Capítulo XI: "Chinchón".
Recomendación: los que no saben jugar al "Chinchón", pueden ver el video que colgué en el principio del capítulo para entender mejor cómo se llevará a cabo el nivel once.
Advertencia: puede que en este capítulo pierdan la estabilidad emocional. Sí, lloré escribiéndolo :(
Comentario de la autora: mi abuelita, quien falleció en 2020, me enseñó a jugar este juego y haber escrito este capítulo es una manera de honrarla.
* * *
Arranqué el nivel sin visiones raras.
Nos encontrábamos en un parque. El césped estaba cortado y prolijo, había niños corriendo en una especie de cancha de básquet y muchos árboles a nuestro alrededor.
Nuestros padres y nuestros Ayudantes se encontraban allí (quienes, por suerte, estaban curados). Me acerqué a Ariel, y lo tomé de la mano. No me sentía cómoda compartiendo el mismo espacio que José y Mariana... especialmente porque sabía que él había sido uno de mis secuestradores y que mi madre... no estaba segura si ella me había hablado cuando había estado atada en la camilla, y tampoco estaba segura de qué sentía mi por mí ¿Me quería? ¿Me había echado de menos?
Era extraño e incómodo volver a ver a una persona luego de tantos años, especialmente cuando la odiaste tanto y lloraste tanto por ella... porque yo sí la había necesitado.
De pronto, apareció una especie de manta blanca gigante y un mazo de naipes sobre el mismo. Se parecían mucho a los que había usado el tío Pedro para enseñarme a jugar diferentes juegos de mesa.
Recordé las palabras que me había dicho Ariel al final del tercer nivel: "A veces pienso que algunas cosas se van tornando demasiado personales". ¿El algoritmo se inspiraba un poco en nuestras vidas? ¿Hasta qué punto habían invadido nuestros cerebros?
Me pregunté para qué habían dejado esas cartas allí y qué tendríamos que hacer ahora.
Pronto, se escribió automáticamente sobre la tela un mensaje en letra imprenta mayúscula y de color negro:
Nivel Once: "Juego de Naipes".
El que hace chinchón o se queda con menos puntos al final de la partida, será el ganador.
¡Hacer trampa sólo te convertirá en perdedor!
Luego, apareció la explicación del juego (que, como podrán esperar, yo ya conocía):
<< "Chinchón".
El objetivo del juego es formar chinchón, es decir, una escalera de siete cartas (cartas consecutivas del mismo palo) para ganar la partida automáticamente. También es posible ganar la partida eliminando al resto de contrincantes por puntos, es decir, hay que conseguir que el resto de los jugadores superen los puntos acordados.
Si no se forma una escalera de siete, se puede formar una de tres o cuatro cartas del mismo palo (de menor a mayor o de mayor a menor) o por números iguales.
Se puede cortar con menos de cinco o menos de siete puntos, no importa las cartas que sobren, lo importante es el valor. Hay que tratar de tener la menor cantidad de puntos posible. Se puede hacer "menos diez" cuando el jugador que corta no tiene naipes de sobra.
Se reparten siete cartas a cada jugador y se sitúa una carta boca arriba y junto al mazo en el centro. En su turno, cada jugador puede:
-Recoger una carta del mazo o alzar la última carta boca arriba de la mesa.
-Descartar una carta de su mano o cerrar.
Puede descartar la carta que más le convenga, quedándose nuevamente con siete cartas. Si el mazo para robar se termina, se vuelven a barajar todas las cartas de la mesa y se vuelven a colocar para robar.
Combinaciones: >>.
—Básicamente —resumió Ariel—, tenemos que formar una escalerita de números del mismo palo, y tratar de deshacernos de las cartas grandes, para no sumar muchos puntos...
—¿Nunca lo habías jugado? —pregunté—. Yo solía cagarme a piñas con mis primitos para ganar.
El recuerdo parecía tan lejano, que se me estrujó el corazón.
—Sí, lo ha jugado —intervino José Escalada—, mi propio padre se lo ha enseñado antes de morir.
Su hijo le lanzó una mirada asesina.
—¿Ahora te acordás de que tenés familia?
—Yo también lo conozco. No es difícil de jugar —intervino Nicole, tratando de cortar la tensión que había entre los Escalada.
Por otra parte, Jacinto se veía bastante preocupado.
Terminamos de leer la explicación. Los últimos párrafos, rezaban:
<<El ganador del juego elegirá quiénes son las cuatro personas que pasarán al próximo nivel.
Si superan este desafío y el siguiente, podrán ser liberados de la Cabina de la Diversión.
Quien haga trampa o se niegue a participar, perderá una vida.
Quien obtenga más de cincuenta puntos, será descalificado de la partida>>.
—Esperen —fruncí el entrecejo—. ¿Sólo cuatro pasaremos al próximo nivel? ¿Qué mierda era esto? ¿Los juegos del hambre?
La puta madre, esto se ponía cada vez peor. Se me hizo un nudo en el estómago.
—La boca, Abril —me corrigió Mariana.
—Ella puede hablar como se le dé la gana —la enfrentó Ariel, y luego me miró—: aparentemente, así es.
Mi madre apretó los labios, tratando de ignorar la insolencia del jugador cuatrocientos noventa y nueve.
—¿Qué pasará... con los perdedores? —los ojos de Jacinto estaban llenos de lágrimas.
Se me encogió el corazón.
Dios mío, Jacinto no sabía jugar. Y yo no quería ganar. No quería ser quien tomara la decisión de dejar a dos personas atrás.
¿Y qué pasaría con esas dos personas? ¿Serían Ayudantes para siempre? Pero ¿Qué pasaba en el caso de Jacinto y Nicole si no ganaban?
Me empezaron a temblar las piernas y a sudar las manos.
No quería elegir entre mi madre y mis amigos. No quería dejar a nadie atrás.
—Supongo que los perdedores desaparecerán del juego. Estamos en el penúltimo nivel, por lo tanto, deberán tomar decisiones difíciles —comentó José Escalada.
—Qué fácil es para vos hablar de tomar decisiones difíciles —masculló. Desde que se había reencontrado con su progenitor, todo el tiempo estaba a la defensiva y su mal humor se había duplicado—. ¿Por qué no abrís la boca para decirnos qué hacen realmente dentro de la Cabina? —insistió Ariel, parándose frente a su padre y tensando la mandíbula.
El rostro de José Escalada se enrojeció. Temí que se pusiera violento con su hijo.
—Hicimos un trato con nuestros Jefes —intervino Mariana tan rápido como pudo—. Estamos conectados del mismo modo que ustedes, pero no somos jugadores. Nuestras decisiones no influyen sobre el algoritmo, pero corremos tantos riesgos como todos aquí.
—¿Entonces serían una especie de Ayudantes? —preguntó Nicole.
—Sí.
—Si ustedes mueren —preguntó Ariel—. ¿Mueren en la vida real?
En sus ojos cafés, pude ver reflejada la preocupación por su papá.
Yo por mi parte, tenía el corazón roto. Sabía que para el próximo nivel no seríamos seis sino cuatro, y eso me revolvía el estómago.
—No sabemos cuán piadosos serían nuestros Jefes —Mariana se encogió de hombros—. Lo único que queríamos hacer era venir a rescatarlos.
Sus palabras me provocaron ardor en las venas ¡Era una caradura!
—Ay, ¡Qué buenos padres que son! —mascullé con sarcasmo—. La próxima vez nos ayudaría un poco más que no nos secuestren y nos obliguen a jugar un juego mortal.
Ariel esbozó una sonrisa torcida, pero los demás se incomodaron con mi comentario.
—Abril... —mi madre estiró el brazo hacia mí.
Me alejé de ella y decidí sentarme, sintiéndome inevitablemente abrumada por el juego que estaba a punto de comenzar.
Ariel se colocó a mi derecha, en posición de indio. Jacinto se colocó a su lado, luego José. Mi madre le ganó el lugar a Nicole, por lo tanto, la muchacha se vio obligada a jugar entre medio de Mariana y el señor Escalada.
—Jaz ¿Necesitás que vuelva a explicarte cómo se juega? —pregunté.
—No hace falta, April —se encogió de hombros.
Todos notaron cómo me temblaron las extremidades cuando tomé el mazo y decidí mezclar las cartas.
Tenía un nudo en el estómago.
Sólo cuatro de nosotros pasaríamos este nivel.
No quería dejar a nadie atrás, no quería, no podía... A pesar de que mi madre y el padre de Ariel no eran buena gente, no les deseaba la muerte.
Rogaba no ser yo quien tomara esa horrible decisión.
—Muchacha, estás tardando demasiado —observó José Escalada.
—Es su juego, puede tomarse el tiempo que quiera.
Ariel necesitaba marcar una brecha entre nuestros padres y nosotros casi todo el tiempo.
—Ya —le puse una mano en el hombro al jugador cuatrocientos noventa y nueve—. Repartiré. Estate atento, vos sos el primero en jugar.
Les entregué las siete cartas a cada uno de los participantes, y luego dejé el mazo en el centro y, a su lado, una sota.
Mis cartas eran las siguientes: un uno y un dos de espada, un siete y un nueve de basto, un comodín, un rey de oro y un caballo de copa.
Armé un juego temporal con el siete y el nueve de basto, y decidí que tenía que deshacerme del rey y del caballo.
Ariel jugó primero. Levantó del mazo y descartó una sota de oro.
Le siguió Jacinto, quien descartó el tres de espada. Mierda, lo hubiera necesitado.
—¡Primero descartá los números más grandes! —lo regañó Nicole.
El muchacho se encogió de hombros.
José Escalada levantó el tres de espada, y soltó un caballo de basto.
Mi madre me observó de soslayo mientras alzaba una carta del mazo, y soltaba una sota de basto.
Levanté la sota para formar mi juego con el siete y el nueve, y solté el rey de oro.
Me sentía tan nerviosa... no podía imaginarme dejando atrás a nadie.
Cerré los ojos, y vi que tenía la barra de energía completa. Me hubiera sido tan útil tenerla en el quinto nivel...
Y de pronto, tuve una visión.
Mi madre se veía mucho más joven que en la actualidad ¿Qué edad tendría? ¿Treinta años?
Se encontraba vestida de blanco, arrodillada frente a una pareja que se veía un poco mayor que ella. No pude verles el rostro.
—Por favor, necesito el dinero. Estoy embarazada, y temo perder a mi bebé.
—La suma que estás pidiendo vale más que tu propia vida, Mariana.
—Les prometo me trataré con profesionales. Ya he dejado mi vicio. Y haré lo que sea para pagarles.
—¿Lo que sea? —el hombre dio un paso hacia adelante—. ¿Nos entregarías tu vida para ello?
—Sí.
—¿Permitirías que te implantáramos un chip?
—Sí —agachó la mirada—. No encuentro otra manera de enmendar mi error. De lo contrario, mi esposo y mi bebé se quedarán en la calle.
—Bien. Firmaremos un contrato de dieciocho años de duración. Trabajarás para nosotros y harás todo lo que te digamos. De lo contrario...
"Desperté" cuando mi mamá me tocó el brazo.
—Es tu turno... ¿Tuviste una visión? ¡Siempre te las envían en momentos inoportunos!
Mi corazón estaba destrozado. Sin ser capaz de contener las lágrimas, miré a la mujer que se encontraba a mi lado.
Había cometido un error tan grave que casi nos había dejado en la calle a papá y a mí. Había querido enmendarlo y se había metido con los jefes de la Cabina de la Diversión. Tenía un chip implantado en alguna parte de su cuerpo.
No iba a perdonarla tan fácilmente, pero no pude evitar pensar que para ella también debió de haber sido difícil.
Dios, cuánto dolía enterarse de la verdad. Sentía como si tuviera cientos de agujas clavadas en el pecho.
—¿Estás bien? —Ariel me apoyó una mano en el hombro.
Asentí, y traté de ponerme al ruedo con el juego.
Tuve la suerte de que sobre el mantel ahora había un ocho de basto ¿Mi mamá me habría espiado las cartas? ¿O había sido casualidad?
Lo recogí, y con un nudo en el estómago, corté. Había hecho "menos diez". Una escalera con el uno, el dos de espada y el comodín, y el otro con el siete, el ocho, el nueve y el diez de basto.
Los demás usaron sus cartas sobrantes para colocarlas sobre mi juego de espadas y de bastos.
Contamos, y al final Jacinto se quedó con treinta puntos, Nicole con veintiséis, Ariel con veinte, Mariana con diecinueve y José con cinco.
—Si hubieras esperado un poco más, yo habría hecho menos diez —comentó el señor Escalada.
Era evidente que él era el más ansioso por ganar.
Ahora repartió Ariel, sin dejar de mirar a su padre con desaprobación.
Mientras tanto, mi mamá intentaba sacarme conversación.
—Hija ¿Cuál es tu materia favorita del colegio?
¿Debía responderle? Intentaba socializar conmigo, aunque no lo merecía. No merecía que yo le dirigiera la palabra luego de todo lo que había tenido que sufrir por su culpa.
Sólo cuatro pasaríamos al siguiente nivel.
El dolor persistiría.
—Ciencias Naturales —bostecé—. Planeo ser veterinaria en el futuro.
—Sabía que querías ser veterinaria. Lo has mencionado durante el juego.
Había estado mirándome.
Había escuchado que había dicho que la odiaba.
Traté de contener las lágrimas una vez más.
Ariel la miraba con desconfianza.
—Y... ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? Además de mirar National Geographic.
Iba a abrir la boca para contestar, pero José me interrumpió:
—Estén atentas al juego. Jacinto ha levantado su primer naipe.
En esta mano, me habían tocado cartas desastrosas: una sota de basto, un caballo de oro, un rey de espadas, un ocho de copa, un siete de basto, un uno de oro y un seis de oro.
Mierda, si no armaba algo rápido, perdería. Se me bajaría la energía y no quería utilizar la última vida que Ariel y yo debíamos compartir.
Observé cómo durante la primera ronda todos descartaban las cartas más grandes. Cuando fue mi turno de levantar, me tocó un seis de copa. Dejé al rey de espadas sobre el mantel.
Mi mamá intentó seguir socializando:
—¿Hace cuánto tiempo te hiciste vegana?
—Al iniciar la secundaria.
—Tu amor hacia los animales es impresionante... ¿Has salvado a algún perrito callejero?
—Sí, pero sólo de manera temporal. No hay espacio para convivir con animales en casa —ella debería saberlo—. Sólo tuve una perrita hace años, y se enfermó y falleció —el recuerdo aún me dolía tanto como si hubiera pasado ayer.
Los animales eran mi lugar seguro. Eran los únicos que jamás me traicionarían ni me abandonarían. Mi amor por ellos sí era correspondido.
Fue mi turno una vez más. Me tocó un siete de oro, y solté el caballo.
Maldición, aún no había formado ni una sola escalera.
—Cuando salgas de la Cabina, todo será...
¿Diferente? ¿Mejor?
—No hagas promesas que no podrás cumplir —la interrumpí. Había aprendido esa frase de mis amigos.
Noté que había cierta diferencia entre Mariana y José: éste último no estaba preocupado por cambiar la imagen que su hijo tenía de él. Sólo quería ganar. En cambio, mi madre parecía tener la intención de redimirse.
Para mi sorpresa, no fue a mí a quién le hizo una pregunta esta vez:
—Ariel ¿Qué sentiste cuando perdiste en el noveno nivel, y apareciste en el juego de Abril? Sentiste... ¿Esperanza? ¿Miedo? Debe de haber sido difícil para vos.
Abrí los ojos, sorprendida. Jacinto y Nicole también la observaron boquiabiertos: era como si le hubiera metido el dedo en la llaga al jugador número cuatrocientos noventa y nueve.
Por suerte, él no se enfureció (no como hubiese esperado).
—Me sentí confundido cuando anunciaron que debía jugar con la hija número quinientos... y al principio, no me llevaba bien con Abril. Ella era algo... blandita. Se endureció con el correr de los niveles.
—No tenía experiencia, no me juzgues —revoleé los ojos—. Volviendo a lo tuyo ¿Sentiste como si hubiera sido el final cuando te cambiaron de juego?
—Había estado cerca, pero no lo logré. Fue casi como arrancar otra vez —luego miró a mi madre—. Seguramente, Abril y yo somos parte de una especie de experimento, una nueva alternativa de la Cabina, como también deben serlo ustedes...
Mi turno de jugar.
Me tocó un ocho de oro. Solté la sota y por fin, tenía una escalera.
Ariel fue el siguiente. Se deshizo de un cinco de basto. Luego fue el turno de Jacinto, quien depositó sobre el mantel un rey de copa.
Me sentía increíblemente inquieta por mis amigos. No quería dejarlos atrás. No quería elegir entre ellos. Me dolía cada célula de mi cuerpo de imaginar que, quizás, nos tocaría dejarlos atrás.
Mientras yo me encontraba envuelta en mis propios pensamientos, José Escalada, cortó.
Había hecho menos diez con tres caballos y cuatro tres.
—La puta madre, me quedaron el ocho, el siete, el seis y el uno de palos distintos. Y tengo esta escalerita de oros —deposité mis cartas sobre la mesa.
—Abril, decís demasiadas malas palabras —protestó mi madre, y mostró su cuatro, cinco y seis de espada. Luego, tenía dos sotas, un comodín y un siete de copas.
Ariel mostró su sota y dos cuatro que no pudo combinar.
Jacinto y Nicole estaban complicados. Ambos se habían quedado con demasiadas cartas y habían excedido el puntaje límite.
—Perdieron —comentó José Escalada con seriedad—. Jacinto tiene sesenta puntos, y Nicole, cincuenta y dos. Han sido eliminados. Yo tengo menos cinco, Mariana veintiséis, Abril doce puntos y Ariel treinta y ocho. Hijo, presta atención porque...
—No tenés derecho de decirme qué hacer —bramó.
Tenía tanta razón de estar enojado con su padre ¡Tanta!
—Escuchame. Te quedan tres semanas, Ariel. Debemos terminar esto cuanto antes.
Tres semanas. Mi corazón dio un vuelco.
Sólo faltaban tres semanas para que él cumpliera diecisiete. Eso quería decir que ya nos encontrábamos en febrero del dos mil diecisiete, y que habíamos pasado casi un año entero encerrados.
Me pregunté cómo se encontrarían mis seres queridos, y en qué estado se hallaría mi cuerpo luego de haber estado inmóvil durante tanto tiempo.
Dios mío...
Miré a Jacinto y a Nicole, quienes se habían apartado de la ronda y se veían increíblemente abrumados.
Si ganaban nuestros padres, no los elegirían. Ellos quedarían fuera del juego.
Si yo ganaba, no podría escoger.
Si Ariel ganaba, sí los elegiría por sobre nuestros padres.
La vida es una mierda.
Este juego es una mierda.
Me obligué a contener las lágrimas.
Cerré los ojos para esconderlas, y vi que tenía una rayita menos en la barra de energía.
Debía procesar tantas cosas, que lo único que podía hacer era sentirme increíblemente abrumada.
Alcé los párpados, y como vi que nuestros amigos no se acercaban, rompí el hielo:
—Chicos, ustedes son nuestros Ayudantes —se me quebró la voz—. Jaz, sentate en tu lugar, aunque ya no juegues. Ariel, correte que quiero que Nicole se siente conmigo.
Hicieron lo que les pedí.
Ahora le tocaba repartir a José.
Mientras daba las cartas, mi madre insistía en conversar conmigo:
—¿Sabías que tu abuela me enseñó a jugar al chinchón?
—¿La abuela que murió al poco tiempo de tu desaparición? —pregunté, mordaz, aunque ya sabía la respuesta.
—Sí, ella —hizo una mueca de dolor—. Era una mujer muy trabajadora, y bastante obsesionada con la limpieza.
—Mariana, dejá de distraer a los muchachos y empezá a jugar —la interrumpió José.
Sabía que mi madre quería que yo ganara, pero era evidente que intentaba recomponer un vínculo que se había roto hacía alrededor de una década.
Ella no sabía nada sobre mí, y yo tampoco sobre ella. Éramos dos completas desconocidas, unidas por la sangre y por el error que ella había cometido hacía diecisiete años.
Miré a Nicole cuando alcé mis cartas, tratando de ocultar la tristeza que abrumaba mi corazón.
Tres semanas.
No seríamos seis para el próximo nivel.
Mis cartas eran las siguientes: un ocho y un cuatro de oro, un nueve y un siete de copas, un uno de espada y un rey y un seis de basto.
Otra vez, no tenía ni una puta escalerita para armar. Nicole frunció al entrecejo al ver mis cartas, y comentó:
—Están peores que las que yo tenía en la mano anterior.
Miré a Ariel, quien movía los dedos de su mano izquierda con nerviosismo.
—Sos mano —José le indicó a Mariana.
Lo primero que hizo ella fue soltar un ocho de copa ¿Acaso me estaba espiando las cartas? ¡Eso era trampa!
Como si fuera un Mocasín, fue capaz de leer mi mente:
—No lo necesitaba, te lo juro. Me sobraba, y era el número más grande que tenía, por lo tanto, me deshice de él.
Lo levanté, y sin dudarlo, solté el rey de basto.
Ariel no dejaba de moverse con nerviosismo. Jacinto tenía una mano apoyada en su hombro y se veía súper abrumado.
Quise consolarlo —aunque, en ese momento, no podía soportar ni mis propias emociones—, y como Ariel se encontraba a mi derecha, acaricié la muñeca que tenía su brazalete...
Y, tal y como me había sucedido la primera vez que lo había tocado (allá por el nivel cinco), tuve una visión.
—Este mocoso debe mejorar las calificaciones.
Una versión mucho más pequeña (y tierna) de Ariel se escondió detrás de una señora ¿Su mamá?
—Es un niño ¡Tenele paciencia! ¡No tenés que ser tan duro con nuestros hijos!
La mamá de Ariel era una mujer de cabello rubio, mejillas rosadas y sonrisa amable. En sus manos, llevaba puesto varios anillos con piedras, similares a los de Mía Hermosa.
Vaya ironía.
—¡Es lo suficientemente inteligente para hacer travesuras! ¡Rompió el vidrio de la ventana del vecino por andar jugando con la gomera! —arrastró las palabras ¿Acaso estaba borracho?
—No tiene nada que ver una cosa con otra. Además ¡No lo hizo a propósito! ¡Fue un accidente!
—Si no lo hizo adrede ¿Por qué se escondió como si fuera una rata astuta? —hizo un gesto con la mano.
Sí, podía darme cuenta de que estaba borracho.
—¡No hables así de nuestro hijo! ¡Lo hizo sin querer!
Los hermanos de Ariel aparecieron en escena. Ellos tenían el cabello más oscuro y eran más delgados que él. Cuando vieron que sus padres estaban discutiendo, se alejaron tan rápido como pudieron.
—¡Necesita ser educado como corresponde!
—¡Basta, José! ¡Se equivocó, y no lo volverá a hacer!
—¡Dejá de cubrirlo! ¡Así él nunca aprenderá! —y con toda la furia, tomó un par de vasos y los arrojó al suelo.
La madre de Ariel retrocedió junto con el niño, evidentemente asustada.
José dio unos pasos hacia adelante, se agachó, y miró fijamente al pequeño que se escondía detrás de las faldas de su madre. Intuí que su aliento olía a vino rancio.
—Mejorarás las calificaciones y dejarás de ser tan travieso ¿Me escuchaste? ¿O querés que vuelva a romper vasos frente a tu mamá?
El niño asintió, pero no cumplió con su promesa.
Cuando la visión acabó, sentía como si mi corazón se hubiera perforado.
José Escalada era realmente un hijo de puta. Por lo menos, mi mamá había tenido la decencia de abandonarme y no tratarme mal antes de hacerlo. Este tipo era un borracho violento, que no había hecho otra cosa que traerle desgracias a su familia. Regañó a Ariel por haber roto una ventana y él rompió vasos delante de su hijo, canalizando allí su ira para no golpear a su mujer ¡Un horror!
Ahora entendía por qué Ariel tenía un temperamento bastante hosco y reaccionaba mal cuando se sentía atacado: él sólo quería defenderse de personas como su padre.
—Abril, es tu turno —mi mamá me tocó el brazo.
Me aparté.
No quería que pensara que mi amabilidad era sinónimo de perdón. Ella no se inmutó.
—Siempre te mandan visiones en momentos inoportunos ¡No se cansan! —protestó Mariana—. No dejes que te afecten.
Miré a Ariel, con quien había compartido la visión. Él aún tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba apretando la mandíbula. Pobrecito, había sufrido incluso más que yo.
A pesar de que tenía el corazón roto en veinte mil pedazos, tanto por mis amigos como por Ariel, alcé una carta del mazo. Me tocó un uno de oro. No me servía, pero podría haber sido peor. Me deshice del ocho de oro.
El jugador número cuatrocientos noventa y nueve soltó un seis de copa. Maldije para mis adentros ¡Me hubiera servido bastante ese naipe!
José Escalada levantó una carta del mazo, y esbozó una sonrisa que me hizo estremecer. Se deshizo de un dos de basto.
Cuando le tocó a Mariana, ella frunció el entrecejo y soltó un caballo de espada.
Ahora era mi turno. Alcé un naipe: era una sota de oro.
Miré a mis queridos Ayudantes, y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Perdería. Perdería y no podría salvarlos. El dolor punzaba en mi interior como si fuera una navaja. No quería ganar, pero tampoco perder. Quería que ellos continuaran jugando conmigo. Quería... quería...
Sollocé mientras dejaba sobre el mantel la carta que no me servía. Ariel frunció el entrecejo.
Desanimado, era su turno de jugar. Alzó un naipe.
Y así como lo agarró, lo soltó, porque era un rey de espada.
José Escalada esbozó una amplia sonrisa. Tomó la carta que su hijo había dejado, y cortó.
—Chinchón —anunció.
Fue como recibir un baldazo de agua fría. Había ganado la única persona que no quería que ganara: José Escalada.
Tenía un nudo en la garganta y derramé más lágrimas mientras veía cómo él depositaba una escalera de espadas de menor a mayor: estaba completa del seis al doce inclusive.
Cerré los ojos. Una barra menos de energía.
Levanté los párpados, sintiéndome increíblemente derrotada.
Sin ser capaz de hablar, atragantada por mi propia angustia, alcé la vista hacia mis amigos Ayudantes.
Nicole estaba temblando de pies a cabeza y Jacinto mantenía la cabeza agachada.
Tomé la mano de mi Ayudante. Estaba helada.
—Gané —el señor Escalada se puso de pie—. Es obvio a quiénes elegiré para continuar: a mi colega Mariana y a nuestros hijos —sus palabras me pusieron la piel de gallina.
Me paré, y obligué a Nicole a hacer lo mismo. Ariel y Jacinto nos imitaron.
Nos dimos un fuerte abrazo los cuatro. Yo no era capaz de dejar de llorar de la amargura.
Ellos nos habían salvado.
Nos habían ayudado.
Habían forjado un vínculo genuino con nosotros.
Y ahora debían irse.
Debían irse.
Apreté a mis amigos tan fuerte como pude, sollozando ruidosamente ¿Por qué todas las personas que apreciaba debían marcharse? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Ellos tenían el mismo derecho que nosotros de salir de la Cabina!
Ariel, sin soltar a nuestros amigos y con los ojos bañados en lágrimas, le preguntó a su padre:
—¿Qué pasará con ellos?
Ya le habíamos hecho esa pregunta, y él había respondido: "Supongo que los perdedores desaparecerán del juego. Estamos en el penúltimo nivel, por lo tanto, deberán tomar decisiones difíciles".
Sin embargo, su respuesta ahora fue la siguiente:
—Lo mismo que con Alfonso Nicolás Díaz.
Todos miramos al señor Escalada, expectantes.
Fue Mariana quien, con una expresión sombría, anunció:
—Desaparecerán.
No.
No.
No podía ser cierto.
Me sentí increíblemente descompuesta. Escuché cómo Jacinto y Nicole habían comenzado a llorar, y también vi cómo Ariel se arrojó sobre su padre, amenazándolo con su puño derecho.
—Decime que es mentira ¡DECIME QUE ES MENTIRA!
José Escalada negó con la cabeza. Mantenía una actitud seria.
—No iré a ningún lado sin ellos —tomé a mis dos amigos de las manos con más fuerza—. ¡No voy a moverme de acá! —aullé, con la voz quebrada.
No podía permitir que ellos murieran. No podían desaparecer. No debían desconectarlos. No. No. ¡NO!
En ese momento, una puerta dorada y brillante apareció en el medio del parque. Pude sentir que su resplandor nos llamaba a los gritos.
—Ariel, avanzá vos, que estás más jugado con el tiempo. Yo me quedaré con ellos.
Ariel se apartó de su padre apoyó su mano en el hombro de Jacinto. Todos estábamos llorando.
—Yo tampoco me moveré. Ellos son nuestros amigos.
—No pierdan su tiempo —Nicole se tapó el rostro con ambas manos—. ¡No lo vale! ¡Váyanse!
—¡No vamos a abandonarlos! —sollocé.
De repente, noté que sus figuras empezaban a desvanecerse, a volverse más transparentes.
—¡NOOOOOOOOOOOOOOO! —grité, y traté de aferrarme físicamente a ellos.
—¡NOOOOOOOOO! —Ariel intentó tomar a Jacinto de los hombros, pero no fue capaz de hacerlo.
Sus cuerpos estaban volviéndose figuras incorpóreas, como si estuviesen convirtiéndose en fantasmas.
Mariana y José nos tomaron por los hombros e intentaron hacernos retroceder. Forcejeamos y chillamos para que nos soltaran.
—¡NO! ¡NO! ¡NO! —no soportaba ser testigo de cómo estaban desvaneciéndose.
—Gracias por todo, chicos —dijeron Nicole y Jacinto al mismo tiempo, dejando caer unas lágrimas...
Y desaparecieron.
—¡NO! —le pegué un codazo a mi mamá en el estómago, y ésta me soltó.
Corrí hacia donde se habían encontrado mis amigos hacía apenas instantes, pero ya no existían.
No existían.
Se habían ido.
Había creado un vínculo genuino con ellos, más genuino que con cualquier otra persona de mi edad (excepto por Corina). Habíamos trabajado juntos para salir de la Cabina y ahora... se habían ido. Se habían ido. Los habían matado ¡Los habían matado!
—¡NOOOOOOOOOO! —golpeé el césped con los puños—. ¡HIJOS DE PUTA! ¡ME ARREBATARON LA LIBERTAD! ¡PUSIERON EN RIESGO MI VIDA! ¡Y AHORA MATAN A MIS AMIGOS! ¿QUÉ QUIEREN? ¿CUÁL ES EL OBJETIVO DE ESTE JUEGO DE MIERDA? ¿DESTROZAR A SUS JUGADORES EMOCIONALMENTE HASTA CONVERTIRLOS EN... EN... EN UNA MIERDA?
La angustia estaba ahogándome. Estaba empezando a tener dificultades para respirar.
Mis amigos.
Mis amigos habían desaparecido.
Estaban muertos.
Ellos merecían salir de la Cabina tanto como Ariel o como yo. Tenían sueños, tenían familias, tenían ganas de vivir. Eran apenas unos adolescentes.
Pero ahora, mis amigos se habían ido. Los habían asesinado.
Les habían arrebatado sus vidas tan fácilmente como quitarle el dulce a un niño.
Mis amigos. Ya no estaban.
Mis...
En ese momento, mi mamá me obligó a ponerme de pie y empezó a arrastrarme hacia la Puerta Dorada.
TIEMPO UTILIZADO: 122 MINUTOS, 30 SEGUNDOS.
FALLAS: 3.
PUNTOS OBTENIDOS: 580.
PUNTAJE TOTAL: 12240.
HAN PASADO AL DÉCIMO SEGUNDO NIVEL.
SI PASAN LA ÚLTIMA PRUEBA, SERÁN LIBRES.
Ariel y yo nos encontrábamos tirados en el suelo de la Zona de Transición. No teníamos fuerzas para avanzar.
Nos habían arrebatado a nuestros amigos. Quería llorar y gritar, y golpear a los Jefes de la Cabina de la Diversión.
Me sentía rota por dentro. Destrozada. No soportaba el dolor que sentía.
Mis amigos. Había perdido a mis amigos.
—Tenemos que avanzar, hijos. Si dios quiere, el próximo será nuestro último nivel —comentó José Escalada.
Su hijo giró la cabeza. Lo contempló con la mandíbula apretada y los ojos llenos de lágrimas.
—Ellos tendrían que haber avanzado, no ustedes. Ellos merecían salir de acá, no ustedes. Ellos sí eran buena gente. Ellos eran... —se le quebró la voz.
Mariana se agachó frente a Ariel. Sus ojos brillaban ¿Ella había llorado?
—Ellos querrían que ustedes salieran de la Cabina. No deberían perder tiempo llorando y deberían avanzar. No quieren que les pase lo mismo que a ellos y que a Díaz ¿Verdad?
Me sentía increíblemente miserable. Quería llorar por horas. Quería gritar. Quería romper todo.
Sin embargo, con el dolor más grande del mundo, me levanté y tomé la mano de Ariel, obligándolo a ponerse de pie.
Lo abracé. Lo abracé con fuerza, sin dejar de llorar. Dejé que el calor de sus brazos envolviera mi alma miserable durante unos breves minutos.
—Te necesito —le susurré, con un nudo en la garganta—. Tenemos que salir juntos de acá.
Él asintió.
—El tiempo vale oro —comenté, con la voz quebrada—. Avancemos. La pesadilla pronto terminará.
Puff, fue un capítulo intenso ¿No creen? ¿Les gustó? ¿Cómo se sintieron al leerlo?
La próxima semana vuelvo a actualizar ¡Estamos cerca del final!
Gracias por leer.
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¡Saludos!
Sofi.
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