Capítulo 3
Aunque la ducha había sido todo lo que necesitaba para enfrentar ese estúpido día; nada podría haberla preparado para lo que encontró en la cocina. Estaba satisfecha con su aspecto, se sentía guapa y sexy con su traje de colores alegre. Su bolso negro le daba seriedad y los extraños pendientes dorados que había comprado en un marcadillo de artesanos la hacían parecer joven y atrevida. Se sentía capaz de comerse el mundo.
O lo hizo hasta que observó los rostros serios de sus tres amigos. Apiñados alrededor de la mesa en la que habían cenado, sus semblantes fríos y tensos no se endulzaron al verla como normalmente hacían. Su atención estaba puesta en un pequeño trozo de papel blanco y gris, que parecía ser una manzana envenenada sobre su perfecto desayuno de familia.
—¿Chicos? —murmuró Raquel, acercándose con prudencia—. ¿Ocurre algo?
Como uno, alzaron la mirada y la clavaron en su rostro. Y como uno, lograron hacerla sentir intimidada y violenta en su propio cuerpo, destrozando el sentimiento de seguridad que la había abarcado.
Dirigiendo su mirada al pequeño pedazo de papel, resopló y rodó los ojos. Comprendiendo al fin sus expresiones.
—Por el amor de Cristo—gimió, agarrando su móvil del bolso—. Esto tiene que terminar de una vez...
Sin mirarlos, se dirigió directamente al chat de su padre e inició una grabación de voz;
—Papá, soy yo. Raquel. Tú hija—le recordó con ironía—. La que cumplía años ayer, por cierto. He encontrado la tarjeta de Arche Asociados, de nuevo. Ya te he dicho mil veces que no voy a cambiar de empleo—. Sin prestar atención a sus amigos, tomó la tarjeta y la tiró a la basura—. ¡Deja de meterlas por toda la casa! No voy a aceptar esa oferta. Muchas gracias.
Con un gruñido final, que pretendía ser una despedida, colgó la grabación y se volvió hacia la cocina. El desayuno todavía no estaba preparado y, a juzgar por la expresión seria de Arnau, no parecía que fuera a estarlo pronto.
Suspiró y se volvió a la nevera para tomar las gruesas lonchas de pan y la leche vegetal. No tenía los horribles desayunos de batidos para engrosar cuello que tanto adoraba Adrián, pero tendría que aguantarse sin sus proteínas por un día.
—¿Quién quiere café?
El silencio fue ensordecedor. Genial. Ya podía imaginar el rumbo que iba a tomar esa conversación en cuanto Arnau abriera el hocico.
Fingiendo que no notaba lo que estaba ocurriendo, puso el pan en la tostadora y encendió la máquina de café. Demorándose todo lo posible, volvió a abrir la nevera para tomar huevos y beacon, no podía enfrentar esta conversación con pura avena en el estómago. Necesitaba grasa y colesterol.
—¿Raquel? —pronunció Arnau al fin—. ¿Puedes darnos una explicación, por favor?
Tomando una ligera respiración, esforzó su mejor sonrisa y puso las primeras lonchas de carne sobre la sartén. Charlie se había movido a su izquierda en silencio y hacia equilibrios con cuatro tazas que había tomado de la despensa. Sus hombros apretados eran una evidencia plena de su tensión.
—¿Explicación? —repitió, oliendo el jugoso aroma de la panceta—. Ya sabes, mi padre haciendo sus cosas.
Retiró la carne y cambió las rebanadas de pan antes de poner los huevos. Alineó cuatro platos con cuidado de no manchar la flamante chaqueta que llevaba, sus apretados rizos trataron de caer sobre su rostro. Casi parecían tan hambrientos como ella.
—No es solo hacer cosas, preciosa—siseó Arnau—. ¿Te ha pedido un empleo en Arche Asociados?
«Mierda»
Deslizó una mirada a Charlie mientras forcejeaba con las cápsulas de café, con una alegre sonrisa, le ayudó a programar la estúpida máquina. ¿Cómo lograba su padre meterla siempre en problemas?
—¿Raquel?
Suspiró y se dio la vuelta, dejando los huevos a manos de Charlie y cuadró los hombros para enfrentar al único hombre al que no se veía capaz de superar. Nunca había ganado una disputa con Arnau y no creía que esa fuera a ser la primera.
—No—admitió al fin—. No me ha pedido un empleo. La dueña de Arche es amiga de mi padre, le habló de mi y fue a ver qué tal me desenvolvía en un juicio—. Se obligó a no apartar la mirada de la gruesa montaña que era Arnau Rovira, pese a sentirse una escolar frente al duro profesor de matemáticas—. Le gustó mi defensa y me ofreció un puesto como fiscal en su bufete.
Confesar aquella verdad le había costado sangre, su pecho temblaba y podía sentir la tensión de aquella cocina. Pese a saber que Charlie y Adrián no dejaban de observarla en silencio, el espacio parecía haberse reducido a ellos dos mientras se miraban fijamente a los ojos. Como siempre, leer la expresión de Arnau se volvía un reto superior a ella. Su frialdad chocaba con el cariño que le procesaba e impedía que comprendiera el porqué de sus acciones. Apretó los labios mientras guardaba su respuesta.
Tras unos instantes, Arnau asintió.
—Es uno de los mejores bufetes de la provincia—comentó—. ¿Aceptarás?
La simple idea de que considerase posible que los abandonase le causaba dolor, pero se obligó a controlarse.
—No. No me interesa Arche Asociados.
Arnau se inclinó sobre una silla, examinándola con cuidado.
—Estas rechazando una de las mejores oportunidades de tu vida.
Resopló, cruzándose de brazos.
—Oh, genial. Ahora hablas igual que mi padre—. No pudo evitar la acidez en su tono—. Podríais ir de compras juntas, seguro que lo pasáis genial.
—¿Estás utilizando el femenino general cómo forma de insulto, Raquel? No solo es bastante machista por tu parte, tampoco es tu estilo para nada.
Gruñó mientras se volvía a los huevos de nuevo. Dejó un par de ellos en cada plato mientras Arnau todavía la observaba. Se sentía demasiado frustrada como para pensar con claridad.
—¿Tengo que pedir permiso cada vez que quiera negarme a un sueldo millonario, jefe? —resopló, dejando el plato ante él.
—¿Vas a dedicarte a los juicios de divorcios menores y conflictos de herencias toda tu carrera? —replicó.
—¿Y qué si lo hago? ¡Me gusta! ¡A vosotros os gusta! ¿Qué puto problema hay en esto?
Arnau apretó la mandíbula con rabia mientras se cernía sobre ella.
—¡Nosotros decidimos montar este negocio! Este era nuestro proyecto en la facultad. Pero ¿tú? Estás tirando la posibilidad de tener una carrera brillante por... ¡por nada!
Retrocedió, sintiendo que la habían abofeteado. ¿Nada? ¿Eso era lo que eran los cuatro? No esperaba una confesión de amor, pero al menos pensaba que eran amigos. ¿Era esto lo que significaba su relación para ellos? Habían montado la empresa cuando apenas se graduaron de la facultad, y Raquel había llegado mucho después, cuando todos los sacrificios ya estaban hechos.
—Arnau—murmuró Adrián, en tono de advertencia.
—Trabajamos en un maldito garaje alquilado—continuó, sin prestar atención a su amigo—; cobramos una cuarta parte de lo que deberíamos y apenas podemos llegar a la cuota de autónomos. ¡Los tres vivimos juntos en el mismo piso! No es lo mismo para ti, preciosa. Tú tienes opciones y nosotros elegimos esto.
Adrián suspiró, pasando las manos por su rostro con agotamiento. Charlie se retiró, sin mirarla.
—¿Estáis de acuerdo con esto? —susurró, incrédula.
Un suave silencio precedió a un asentimiento coordinado. Raquel enmudeció mientras las lágrimas quemaban su garganta.
—Esto es por tu bien, pequeña—exhaló Arnau, mirándola con tristeza. Por primera vez, parecía que una emoción real adornaba su rostro.
—¿Por mi bien? —repitió. Su miraba buscó de inmediato la de Charlie, con la esperanza de que no le diera la espalda. Sin embargo, el escocés miró al suelo y suspiró, asintiendo lentamente.
Adrián cuadró los hombros y la miró, captando su atención a través de las hebras castañas de su cabello desordenado. La picardía de sus ojos se había fundido y solo quedaba la firme y llana resignación.
Raquel no pudo entender las palabras que abandonaron sus labios;
—Estas despedida.
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Se viene dramita, F por Raquel.
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