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23

Las semanas se han deslizado desde aquel encuentro casual con Eli. Nos hemos visto algunas veces para compartir una película, alguna partida de vídeojuegos o simplemente para charlar. Entre nosotros se ha formado un pacto no escrito: él evita mencionar a Noah y yo me guardo mis pensamientos. A veces, la tentación de confiar en él y buscar su consejo me ronda, pero sé que su visión sobre Noah no ha cambiado y eso me detiene. Eli, con su forma directa de ver la vida, quizás no pueda entender la maraña de sentimientos que llevo dentro, y prefiero no arriesgarme a un malentendido o a un consejo que no resuene con lo que siento.

Con Noah, la cosa es aún más complicada. Evito mencionar cualquier cosa sobre mis encuentros con Eli. No puedo prever su reacción y prefiero no provocar un conflicto innecesario. Ni si quiera me atrevo a guardar las conversaciones de WhatsApp. Probablemente se sentiría traicionado o malinterpretaría las cosas. Imagino que podría presentarse frente a Eli, buscando respuestas que no quiere escuchar. Me gustaría poder ser honesta con ambos, pero la verdad es que no veo cómo podrían entender lo que realmente pasa por mi cabeza.

Además, Noah también tiene su círculo, amigos con los que prefiere que no me cruce. Intuyo que no son reuniones inocentes , nunca me dice lo que hace con ellos, pero sé, que es con ellos con los que fuma maría, y a saber que más hay detrás. Pero por ahora, guardo mis dudas y sigo adelante, esperando que el tiempo, Noah se dé cuenta de que necesita cambiar y que yo estoy aquí, dispuesta a apoyarlo en ese proceso."

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-¿Qué planes tenemos para el fin de semana? -pregunta Noah, apoyando despreocupadamente su brazo sobre mi mesa, para acercarse más a mi.

Le lanzo una mirada de reojo, y una risa de incredulidad se me escapa. Me cubro la boca con la mano, intentando no atraer la atención innecesaria.

- ¿Son las nueve y media de un lunes y ya estás pensando en el fin de semana? -susurro, asegurándome de que la estricta profesora de matemáticas, que parece tener ojos en la nuca, no nos escuche mientras garabatea ecuaciones en la pizarra.

- Siempre estoy pensando en el fin de semana -responde él, acomodándose de nuevo en su asiento, con la mirada perdida más allá de las paredes blancas del aula.

Aunque parece concentrado, sé que su mente está lejos, navegando por otros mares, ajeno a los números y ecuaciones que nos rodean.

-Entonces, ¿no tienes planes para el fin de semana? -insiste después de un momento.

No, ¿qué tienes en mente? -pregunto, intuyendo que esa es la respuesta que esperaba oír.

-¿Qué tal si te rapto el viernes y desaparecemos hasta el domingo? -propone, con una sonrisa traviesa que es demasiado tentadora como para rechazarla sin al menos escuchar su plan.

-¿Y a dónde me quieres llevar?

-¿Eso es un sí? ¿Me permites que te rapte?


-¿Sabes que el rapto a una menor es un delito muy grave? -le advierto, observando cómo su ceño se frunce, transformando su sonrisa en un puchero fingidamente enfadado, que no puedo evitar encontrar tremendamente atractivo.

-Aguafiestas -murmura él, con un tono juguetón que no logra ocultar su decepción.

No puedo descifrar los pensamientos que cruzan por su mente, pero durante el resto de la mañana, hasta que suena el timbre del recreo, se sumerge en un silencio reflexivo. Es como si estuviera contemplando seriamente la posibilidad, sopesando cada opción en su mente inquieta.

Caminamos juntos, abrazados hasta la verja del instituto, donde me acomodo en el murete de piedra de siempre, cerrando los ojos para saborear el tibio abrazo de los rayos del sol que apenas comienzan a disipar el fresco de la mañana.

Noah intenta encender un cigarrillo, pero mis piernas rodean su cintura y mis brazos se cierran alrededor de su cuello, entorpeciendo su tarea. Él sonríe ante mi travesura, y finalmente, tras un par de intentos fallidos, consigue su objetivo.

-Según lo veo yo, tienes dos opciones: inventarte una excusa o decirles directamente a tus padres que te necesito el fin de semana -dice, ofreciéndome un dilema que me desconcierta y aprovecha para dar una larga calada a su cigarrillo, apartando la cara para que el humo no me moleste.

La idea de que hable con mis padres es tan extraña... especialmente considerando que dudo que le abrieran la puerta siquiera.

-No vas a hablar con mis padres -sentencio con firmeza-. Así que más te vale darme una buena razón para inventarme una excusa -mis palabras fluyen con una mezcla de desafío y curiosidad, revelando mi deseo oculto de escapar con él, sin importar el destino.

Se queda pensando unos segundos, su mirada perdida en el vacío, buscando las palabras adecuadas para comenzar.

-A ver... -comienza, con una voz que lleva el eco de recuerdos lejanos- En el centro de menores, teníamos varias actividades para mantenernos ocupados y alejados de problemas. Fue allí donde empecé a pintar. Nunca se me dio mal, y el tiempo... el tiempo era lo único que nos sobraba. Así que me sumergí en el arte, tenía todo el tiempo del mundo para practicar y aprender. De vez en cuando, venían a darnos charlas sobre cómo enfocar nuestro futuro, y organizamos un par de exposiciones. Ya sabes, parte del plan de reinserción social. En una de esas exposiciones, apareció un galerista y, al parecer, le gustó lo que hacía y... bueno, para no alargar la historia, el otro día me llamaron del centro. Este hombre ha hablado muy bien de mí a alguien importante, quiere conocerme y... quiere que el viernes por la mañana me reúna con ellos en Granada.

Mis ojos se abren con incredulidad, escuchándole narrar su historia con una impasibilidad que no comprendo. Esto podría ser el comienzo de un cambio radical en su vida, una oportunidad para distanciarse de aquellos amigos que no le aportan nada positivo y que parecen arrastrarlo siempre hacia problemas. Y sin embargo, él lo cuenta con la misma naturalidad con la que se menciona el clima, como si fuera una mera anécdota, una excusa más para escapar el fin de semana.

-¡Wow! Es increíble -exclamo-. ¿Por qué no me lo habías contado antes?

- El viernes recibí la noticia. Al principio, pensé en rechazarla. Por eso ni te lo comente. Sin embargo, si te animas a acompañarme, podríamos disfrutar de un buen rato y, tal vez, aprovechar para conocer la ciudad después.

-¿Cómo puedes siquiera dudarlo? Es una oportunidad única en la vida. ¡No puedes estar hablando en serio!

La idea de disfrutar un fin de semana juntos nunca había cruzado mi mente, pero ahora que se presenta, es una tentación demasiado grande para ignorarla. Es una aventura que él, definitivamente, no debería perderse. Me encuentro en un dilema, sin saber cómo convencer a los demás, qué excusa presentar. Aún me faltan unos meses para alcanzar la mayoría de edad y tomar mis propias decisiones sin necesidad de permisos, pero estoy determinada a encontrar la forma.

Vuelvo a clase, pero me es imposible enfocarme en la lección. Mi mente está ocupada trazando planes, todos ellos demasiado elaborados para ser creíbles. Si deseo escaparme este fin de semana, debo hallar una justificación convincente, y necesito hacerlo rápido para persuadir a mis padres. No puedo revelarles que mi intención es acompañar a mi novio, un chico que ni siquiera han conocido, a Granada. Desearían conocerlo, indagar con quién estaré, y esa... esa es una posibilidad que simplemente no puedo considerar.

Finalmente, opto por la alternativa más lógica. Quiero ir a Granada el fin de semana con algunos compañeros de clase para conocer la universidad. Y en parte es verdad; voy a Granada y Noah es un compañero de clase. Aunque no tengo la más mínima intención de estudiar allí.


Llego a casa y doy vueltas en mi habitación, ensayando cómo plantearles la idea. Mi madre probablemente no pondrá objeciones, pero mi padre... Para él siempre he sido su niñita pequeña y, si fuera por él, yo no saldría de casa.

Con cada tic-tac del reloj, mi ansiedad crece. Las palmas de mis manos están sudorosas y mi corazón late con fuerza contra mi pecho. No es solo el viaje a Granada lo que me tiene en este estado; es la conversación que está por venir. Por suerte, mis padres no conocen a Noah, y el mero pensamiento de mencionar su nombre me hace temblar. Introducirle en la ecuación podría complicar aún más las cosas.

- ¡Hola mami! - Saludo con entusiasmo exagerado al verla entrar. - Quería contarte una cosa.

- Hola cariño. - responde colgando el abrigo en el perchero. - ¿Ha pasado algo?

- Este fin de semana, tengo la oportunidad de ir a Granada con algunos amigos del instituto. Es una visita educativa a la universidad, no tenía intenciones de estudiar allí, pero creo que será una experiencia valiosa.

- ¿A Granada? ¿No puedes ir a la universidad de Málaga como tu hermana? - interroga con una ceja levantada.

- Mamá, no sé a qué universidad iré pero...

- Y ¿Amigos de la escuela? ¿Quiénes son? ¿Los conocemos? - insiste, buscando una confirmación.

- Bueno, estaré con compañeros de clase. - digo sin querer dar explicaciones. - Mamá, ya soy mayorcita para tenerte que presentar a todos mis amigos.

- No me entusiasma la idea de que te vayas un fin de semana por ahí. - dice con un tono de preocupación.

En ese momento, mi padre entra en la sala, captando la tensión en el aire.

- ¿Qué ocurre aquí? - pregunta con su voz grave y calmada.

- Nuestra hija quiere irse a Granada con unos amigos del instituto. - explica mi madre, pasándole la mirada de preocupación.

Mi padre me mira fijamente, como si intentara leer mis pensamientos.

- ¿Es importante para ti este viaje? - pregunta.

- Sí, papá. Es una oportunidad para conocer la universidad y pensar en mi futuro. - respondo, esperando su comprensión.

- Entiendo sus preocupaciones, pero les aseguro que estaré bien. Además, esta visita es importante para mí. No voy a estar "por ahí". - digo, intentando transmitir seguridad.

Mi padre asiente lentamente, luego se dirige a mi madre con una mirada que parece tranquilizarla.

- Vale. Si es tan importante para ti... supongo que está bien. Confiaremos en tu juicio. Puedes ir, pero mantente en contacto y sé prudente. - concede finalmente.

- ¡Gracias! Prometo que les llamaré todos los días y les contaré todo sobre el viaje. - exclamo, dándole un abrazo a ambos. Y corriendo a mi cuarto, tomo el móvil con manos temblorosas para dar la noticia a Noah.






Finalmente llega el día anhelado, pero las clases parecen eternas. Mientras el profesor de historia se sumerge en su disertación, mi mente ya está en el viaje que nos espera. Al sonar la campana, Noah y yo intercambiamos una mirada que mezcla nerviosismo y alivio. Nos levantamos de un salto, sabiendo que cada segundo cuenta.

Con el corazón acelerado por la emoción contenida, hacemos una parada rápida para recoger nuestro equipaje, y sin perder demasiado tiempo nos dirigimos a la estación de autobuses. Siento cómo la tensión se apodera de Noah, vibrando a su alrededor como una corriente eléctrica.

Él camina de un lado a otro, sus pasos resuenan en el pavimento, marcando el compás de su inquietud. Se enciende un cigarro, buscando en el humo un alivio fugaz para sus nervios, sin soltar la carpeta de dibujo. Sus manos que tiemblan ligeramente y sus ojos, buscan en el horizonte el autobús que aún no aparece.

—Deja de mirar el reloj, no hará que llegue antes —le digo con suavidad, intentando transmitirle la calma que él no encuentra.

— Si no llega ya, perderemos el tren. — responde inquieto, aún sabiendo que tenemos tiempo de sobra.

Al fin llegamos a la estación, y montamos en el tren. Y solo entonces, parece encontrar algo de calma.

El tren nos arrulla con su movimiento mientras el sol se pone, bañando el paisaje en tonos cálidos. Con cada kilómetro, nos sumergimos más en la tranquilidad del momento. Nos intercambiamos miradas y palabras en voz baja, dejando que el tiempo pase.

La fatiga empieza a pesar sobre nuestros hombros, pero encontramos pequeños consuelos: un sándwich, un refresco, y la compañía mutua. Noah, con su carpeta de dibujo, muestra una vulnerabilidad que solo yo veo. El paisaje cambia a medida que el crepúsculo cae, y cuando Granada se acerca, sentimos un alivio compartido.

Al bajar del tren, el silencio nos acompaña hasta el hostal. La noche nos envuelve, pero la cercanía de Noah me llena de una anticipación cálida. El hostal nos recibe como un viejo amigo, y el aroma de las flores nocturnas nos saluda. Nuestras manos se encuentran, y en su abrazo, encuentro un hogar.

—Te quiero —susurra Noah, su voz mezclándose con la vida nocturna de la ciudad. Es un susurro lleno de promesas, un eco de nuestro viaje juntos.

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