Capítulo 3
Las profundidades del mar son frías, oscuras y un tesoro prodigioso, siempre que Alecton se aventuraba a lo desconocido hallaba algo invaluable. Hacía ya un lustro que perdió el interés por las ruinas y barcos hundidos, los humanos sin embargo despertaban su interés a través de los pequeños objetos tallados que él nunca sería capaz de hacer. Su condición sobrenatural le impedía acercarse demasiado a la costa siendo las aguas de poca hondura su única debilidad. No soportaría quedar varado como una ballena mientras el Sol lo secase vivo. Alguno de sus hermanos tristemente tuvieron ese final.
Y ahora solo quedaba él.
Su guarida era un pozo sin fondo, una cueva de penumbra cuya forma de embudo se iba estrechando hasta el punto en que ni siquiera él pudo llegar alguna vez a tocar su fondo, se sentía cómodo con sus salientes, como escalones de caracol en los que podía reposar tranquilamente sus tentáculos. Tardó años en tallar la roca de la brecha marina, perdió tantos de sus dientes en el camino que si los hubiese juntado hubiesen servido de base para mil armaduras. Era allí donde escondía sus tesoros.
A pesar de sus inútiles ojos no distinguían los colores, había algo especial en las piedras que arrancaba de los brazos y cuellos de los esqueletos humanos, esos abalorios brillantes y coloridos que resaltaban contra las demás gamas de penumbra. Logró hacer un mosaico con ellas y tapizar el rincón más alejado de la caverna, su habitación. Lauren estaba allí cautiva, aunque aún no lo supiese.
Se le acerco por detrás, silencioso, y acunó a su nuevo proyecto de reproducción.
La especie de Alecton entraba en celo una única vez en su vida, las hormonas lo obligaban a actuar por impulsos y a sentir cosas que nunca habían experimentado con anterioridad. El ciclo duraría 45 días, de los cuales ya se agotaron 15. La impaciencia empezó a hacer mella en él sintiendo la impronta por tener un hijo, algo que lo perpetuase. Al no quedar ya hembras de su género se vio obligado a seducir a otras féminas marinas que sabía en algún momento compartieron ancestros comunes.
La sirena en sus brazos se afanó por complacerlo, masajeó sus hombros y besó sus labios sin saber que en realidad estaba ante un espejismo, se restregaba sobre uno de sus diez tentáculos y su boca de pez lamía la viscosa piel de un monstruo. Era muy simple proyectar una imagen ficticia en la mente de los demás, un don con el que nació que le ayudaba a cazar. Y ahora él se aprovechaba de ello.
-Eres tan bonito....brillas. –le dijo. –Precioso.
-¿Eres feliz? –escupió la pregunta en un hábito, sin mayor pretensión.
-Un abismo. –Lo rodeó con sus brazos mientras su cola creaba suaves remolinos.- Te quiero tanto.
Alecton absorbió su peso y la apoyó contra una de las paredes.
-Canta para mí. –Sus apéndices la acariciaron entera y mientras uno de ellos la penetraban lo único que tenía en mente era a su prole.
Deseaba tanto un hijo...pero casi había diezmado a las sirenas fértiles, por algún motivo sus retoños no arraigaban bien en sus cuerpos y las huevas eclosionaban antes de tiempo. Generalmente las hembras de Kraken morían por agotamiento tras dar a luz y si eso no sucedía, el extenuante sacrificio de cuidados y alimentos que requerían las crías hasta que éstas tuviesen el tamaño adecuado terminaba por matarlas igualmente. Las sirenas no tenían una piel tan resistente y en cuanto sus pequeños eclosionaban dentro del útero, éstos incapaces de lograr más comida, empleaban sus dientes de pico para comerse entre ellos. El ganador no tardaba mucho en abrirse paso a través de la piel de sus madres con el mismo método.
Había perdido la cuenta de las veces en que había inseminado a Lauren, si bien todas ellas habían tenido éxito. Eso le dio esperanza, no fue así con las demás. Últimamente la veía engullir más crustáceos de lo habitual y juraría que aumentó de peso. Pero solo por si acaso buscaría otras opciones, nunca hay suficientes peces en el mar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro