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Andres

Los padres de Julio, una pareja de ancianos de rostros demacrados y ojos cansados, observaban la escena desde la puerta entreabierta. Su figura frágil y encorvada contrastaba con la estatura de su hijo. Vestían ropas raídas y remendadas, que reflejaban su difícil situación. Con la boca y los ojos abiertos, parecían petrificados por lo que estaban viendo.

Julio se arrodilló con movimientos precisos y rápidos, mientras amordazaba a Andrés y sus amigos con la cinta industrial que había aparecido misteriosamente en sus manos. La cinta parecía una serpiente negra que envolvía sus bocas, silenciando sus gritos y protestas. En el caso de Andrés, la situación era aún más desesperante: los enormes pedazos de cinta que Julio le había colocado torpemente en la boca se le metían por los orificios de la nariz, cortándole el aire y haciéndole sentir que se asfixiaba.

—Nos has sacado en medio de la madrugada y has obligado a tu padre a robar esa cinta, ¿para esto?—dijo la anciana con la voz entrecortada.  

—Mi padre no robo nada, ¿no es acaso parte de su herramienta de trabajo?—dijo Julio sarcásticamente mientras se dedicaba a ponerles cinta a los chicos en las piernas y los brazos. La cinta los hacía estar rígidos e inmóviles.

—Mis jefes...me han dado un buen trabajo y les he pagado robándoles, de ahora en adelante, ¿como podre verlos a los ojos?—musito el anciano con la voz tartamuda. 

—Normal, anciano. Es una simple cinta. Cuando cobre el dinero del rescate de estos mocosos se las pagaré al quíntuplo. Déjate de estupideces, apa. Ahora me vas a ayudar.  ¿Ves ese colchón?—Julio señalo al colchón en donde Andres se recostaba a sufrir. El colchón estaba manchado de eses fecales, orina y sudor, pero también de sangre y lágrimas—Ya lo he visto bien, cortándole la parte de arriba y sin cortar la base, podremos meter a los mocosos dentro. Luego haremos unos amarres para que el colchón parezca lo más normal posible. Es obvio que se verá unos bultos grandes, pero es de madrugada, si alguien nos ve no sospechara nada y además tengo unas cobijas que podremos echar encima.  

—Mi niño, para por favor—dijo la mujer con lágrimas en los ojos—Deja de hacer sufrir a estas inocentes criaturas. Son niños Julio, por favor...

Julio se puso de pie rápidamente después de escuchar a su madre y saco el revolver que tenía enfundado en la cintura. Los padres de Julio se arrepecharon contra la pared asustados mientras miraban el arma con que su hijo les apuntaba. 

—¿Vamos a pasar por esto de nuevo pinches rucos?—pregunto Julio con voz amenazadora—Mis amigos me abandonaron, mi zorra prometida se largo, seguramente a de estar cogiendo con alguno de esos perros traidores que se llamaban mis amigos...ellos me metieron en esto pero me abandonaron y ustedes...ustedes deben estar aquí porque son mis padres. Es su maldita obligación ayudarme. 

—Nuestra obligación fue educarte para el bien y mantenerte hasta tu mayoría de edad. Y lo hicimos. No es justo que ahora nos obligues a ver como te conviertes en un asqueroso secuestrador de niños—dijo el padre en voz baja. 

—¿Mantenerme has dicho? ¿Mantenerme has dicho?—pregunto Julio con una risa sarcástica—Siempre has tenido trabajos mediocres don Jacinto. Solo te alcanzaba para darme un pedazo de pan y un poco de leche. Toda mi miserable vida. Me dabas ropa que encontrabas en la calle y zapatos que mendigabas entre los vecinos. Tu casa es un par de cuartos de lodo con techo de paja y piso de tierra. Yo dormitaba en una montañita de arena y me tapaba con un pedazo de saco de papas. ¿Como te atreves a decirme que me mantuviste?

—Era lo mejor que podía hacer, hijo...

—Era lo único que podías hacer borracho pendejo—grito furioso Julio. Andres escuchaba todo con los ojos desorbitados y su cuerpo más cansado por estar intentando respirar con normalidad. 

—Van a hacer lo que yo les diga. Van a recompensarme por darme una vida de mierda. Si no, los mataré. Siempre los he odiado, para mi no son mis padres realmente. Las palabras de Ruth y de mis amigos me hicieron meterme en este jale, pero mi pobreza y mi rancia vida también me orillaron a querer ganar este dinero que no a resultado ser tan fácil. Así que...si quieren seguir viviendo me van a ayudar a sacar a estos de aquí antes de que nos encuentren.

Julio les hizo un gesto con el arma para que caminaran hacía donde estaba el colchón. Luego saco un cuchillo grande y aparentemente filoso que puso bruscamente en la mano de su padre. 

Andres no pudo saber cuanto tiempo estuvieron arreglando el colchón, solo sabía que si pasaban más minutos, en ese momento, moriría asfixiado. 

Cuando empezó a sentirse mareado fue cuando dos pares de brazos lo alzaron. Pudo sentir como lo ponían encima de la tela y la esponja del colchón. Luego sintió como ponían a sus amigos al lado. A continuación Andres escucho el rasgueo de la tela y vio como Julio, con la ayuda de un clavo, hacia hoyos en la parte desgarrada del colchón y volvía a unir las partes rotas con varios alambres. Pronto una semioscuridad lleno el mundo de Andres. Apenas podía ver la luz del foco de la habitación que se metía por entre la tela del colchón. 

En la espalda Andres sentía, a pesar de la esponja, los fríos resortes que le daban base al colchón. Estos se apretujaban contra la espalda de Andres lastimándolo de una forma dolorosa puesto que hacía que sus heridas viejas y nuevas, escocieran horriblemente. 

Pocos minutos después se volvió sintió como flotaba. Escuchaba los gemidos de las tres personas que los transportaban y sentía el balanceo y los movimientos cuando alguno tropezaba. 

La luz del foco desapareció y Andres estaba seguro que ahora lo que veía por entre los pliegues del colchón era la luna. 

Cuando los bajaron Andres pudo escuchar como se abría una puerta. Reconocía ese sonido: uno de sus tíos tenia una troca vieja. El rechinido al abrirse y el golpe seco y tosco le dio aviso de a que tipo de vehículo lo subirían. 

—Vamos a levantarlos, yo de aquí de en medio y ustedes de las orillas. Estos canijos están pesados, así que los aventaremos—dijo Julio con la voz trabajosa. 

—Hay que subir una parte del colchón y después empujemos. Si tiramos el colchón se golpearan horrible. Hagámoslo así—dijo la madre. Su voz se escuchaba como si el esfuerzo de cargarlos hubiera sido demasiado. 

—No—grito Julio—no me importa que se hagan daño. Vamos a lanzarlos. Ya nos estamos tardando mucho como para tratarlos como reyes. Preocupada porque no sufran. Eres una viejita ridícula. Muévanse. 

Se sintió alzado de nuevo y luego de repente también lanzado. El golpe con que cayo en la caja de la troca sonó quedo y metálico. El golpe les saco el aire a los tres y les hizo tronar la cabeza. Andres sintió como se mordía la lengua y la sangre salía de su boca. Sentía el liquido trepar por sus labios y mejillas y como el pegamento de la cinta se retorcía por el contacto con la sangre. 

Pocos minutos después se sintió como avanzaban. Andres nunca había estado tan desesperado. No podía mover las piernas, los brazos. La rigidez de su cuerpo hacía que todo le doliera. Sentía sangre por todos lados, no podía respirar y cada bache, cada botido, cada giro brusco que daba el auto le hacia que su cabeza se golpeara contra los resortes. 

La tortura duro demasiado tiempo para Andres. Se sentía mareado, adolorido y cansado.  

Al final se quedo engarrotado y apenas sintió como, después, los bajaban del carro y lo volvían a transportar quien sabe a donde. 

Todo estaba oscuro cuando por fin le quitaron la tela superior al colchón, antes de que encendieran una luz tenue. Ahora estaban en un cuarto de lodo con techo de paja y piso de tierra. Julio los acomodo uno por uno, a Andres lo puso en un rincón, un tanto alejado de sus amigos. Para variar, Julio se fijo en que Andres no podía respirar y le quito los pedazos de cinta que se le metían en la nariz. Andres pudo respirar bien de nuevo, y el alivio que sintió lo hizo marearse.

Julio no les quito las cintas a ninguno de los tres.

—Pondrían pensar que aquí la gente se va a dar cuenta de todo, ¿no? No se preocupen. Los vecinos de mis padres ya nunca vienen por acá. Mi padre es un asqueroso alcohólico al que la gente evita. Nadie viene aquí. Más tarde haré mis contactos con los Herrera. Pero no se sientan muy seguros porque mi madre se quedará a cuidarlos. Tendrá que hacerlo bien, me llevaré a mi padre, y si los deja irse, si les quita las vendas de los pies o manos, si los deja hacer una estupidez, le reventare el cráneo a mi padre con una bala y luego los buscaré y los mataré a ustedes. Hace rato tuvieron suerte de que no los mate. Pero esa suerte no les durará para siempre. Así que vale mas que no hagan tonterías.

La mujer lanzó un sollozo cuando escucho eso y cayó de rodillas. 

Andres vio como sus amigos lloraban en el piso de tierra. El dolor que sentían, el miedo, la tristeza, la angustia y la desesperación eran como una fiebre que se contagiaba. Entonces fue cuando Andres se sintió como un niño pequeño y desesperado que deseaba estar en los brazos de su madre y que lo abrazaran fuerte hasta que se quedará dormido. 

Julio se salía con la suya quien sabe por que. Él, Carlos y Raul estaban solos y la muerte rondaba sus vidas como un cuervo esperando a un animal moribundo para devorarlo. Nadie abrazo a Andres, nadie lo salvaba pero si se durmió, solo.

Cuando despertó el sol entraba por el techo. El viento se escuchaba por todos lados y el silencio era opresivo. Se sentía adolorido e incomodo. Las manos le ardían y no sentía las piernas. Sus amigos estaban dormidos y por un horrible momento incluso pensó que estaban muertos. Las respiraciones trabajosas les dijo que no y su alivio fue evidente. 

La señora no estaba dormida. Estaba de rodillas, sentada frente a los hermanos, mientras Carlos y Raul dormitaban en el suelo terroso. Andres no pudo dejar de notar que gemían y se retorcían entre sueños.  Cantaba una canción lenta con una voz ronca pero extrañamente tierna y linda. 

"Señora Luna, señora Luna, ven a ver a mi niño, que está durmiendo, con los ojos cerrados. Trae tu luz plateada, y tu sonrisa de oro, para que mi niño, se duerma con amor."—cantaba, repitiendo la misma estrofa una y otra vez.

Desde el lugar en donde estaba Andres podía ver su rostro cubierto de lágrimas. 

De repente la señora se dio cuenta de que Andres estaba despierto y dejo de cantar. Apresurada gateo hasta en donde estaba el chico y pidiendo perdón una y otra vez comenzó a quitarle la cinta de la boca. 

—Niño, mi dulce nenito bello. ¿Que les ha hecho mi hijo?—pregunto la mujer lentamente y en voz baja. 

Andres sentía las manos rasposas de la mujer contra la cara y el olor que desprendía lo sentía cerca muy cerca de la nariz. No era un olor desagradable. La mujer olía a limpio. De repente pensó en su abuelita y estuvo a punto de echarse a llorar.

—Señora, si Julio llega nos va a matar, no debió quitarme la cinta—dijo Andres. Sentía su voz extraña, vacía, ronca. Hacía mucho que no la usaba para hablar. Solo abría su boca para gritar, para llorar o gemir de dolor. 

—Estamos al sur de la ciudad amor, muy lejos del lugar a donde Julio y mi esposo iban. Tardará mucho para volver. Cuando sienta, mas o menos, que están a punto de regresar te colocare de nuevo la cinta. 

Andres asintió lentamente y se sentó.

—¿Puede quitarle también la cinta de la boca a mis amigos? Despacito, por favor. Que no se despierten—dijo Andres con un nudo en la garganta. 

—Si, amor, seré cuidadosa.

Las manos de la anciana eran grandes y estaban llenas de venas y arrugas. Los dedos largos y huesudos eran extrañamente tiernos. 

Cuando termino Andres hablo de nuevo. 

—Agua, señora. Ya que esta siendo tan amable, ¿puede darnos agua, y algo de comida? Lo que sea, por favor. Hace muchos días que Julio no nos da nada. Por favor.

 —Claro que si mi amor, dame un momento.

La señora se puso de pie trabajosamente y entró al otro cuarto. Andres pudo escuchar el tintineo de platos y sartenes y el crujir de bolsas de plástico, el indiscutible sonido del agua al caer en un vaso y el de una estufa siendo encendida. 

Al cabo de unos minutos, la señora regresó con un plato de arroz con frijoles que lanzaba un hilo de vapor hacia el cielo. A Andrés se le hizo agua la boca y su desesperación lo hacía moverse de un lado a otro. Había pensado, por un momento, que la señora no le daría nada. Se sentía como un animal hambriento que llevaba mucho tiempo sin comer. Quería arrancarle el plato a la mujer y tomar bocadas grandes de la comida.

—Despierte a mis amigos, por favor—dijo al final, mientras su estómago rugía. Parecía que su cuerpo estaba consciente del alimento, pero Andrés no comería antes que Carlos y Raul. La anciana le dedicó una sonrisa de compasión y después se dirigió hacia los hermanos. Con golpecitos tiernos en la espalda, los despertó. Carlos fue el primero en abrir los ojos. Siempre había sido un adolescente de piel muy clara. El cautiverio lo hacía parecer muy pálido, casi transparente. Estaba en los huesos. Antes había sido un muchacho casi rellenito, con una pequeña barriga y un rostro redondo. Ahora estaba delgado, con la cara más flaca y las mejillas sonrojadas y partidas. Su cabello negro estaba muy largo y enmarañado.

La señora acerco una cuchara a la boca de Carlos y este de inmediato abrió la boca desesperado. La comida le resbalaba por la boca pero parecía no impórtale. 

—Raul, despierta—dijo Carlos con la voz ronca llena de desesperación—Comida.

Raul tenía apenas 12 años. Siempre había sido pequeño pero ahora lo parecía aún más. Su apariencia era preocupante. Carlos tenía golpes visibles y la sangre le resaltaba por su piel pálida. En Raul las cosas eran peor. Su palidez lo hacía parecer amarillo, tenía heridas más visibles por todos lados, su cabello estaba mucho más largo, enmarañado y sucio y lo tenía hasta la cintura, la carne se le pegaba a los huesos y parecía que si se pusiera de pie no aguantaría su propio peso. Comieron desesperados hasta comerse todo el plato. Luego la anciana les dio agua y el alivio evidente que sentían les hizo llorar. Andres sintió una punzada dolorosa en el corazón cada que los veía. 

La señora volvió al otro cuarto para rellenar el plato y el vaso de agua.

Andres comió con rapidez. Las cucharadas que la anciana le ponía en la boca se limpiaban en un segundo. En ese momento pensó Andres que no había probado nada mejor en toda su vida. El estomago, que había estado vació, parecía quejarse de la comida porque poco después de terminar sintió muchas nauseas, pero el agua que le dio la anciana mejoro las cosas y pronto se sintió un poco mejor. 

Cuando termino la anciana ayudo a Andres a sentarse y después hizo lo mismo con Carlos y Raul.

—¿Por que nos ayuda?—pregunto Andres con la voz baja. Andres realmente no podía entender como alguien como Julio podía tener unos padres tan diferentes a él. No podía entender como su madre era tan buena persona y como su hijo era el mismo demonio. 

—Porque soy madre. No es la mejor ayuda...quisiera poder dejarlos en libertad pero... si lo hago me despido de mi esposo...mi pilar de vida—contesto la anciana sin miramientos, luego añadió—Julio tuvo alguna vez la edad de ustedes, y nunca me hubiera gustado que le hicieran lo que él les ha hecho. 

—¿Tanto quiere el dinero? ¿o solamente disfrutara viéndonos sufrir?—pregunto Andres con la voz baja. 

—Julio a sufrido demasiado, es verdad—dijo la señora suspirando—Siempre fue un niño ambicioso. Envidiaba a todos los niños que tenían mejores cosas que él, que comían tres veces al día y llevaban mochilas nuevas a la escuela. Siempre nos ha odiado por no darle más que lo suficiente; igual piensa que no lo amamos. Cuando fue por nosotros nos hablo de los Herrera. Me pareció sentir la envidia por ustedes, me imagino que son los hermanos—dijo señalando a Raul y Carlos con los ojos—Debe considerar verdadero amor paterno tener mucho dinero  y gastarlo por los hijos. Algo que él nunca pudo sentir. 

Andres se quedo callado. Las motivaciones de Andres le parecían absurdas. Andres nunca tuvo lujos extravagantes pero sus padres le dieron todo lo que necesitaba y un poquito más. ¿Sería igual que Julio si el señor Manuel y la señora Adela no le hubieran dado nada? La respuesta era clara para el adolescente: Nunca estaría amargado por la pobreza ni mucho menos estaría enojado con sus padres por los esfuerzos de alimentarlo. ¿O si? apenas en ese momento se sintió privilegiado de la vida que hasta ahora había tenido con sus padres. Igual se dijo a si mismo que, ni aunque muriéndose de hambre. nunca le quitaría la libertad a nadie para ganar dinero, eso sin dudarlo.  

—¿Sabe si mis papás le darán el dinero a Julio?—pregunto Raul con la voz débil—¿Nos dejará ir, por favor?—termino, casi suplicando. 

—No lo se mi amor, solo sé que fue a negociar con los Herrera. Ha estado muy nervioso pero no los sacaría del lugar dónde estaban si hubiera visto las cosas perdidas. Así que...esperemos que reciba el dinero para que los deje libres—dijo la mujer sonriendo tímidamente, Raul respondió a la sonrisa y sus ojos enfermos brillaron por momentos.

—Mis papás darán cualquier cantidad de dinero por nosotros. Por los tres—dijo Carlos triste—No se porque se han tardado tanto. Me imagino que Julio les a puesto las cosas complicadas. Seguramente se dio cuenta que no tan fácil mi papá lo dejará libre. Mis papás querrán que pague, que se enfrente a la justicia. Hace tiempesito yo pensaba igual. Ahora solo quiero que den el dinero. No me importa que le pase a Julio o a los otros. Solo quiero que den el rescate para regresar a casa. 

—Un Carlos no vengativo—dijo Andres con una risita—Por cosas más tontas me has querido casi matar, ¿que te ha pasado?

—No se si te has dado cuenta, pero creo que me secuestraron—bromeo Carlos con una sonrisa. 

La risa de momento fue un descanso en medio del dolor. 

—¿Me pregunto que estarán haciendo nuestras familias?—pregunto Andres con los ojos cerrados, aprovechando el momento que tenían para hablar con libertad. 

Antes en las horas en que los dejaban solos apenas y podían platicar. El miedo, la desesperación y la ansiedad, apenas les permitía tener conversaciones vacías relacionadas a la supervivencia o los inútiles planes de escape. 

—No podrán vivir sin nosotros. Somos lo mejor de sus vidas—dijo Carlos con una sonrisa. 

—Nuestros padres estarán demasiado tristes. La verdad es que me resulta demasiado doloroso pensar en como la han de estar pasando...mis hermanas, mi abuela, mis papas, los de ustedes...es algo que me preocupa mucho—dijo Andres con lágrimas en los ojos—Ellos no se merecen esto.

—No. No nos merecemos esto Andres. Nadie—dijo Carlos—Abre los ojos. 

Andres, intrigado abrió los ojos y miro a Carlos.

—Gracias. Te has preocupado mucho por nosotros. Antes de que nos levantarán me ayudaste a hablar con mis papás sobre mi carrera y no alcance a decirte nada. Y ahora...aquí también nos has ayudado. Pasé lo que pasé...muchas gracias, hermano. 

Andres lo miro un tanto confundido. Carlos siempre había sido un chico bromista y divertido, muy poco presto a mostrar directamente sus emociones...ahora que estaban ahí...las palabras le sonaban casi a un poema. 

—Son mis mejores amigos...como Daniel. Haría todo por ustedes. Siempre los apoyaré pase lo que pasé...y en lo que pueda. Tampoco es que sea un superhéroe...si no, ya hubiéramos salido de aquí. Yo también les doy las gracias por ser mis amigos...pase lo que pase, estaremos juntos.

Los tres, entre lágrimas se dedicaron una cálida sonrisa. Andres pensó: "Esto es algo que no nos puedes quitar, Julio. Ni aunque nos mates."

La anciana miro a Andres como si le estuviera escaneando el alma. Así que pronto cambio de conversación.

Las siguientes horas se dedicaban a hablar de aventuras pasadas, momentos graciosos o escenas inolvidables que habían pasado los tres junto a Daniel. La señora los escuchaba con entusiasmo mientras por momentos salía a comprobar que Julio no llegaba de imprevisto. 

En algún momento, cuando el sol se fue y se tuvo que encender el foco, la anciana se puso de pie como si le hubieran dado una descarga eléctrica. La espalda le pareció crujir un poco al hacer el movimiento pero apenas le puso atención al dolor.

—Mis amores, estoy segura que Julio esta a punto de llegar. Tengo que ponerle pedazos nuevos de cinta. Tirare estas que les quite...las dejaré muy bien escondidas, seguramente ya no servirá para que se queden firmes—dijo la mujer mientras iba al otro cuarto y traía la cinta industrial. Con movimientos más firmes que los de Julio, les puso la cinta en la boca. 

Fue justo a tiempo. Cuando se sentó, después de ponerle la cinta a Raul. Se escucho la puerta del cuarto y entro Julio. 

La sonrisa de Julio hizo que Andres sonriera por dentro. Seguramente las negociaciones habían salido bien.

—Voy a ser rico—dijo emocionado con la voz baja—Me iré de esta inmunda ciudad. Viviré feliz en otro lugar. No puedo con tanta emoción. Creo que el viejo también estaba emocionado. Le di una dosis de alcohol para celebrar. Esta tirado en el otro cuarto, tal vez este muerto. 

Julio tenía los ojos desorbitados y se agarraba el cabello. Tenía la sonrisa enorme. El sudor le recorría la cara y los brazos. Temblaba un poco y se movía de un lado a otro como si fuera un cervatillo acorralado. Se veía que necesitaba algo...pero Andres no entendía que. Las cosas seguramente le habían salido muy bien. ¿Que mas podría querer? La confusión puso nervioso y en alerta a Andres mientras veía a sus amigos, con preocupación...no sabía por que. 

Andres volvió a ver a Julio. La exaltación del hombre era evidente. Su mala alegría lo hacía incluso saltar varias veces e incluso Andres no pudo dejar de notar una erección que se notaba en sus pantalones.

—Mis amigos siempre me dicen que después de una victoria es siempre bueno tener un buen coño para rematar las cosas. Estoy excitado, compas. Esto merece una buena celebración. Lástima que mi vieja ya debe estar demasiado lejos de mi y tampoco puedo ir a conseguir una puta...las cosas pueden terminar mal. 

Andres se quedó un tanto ido. Se le hacía un poco irreal que quisiera eso...pero bueno, tampoco es que supiera mucho de los gustos del hombre que lo había secuestrado. De repente se sonrojó y estuvo a punto de reírse. 

Pasaron uno minutos y Julio se sentó en el piso de tierra, a unos pasos de Carlos y Raul, y comenzó a ver al más pequeño, con una mirada extraña que Andres no supo reconocer.

—Vete al otro cuarto y quédate callada, no vayas a hacer nada o te mato—dijo Julio en voz alta después de un rato. La madre de Julio hizo un gesto de extrañeza, obviamente le hablaba a ella. 

La anciana les dedico una mirada de angustia a los chicos antes de desaparecer. La cinta seguía en sus manos, de repente dejo de esconderla en sus espaldas.

Andres sintió un escalofrió que le recorrió el cuerpo.  Julio comenzó a gatear hasta donde estaban Raul y Carlos y acerco su cara al más pequeño.

Con desconcierto Andres pudo ver como la mano de Julio se paseaba toscamente por la cara de Raul. Luego por sus brazos y su pecho. Raul tenía los ojos perdidos del miedo. Su frente estaba perlada de sudor. Carlos miraba rápidamente a Julio y a Raul con la confusión y la desesperación reflejándose en sus pupilas.

 —Alguna vez tuve a un amigo que se tiro a muchos jotos—dijo Julio mientras pasaba su dedo índice por la boca de Raul. Los ojos del hombre estaban descontrolados. Su sonrisa estaba curvada—Me dijo que cogerse a un hombre no es tan diferente. Como que se siente lo mismo. Tengo que tirar esta emoción que tengo para estar tranquilo. En tiempos de guerra, cualquier hoyo es trinchera. A mi me encantan las cinturitas pequeñas, como la tuya, niñito. Ya te hecho de todo, esto no será nada. Tal vez hasta lo disfrutes. Te voy a hacer mi putita, mi despedida después de tanto tiempo alegre que pasamos. 

De repente Carlos entendió todo. Su furia y pánico eran evidentes. Se escuchaba que gritaba pero el "no" fúrico que salía de su boca chocaba contra la cinta y el sonido solo era casi un gemido quedo. Parecía que Carlos había recuperado algo de energía y estuviera dedicando su vida a quitarse la cinta que le quitaba la movilidad. Por un momento logro mover sus piernas bruscamente contra Julio y este de la sorpresa dejo de tocar a Raul. 

—Ya se que eres un hermano muy protector—le dijo enojado Julio a Carlos agarrándolo por los cabellos y regresándolo al piso—Ya se que no me vas a dejar comerme a tu hermanito a gusto, así que es mejor que te duermas un rato—Cuando termino de hablar, sin ningún tipo de señal, tiro un fuerte golpe con la palma de su mano que termino en la nuca de Carlos. Carlos quedó inconsciente y desde el lugar en donde estaba Andres pudo ver sus lágrimas bajando por sus mejillas. 

Andres también entendió lo que pasaba. Desesperado, comenzó a buscar formas de como liberarse, pero era inútil. Ahora la cinta la sentía incluso más apretada. Trato de moverse para acercarse más a sus amigos, pero era inútil. Los movimientos solo hicieron que quedara de boca a la tierra. Trato de mover la cabeza de arriba abajo y así se movió un poco pero el solo esfuerzo lo hizo marearse y sentía más débil. Cuando alzó la vista para volver a percatarse que sucedía, lo que vio le hizo que se le cayera el alma a los pies.

Julio había puesto a Raul bocabajo. Con una mirada totalmente pervertida y con unas manos asquerosamente grandes comenzó a bajarle los pantalones al niño.  Luego dirigió sus manos hacía su propios tejanos y después de quitarse el cinturón, su prenda también cayó enredada al final de sus piernas. 

Andres no sabía que hacer, miraba por todos lados como buscando una solución rápida. Pero todo era inútil. Andres comenzó a sollozar histérico, lleno de impotencia, pánico y consternación. En un momento su mirada se encontró con la anciana que después de quitársela miraba todo desde el umbral de la puerta del cuarto, con los ojos llenos de asco, miedo y desesperación. Andres se quedo mirando a la anciana y esta le volvió a regresar la mirada. Andres le imploró ayuda con el rostro lleno de lágrimas cuando de repente comenzó a escuchar los gemidos del insano placer de Julio, los sollozos y pujidos amortiguados de Raul y el golpeteo de la piel contra la piel. Andres se obligo a ver la escena y solo pudo ver a Raul, con el rostro desdibujado, que soltaba lágrimas de dolor y a los ojos que se cerraban cada que sentía un empuje.

Andres regreso a ver a la puerta donde la anciana estaba. Quería su ayuda, era la única persona que podía hacer algo. Pero ya no estaba. La anciana se había ido. 

Y con grandes deseos de estar muerto, Andres cerró los ojos y escucho todo. 













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