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2003



Kim SeokJin se escondió en el salón de pociones de casa y permaneció encerrado ahí hasta que su mal humor se esfumó. Había discutido con su vecina, DaHyun, porque ella le decía que nunca iban a enviarle su carta de aceptación para el colegio mágico. Le había dicho, además, que su familia no tendría por qué ser parte de la sociedad mágica de Corea después de lo que habían hecho. Algo que, sin dudar, era discurso repetido de los padres de la niña.

El pequeño SeokJin sabía que un poco de razón tenía, pero no dejaba de doler la verdad. Y su preocupación, obviamente, aumentaba. Al pasar los días y ser el único mago de su edad que no recibía su carta se volvió tortura escuchar el cuchicheo de los niños del vecindario. Su madre, con poco tacto, le había espetado, tras verlo lloriquear frente a la ventana donde ninguna lechuza llegaba a darle la buena noticia, que mejor se hiciera "hombre" y empezara a practicar por su cuenta.

Para ser una gran bruja, la madre de SeokJin no sabía cómo tratar con niños. Pero, a su modo, estaba intentando que este no se deprimiera. Le había prestado incluso un libro de hechizos, y le dejó a disposición su salón de pociones casero para que fuera allí a entretenerse. El padre de SeokJin había protestado, pero tampoco hizo mucho por impedir que su hijo mayor no jugara con magia. El señor Kim estaba muy ocupado investigando para el Ministerio, sin goce de sueldo, para evitarse la estadía en la prisión de Chungtland del Norte; el equivalente carcelario de Azkaban -penitenciario británico. En un acto irresponsable, el mago Kim le cedió la varita que recuperó y que él no podía utilizar de todos modos.

La condición dicha por los padres había sido que no dejara a TaeHyung, su hermanito tres años menor, entrar al cuarto de pociones. No obstante, SeokJin desobedeció esto apenas sus padres los dejaron solos. Entonces, día tras día, cuando su padre se iba y su madre salía a trabajar; los dos hermanitos Kim se pasaban horas probando hechizos, pociones y demás.

TaeHyung, impresionado por lo mucho que su hermano hacía, empezó a querer seguir sus pasos. Con cinco años logró dominar el Wingardium leviosa mucho mejor que el mismo SeokJin, no que a este le inquietara ser superado. La mente pequeña del menor de los Kim no habría nunca adivinado que las habilidades de SeokJin eran tan peligrosas y tampoco habría sabido que era por esa razón que el colegio de Magia no lo aceptaba. Las políticas de magia educativa se habían vuelto bastante rigurosas desde hace años. Ellos conocían levemente la historia de Tom Riddle y la magnitud de ese fenómeno que hacía rumiar insultos a los adultos. No había de qué preocuparse, aseguraban otros.

Y en la infancia tierna y entretenida de dos niños solitarios, no había espacio para que las sombras del mal opaquen los juegos. No, al menos, al principio. Hasta que el rumor venenoso de la gente hiciera mella en la mente frágil de un niño inseguro. Y fue cuando ocurrió el cambio.

Cierto día SeokJin decidió que estaba listo para un desafío un tanto riesgoso, pero para ello necesitaba un conejito de indias dispuesto a soportar si algo le salía mal en el proceso. Y fue el pobre TaeHyung quien terminó encerrado en la ducha sollozando porque su piel se volvió escamosa y el picor era inaguantable.

SeokJin supo así que era eso lo suyo, a eso quería dedicarse. ¡Creación de encantamientos! Lo entendió cuando pudo contrarrestar su primer hechizo con otro que él mismo inventó. Quería ser un hechicero que inventara sus propios hechizos, tal cual lo hizo aquel Mestizo Príncipe una vez. SeokJin se inclinaba por realizar actos mágicos escabrosos. Muy pocos que pudieran usarse para el bien, todos de batalla.

El paso siguiente a esto fue rogarle a su madre que interviniera para ir a la escuela de magia, ruego al que su madre no se negó y que movió sus hilos para que, en menos de unos meses, llegara la carta de aceptación.

SeokJin no cabía en sí de felicidad, no obstante tuvo una charla seria con sus padres que le derrivó las ilusiones al suelo. Era muy crédulo de su parte creer que la aceptación de la carta fuera reflejo de su estadía en la escuela. Menos siendo hijo de quien era; y con sus propias aptitudes. Por lo que los nervios empezaron a hacer mella en su carácter y se puso violento casi al final de la semana. Atacó a todas las plantas del jardín, las volvió venenosas y putrefactas, que verlas daba escalofríos. Los pocos animales que se atrevían a mostrarse ante él terminaban terriblemente castigados.

Y fue TaeHyung mismo quien advirtió lo que sus padres buscaban ignorar: SeokJin no era un mago bueno.

TaeHyung tuvo la mala fortuna de concluir esto tras recibir un hechizo que le paralizó las piernas mientras SeokJin lo observaba con los ojos desencajados, eufórico. El Kim menor había llorado pidiendo que acabara con ello pronto, porque la lluvia, que caía incesante, estaba calando sus huesos y sus piernas dolían por el adormecimiento. SeokJin no solo no lo dejó libre, sino que, además, le aplicó un hechizo enceguecedor y se marchó.

Horas después sus padres volvieron encontrando la estatua triste de un TaeHyung mojado en lluvia, mientras SeokJin dormía plácido en su cuarto. Ante esto, la reacción de los padres fue arremeter contra el mayor de sus hijos y darle una terrible paliza. Otra más para SeokJin, la primera que presenció TaeHyung. También, sin que venga a cuento, quemaron el dragón que había garabateado TaeHyung en la pared de la habitación y al que SeokJin le otorgó movilidad. El dragón, hecho con trazos infantiles y coloreado de manera patosa, se paseaba por todo el cuarto, de pared en pared, animando al pequeño mago. Sin embargo, su madre al descubrirlo no dudó y lo pulverizó; enviando al diablo el significado que este tenía para los dos hermanitos: lealtad y protección. Algo que, en tantas tardes solitarias, se prometieron.

Desde entonces, SeokJin nunca volvió a ser el mismo y fue, de nuevo, el mismo TaeHyung, quien notó este cambio. Lo supo porque SeokJin se volvió distante con él y por lo tanto, viendo que terminaban las vacaciones y su hermano volvía a la escuela, lo enfrentó, totalmente dispuesto a perdonarlo. Era un niño confiado, creyente de lo que sea que su hermano mayor dijera, por lo que, aunque vio a SeokJin sonreír de forma rara, no dudó.

—Vamos a hacer un juramento... —había dicho SeokJin con voz extrañamente calmada mientras repasaba el manchón negruzco que quedó donde antes hubo un gracioso dragón.

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