocarlas en los hombros. Le sonrió un poco, suavizando su mirada de susto—. Vaya... no sabía que te sentías así.
—¿Así cómo? ¿Qué te estás imaginando, creído? —replicó ella, retadora. Despacio, subió una mano para rozar el brazo de él y le sintió temblar—. ¿Es una petición tan extraña, después de todo?
El chico amplió un poco más su sonrisa justo cuando inclinaba su rostro hacia el de ella.
—No, no lo es.
Yo también lo había pensado.
Akane escuchó ese último susurro antes de cerrar los ojos para recibir un beso que fue un poco frío, porque sus labios seguían helados e insensibles. Aun así, disfrutó la suave presión de la otra boca sobre la suya, la caricia casi irreal que se convirtió en ese calor veraniego y reconfortante que irradiaba el chico, el sabor de la fruta templada...
Sus brazos saltaron hacia el cuello de Ranma para aferrarse a él con fuerza.
Y, entonces, sopló aire sobre ellos, una brisa caliente, agradable, llena de olores y sonidos. Todo se puso a girar, el universo inició una danza confusa e irreverente por ellos y, entonces, Akane escuchó el crujido de la casa bajo sus pies, sacudida por un temblor terrible, cuando los brazos de su prometido se enroscaron en su cintura y apretaron hasta dejarla casi sin aire. Pero no sintió miedo, ni siquiera se preocupó por si la casa se caía en pedazos, porque el beso seguía, se hacía más intenso y poderoso. Sus pies se alzaron en el aire hasta que las puntas de las zapatillas rozaron la roca y le pareció que flotaban.
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Cuando Akane abrió los ojos, tumbada en su cama, a solas en su cuarto, lo primero que hizo fue rozarse los labios con los dedos, todavía un poco desorientada. Y su mente, adormecida, se preguntó si había sido real o solo lo había soñado.
Se levantó con pesadez para mirar por la ventana y vio la media luna brillando en un cielo desierto. La misma tozuda luna que se negaba a cambiar, a seguir avanzando, como Ranma y ella habían estado haciendo desde que volvieron de Jusenkyo.
Pero ya no sería así nunca más.
¡Iban a casarse!
—La boda —murmuró, frotándose un ojo—. ¿De verdad es mañana?
¿Había llegado el día?
Vio el vestido de lana que había elegido para el enlace, colgado en la puerta de su armario, y las medias, y los zapatos. Todo estaba preparado.
—Supongo que sí.
Pero, ¿y el beso? ¿Y la conversación? ¿Había sido real?
Parecía que Ranma pudiera leerme la mente y yo a él.
Demasiado raro como para que hubiese sido real.
Akane regresó a la cama muerta de frío y se tapó con las sabanas. Se acurrucó pensando en ello, sin estar segura. Hasta que notó un olor en su nariz y metió la mano bajo la almohada.
Ahí estaba la chaqueta que Ranma le había prestado para que se resguardara del frío. Aun la tenía.
—Entonces, sí ha pasado —Sonrió, cuando una explosión de mariposas aletearon contentas en su vientre. Apretó la chaqueta contra su cara y siguió bebiendo de ese olor especial hasta adormecerse de nuevo—. Nos casamos.
>>. Mañana... estaremos casados...
Y esta vez, lo que experimentó no fue simple ansiedad. Ese olor era el de la ilusión, la esperanza.
Algo le decía que todo podía salir bien.
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Hola Ranmaniaticos ^^
Bienvenidos a la tercera historia de esta dinámica invernal *__*
Aclarar que ésta será un poquito más larga que las anteriores, pues cuenta con varios capítulos, pero ya está terminada y os la iré compartiendo cada pocos días. Como habréis comprobado, tiene un aire distinto a mis otras historias, jeje, espero que os guste a medida que avanza y disfrutéis de la curiosa fantasía que se desarrolla a través de sus páginas.
Muchas gracias por todo vuestro apoyo siguiendo las historias, comentando, dándole a favoritos y compartiendo por Facebook. Espero haber respondido a todo el mundo. No olvidéis seguirme para recibir las notificaciones de mis nuevas historias.
Os mando muchos besotes y abrazotes.
Nos vemos en unos días con el siguiente capítulo.
—EroLady.
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