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Capítulo X: "El mapa de Invierno". (Parte 2).

Una vez que cortamos el puente, nos echamos a andar.

Cerré los ojos durante un instante, y pude ver mi propia barra llena de vida. Me pregunté qué pasaba en los casos de Jacinto y Nicole.

Sabíamos que ahora nos tocaría atravesar las montañas oscuras. De hecho, ya podía divisar la base de estas, que se encontraban a una corta distancia.

La nieve era más alta en este territorio, el terreno iba en subida, y el viento soplaba con mucha fuerza.

No estaba en buen estado físico, y ayudar a Nicole me hacía jadear a cada rato. Hasta había empezado a sudar a pesar del frío.

—Chicos ¿Están bien? —preguntó Ariel a nuestros ayudantes—. Su ropa tiene nuevas manchas de sangre...

—No podemos atrasarnos —lo interrumpió Nicole, aunque se veía más pálida de lo normal—. Tenemos que atravesar las Montañas Oscuras antes de que anochezca. No disponemos de mucho tiempo.

* * *

Diez minutos más tarde, habíamos llegado a la base de las montañas. Estaban hecha de piedra negra, y arbustos secos y cubiertos de nieve.

Lo primero que divisamos allí fue un cartel rojo, que hacía un enorme contraste con el blanco del paisaje:

<< Como este es el penúltimo desafío

Los jugadores sentirán un poco de frío

Subirán por las montañas

Saltando barra por barra >>.

—¿Qué mierda...? —empecé a decir, pero de pronto, me quedé callada.

Una especie de escalera de hielo se formó en las montañas. No era exactamente una escalera sino más bien un camino, formado por bloques de hielo de un metro de largo y treinta o cuarenta centímetros de diámetro. Ascendía y luego parecía continuar del otro lado de la cadena montañosa.

Ariel estaba por protestar, pero fue interrumpido por la aparición de un equipo para escalar: botas, ganchos, arnés, cuerdas, etcétera. Se hallaban justo delante del cartel rojo.

—Esto va a ser una pesadilla —protesté, mirando cuán horrible estaba el clima para ponerse a escalar.

—Lleven consigo las herramientas, les servirán —comentó Nicole.

—Nosotros iremos por el sendero normal —agregó Jacinto—, así ahorramos tiempo ¡Suerte, chicos!

No pudimos protestar.

—¡Cuídense! —exclamé.

Malheridos, se marcharon lentamente mientras nosotros nos pusimos el equipo para escalar.

—Estamos solos otra vez, April.

Nos echamos a andar.

—¿Tenés experiencia escalando? —pregunté, mientras nos acercábamos a la primera barra de hielo—. Vos vivís rodeado de montañas. De hecho, estás súper cerca del pico más alto de América —el Aconcagua.

—Sólo acostumbro a hacer trekking, no hago cosas tan peligrosas... pero ahora nos toca —hizo una breve pausa, observando con desconfianza al bloque de hielo—. Te juro que cuando enfrente a mi papá...

—No pienses en eso ahora. Tenemos que subir.

Y en ese instante, salté sobre el primer escalón congelado.

* * *

Cuando llegamos a la cima —los ganchos y las cuerdas nos salvaron de que el viento y la nieve nos hicieran caer—, vimos que había que descender y más tarde, atravesar una especie de camino en espiral.

A lo lejos, pude divisar el lago Calavera. Se llamaba así porque tenía forma de un cráneo. Daba miedo. Por suerte, no tendríamos que pasar por allí.

—No hay tiempo que perder —balbuceó mi amigo—. ¡Está oscureciendo!

Una vez dicho esto, se precipitó hacia abajo... y quedó colgando de la soga, chocándose con una montaña de nieve.

Solté un grito, y salté para socorrerlo. Por suerte, mis botas se engancharon en el hielo mientras intentaba atraer a Ariel con la cuerda.

Una vez que lo logré, él cayó de rodillas sobre la barra de hierro. Tenía el cabello cubierto de nieve y temblaba como un papel. Lo ayudé a ponerse de pie y le acomodé el cabello.

—Tratá de no matarte —no pude evitar regañarlo—. Si te pasara algo...

De sólo pensarlo, se me hacía un nudo en el estómago.

—Lo sé... —me acarició el rostro. A pesar de que tenía los guantes puestos, me estremecí ante su gesto afectuoso. No estaba acostumbrada a que me trataran con tanto cariño—. Somos un buen equipo, April.

Una vez dicho esto, volvió a saltar.

Terminamos el camino luego de un par de horas. Había oscurecido, y en la última parte del tramo me vi obligada a iluminarnos con mi pulsera.

Cuando quedaba el último "escalón", Ariel utilizó su brazalete para impulsarse y dar una especie de salto mortal sobre la nieve. Se veía animado.

Yo bajé como una persona normal, por supuesto. Luego, acomodé el equipo de escalar para que no me molestara al caminar.

—Estoy agotada —comenté—, no entiendo cómo tenés energía para hacer piruetas.

—Fue mi forma de celebrar que no morimos al caer de una montaña.

—Tuvimos suerte. Los ganchos no se soltaron, y sólo te resbalaste una vez.

—Fue sólo una, pero bastante peligrosa. En cambio, vos aterrizaste con la cabeza en lugar de con los pies en varias ocasiones. Seguramente te saldrán moretones.

—Fui directamente a lo seguro. Prefiero golpearme la cara antes que morir.

Caminábamos arrastrando los pies. Estábamos exhaustos y sedientos. El sudor estaba comenzando a secárseme, y estaba empezando a sentir frío otra vez.

La nieve jamás dejó de caer.

—Qué nivel largo —balbuceé—. Estoy agotadísima. Muero por un vaso de agua y por un té caliente.

—Yo quisiera un poco de Sprite. Hace casi un año que no como ni bebo nada delicioso... exceptuando las mandarinas del nivel cinco.

Era verdad: hacía muchísimo que no comíamos algo rico.

De sólo pensar en pizza y en Coca Cola se me hizo agua a la boca.

Hablamos de lo que nos gustaría comer al salir de la Cabina, y la conversación regresó al tema de los niveles.

—Va aumentando la dificultad a medida que avanzamos. Espero que nuestros padres hagan algo al respecto cuando nos vean...

—¿Algo así como salvarnos? Lo dudo —el rostro de Ariel se ensombreció.

—Hablando de ellos... me da ansiedad pensar en volver a ver a mi mamá después de tantos años —sentí una punzada de dolor en el pecho—. No sé cómo reaccionaré cuando eso pase. Tengo tantas cosas para reprocharle...

—¿Sabés qué me da ansiedad a mí? No ver a Jacinto y a Nicole por ningún lado ¿Estarán bien? —cambió de tema.

—¿Ellos pueden perder vidas como nosotros?

Ariel no me respondió. Quizás no sabía la respuesta.

—Supongo que la Cabina trata de manera diferente a los jugadores activos que a los inactivos —conjeturé.

Él estaba concentrado mirando hacia adelante, no en la conversación:

—Alumbrá un poco a la izquierda.

Hice lo que me pidió.

A pocos metros de nosotros, se veían tres torres hechas de piedra. Eran enormes, casi tan altas como las montañas.

Tragué saliva. Me dolía la garganta, tenía sed y el cuerpo me pesaba mucho.

Las Torres Frías eran la parte final del mapa de Invierno. Estábamos cerca de completar el décimo nivel.

En la entrada de la torre más baja, había un cartel rojo escrito con letras negras en imprenta mayúscula, que rezaba:


<< Sus padres y sus amigos están en la azotea de la torre más fría. Tienen doce horas para encontrarlos >>.


—¿Ya pasaron doce horas? —pregunté, asombrada.

Ariel me tomó de la mano. Tenía una expresión sombría.

—No dejes de alumbrar y llevemos los martillos en las manos. Si tenemos doce horas para atravesar las torres, su interior debe ser una especie de laberinto sumamente peligroso.

—Sí —abrí la caja de herramientas y saqué los dos martillos. Le entregué uno—. Y ya debe haber transcurrido medio día. Se hizo eterno.

—Tardamos mucho en las Montañas Oscuras, pero lo hicimos para sobrevivir.

—Sí... No podíamos apurarnos... pero ahora, sí.

Empezamos a rodear las torres. La nieve no paraba de caer y el viento la enredaba en mi cabello. Tenía el cuerpo helado.

Dios, moría por alguna bebida caliente... hasta por un poco de café, el cual no suele caerle bien a mi estómago.

—Están en la azotea de la torre más fría... —alumbré hacia arriba, pero no podía verlos a causa de la nieve y la oscuridad de la noche.

—La más fría debe ser la más alta —dedujo Ariel—. Entremos.

Abrimos la puerta de madera.

Ni bien ingresamos, sentí un poco de alivio, ya que el ambiente estaba relativamente agradable.

—No hace frío acá adentro ¿No deberíamos revisar las otras torres también?

—Buena idea —replicó—, aunque confieso que me gustaría usar este lugar de refugio.

—Lo mismo digo, pero no podemos perder tiempo.

Salimos, e ingresamos en la torre más bajita. Adentro había una estufa a leña prendida.

—No es aquí —comenté.

Me vi tentada a sacarme los guantes y calentarme las manos en el fuego, pero sabía que cada minuto era importante. No podía desperdiciarlos.

—No es esta. Es la segunda —aseguró Ariel, y fue el primero en salir.

Lo seguí y entramos tan rápido como pudimos a la torre del medio.

Ni bien ingresamos, notamos que las paredes de piedra estaban cubiertas de moho, causando que estuviera súper frío y húmedo en el interior. A su vez, la única luz que nos alumbraba era la de mi pulsera.

Apreté con fuerza el martillo mientras iluminaba hacia adelante, en donde había tres túneles completamente oscuros.

—Hay tres pasadizos —miré a Ariel, quien fruncía el entrecejo y se veía sumamente preocupado—. ¿Cuál elegimos?

—El del medio, porque estamos en la segunda torre ¿Te parece?

—Bien. Yo iré adelante. Alumbrame y cualquier cosa, no dudes en atacar.

—Permanezcamos cerca el uno del otro, por si acaso.

Nos metimos en un túnel que estaba lleno de moho y telarañas. Al fondo de este, vislumbramos una escalera de piedra, que se veía angosta y resbaladiza.

Ariel me tomó de la mano y comenzamos a ascender, descubriendo pronto que se trataba de un camino espiralado.

Tenía los músculos tensos y el silencio me ponía muy nerviosa.

—¿Ves el final? —le pregunté, ansiosa.

—No veo nada, April.

Mi corazón palpitó con terror.

* * *

No supe cuánto tiempo estuvimos dando vueltas por aquel lugar vacío, que parecía un laberinto ¿Horas?

Me preocupaba que no lográramos encontrar a tiempo a nuestros amigos y a nuestros padres. Sólo nos quedaba una vida que no podíamos compartir.

Sin embargo, me encontraba demasiado exhausta.

—Me duelen los pies, necesito cinco minutos —comenté.

Sentía que tenía ampollas de tanto andar.

—Yo también estoy cansado, pero no podemos quedarnos en la mitad de la escalera. Busquemos alguna habitación o pasillo para descansar.

Fuimos tanteando desanimadamente las paredes, hasta encontrar un nuevo túnel.

—No me da confianza descansar ahí —comenté, al observar que estaba muy oscuro.

—¿Preferís quedarte acá?

—Mejor malo conocido que bueno por conocer —cité.

—A mi mamá le gusta ese refrán —se encogió de hombros.

Pobrecito, debía de extrañarla tanto como yo a papá, al tío Pedro y a Corina.

Le di unas palmaditas en el hombro, y me animé a sentarme en el comienzo del túnel, alumbrando hacia el interior con mi brazalete.

—¿No te cansa tenerlo encendido durante tanto tiempo?

—No —cerré los ojos, para corroborar que mi barra de energía siguiera intacta. Estaba completa—. El metal quema sólo cuando provoco un ataque potente ¿Me entendés?

Como el de los osos. El de Perpetua. El de los Mocasines.

Asintió, y se colocó a mi lado, apoyando la cabeza contra la pared mohosa.

—Estoy agotadísimo. Quisiera poder acostarme en una cama ahora mismo.

—Yo también —me saqué el calzado.

Respiré profundamente. Noté que mis pies estaban llenos de ampollas.

—Eso se ve horrible... ¿Te duele?

Asentí.

—Ojalá pudiera auxiliarte —se encogió de hombros.

—¿Qué te pasa? —le pegué un codazo—, en los últimos niveles estás siendo demasiado amable ¿Te golpeaste la cabeza y no me contaste? ¿O cambiaron al verdadero Ariel por una versión virtual?

Levantó el dedo mayor de su mano derecha.

—¡No me hagas fuck...!

No pude terminar la frase.

Sentí un ruido a cadenas arrastrándose, proveniente del pasillo en donde nos hallábamos. Alumbré con mi pulsera, pero no vi nada.

Me puse rápidamente los zapatos. Mierda, cuánto me dolían los pies.

—Tenemos que ir hacia allá —comentó Ariel, caminando unos pasos hacia adelante—. Donde hay sonidos, hay obstáculos. Donde hay obstáculos, está la salida.

—Tenés razón. Movámonos.

* * *

Al final del túnel nos encontramos con una habitación que tenía un enorme ventanal abierto, por el cual entraba la nieve y el viento. También surgían de allí unas nuevas escaleras, justo al lado de una puerta gigantesca de madera.

—Por lo menos la luz de la luna nos ilumina —comentó Ariel.

—Sí.

Apagué mi pulsera unos instantes.

—¿De dónde provenía el ruido de las cadenas...?

Para qué mierda hablé.

Tres sujetos tenían cadenas en sus manos izquierdas y espadas, en las derechas. Vestían una armadura pesada de metal, como si estuvieran preparados para luchar desde hace mucho tiempo.

Nos habían estado esperando escondidos detrás de la puerta. Toda torre debía de tener sus guardias ¿No es así?

Nos atacaron antes de que pudiéramos reaccionar.

Dos de ellos fueron directo hacia Ariel, quien empezó a lucir sus movimientos de artes marciales y a utilizar su martillo. Probablemente no usaba su arma porque el espacio era reducido y podía causarme problemas.

El otro tipo vino directo hacia mí.

Esquivé un espadazo y le lancé una patada directo a las rodillas, pero apenas lo moví.

—¡Ata...!

No me dejó usar mi pulsera. Era demasiado rápido. Me lanzó un cadenazo que aterrizó sobre mis caderas. Contuve un gemido de dolor.

Intenté usar mi martillo para atacarlo directamente a la cabeza, pero blandió su arma y me hizo caer la herramienta al suelo. Luego la pateó, alejándola totalmente de mi campo de visión.

No podría contra este tipo, era imposible ¿Qué podía hacer?

Desesperada, me paré frente a la ventana. Mi única esperanza era hacer caer al sujeto.

Me lanzó un espadazo que partió el arnés que había utilizado para escalar en la mitad, y rajó un poco mi abrigo.

—¡Defensa! —exclamé, pero un fuerte cadenazo rompió mi protección.

Él estaba empecinado con matarme, y yo tenía que quitármelo de encima. Cuando corrió hacia mí, decidido a apuñalarme, le metí la traba...

Y cayó por la ventana... diez metros hacia abajo. Se escuchó el sonido de sus huesos al romperse contra el suelo nevado, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

Había asesinado a alguien, otra vez.

Los otros dos guardias supieron lo que había sucedido, y dejaron de pelear con Ariel para venir directo hacia mí.

Lo que no sabían era que el jugador cuatrocientos noventa y nueve y yo éramos un gran equipo.

Corrí directamente hacia la puerta, sintiendo un dolor punzante en la cadera. El joven Escalada aprovechó la oportunidad para usar su pulsera, combinada con la Mariposa Plateada:

—¡Arma!

Como yo estaba resguardada, él no tuvo problemas en utilizar su viento para empujar a los dos sujetos a través del ventanal.

Pudimos oír el impacto de sus cuerpos al chocar con el suelo. Me estremecí.

Cerré los ojos, y pude ver que a mi "barra de energía", le faltaba una rayita. El cadenazo. Ahora entendía cómo funcionaba y por qué había muerto anteriormente.

—¿Cuánta vida te queda?

Abrí los ojos.

—Sólo me falta una rayita ¿A vos?

—A mí también. Vamos.

Ariel se apresuró para correr escaleras arriba. Lo seguí, rengueando y alumbrando con mi brazalete.

Tuve que contener un grito cuando vi que las paredes estaban llenas de arañas... que comenzaron a saltar hacia nosotros.

—¡Defensa! —grité, justo antes de que una especie de tarántula intentara saltar sobre mi cabeza.

El horror y el asco me invadieron al ver que más arácnidos se lanzaban hacia nosotros.

—Avancemos —el joven Escalada me tomó de la muñeca—. ¡No debe faltar mucho para dar con la azotea!

* * *

Pasaron como dos horas más. Tuvimos que esquivar arañas, ratones, serpientes y tratar de no perdernos con tantos pasadizos.

Hasta que, por fin, llegamos a destino. Estábamos una especie de ático que daba a una puerta. Había una ventana a nuestra izquierda, que corroboraba cuán alto nos encontrábamos.

Un hombre de alrededor de cincuenta años, de cabello castaño decorado con varias canas y vestido de traje blanco nos esperaba justo en lo que supuse que era la salida.

Ariel comenzó a temblar apenas lo vio. Dejó caer su martillo al suelo.

Ese debía ser José Escalada.

—Hijo...

Él apretó los puños al costado de su cuerpo, tratando de contener sus emociones. No me animé a tocarlo. Recuerdo que él me había dicho, varios niveles atrás: "Yo sé perfectamente lo que haré si me cruzo a José Escalada: lo voy a cagar a trompadas".

José Escalada. Tragué saliva. Ése había sido uno de los sujetos que me habían secuestrado el día de mi cumpleaños.

José caminó hasta colocarse frente a nosotros. Yo di un paso hacia atrás, algo abrumada por mis emociones.

—Abril, gracias por haber ayudado a mi hijo...

Ariel estalló. Empujó a su padre y éste tropezó hacia atrás.

—¡CASI MORIMOS POR TU CULPA! ¿Y TE DAS EL LUJO DE HABLARNOS COMO SI NADA? —sollozó.

Verlo así me destrozó el corazón.

José Escalada frunció el entrecejo.

—No quise que esto pasara. Las deudas...

—¡No me importan tus deudas! ¡No me importa ni siquiera que me hayas abandonado! ¡Lo que me da rabia es que me hayas hecho pagar a mí por tus pecados! —tenía la mandíbula tensa y los ojos rojos. Temía que intentara pegarle un puñetazo a su padre—. Lo que le hiciste a mamá no tiene perdón. Que me hayas hecho jugar para salvarte, tampoco tiene perdón...

—Tenía problemas de adicción: alcoholismo y mucho casino —confesó José, encogiéndose de hombros—. Pedí ayuda a los Jefes... y tuve que pagar mi error con tu vida. Lo siento mucho...

—¡Sos de lo peor! —aulló, y se arrojó sobre su padre.

Ambos cayeron al suelo, y rodaron. José sostuvo a su hijo de ambos brazos para que no pudiera pegarle.

Yo estaba llorando. Comprendía mejor que nadie el dolor de Ariel, y era consciente de que su enojo estaba disfrazando a su angustia. Su angustia por haber tenido que ayudar a su madre siendo un niño, por esperar durante años el regreso de su padre, y por haber corrido peligro por su culpa durante casi un año en la Cabina.

No me gustaba la violencia, pero decidí que no tenía nada más que hacer allí. Ellos debían de resolver su cuestión de padre e hijo a solas.

—¡Soltame! ¡Te odio! —gritaba Ariel.

Con un nudo en la garganta, abrí la puerta, y salí a la azotea.

Había parado de nevar, y la luz de la luna iluminaba a las tres personas que estaban esperándome: Jacinto, Nicole y... mi mamá.

Durante todo el juego, me la pasé gritando que la odiaba y que se lo escupiría en la cara cuando la viera.

Sin embargo, lo único que hice cuando la vi fue observarla, inmóvil. Tenía arrugas alrededor de los ojos y de la boca, vestía de blanco y llevaba su cabello recogido en una coleta.

—Abril —caminó tranquilamente hacia mí—. ¿No vas a saludarme?

Después de todos estos años.

Sentí un horrible dolor en el pecho, y las lágrimas cayeron por mi rostro de manera involuntaria.

¿Cuánto tiempo hacía que se había marchado? ¿Diez años? ¿Nueve? ¿Once? No tenía ni la más pálida idea.

Me había abandonado.

Me había obligado a jugar este juego de mierda.

Y ahora aparecía como si nada.

Estaba temblando de pies a cabeza. Nicole lo notó se acercó hasta mí y me tomó del brazo.

Su herida se veía tan mal como hacía horas atrás, pero no pareció importarle.

—¿Estás bien? Ya apareció la Puerta Dorada, podemos irnos si querés.

No podía dejar de mirar a Mariana.

¿Acaso ella sabía cuántas veces había necesitado una madre durante estos años? No tenía quién me recogiera el cabello, quién me diera consejos, ni quien me esperara con algo rico a la salida del colegio, ni quién me consolara cada vez que me sentía triste. Siempre estuve sola, esperando que papá regresara del trabajo al atardecer.

No era capaz de dejar de llorar, pero tampoco podía expresar en voz alta mis sentimientos. Al fin y al cabo, era una simple adolescente que necesitaba del afecto de sus padres.

Mariana caminó hasta donde Nicole y yo nos encontrábamos.

Qué horrible vestimenta blanca tenía puesta.

—Lamento todo lo que has tenido que pasar. Te prometo que todo será diferente...

—¿Por... qué? —balbuceé. El nudo que sentía en la garganta apenas me permitía hablar—. ¿Por qué... lo permitiste?

Nicole me tomó de la mano, porque yo había empezado a llorar ruidosamente.

Mi madre había arriesgado mi vida para salvar su propio culo.

Me dolía cada célula de mi cuerpo a causa de la tristeza. Mi madre atinó a colocarme una mano sobre el hombro, y grité:

—¡No me toques!

—Abril, te prometo que te haré saber la historia completa —sus ojos se llenaron de lágrimas. Parecía una señora mayor cuando lloraba—. Jamás hubiera querido que sufrieras tanto. Cuando era joven, cometí graves errores que me llevaron a contactarme con los Jefes... y luego no hubo salida...

—Una buena madre —me sequé las lágrimas con la manga de mi abrigo—, no hubiese permitido que arriesgaran la vida de su hija.

—¡No tuve opción! —cayó de rodillas, y se cubrió el rostro con ambas manos—. Si hubiera sabido lo que pasaría...

—Lo sabías —la interrumpí—, y no te importó. Salvar tu propio culo siempre fue más importante.

Y entonces, pegué media vuelta, y decidí encaminarme hacia la Puerta Dorada, que se hallaba justo al lado de la entrada a la azotea, sintiendo un dolor punzante y desgarrador en el pecho.

TIEMPO UTILIZADO: 1183 MINUTOS, 10 SEGUNDOS.

FALLAS: 3.

PUNTOS OBTENIDOS: 1000.

PUNTAJE TOTAL: 11660.

HAN PASADO AL DÉCIMO PRIMER NIVEL.

Ariel y su padre habían ingresado inmediatamente después que yo a la Zona de Transición. Nicole, Jacinto y mi madre habían sido los últimos.

—Ustedes no tienen pulsera —comentó el joven Escalada con desconfianza, sin dejar de mirar a José con resentimiento—. ¿De verdad jugarán con nosotros?

Buena pregunta. Los observé con atención, aún sin recuperarme de la conmoción y sin ser capaz de establecer un diálogo con Mariana.

—Vinimos a terminar con todo esto —aseguró José—, ustedes dos han sido los jugadores que más han durado dentro de la Cabina... y a Ariel se le está acabando el tiempo...

—Espero que no nos mientan y que no se burlen de nosotros —Ariel se paró frente a su padre, desafiante—. Si fuera así...

—No me amenaces, hijo. Nosotros no somos sus enemigos.

—Sinvergüenza... —el jugador cuatrocientos noventa y nueve apretó los puños.

Lo tomé de los hombros. Me sentía increíblemente deprimida, y sentía que el dolor me estaba asfixiando... pero quería vivir, y que Ariel saliera conmigo de la Cabina.

—Ya está. No pierdas más tiempo con esto. Deberíamos continuar al siguiente nivel.

—Tu tranquilidad es admirable, April. No has dicho una sola mala palabra en todo el rato...

—Es que estoy... conmocionada —susurré—, aún no asimilo lo que está pasando. Pero cuando lo haga, diré muchas malas palabras, lo prometo. Ahora, no perdamos tiempo.

—No hay tiempo que perder —intervino Mariana, ganándose que Ariel y yo le lanzáramos una mirada asesina—. Vayamos al décimo primer nivel, y enfrentemos juntos las adversidades. Presiento que no falta mucho para que todos salgamos de este lugar.



¡Muchas gracias por leer y por la paciencia! 

No falta mucho para que termine esta historia ¿Qué creen que pasará al final? ¿Y qué opinan de la reacción de los chicos al reencontrarse con sus padres? Ariel se enojó y Abril se quedó sin palabras ¿Qué les hubiera pasado a ustedes? ¡Los leo!

Tardo una semana en actualizar porque estoy reescribiendo los últimos capítulos :) 

Recuerden que pueden seguirme en mis redes sociales (señaladas en el banner), por si les interesa mi contenido y quieren ver más :) ¡Nos vemos pronto!

Sofi.

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