Capítulo XII: "La decisión más difícil". (Parte 2)
Doceavo nivel de la Cabina.
El desafío más difícil: dejar a mi madre atrás.
Por eso nuestros padres habían insistido en venir con nosotros. Por eso no querían que Ariel y yo enfrentáramos solos el último nivel: porque debieron de prever esto.
Caí de rodillas al césped, y me eché a llorar.
Me había visto obligada a huir, a matar y a ver morir a mis amigos. A pesar de que mi madre era una persona llena de defectos —el peor de todos había sido permitir que experimentaran conmigo—, no podía dejarla atrás. Teníamos mucho de lo que conversar. Necesitaba más respuestas. No podía... No...
Grité de frustración y apreté con los puños los bordes desgarrados de mi camisa.
—Esto es lo que anhelaste durante seis meses, hija —mi mamá me puso una mano en el hombro—. Estoy muy orgullosa de las decisiones que tomaste a lo largo del juego, de cómo usaste la cabeza y no la violencia y de la buena educación que te ha brindado Francisco. Sos la primera en lograrlo, Abril —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Nos has liberado.
—No... no liberé a nadie —balbuceé, con un nudo en la garganta—. Mis amigos murieron... y vos... y vos... ¿Te desvanecerás?
Aunque dije durante los primeros diez niveles que odiaba mi mamá, no era cierto. Aún seguía siendo una adolescente. Aún quería conversar con ella, saber de ella, entenderla... Quería... quería que viviera, aunque no la perdonara por lo que había hecho.
No, no la perdonaba. Pero quería que fuera libre.
No podía perder a nadie más. Jacinto, Nicole... No podía...
Las lágrimas ardían en mi rostro y me costaba respirar.
—Andate, Abril. Estoy segura de que Ariel estará esperándote del otro lado.
Ariel.
Sí, quería irme con Ariel, pero no podía. No era capaz de moverme. Solté otro grito de amargura.
—Todo estará bien —insistió mi mamá—. Andá.
—No... —sollocé—. No. Me niego a aceptar esto.
Mariana se paró frente a la Puerta Dorada y la abrió. Ella no se veía para nada triste. Es más, lucía angelical con esa espantosa ropa blanca.
—Estoy muy feliz por vos —se veía realmente emocionada—. Lo lograste. Lo lograste...
Se acercó para obligarme a ponerme de pie, pero me resistí.
Jacinto.
Nicole.
Mi madre.
Mi madre era una persona con muchas cualidades negativas: había sido una egoísta, había tratado con personas "pesadas" y siempre se había metido en problemas. Sin embargo... quería entenderla. Quería saber más de ella. Quería comprender cómo se había sentido durante todo este tiempo ¿Cómo lo haría si la obligaban a permanecer encerrada para siempre en la Cabina de la Diversión? O aún peor, si moría...
—Andá, hija. No pierdas tiempo. Tenés que irte. Esto es parte de tu desafío, ellos esperan que tomes una decisión. El nivel se llama: "Decisiones".
Ya lo sabía, pero no se lo dije. En cambio, balbuceé:
—Quiero... que me respondas algunas cosas antes... —porque luego, ya no tendría la chance de volver a escuchar su voz.
—Claro.
A pesar de que la congoja estaba agobiándome, inquirí:
—¿Cómo... cómo te sentiste cuando supiste que tendría que jugar, luego de haber visto morir a tantos niños?
Hizo una mueca de dolor.
—Me sentí inútil, impotente y frustrada. Me odié por haber permitido que todo llegara tan lejos. Deseé morir, pero fui demasiado cobarde para quitarme la vida. Temía que, si me mataba, a vos te hicieran entrar en la Cabina de todos modos...
La miré a los ojos. Se veía realmente acongojada.
—¿Cómo te sentiste analizando las muestras de otros niños?
—Culpable... Pero no tenía más remedio que hacerlo, hija. No quería que me asesinaran, y mucho menos, que vos y tu papá tuvieran problemas. Estaba ganando dinero aquí: logré que no hipotecaran la casa y pagar las deudas.
—Pero la deuda más difícil de saldar ha sido ésta —observé, mordaz.
—Así es. Realmente lo lamento. Lamento también lo de tu abuela. Sé que yo no tenía una buena relación con ella, pero mi desaparición debió de haberle afectado...
—A todos nos afectó, sí. Papá no volvió a salir con otra mujer, se quedó esperándote como un pelotudo.
—No hables así de tu papá.
—No me des lecciones de moral, por favor —retruqué, tan paciente como pude—. Que no quiera que mueras... —se me quebró la voz—, no quiere decir que pueda aceptar que me hables como una "madre normal", y mucho menos... perdonarte.
—Lo sé. Lo sé ¿Hay algo más que quieras preguntarme? En el nivel diez, te había prometido resolver todas tus dudas...
—Sí, me acuerdo. Hay algo que siempre quise saber: ¿Por qué todos los Cabineros se visten de blanco? ¿Vos empezaste a usar ese color desde que te los encontraste? ¿Cómo diste con ellos?
—El color blanco, en algunos países, significa "pureza" o "paz". Este no es el caso. Aquí le dan el sentido de "limpieza".
—¿Limpieza?
—Sí... como has ganado el juego, puedo decírtelo: el objetivo del juego es "limpiar" a los enemigos de los millonarios (por lo general, mafiosos) que lo compren.
—¿Cómo?
—Lo que escuchás. Estuvieron todos estos años haciendo pruebas para encontrar vacíos y errores en el juego, para asegurarse de vender el producto más costoso del mundo.
—¿Con qué dinero pagaron toda esta tecnología?
—Los Jefes tienen sponsors y unos cuantos mafiosos que quieren que el juego funcione. También conocen a mucha gente que tiene muchas deudas y problemas.
—Por eso dieron con vos y con Escalada —tenía sentido. Los mafiosos conocían a los dealers, los dealers a sus deudores, y si los contactaban, se verían obligados a trabajar como esclavos para pagarles. Todos los delincuentes ganaban de este modo.
Asintió, se acercó para susurrarme al oído:
—¿Te cuento un secreto? A mí tampoco me gusta el blanco. Prefiero el gris.
La miré fijamente. Sus ojos brillaban, su ropa estaba impecable —a pesar de haber arrastrado veinticuatro fichas por el parque—, y se veía bastante demacrada, pero optimista.
En ese momento, me di cuenta de algo: ella no era blanco. Era gris. Había cometido muchos errores, pero, a su manera, había intentado repararlos. No era buena ni mala, simplemente, era.
Me eché a llorar una vez más. Lloré por mis amigos, lloré porque todo había acabado, y lloré porque, luego de tantos años, podía amigarme con mi historia y la de mi madre.
—Levantate y andá. Sé libre.
—No quiero que desaparezcas.
—No sabemos lo que pasará conmigo, así que no te preocupes. Yo te metí en este problema desde antes de que nacieras ¡Tendrías que haber huido hace rato! Tenés el mismo carácter amable que tu papá... aunque tu lengua es mucho más filosa que la suya.
Intenté forzar una sonrisa, aunque acabé haciendo una mueca.
—Él me deja mucho tiempo sola, por eso adopté la costumbre de decir malas palabras.
Decidí ponerme de pie. Me sacudí el césped y le extendí el brazo a mi mamá para que estrechara mi mano.
—Ya está, mamá. Ya está —repetí, con un nudo en la garganta—. No te odio. Ya está.
Ella tomó mi mano y me la besó. Su gesto me hizo sentir algo incómoda.
—Gracias, hija. Gracias —no me soltaba—. Estoy tan orgullosa de vos... más de doscientos países participaron en esto, incluyendo los treinta y tres de Latinoamérica... y vos fuiste la que mejores decisiones tomó. Te amo, Abril. Te amo, y ya es hora de que te vayas.
Su amor me dolía. Su amor me había hecho daño. Su amor aún me lastimaba. Estaba abandonándome. Otra vez.
"Estoy orgullosa de vos".
No era capaz de dejar de llorar. Miré hacia la Puerta Dorada (que aún estaba abierta), y me solté de su agarre.
—Andate —insistió.
Aún no podía moverme, me daba culpa, me...
—Te amo.
Y en ese momento, me empujó hacia el interior de la Zona de Transición.
Amarte y no tenerte
No amarte
Perderte
Morirme sin vos...
Desangrarme poco a poco
Sombría, apagada
Con una nueva esperanza
Que no sé si aprovechar.
Amarte, esperarte
No tocarte
Perderme, desvanecerme,
Encontrarme en un nuevo camino
Que no quiero transitar.
El poema que había escrito Magalí describía perfectamente cómo me sentía yo con mi madre ¿Casualidad? No lo creo.
El dolor de perder a un familiar era incluso más terrible que el de perder a un amante. Te dejaba un agujero en el medio del pecho y una sensación punzante insoportable en el corazón.
TIEMPO UTILIZADO: 105 MINUTOS, 40 SEGUNDOS.
FALLAS: 2.
PUNTOS OBTENIDOS: 1000.
PUNTAJE TOTAL: 13240.
LA HIJA NÚMERO QUINIENTOS HA GANADO.
—¿De qué mierda me sirve ganar? —grité, sin dejar de llorar—. ¿De qué me sirve ganar, si ahora me quedé sola?
Apenas era capaz de respirar. Me estaba ahogando en mi propio llanto.
De repente, una pantalla apareció de la nada frente a mí. Había un hombre y una mujer vestidos de blanco en una sala súper tecnológica. Ambos se veían mayores que mi mamá.
—¡Felicitaciones, Abril! —exclamó la señora—. ¡Lo has logrado!
—¡Sabíamos que lo harías!
Los miré con odio. Estos son los hijos de puta que juegan con las vidas de las personas.
Me sequé las lágrimas, y pregunté:
—¿Qué pasó con mi mamá?
No respondieron.
Hijos de puta, contestarían lo que se les cantara el culo.
—¿No van a decirme lo que hicieron con ella? —escupí.
Dios, cuánto dolía.
—Aún no lo hemos resuelto.
No la habían asesinado. Por lo tanto, aún era prisionera.
Me punzaba el pecho, pero aún así, me obligué a mantener la cordura. Por lo tanto, inquirí:
—¿Dónde está Ariel?
—Todavía no ha ganado su nivel. El algoritmo no lo favoreció como te favoreció a vos.
Tragué saliva ¿Cómo se encontraría él? ¿Su padre lo estaría ayudando?
—Te has ganado la libertad de decidir, Abril.
Me quedé callada, apretando los dientes. A pesar de que me sentía increíblemente miserable, aún conservaba el uso de la razón.
De pronto, la pantalla cambió.
* * *
Ariel se encontraba junto a su padre. Ambos corrían a través de un campo e intentaban llegar a una especie de refugio. Decenas de personas los seguían.
Se escuchaban estallidos y tiroteos. Había soldados armados en la escena.
Detuvieron a una mujer embarazada, cuya tez era de color chocolate, y la hicieron caer al suelo. Uno de los oficiales nazis (lo pude ver en su logo), comenzó a golpear a la señora brutalmente en la panza, provocándole un sangrado abundante. Ella gritó y se retorció de dolor.
* * *
—¡No quiero ver eso! —cerré los ojos, y lloré. Lloré mucho—. ¡NO QUIERO VER ESO!
¿Por qué tenía que ser testigo de tanta brutalidad? ¿Para qué me mostraban tales imágenes?
Aunque las personas con ascendencia afroamericana habían sido históricamente discriminadas y maltratadas ¡No quería verlo con mis propios ojos! ¡Era atroz!
—Abril —la voz de la mujer me obligó a volverme hacia la pantalla—. Nosotros somos los Jefes. Viste dónde se encuentra Ariel y lo difícil que es su nivel. Tenés la posibilidad de ir a ayudarle. Sólo si así lo deseas. Si querés salir de la Cabina, te sacaremos ahora mismo.
En el nivel cuatro, Ariel me había dicho:
—En el caso de que no podamos hallar la Puerta Dorada correcta... Continuá, ganá el juego. Tenés que volver a ver a tu familia y cuidar de los animalitos.
Él no querría que fuera a buscarlo.
Pero yo no quería irme a ningún lado sin él.
—¿Qué día es hoy?
—Primero de marzo.
Dios mío ¡Mañana era el cumpleaños de Ariel! Sin dudarlo, anuncié:
—Entraré nuevamente a la Cabina. Éste será mi último nivel y el último de Ariel... Pero para ello, necesito que me saquen tiempo a mí y que se lo den a él. Dénle tres meses.
—Eso no se ha hecho jamás... —empezó a decir el hombre.
—Porque nadie ha llegado tan lejos como yo jamás, no porque no se pudiera hacer —retruqué—. Presiento de que no quieren que Ariel se quede atrapado para siempre en este lugar ¿Verdad? Me necesitan para concluir con su producto. Y yo lo necesito a Ariel. Entonces, nos tienen que asegurar la salida a ambos.
Intercambiaron unas miradas llenas de complicidad.
—No podemos asegurarte la libertad de José.
—Me importa un carajo José. Quiero sacar a Ariel de ahí —me sinceré.
Luego de haber perdido a tres personas, no podría soportar dejarlo a él atrás. El padre de Ariel era un tipo agresivo y calculador, me importaba un pito lo que pudiera pasarle.
—Bien —el hombre le dio una señal a alguien que se encontraba cerca de ellos—. Que Abril juegue su último nivel.
Me sentía destrozada y me ardía el pecho. Sin embargo, sabía que estaba haciendo lo correcto.
En ese instante, apareció una Puerta Dorada frente a mis narices. Brillaba más de lo normal.
—¿Estás segura, Abril?
No respondí. Me limité a girar el pomo...
Y me metí en el nivel de Ariel.
—¡Ataque!
Fue mi primera reacción al ingresar al nivel. Encandilé al tipo que estaba agrediendo a la mujer embarazada —mientras Ariel trataba de ahuyentar a los demás soldados con su brazalete.
El arremetimiento fue bastante débil, por lo que decidí usar el Corazón Prisionero antes de que él me disparara con su fusil.
El militar cayó hacia atrás. Corrí y le aplasté los testículos de una patada y le robé el arma.
—¡Defensa! —al utilizar el Corazón Prisionero, la cúpula de energía dorada que se formó a mi alrededor fue mucho más amplia.
Lo suficientemente amplia como para proteger a las ¿Cien? Personas que necesitaban encontrar refugio.
Le lancé el arma a José (porque yo no sabía usarla). Él se encargó junto a su hijo de ahuyentar a nuestros enemigos.
Mientras tanto, corrí hacia la mujer embarazada. Algunas personas me ayudaron a ponerla de pie mientras escuchaba cómo los Escalada trataban de alejar a los militares.
Ella estaba completamente sudada y lastimada. Tenía un aspecto deplorable.
—Gracias —balbuceó, jadeando.
—No hable. Salve su aliento para seguir avanzando hasta el refugio. Allí recibirá atención.
Asintió.
Me concentré en la pequeña batalla que se estaba dando a mi alrededor: eran los Escalada en contra de varios soldados armados. Los refugiados estaban ayudando a los heridos y cuidándose entre ellos.
¿Mi función? Que el escudo no se desvaneciera.
Cuando lograron alejar al grupo de enemigos —varios de ellos huyeron para solicitar refuerzos—, escuché la voz de Ariel.
—¡April! —sollozó, y me envolvió en un abrazo de oso.
Estaba llorando ruidosamente. Se encontraba sudado, lleno de tierra y de moretones.
—¿Qué hacés acá? —balbuceó, enterrando su rostro en mi hombro.
Me sentí como si hubiese sido pasado una eternidad desde la última vez que lo había visto. Lo apreté con fuerza, y me largué a llorar junto a él.
El dolor que sentía era atroz, pero pensar en que podíamos huir juntos de la Cabina era lo único que me mantenía en pie.
—Gané. Gané la Cabina, pero no quería llevarme el triunfo sola...
Miré hacia atrás, y vi que José Escalada estaba haciendo guardia con el rifle robado y que el escudo aún se mantenía firme y resplandeciente.
—Avancemos. Te cuento en el camino todo lo que he sufrido... Saben a dónde ir, ¿No?
—Sí. Tranquila.
Nos echamos a andar tomados de las manos.
José Escalada no dejaba de observarme.
—No puedo creer que hayas venido a salvar a mi hijo. En serio, estoy sorprendidísimo.
—Yo les dije a los Cabineros que lo protegería mejor que usted, pero bueno... si no me hubiese empujado, lo sabría —repliqué, mordaz.
Se quedó un minuto en silencio, observando el horizonte con cautela. Luego, preguntó:
—¿Tu mamá dónde está?
Negué con la cabeza, sin esconder las lágrimas.
—Tuvimos que armar un rompecabezas enorme en dos horas. Sólo una pudo cruzar la Puerta Dorada —sentí una punzada aguda de dolor en el pecho. Dios, cuánto me agobiaba la tristeza—. Aparecieron los Jefes y me preguntaron qué quería hacer, y ésta fue mi decisión.
—Estás loca —el jugador cuatrocientos noventa y nueve negó con la cabeza—. ¿Te acordás lo que te pedí...?
—Sí, me pediste que saliera de la Cabina si podía hacerlo, pero no quise... o, mejor dicho, no pude. No era capaz de hacerlo sabiendo que vos todavía estabas acá adentro. Ya perdí a demasiada gente... No sé qué pasó con mi mamá, si desapareció o si... —se me quebró la voz—, pero no podía...
Ariel me estrechó contra sí. Sus ojos brillaban y se notaba que estaba obligándose a contener más lágrimas.
—Te quiero —confesó—. Sos una persona demasiado amable para este mundo.
¿Amable, yo? Esbocé una sonrisa triste.
—Yo también te quiero.
—Tenemos que atravesar el descampado y llegar a un búnker. Supongo que allí habrá doctores que puedan atender a los refugiados —nos interrumpió José Escalada—. Estén atentos, porque llegarán refuerzos. No será fácil el camino... y menos, si tenemos que recorrerlo tan rápido como sea posible.
—Respecto a eso... —intervine, vacilante—. Conseguí que Ariel tenga un tiempo más... ya que mañana es dos de marzo.
Tanto padre e hijo se quedaron atónitos.
Al cabo de unos instantes, Ariel reaccionó:
—QUE HICISTE ¿QUÉ?
La multitud se quedó en silencio repentinamente. Me sentí algo incómoda.
—Negocié con los Jefes, y conseguí que me quitaran mi tiempo del juego para dártelo.
—Abril, no deberías haber hecho eso... sacrificaste demasiado por mí. Sacrificaste más de lo que merezco, más de lo que cualquier persona ha hecho jamás. No me parece correcto. No me parece...
En ese momento, escuchamos disparos. Se me puso la piel de gallina.
—¡CORRAN! —exclamó José Escalada.
Sin dejar de utilizar el escudo junto con el Corazón Prisionero, empezamos a avanzar a toda velocidad.
Miré hacia atrás y vi que una decena de militares nos estaban persiguiendo y habían comenzado a disparar contra el escudo con sus fusiles.
La puta madre, no duraría mucho la protección.
José le entregó el rifle a un anciano, para que se encargara de defendernos. Ariel estaba ocupándose de atacar con su pulsera.
Los nervios estaban comiéndome por dentro.
Volví a mirar hacia atrás y vi que la mujer embarazada ya casi no podía andar. Estaba a punto de salirse de la barrera protectora.
Intenté retroceder y llegar hacia ella, pero José Escalada me tomó de la muñeca y me jaló hacia adelante.
—¡NO PODÉS SALVAR A TODOS! —gritó, liberando gotitas de saliva al hacerlo—. ¡ESTA GENTE TE NECESITA! ¡SIN TU ESCUDO, VAN A MATARLOS!
—¡SOLTAME! —lloré, e intenté liberarme.
—¡Tenés que tomar una decisión, Abril! ¡O arriesgás todo por una sola persona, o te asegurás de salvar a la mayoría!
Decisiones.
No quería que esa señora y su bebé murieran. No quería que sufrieran, no quería ser testigo de más muertes, no...
La mujer cayó al suelo, saliéndose del escudo.
—¡NOOOOOOOOOOOOOOO! —chillé, pero José Escalada continuó arrastrándome hacia adelante.
En ese instante, uno de los militares apuntó su rifle en la cabeza de la mujer, y le disparó.
—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! —grité, y de repente, me sentí descompuesta.
Quería vomitar.
Volaron sus sesos frente a mis narices.
Jacinto y Nicole habían desaparecido.
Desconocía el destino de mi madre.
Y ahora, esto.
Esto ya era demasiado.
—¡Soltame! —grité.
Me ardían las muñecas de cómo me apretaba José. Ariel no había venido a defenderme porque se encontraba demasiado ocupado tratando de usar la Mariposa Plateada y su pulsera para ahuyentar a los militares.
—Están disparando contra tu escudo. No te distraigas ¡Te necesitamos! —José me obligó a mantenerme de pie—. ¡Atenta! ¡Tenés que salvar a la multitud! ¡Tenés que salvar a mi hijo!
Sus palabras me hicieron reaccionar.
A pesar de que José no me agradaba, caí en la cuenta de lo que estaba sucediendo: soldados atacándonos. Un anciano con un rifle y un adolescente con una pulsera plateada tratando de defender a decenas de refugiados.
No podía dejarlos en banda. Me necesitaban.
—¡Defensa! —reforcé mi escudo.
Más tarde, tendría tiempo para llorar.
Mi defensa duró un largo rato, hasta que divisamos el búnker a lo lejos... El cual estaba rodeado de enemigos.
Mi corazón latía violentamente y estaba sudando como loca, a pesar de que hacía bastante frío en ese lugar.
Tenía miedo. Tenía miedo de perder a alguien más. Y odiaba la violencia, la guerra y esas cosas.
—¡Vamos a tener que combinar nuestros ataques! —gritó Ariel, mientras corríamos hacia el refugio.
—¿Y los refugiados...? —no quería dejarlos a la deriva.
No quería que nadie recibiera un disparo. Ya demasiado había perdido...
Los Escalada me ignoraron. José pronto anunció:
—¡Cuando estén a diez metros del búnker, correrán hacia allí! Mientras tanto mi hijo y su novia los protegerán atacando a sus enemigos.
Me sentía súper nerviosa. No era lo mismo que mi propia vida estuviera en juego a que lo estuvieran las vidas de los demás.
Batalla.
Disparos.
Gente golpeando nuestro escudo.
Pisadas.
Olor a pólvora.
Gritos.
Sangre.
Adrenalina.
Una vez que estuvimos lo suficientemente cerca del refugio —una edificación bastante resistente, irónicamente pintada de blanco—, José exclamó:
—¡AHORA!
Los refugiados (más que nada eran niños, mujeres y ancianos), se echaron a correr.
Ariel y yo exclamamos al unísono:
—¡ATAQUE!
—¡ARMA!
Junto con el poder de los amuletos, fuimos capaces de liberar una especie de viento ardiente súper poderoso, el cual arrasó con una decena de soldados al instante, dispersándolos por el campo a varios metros de distancia.
Sin embargo, no pudimos cubrir la totalidad del perímetro del búnker, y muchos enemigos comenzaron a dispararnos...
A Ariel y a mí.
—¡Defen...!
No pude terminar de decir la palabra. Me dispararon en el hombro.
Me zumbaron los oídos. Aturdida, solté un grito desgarrador, mientras el dolor punzante y la sangre comenzaban a brotar por la herida.
—¡ABRIL! —Ariel me sostuvo por la cintura para que no cayera.
Tenía que llegar al búnker.
Tenía que ayudar a las pobres almas que deseaban esconderse de la guerra.
Tenía que salvar a Ariel.
Tenía...
Zumbido.
Punzada.
Confusión.
Una voz en mi cabeza se burló de mí: ¿Qué pensabas? ¿Qué una simple adolescente podría salvar a toda esa gente? ¿Pensabas que lo lograrías?
Se me cerraron los ojos y pude ver que sólo me quedaban dos barras de energía.
Estaban masacrando a la gente, porque yo no había logrado hacerlos entrar al búnker. Estaba cerrado.
Estaba cerrado.
¡Estaba cerrado!
Ahí lo entendí.
Me arranqué el collar de agua marina y se lo di a Ariel.
—Usá tu pulsera y abrí la puerta con esto.
Los putos Cabineros me habían puesto a prueba una vez más. Si yo hubiera decidido regresar a mi casa, Ariel se hubiera quedado atrapado para siempre.
Dolor.
Gemí.
—No pienso dejarte ¡Apenas te podés mover!
—¡HACELO! —grité—. ¡NECESITAMOS GANAR!
Y de pronto, recibí un nuevo disparo en el abdomen.
Oscuridad.
¡Muchas gracias por leer! ¡Queda muy poquito para el final! ¿Están listos?
Nos vemos la semana próxima :)
Sofi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro