Capítulo XII: "La decisión más difícil". (Parte 1)
Ariel tocó mi pulsera, antes de que pudiera observar dónde estábamos. Sí, ahí, justo donde estaba grabado el número quinientos.
* * *
Era muy pequeñita. Vestía unos pantalones de algodón y una campera rompevientos. Mis padres me sostenían de ambas manos mientras cruzábamos la calzada, la cual estaba decorada de charcos y hojas amarillentas.
—¿Sabés por qué te llamamos Abril? —Mariana me pasó la mano por el cabello. Noté que estaba usando un abrigo de color blanco.
Ese color de mierda.
Negué con la cabeza, mirando hacia arriba. Ellos me parecían muy altos en ese entonces.
—Porque mi estación preferida es el otoño. Abril es mi mes favorito del año ¡El clima es tan agradable!
—A mí también me gusta el otoño —intervino mi padre—. ¿Y a vos, Abril? ¿Qué estación te gusta?
—Cuando aparecen las flores —comenté, con una pronunciación algo defectuosa.
—La primavera —explicó mi padre.
Sonreí. Eso había querido decir.
* * *
El recuerdo feliz me dolió como si fuera una puñalada.
Pronto, la imagen cambió.
* * *
Estaba escondida detrás del sofá del living, escuchando furtivamente una conversación acalorada de adultos.
—Francisco ¿Vos no entendés la gravedad de la situación? ¡La casa está hipotecada!
Mariana llevaba un pantalón blanco y una camisa del mismo color. Tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba discutiendo con mi papá justo al lado de la mesa ratona.
—No tenés por qué irte —insistió, alzando la voz—. ¡No tenés por qué dejarnos! ¡Podemos buscarle la vuelta!
—No —negó con la cabeza—. Venderé mi cuerpo al mejor postor y pagaré las deudas. Debo responsabilizarme de mis propios actos.
—Mari... —él intentó acercarse, pero ella se apartó—. ¿Cómo vas a hacer algo así? ¿Cómo vas a vender tu cuerpo...?
—Hice muchas cosas malas con este cuerpo, entre ellas, emborracharme y drogarme ¿Qué podría ser peor? —ladró—. ¿Sabés a cuántos tipos les debo plata? Hay gente peligrosa buscándome. Necesito desaparecer mientras "me vendo" para ahorrar lo más que pueda. Soy una sobreviviente. Sobreviviré a esto, y volveré por ustedes. Eventualmente, me lo agradecerás.
—No te vayas —él se puso de rodillas. Quedó a la altura de la mesa ratona de vidrio—. Por favor, te necesito para criar a Abril. Te necesito porque te amo... Sé que sos una sobreviviente. Sé que has tenido una vida difícil, pero siempre saliste adelante... podemos resolver los problemas, juntos...
—No —ella retrocedió, tambaleante—. No lo entendés. Si me quedo con ustedes... podrían lastimarlos.
Y en ese momento, tomó un bolso y se marchó.
Para siempre.
* * *
La imagen volvió a cambiar.
* * *
Mariana había llegado a un lugar súper tecnológico, lleno de computadoras, gente vestida de blanco y muchísimas, pero muchísimas salas.
Lo que más le llamó la atención, era lo que había en el centro de aquella edificación.
Se trataba de una especie de caja sellada, que tenía una puerta dorada en medio de esta. Por la hendija de la cerradura, salían luces de varios colores. Se oían sonidos extraños provenientes de allí.
—¿Qué es eso?
—Te lo explicaremos pronto —aseguró una voz masculina—. Mientras tanto, deberías empezar por trabajar en el laboratorio. Recordá que debés hacer todo lo que nosotros te digamos para pagar tu deuda.
—De acuerdo.
—Recordá tu contrato.
—De acuerdo.
—Recordá que tenés un chip en la nuca.
—Lo recuerdo.
—Recordá que, a partir de hoy, formás parte de una lista de espera.
—¿Qué?
—Pronto lo sabrás.
* * *
—Abril.
La voz de Ariel me trajo de vuelta a la realidad.
Estaba de rodillas, mirando hacia abajo. Él me había tomado de los hombros.
Dios mío, me sentía destrozada. Las visiones me dolían. Me dolía que mi mamá hubiera escogido este camino para pagar sus deudas. Pero más me dolía haber perdido a mis amigos Ayudantes.
Había perdido dos vínculos genuinos.
La angustia me destrozaba el corazón. Me temblaba el cuerpo y tenía un nudo en la garganta.
Sin embargo, me puse de pie. No podía perder tiempo: Ariel me necesitaba... y yo a él. Debía acabar con esto.
—Antes que nada —el jugador cuatrocientos noventa y nueve sacó del bolsillo un corazón con un candado—, quiero que vos tengas el Corazón Prisionero. Yo me quedé todo el tiempo con esto y con la Mariposa Plateada, inconscientemente he sido un egoísta. Siempre es mejor que los dos contemos con amuletos.
Quería decirle que no pasaba nada, pero tenía un nudo en la garganta. En cambio, contesté:
—Me había olvidado totalmente de esta baratija, especialmente porque no la usé desde el nivel siete, y el collar de agua marina, desde el seis. La Mariposa reemplaza al anillo de Mía ¿Y el corazón? ¿Hará lo mismo?
—Creo que sí. Perpetua lo había llamado "aparato roba almas" pero eso funcionaba para solamente para su nivel ¿Aún tenés el colgante?
—Lo tengo —aseguré, y guardé el corazón en mi bolsillo—. No te preocupes.
Decidí observar el lugar en donde jugaríamos el último nivel.
Nos encontrábamos en una especie de campo. Había muchos árboles, el césped se veía recién cortado, y el sol brillaba con fuerza.
De repente, aparecieron dos puertas flotantes de madera frente a nosotros. Tuve un mal presentimiento.
Dos puertas: dos caminos.
—Otra vez, tendremos que tomar decisiones —bufó Ariel.
Tenía los ojos rojos y el cabello despeinado. Él estaba tan roto como yo, pobrecito.
—Esta vez, cuentan con nuestra ayuda —Mariana intentó consolarlo, pero sólo logró que él la fulminara con la mirada.
—Cuatro personas piensan mejor que dos —intervino José, cruzándose de brazos—. Bien ¿Creen que tendríamos que dividirnos?
—NO —el jugador cuatrocientos noventa y nueve y yo respondimos al unísono.
No pensaba separarme de Ariel ni en un millón de años.
En ese instante, se formaron unas letras en imprenta mayúscula justo frente a las puertas:
Nivel Doce: "Decisiones".
Se dividirán en dos parejas y cada una elegirá una puerta.
Según las decisiones que hayan tomado a lo largo del juego, el algoritmo los empujará hacia un determinado nivel.
Si ganan, los jugadores podrán salir. Si pierden, deberán permanecer por más tiempo en la Cabina.
Antes de llegar a la Zona de Transición, recibirán una sorpresa.
—Perdónenme, pero si tengo que elegir una pareja, sin dudas elegiré a Ariel —lo tomé de la mano.
—Estoy de acuerdo ¿Qué puerta deberíamos cruzar, April?
—No —José negó con la cabeza—. Que pidan ir en parejas puede ser una trampa. Cada jugador debería ir junto a sus padres.
—Creo que tiene razón —intervino Mariana, frunciendo el entrecejo.
—No quiero ir con vos a ningún lado —el jugador cuatrocientos noventa y nueve desafió a su padre y luego, me susurró al oído—: Seguime.
Nos echamos a correr. Ariel abrió la puerta que se encontraba a la derecha, e ingresó.
Cuando estaba a punto de hacer lo mismo, alguien me tomó de la camisa y me empujó hacia atrás. Traté de liberarme, pero sus dedos estaban aferrados a mi ropa. Él era demasiado fuerte.
—Una niña no cuidará mejor de mi hijo que yo —comentó José Escalada, soltándome con tanta fuerza que me hizo caer al piso...
Siguió a Ariel a través de la puerta... y ésta desapareció automáticamente.
Me costó unos instantes asimilar lo que había pasado.
—¡HIJO DE PUTA! —grité cuando reaccioné, golpeando los puños contra el césped. Me sentía tan mal, y haberme alejado de Ariel era lo peor que podría haberme pasado—. ¡HIJO DE PUTA! ¡YO SÍ CUIDÉ DE TU HIJO!
¡Hijo de puta! ¡Violento de mierda! ¿Quién pensaba que era para empujarme y robarme el lugar? ¡Él no tenía ningún derecho a elegir por nosotros! ¡Él había hecho sus propias elecciones!
Cómo desearía que Nicole y Jacinto estuvieran con nosotros. Sentía una opresión punzante en el pecho a causa de la tristeza y la ira ¿Qué hubiesen hecho ellos si se encontraran a mi lado? Ambos hubiesen intentado consolarme: Jacinto con alguna palmadita en el hombro y Nicole con palabras de aliento.
Pensar en ellos me hizo soltar un llanto ruidoso.
—Abril... —mi mamá se agachó a mi lado—. José es así. Tiene un carácter de mierda, una moral cuestionable... pero, a su manera, quiere a su hijo.
—¿Lo decís por él, o por vos? —la miré con odio, sin poder dejar de llorar—. Si el amor va a ser tan tóxico, pueden perdérselo en el culo.
Mariana se acomodó su pulcra y horripilante ropa blanca, y me obligó a ponerme de pie.
—Pensalo así: estando con Ariel, él protegerá a su hijo. Ya no es un borracho ¿Sabías? Sigue teniendo un temperamento horrible, pero supongo que ha recapacitado.
—Por lo que vi en mis visiones, Escalada es el mismo tipo violento y egoísta de siempre. No creo que las personas cambien, y mucho menos, por amor. El amor de Ariel no lo va a hacer de él una mejor persona.
—¿No creés que las personas podemos aprender de nuestros errores? —se veía curiosa.
—Una cosa es aprender de nuestros errores. Otra muy distinta es convertirte repentinamente en "buena gente" cuando es evidente que no lo sos.
—A veces, las personas no somos blanco o negro, Abril. Somos grises. Yo sé que fui una borracha drogadicta. Eso me llevó a deberles dinero a varios dealers y, para pagarles y que mi familia no se quedara en la calle, tuve que meterme en esto... Te juro que no lo hice porque fuese una mala persona. Era joven y estaba... —se pausó para buscar la palabra correcta—: perdida. Tu abuelo murió cuando yo era adolescente, y con tu abuela siempre tuve una mala relación. Mis hermanos mayores se fueron a vivir a otros países y no supe más de ellos. Me sentía increíblemente sola y triste... por eso recurrí a las adicciones. Mi vida dio un giro inesperado cuando conocí a tu padre, un hermoso día de otoño. Él siempre fue trabajador y amable. Ha sido demasiado amable para aceptarme con todos mis problemas y defectos. Ha esperado que me rehabilitara, y me propuso matrimonio una tarde de abril.
>>Sin embargo, no pude escapar de los dealers. He ido pagándoles de a poco, pero jamás fue suficiente. Por eso me vi obligada a abandonarlos: para terminar con todo de una buena vez —se cubrió el rostro con ambas manos—. Soy una sobreviviente, hija. Lo único que quería era arreglar mis errores, pero siempre acababa enterrándome más. Me dediqué a trabajar en el laboratorio de los Jefes, analizando las muestras de los niños que estaban dentro de la Cabina... —se le quebró la voz.
¿Por qué me decía todo esto? ¿Estaba esperando que tuviera piedad de ella y que la perdonara?
Tenía un nudo en la garganta. Me sentía tan desdichada y mi corazón latía con tanta fuerza, que parecía que iba a salírseme del pecho. Lo único que fui capaz de decir fue:
—Sabías que me tocaría a mí ¿Verdad? —conocía la respuesta a esa pregunta, pero en el fondo, era una niña masoquista.
—Lo supe mucho tiempo después, pero sí. Les supliqué que no lo hicieran, pero no hubo caso. Releí el contrato, y había una cláusula pequeña que decía que mi hijo/a, al cumplir los dieciséis, sería testeado en la Cabina de la Diversión. Sucedería por orden de inscripción inteligente (es decir, que ubicaban a los trabajadores más antiguos en la lista de manera tal que coincidieran las edades de sus hijos para que ingresaran en la Cabina. Si no tenían hijos al cabo de cierto lapsus de tiempo, eran eliminados) —se secó las lágrimas—. Por lo tanto, si vos no entrabas en el juego, el chip que tengo en el cuello hubiese acabado con mi vida al instante.
No podía ser tan desvergonzada de soltar semejante barbaridad como si nada. Sentí que el dolor y la ira punzaban en mi interior.
—Por eso lo permitiste: para no morir —me temblaba el labio y sentía que me costaba respirar. Las lágrimas bañaban mi rostro—. ¡ME USASTE PARA ARREGLAR TUS PROPIAS CAGADAS!
—¡Se me fue todo de las manos, Abril! ¡Jamás hubiera querido que...!
Dolor.
Ira.
Dolor.
Ira.
Dolor.
Soledad.
—No sos mejor que José Escalada —escupí—, así que deberías ahorrarte las charlas moralistas.
Y en ese instante, corrí hacia la puerta.
Ariel empujó a José al suelo.
—¡No quiero jugar con vos! ¿Por qué ella no está acá? ¿Qué le hiciste a Abril?
—La tomé de la camisa y la empujé para que no pasara por la puerta.
Era un descarado ¡Un sinvergüenza!
—¡No vuelvas a ponerle un dedo encima o...!
José se paró frente a su hijo. Era más alto que él. Apretó sus hombros con fuerza, causándole un leve estremecimiento.
—Me cansé de tu insolencia, Ariel. Siempre fuiste el más rebelde de mis hijos, el que peores calificaciones tenía en la escuela y el más maleducado. Que yo haya cometido un error no te da derecho de hablarme así. Ya no soy alcohólico y no le debo dinero a nadie. Vine acá para rescatarte... al fin y al cabo, soy tu padre. Merezco respeto.
Ariel sacó de su bolsillo la Mariposa Plateada. Tenía los ojos llenos de lágrimas y se veía furioso.
—Alejate de mí, o te lastimaré. Sos de lo peor. Viniste hasta acá para calmar tu propia consciencia, no para mejorar tu relación conmigo. Seguramente ni siquiera te importaba que yo sobreviviera. Vos me dijiste que no eras mi enemigo, pero no veo ninguna diferencia entre vos y los Cabineros.
Y en ese momento, Ariel empujó a su padre y se echó a correr, mientras lloraba a mares.
José lo siguió. Gritaba su nombre y le pedía que lo escuchara, pero su hijo no cedía. Y tenía razón.
A lo lejos, pude ver un grupo de militares en un centro de entrenamiento, y unas letras que aparecieron en el aire:
<< Salven a los refugiados >>.
¿Acaso estaban en la segunda guerra mundial?
Un estallido acabó con mi visión.
* * *
Una vez más, me encontraba arrodillada con las manos sobre el césped. No podía dejar de llorar.
Pobrecito Ariel, su padre era peor que mi madre. Escalada no era capaz de mostrar siquiera un atisbo de arrepentimiento. Y ahora estaba jugando casi solo en un lugar súper peligroso. Un disparo podría hacerle perder el juego.
—Nunca le enviaron tantas visiones a un niño —observó mi mamá—. Deben querer que ganes.
—De entrada, afirmaron que le tenían fe a la "hija número quinientos" —escupí, y me puse de pie.
No sólo me tenían fe, sino que habían jugado con mis emociones a lo largo de todos los niveles.
Dios, ¡Cuán rota me sentía!... Pero tenía que ganar.
Por Jacinto. Por Nicole. Por Ariel. Por papá. Por el tío Pedro. Por Corina.
Observé el lugar.
Había piezas de rompecabezas gigantes y de acrílico distribuidas por todo el parque. Había árboles altos y algunas plantas de rosas rojas decorando el paisaje.
Pronto, una indicación en letra imprenta apareció en el aire:
<<Tienen dos horas para armar el puzzle y descubrir el significado de su imagen>>.
En ese momento, un reloj de arena hologramático surgió en el cielo. Nuestra cuenta regresiva había comenzado.
Mi mamá decidió esforzarse para mover la pieza que estaba más cercana a ella. Se veía pesada, porque se había puesto colorada por el esfuerzo.
Por supuesto, no iba a perder tiempo de esa forma. Necesitaba un pantallazo desde arriba para saber cómo se veía el puzzle.
Decidí treparme al árbol más alto. Mis zapatillas no eran las adecuadas para ello, pero fui cuidadosa para no resbalarme.
—¡Abril! —exclamó mi madre—. ¿Qué estás haciendo? ¡Tené cuidado!
¿Ahora me decía que tuviera cuidado? ¿Por qué no les dijo eso a los Mocasines cuando me apuñalaron? ¿O en el nivel uno cuando estalló una pecera y casi me ahogo? ¿O cuando en el nivel tres un monstruo casi me asfixia? O mejor aún: ¿Cuándo permitió que me usaran como rata de laboratorio para no morir?
Me limité a ignorarla y seguí trepando. La corteza raspó la palma de mis manos y me enganché la camisa con una rama (sí, se le hizo un agujero), pero logré subirme lo suficientemente alto como para poder observar el panorama.
Se trataba de un rompecabezas de veinticuatro piezas, todas decoradas con formas en colores fríos.
No contaba con un celular ni con una cámara para tomar una fotografía para volver a ver las piezas desde arriba ¿Qué podía hacer para indicarle a mi madre qué piezas debía mover?
De pronto, se me ocurrió una idea.
Saqué de mi bolsillo el Corazón Prisionero, y lo sostuve con la mano en cuya muñeca tenía el brazalete. Rogué que la luz fuera lo suficientemente potente como para iluminar la pieza que necesitaba.
Y lo fue. El Corazón Prisionero realzaba la habilidad de mi pulsera.
—¡Uní esa ficha...! ¡Con esa! —señalé otra pieza.
Mi mamá asintió y fue empujando el objeto de acrílico hasta colocarlo donde correspondía.
No pude evitar pensar que Ariel sería mucho más rápido: él usaría sus habilidades con el viento.
Si estuvieran Jacinto y Nicole conmigo, Nicole me hubiera hecho compañía en el árbol y Jacinto hubiese usado su fuerza para ayudarle a Ariel.
Sentí un dolor punzante en el corazón.
Conteniendo las lágrimas, señalé dos fichas más.
Y otro par.
Y otro.
Y otra vez.
Y de nuevo.
A todo esto, había pasado como media hora. Cerré los ojos para controlar mi barra de energía y noté que ya me faltaba una rayita.
Suspiré, y repetí el proceso completo nuevamente.
Cuando mi mamá unió las últimas dos piezas, la imagen recuperó nitidez... tanta, que no pude evitar estremecerme.
La camilla (en la cual yo me había visto en coma) estaba moviéndome. Estimulaba mi cuerpo para que no se atrofiara. A mi lado, le estaban haciendo lo mismo a Ariel, un grupo de trabajadores controlaba nuestros signos vitales a través de una pantalla.
Noté que nos encontrábamos dentro de una habitación hipertecnológica: se trataba de la Cabina de la Diversión, sin dudas.
—¿Eso... eso está pasando ahora? —pregunté, aún en estado de shock.
—Sí.
—El significado es... es que mi cuerpo vive y que están tratando de que no se estropee —se me quebró la voz.
Mi cuerpo parecía una marioneta. Me dio impresión ser testigo de cuánto había adelgazado y lo pálida que me veía.
De pronto, escuché algo similar a un "clic". Alcé la vista: se trataba de la Puerta Dorada.
Habíamos pasado la última prueba.
—¡Vamos! —exclamó mi madre con alegría.
Este nivel había sido demasiado fácil para mi gusto, incluso más fácil que el primer nivel. Me olía a trampa...
Corrí. Giré el pomo y de pronto, unas letras en color rojo brillante se plasmaron sobre el metal de la puerta:
<<Sorpresa>>.
Tragué saliva. Mi corazón latía con violencia y estaba totalmente sudada ¿Qué mierda sería esa sorpresa?
La palabra se borró y apareció una oración completa:
<<Sólo una de las dos podrá ingresar a la Zona de Transición>>.
¡Estamos demasiado cerca del final! ¿Cómo piensan que terminará esta historia? ¿Les está gustando?
¡Nos vemos en unos días!
Gracias por leer.
Sofi.
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