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Manuel

Eran casi las 11 de la noche.

Como cada día, casi, Manuel se despertaba y dormía a cada rato. Adela estaba a su lado, moviéndose entre sueños agitados. La luz de la luna se filtraba suavemente por la ventana, iluminando su rostro triste y contrastando con la turbulencia de sus sueños. El aire pesado en la habitación oprimía a Manuel.

El calor de la noche lo envolvía como un amante, haciéndole difícil sobrellevar sus pensamientos, que se arremolinaban como una tormenta.

De repente, ya no pudo continuar en la habitación, tomo su teléfono celular y limpiándose el sudor de la cara se puso de pie, y procurando no hacer ruido, salió con los pies descalzos del cuarto que compartía con su esposa.  

Las piernas lo llevaban como en automático, no sabía realmente a donde iba y tampoco sabía por que de forma inesperada había tomado su teléfono. Eran casi las 11 de la noche, nadie le iba a hablar. Los investigadores estarían todos durmiendo. Manuel sintió un deje de amargura en su corazón. Deseaba tener el poder de hacerlos trabajar incluso en la madrugada. Pero ni siquiera el poder de los Herrera ya podía hacer eso. 

Ya ni siquiera les decían como estaban yendo las negociaciones con el secuestrador. El señor Herrera también se había vuelto muy hermético. Decía que tenía sus razones. Pero Manuel sentía un poco de rencor hacía el señor, que últimamente había sido participe directo con las negociaciones y que, aparentemente, había sucumbido a las inutilidades y silencios de los investigadores.

Oculto en sus pensamientos, Manuel apenas se dio cuenta que sus pasos lo habían llevado hasta la habitación de Andres.

Abrió la puerta blanca de la habitación de su hijo y entró. 

El dormitorio de Andres era grande. En el suelo había una alfombra de color azul fuerte, las paredes eran blancas y estaban forradas con las series favoritas de Andres, sus comics favoritos, imágenes impresas de internet de sus personajes favoritos de sus libros favoritos y por todos lados imágenes, fotos, dibujos y figuras de su animal favorito: el guepardo.  Guepa le decían sus amigos de apodo. Andres corría muy rápido. Manuel se acordó de que días antes del secuestro su hijo había estado pensando seriamente en inscribirse al equipo de atletismo del colegio. La conversación animada con él sobre ello lo puso triste. Parecía que había pasado hacía mucho tiempo, demasiado.

Manuel camino hasta la cama de su hijo con la colcha negra con la que su hijo se tapaba en las noches. Andres era muy friolento, ¿sus secuestradores se preocuparían por eso? La perspectiva de su hijo sufriendo por frio lo hizo enojarse. Luego se reprimió fuertemente. Su hijo seguramente había sufrido muchas cosas más. La verdad es que Manuel nunca quiso pensar en lo que su hijo debía estar pasando en el secuestro: golpizas, humillaciones, amenazas, violencia psicológica. De todo. Pensar en ello lo hacía querer salir a la ciudad y buscarlo casa por casa.

Manuel se acostó en la cama y dejo que la almohada besara la parte trasera de su cabeza. De cierta forma se sintió reconfortado por el roce. Era como tener a su hijo cerquita. También le llego el aroma al perfume que usaba Andres y al olor un tanto exagerado de su desodorante en spray. La imagen de su hijo se le vino a la mente y sonrió...y mientras sonreía fue que el teléfono comenzó a sonar.  

El identificador de llamadas leía: "Azucena".

Azucena era una de las investigadoras de su caso. Era una joven tierna, pero muy lenta y algo inútil para hacer su trabajo, según Manuel. El hombre sintió ganas de no contestar. Pero seguramente tenía algo importante que decir...así que guio su dedo por la pantalla táctil para responder. 

—¿Diga?—contesto Manuel intentando que su voz no sonara extraña. 

—Señor Manuel, es urgente que venga a casa de los señores Herrera. Tengo a alguien que sabe en donde esta su hijo. 

Manuel tardo un tiempo en entender las palabras directas de la mujer. Cuando se recobro se limito a decir:

—Voy para allá. 

Manuel se sentía nervioso y preocupado. ¿Se estaba acercando el fin de su pesadilla? ¿En verdad sabían en donde estaba Andres o era otra falsa esperanza? Realmente no sabía que pensar.

Manuel no quiso despertar a su esposa y a sus hijas. Primero debía asegurarse de que se trataba todo. 

Salió en su camioneta a la ciudad. Las calles estaban vacías, la noche estaba casi cerrada. Las nubes apenas dejaban entrar unos rayos de luna y a Manuel le pareció que esa misma luna estaba escondiéndose de él. 

Se sentía tenso, inquieto, agitado. Su corazón palpitaba tanto que el pecho le dolía. Sus manos sudaban, su pie derecho apretaba el acelerador casi con rabia. No quería darse falsas esperanzas pero de todas maneras mientras el auto avanzaba el apuro le dijo que probablemente eran buenas noticias. Quería que fuera verdad, con todo su corazón. 

Tardó más de veinte minutos en llegar a la casa de los Herrera. 

La enorme morada era casi una mansión. En la noche apenas y se veía gracias a las luces amarillas que estaban dispuestas por todos lados, pero la casa era blanca. Blanca y bonita.

 De repente se acordó de algunas palabras de Andres:

"Papá, Carlos y Raul me invitaron a su casa, dicen que es muy bonita, hasta me enseñaron una foto del frente. ¿Me puedes llevar?, quiero conocerla por dentro"

Escuchar la voz de su hijo en su mente le dio valor para enfrentar la situación.

Cuando aparco todavía se quedo un par de minutos en el carro, sudando por el calor, intentando agarrar aire. 

Se bajo de la camioneta y se dirigió a la pesada puerta de entrada. 

Las luces estaban encendidas por todos lados. 

Quién le atendió después de tocar la puerta fue Azucena. Era una chica de mas o menos 27 años. Tenía el cabello corto, la piel blanca y era delgada y de apariencia enfermiza, pero cuando hablo lo hizo con determinación y sin miramientos.

—La mujer esta en una habitación de huéspedes. Estaba muy agitada así que le di tiempo a que se relajará un poco. 

Los señores Herrera estaban detrás de Azucena. La señora Alejandra era una mujer de 41 años, era regordeta y tenía el cabello gris largo hasta la cintura. Tenía unos extraños y tristes ojos grises encima de un rostro redondo. El señor Dario tenía unos poderosos ojos verdes, era un hombre de 50 años. Era más alto que Manuel, tenía el cabello salpicado de canas y su rostro antes severo se dibujaba ahora tenso, preocupado y ansioso. 

—Quisimos esperarte Manuel. Espero que la mujer nos diga algo de provecho. Vamos—dijo Dario guiando a los demás. Una mujer, que Manuel reconoció como una empleada domestica de la casa, cerro la puerta con los seguros.

Mientras caminaba por los pisos deslumbrantes de la casa de los Herrera, Manuel se sentía como alguien que iba a recibir una especie de sentencia. 

El primero en entrar a la habitación de huéspedes fue el señor Dario. Manuel fue el último. Sentía los pies como plomo, pesados. Muy pesados. 

—Esta noche sentí la necesidad de rondar por la zona en la que teníamos más seguridad de encontrar a los adolescentes. Lo siento señor Dario, pero la negociación con ese sujeto se me hizo muy extraña y no me dejo en paz por mucho rato...tuve el presentimiento de que el tipo tal vez hubiera bajado la guardia ya que usted había supuestamente accedido a pagar el rescate—dijo Azucena lentamente—Ahí me encontré con esta señora, que estaba vagando, pidiendo ayuda. Ella salía de un terreno enorme. Ese terreno tenía una casa muy al fondo. Me dijo que ahí tenían a tres niños secuestrados. Busque bien, pero no había nadie. Pero si vi una habitación muy sospechosa que ahorita mismo están investigando. La señora estaba muy agitada, llorando, pero me dijo después, que ella misma ayudo al secuestrador a mover a los chicos de lugar.

Manuel sentía el corazón a mil por hora. 

—Señora, ¿se siente usted un poco mejor?—le pregunto Azucena. 

Manuel se fijo en la mujer. Era una anciana de rostro débil y asustado. Estaba encorvada y la carne se le pegaba a los huesos. Vestía ropa raída y remendada pero extrañamente limpia.  

—Si, estoy mucho mejor señorita—dijo la anciana con su voz ronca.

—Señora, ¿usted podría darme información de los niños secuestrados?—pregunto Azucena.

—Son los hermanitos Herrera y un niño bello llamado Andres—dijo sin detenerse a pensar. 

Los Herrera lanzaron un sollozo al aire y Manuel estuvo a punto de caerse. Para no desmayarse se sentó en el mismo sillón en que la anciana estaba. 

—Mi hijo es el secuestrador, se llama Julio. Nos obligo a mi y a mi esposo a ayudarlo a mover a los niños del lugar de donde los tenía al principio—dijo la mujer llorando—Espero que no piense que somos malos. Él nos amenazó con matarnos, de hecho tiene a mi esposo y tengo miedo de que lo mate cuando descubra que no he vuelto, esta armado con una pistola y un cuchillo de carnicero. Esta noche me he escapado y he estado buscando por horas a alguien o algo que me condujera a los padres y Dios me ayudo. Estoy dispuesta a darle la dirección. 

Manuel se sentía mareado y apenas y escuchaba como la anciana le daba las indicaciones a Azucena. En un momento cerro los ojos. Se sentía mareado y débil, pero en él empezaba a crecer la esperanza y un poco la alegría. 

 —Muy bien. Vamos a actuar rápido y con cautela ahora que tenemos esta información. La madrugada nos ayudará. El secuestrador debe estar, como dije, con la guardia baja. Pero vamos con prudencia: Señores Herrera, Señor Manuel. Hoy recuperan a sus hijos. Es mejor que se queden aquí hasta nuevo aviso—dijo Azucena mientras salía rápidamente de la habitación.

Los sollozos quedos de la señora Alejandra rompían el silencio. El señor Dario lloraba callado pero Manuel no soporto mucho la quietud. 

—¿Como esta mi hijo?—pregunto Manuel desesperado. 

La anciana lo miró con los ojos llenos de dolor y Manuel sintió como si una cubetada de agua fría le hubiera caído en la cabeza. 

—Mal. No les voy a mentir. Los tres están muy mal. Han sufrido como no tienen idea. Son unos chicos maravillosos, no se merecían tanto dolor. En especial Andres. Un niño tan lindo. Los conocí por poco. Puedo decirles que han hecho un buen trabajo criándolos. Espero que ahora que los recuperen hagan que su amistad dure para toda la vida. Se lo deben, señores.

Manuel sentía el corazón apretado. La desesperación crecía más y más.

—Dijo que la tenía amenazada. ¿Que le hizo salir de ahí para venir a buscarnos?—dijo Manuel con una mal presentimiento.  Una mujer asustadiza no podía de la nada salir de ese lugar porque si y arriesgar la vida de él y del hombre al que supuestamente tenía también amenazado el tal Julio.

La anciana se quedó pasmada. Y lloro más. Aunque contesto la pregunta:

—Mi hijo a sido un hombre muy malo. Lo que me motivo a salir y arriesgar la vida de mi esposo fue ver como...fue ver como tomaba al más pequeño y...lo usaba...lo usaba como un hombre usa a la mujer—lloro la anciana.

—¿Que quiere decir con eso?—pregunto Alejandra con voz baja.

Manuel se quedo helado. Sabia a que se refería. 

—¿Dice que usaron a uno de los tres como mujer? ¿que lo...violaron?—volvió a preguntar Alejandra.

El asentimiento de la anciana hizo que Alejandra se arrodillara frente al lugar en donde estaba sentada.

—El más pequeño de los tres es mi Raul. Dígame que no es cierto. Se lo imploro—dijo Alejandra sollozando con la voz tartamuda.

—Quisiera estar mintiendo. Pero es la realidad—dijo la anciana llorando. 

Dario tiro un grito desgarrador al aire y salió de la habitación tirando objetos por todos lados. Alejandra se derrumbo a los pies de la anciana y comenzó a llorar histéricamente.

 Manuel tuvo que ignorar los quejidos de Alejandra y miro a la anciana haciendo la pregunta que le estaba costando mucho formular.

—¿A mi hijo le hizo lo mismo?—pregunto con las palabras entrecortadas y las lágrimas cegándole parcialmente los ojos. 

—No, a su hijo no, pero él estaba despierto. Él vio y escucho todo.

Manuel comenzó a decir que no con la cabeza. Lo que su hijo había sufrido no tenía nombre.

—¿Esto paso antes? ¿le hizo eso también?—pregunto Manuel lentamente.

—No lo se, mi hijo es impredecible. Puede ser que si—dijo la anciana al final bajando la mirada, avergonzada. El peso de la noche la hacía más pequeña.

La quietud que inundo la habitación después era una tortura lenta y horrible. La desesperación estaba en el aire, haciendo el ambiente pesado y tenso. Alejandra ya no sollozaba, estaba tendida en el piso con el rostro recostado sobre el vitropiso blanco. Su cara estaba pálida, sus ojos estaban abiertos pero no miraban a ningún lugar. Parecía que sus lágrimas tenían vida propia, salían de sus pupilas y terminaban perdiéndose en su cuello. La boca estaba blanca y curvada en una mueca de dolor profundo. Manuel hubiera preferido seguir escuchándola llorar.  Verla tan herida, triste y enojada era más de lo que podía soportar en el momento. También se sentía mal porque para sus adentros no dejaba de pensar "lo bueno que le paso a Raul y no a Andres".

Manuel se sintió abrumado por la culpa y la vergüenza. "¿Cómo puedo pensar eso? A Andres también le pudo haber pasado. Solo que la señora no lo sabe". 

Manuel hubiera querido levantar a Alejandra del suelo y decirle palabras tranquilizadoras para tan siquiera aliviar momentáneamente su desdicha, pero pensar en la posibilidad de que Andres también hubiera sufrido violación lo dejaba sin pensamientos.  

Una pesadilla parecía estar llegando a su fin. Pero otra empezaba. Andres no tenía idea de como sanar a su hijo si lo recuperaba. Se sentía débil, impotente y torpe además de desesperado, triste y furioso. 

Las horas comenzaron a pasar y pasar. La angustia le reprimía el pecho y le quitaba el aliento. 

La anciana se había quedado dormida en el sillón y Alejandra también. La mujer del suelo temblaba y sus sueños parecían ser terroríficos. 

Aprovechando la quietud de la habitación y que nadie lo veía. Manuel lloro. Agarrándose la cara con las manos, lloro quedamente. Antes no había tenido tanto tiempo de llorar. Solo tenía momentos para estar frustrado e impaciente. Pero nunca había llorado tanto como hasta ese momento. 

Manuel lloró hasta que no pudo más. Pasado un largo rato se secó las lágrimas con las manos y miró a Alejandra y la anciana, que seguían dormidas. Se levantó y se acercó a la ventana, mirando hacia fuera. La noche estaba llegando a su fin. Un color azul claro empezó a llenar el mundo. De repente, escuchó un ruido en la puerta del cuarto que hizo que Alejandra se despertara de golpe y subiera su cara obligándose a prestar atención: Era Azucena  seguido por un Dario lloroso, la muchacha se paro en el centro de la habitación y  todos escucharon su voz con una expresión determinada. —Tenemos noticias—, dijo.—El equipo ha encontrado la ubicación de los adolescentes. La mujer decía la verdad. La situación casi se salía de control. Pero...sus hijos están a salvo. Están ya bajo nuestra custodia. 


















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