Capítulo 9
Por algún motivo Electa sentía una atracción irresistible hacia el tritón. Si pasaba varios días alejada de su lado, se notaba temblar de arriba abajo, maldecía su suerte y no podía más que pensar en todas las caricias que le había prodigado pero de las que ahora carecía, en esas noches juntos de acción desinhibida rayando el alba, en la particular forma en que pronunciaba su nombre...
Se preguntó con un ápice de temor, si sería una consecuencia del celo, si alguna vez volvería en sí, a ese dulce embeleso inicial al conocerlo; o si por la contra debía abrazar este súbito y nuevo sentimiento y recrearse en él. Fuera como fuere, sus apareamientos habían dado sus frutos, no podía decir que inesperados pero ignoraba si serían bienvenidos por ambas partes.
Lo citó al ocaso, no muy lejos de donde Alecton tenía su cueva, se trataba de una planicie desprovista de vegetación acuática y sin apenas baches, estaba lo suficientemente cerca del arrecife como para que la lamia se atreviera a ir sola pero al mismo tiempo contaba con la profundidad necesaria para que el rubio no le fuese a poner un pero. En cuanto lo vio lo saludó acercando su cola de serpiente entorno su cintura. Él mimó sus escamas con un trazado suave, delineándolas de modo ascendente hasta rozar con los dedos la barbilla de la fémina.
-Tengo algo que contarte. -Probablemente podía intuirlo, pues su olor mutado no pasaba desapercibido entre los seres de agua. –Yo...este...amm...-Entre cada pausa los silencios se iban agrandando más y más. La repentina incomodidad hizo que se desligase de su cuerpo. - ¡Vaya!...No creí que me fuese a dar tanta vergüenza decirlo.
La vio dar pequeñas vueltas en círculos mientras se retorcía las manos, sin duda meditando su discurso. Bajo ellos merodeaban las estrellas, fuente inagotable de mosaicos titilantes que adornaban sus siluetas como un vestido caprichoso. Le resultó adorable su juego infantil por no querer rozar las estrellas de mar y otras cáscaras de molusco que algún animal sagaz dejó vacías. Pudo haberse apiadado de Electa, sin embargo no hizo intento alguno por interrumpirla, necesitaba como nunca escucharla decir lo que ya sabían, hacer realidad ese escurridizo sueño vital.
Abrazándose a sí misma lo encaró, poniendo el escudo antes que el golpe.
-Espero crías. –El tono empleado fue neutro, un comentario engañosamente casual que procuraba ocultar las escisiones de su sensatez emocional. Si él la dejaba sola, si no se tomaba bien la noticia, se hundiría. –Y obvia decir que eres el padre.
No obstante lo vio iluminarse con la sonrisa más cegadora del océano, aplacando al instante todos sus temores. ¡Gracias al Dios de las marismas!-pensó ella.
Hablaron hasta que asomó el alba, haciendo planes de futuro y estableciendo prioridades. Electa creyó que era pronto para aceptar trasladarse a su helado hogar, tal y como le propuso su pareja, pues la cueva de estalactitas, aunque era una maravilla para la vista también resultaba poco acogedora. Sin embargo concedió en quedarse allí varios días a la semana y bromeó al insinuar que debía hacerle un hueco a sus pertenencias. Poco podía imaginar en ese momento, que toda la dicha que experimentaba se truncaría para convertirse en su mayor pesadilla.
La cebaba a todas horas, al principio la lamia encontró encantador que cada mañana junto a su lecho apreciase como por arte de magia un cofre repleto de sus peces favoritos, cuando no moluscos varios o crustáceos del tamaño de morenas. Pero en cuanto duplicó su peso, y con ello su estómago, quiso ponerle remedio restringiendo su dieta, pues detestaba ver esa protuberancia anormalmente inflada destacando como un faro. No le pasó desapercibido que cada vez que se negaba a comer Alecton se tornase huraño y meditativo. Lo achacó a sus miedos de padre primerizo y en su presencia, mordisqueaba cualquier pieza en un afán por complacerlo.
-Últimamente no me siento bien. -Resultaba evidente que las escamas de Electa fueron perdiendo pigmentación y su sentido del gusto a deteriorarse. Su difunta madre jamás le había mencionado que este tipo de cambios tuviesen lugar durante el embarazo, y queriendo documentarse, encontró que eran un fenómeno habitual entre parejas interespecies. Lo mismo que la aceleración gestante, ya de por sí rápida entre los sobrenaturales. – Siento retortijones. Creo que debería tocar tierra y hacer que un médico me revisara.
-¡No! Mi estrella, es normal....conozco un par de parejas que criaron y manifiestas los mismos síntomas. –mintió. –Sé de algo que calma los calambres, duerme un rato mientras voy a conseguirlo.
-Pero...
Alecton la asió por los hombros y la empujó hacia el fondo de la cueva, donde un pequeño nido de algas la arroparía.
-Descansa. Hazme caso.
La miró como un tesoro, como si ella fuese la única luz en medio de un abismo. Así que capituló, enamorada. Ya no intimaban sexualmente pero con sus miradas, gestos y mimo no le cupo duda de que la deseaba tanto o más que al principio. Cuando volvió, mucho más tarde, sostenía entre sus manos un mamífero gravemente herido. De hecho, el salobre gusto de la sangre fue lo que la despertó.
-¡Pero qué...! ¿Qué haces?
Depositó un delfín a los pies de su cola, era hembra, estaba asustada y su mirada perdida era de quien se daba ya por vencido. Le colgaba el cordón umbilical, fue atrapada justo después de dar a luz.
-Su leche calmará los retortijones. No tiene el mejor sabor, pero es sana y reforzará el esqueleto de nuestras crías.
-¡¿No podías conseguirla de otra forma?! –exclamó sobrecogida. La sangre y la situación le provocaron arcadas. Su vientre se contrajo arañando su interior, como si sus pequeños pudiesen ver el exterior y quisieran participar de él. Devolvió todo cuanto comió ese día, Alecton le acarició el lomo y cuando ya no le quedó nada se sintió tan saturada que no tuvo fuerzas para apartarlo. Ni siquiera cuando le acercó el delfín a la boca, apretó su costado y la leche empezó a gotear hacia su paladar.
-Pero Electa, la lactina se hubiese podrido si le hubiese quitado la vida. ¿Y acaso no es mejor tomarla calentita?
Empezaba la cuenta atrás para ver nadar a sus crías. El kraken aprendió que las serpientes a diferencia de las sirenas contaban con una matriz hiperresistente, diseñada para engullir grandes presas y propulsarse en el agua con facilidad. También su piel era muy flexible y eran capaces de dislocar partes de sus cuerpos para hacer más sitio en una puesta. Por lo que le contaba Electa, sus hijos nacerían en pequeñas huevas individuales recubiertas de nutrientes, que romperían cuando absorbieran todo cuanto pudiera sustentarles. De modo que la última parte del proceso de gestación ocurriría fuera del cuerpo de la lamia, aumentando las posibilidades de que sobrevivieran la madre y su descendencia.
-Esta vez será diferente. –Se prometió.
A Alecton le gustaba bajar a las profundidades del océano, a su residencia de roca en el abismo; su verdadero hogar. Aquí podía ser él en todos los sentidos, olvidarse de disfraces y dar rienda suelta a su verdadera naturaleza.
Había tallado una nueva estancia con sus dientes a contrapendiente para sus retoños; para el sinnúmero de neonatos que llevaban su sangre pero que jamás pudieron llegar a nadar a plena mar. Aun los lloraba.
De las paredes sobresalían sus diminutos cráneos, conchas rellenas de ojos sin alma que parecían acusarlo. Era cuanto quedaba de ellos. Jamás los vería jugar con tiburones, emerger de una corriente para darle un abrazo furtivo o engatusar a una presa durante su primera lección de engaño. Había sido tan efímera su existencia....mientras que la de él tan larga. Si hubiese habido algún modo de trocar sus posiciones, sin duda lo hubiese hecho. Más su destino era el que era.
Encogiéndose por dentro, dejó atrás el mausoleo, su pasado...; y puso rumbo a su presente y futuro, rumbo a Electa.
Continuará....
Nota de autora: ¡Queda un capítulo para el final!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro