Capítulo VI: "El planeta de los Mocasines". (Parte 1)
Sinceramente, nunca pensé que me encontraría en un sitio así.
Por un momento, creí que se trataba del espacio exterior: suelo con cráteres, cielo oscuro y estrellado, y una atmósfera densa ¿En qué planeta nos encontrábamos?
De repente, una muchacha alta, de cabello negro y tez canela apareció frente a mí. Di un respingo.
—¿Sos una extraterrestre? —pregunté, aunque parecía una adolescente común y corriente. Aparentaba más o menos mi edad.
—No. Soy tu Ayudante. Has pasado los primeros cinco niveles y soy tu premio.
—Las personas no somos premios —refuté—, pero agradezco que vengas hasta aquí para ayudarme ¿Cómo te llamás? ¿De dónde sos?
—Me llamo Nicole. Nací en España, pero me crié en Uruguay...
—¿Por qué estás acá y no tenés brazalete?
—Soy tu ayudante.
Me animé a tomarla del brazo. Su piel era cálida.
—Abril, estás invadiendo a la muchacha del mismo modo que lo hiciste conmigo. No vas a conseguir información de esa forma —Ariel revoleó los ojos—. Investiguemos este planeta. No hay tiempo que perder.
Ni bien dijo esas palabras, aparecieron unas letras en el suelo, escritas sobre un cráter:
Nivel Seis: El planeta de los Mocasines.
Tienen dos horas para encontrar la salida.
Cuidado con sus pensamientos.
—Tenemos sólo dos horas... cuando el nivel anterior nos llevó casi dos días.
—Apurémonos.
Nos pusimos en marcha.
El suelo estaba lleno de cráteres y tenía tierra rojiza bastante floja. Sobre nosotros, se encontraba un cielo súper estrellado y brillante. Parecía que no había nada en kilómetros a la redonda.
—¿Dónde carajo estamos? —pregunté—. ¿Este lugar es real?
—Creo que es un planeta de Andrómeda —musitó Nicole—. Yo estudiaba astronomía.
—¿En serio? —inquirí, asombrada—. Y este lugar... ¿Es real?
—¡Claro que es real! —exclamó una voz chillona.
Ante nosotros había aparecido un grupo de "muñequitos". Parecían hechos de algodón y medían medio metro de estatura. Tenían los ojos grandes, y parecían piedras de colores. Usaban una especie de gorro de tela, y no vestían absolutamente nada. Tenían su pancita llena de pelitos de color rosado.
Aww, ¡Eran adorables!
—¡No somos adorables! —protestaron al unísono, como si pudieran leer mis pensamientos.
—¡Sí, podemos! ¡Somos los Mocasines!
Y en ese momento, comprendí el enunciado del Sexto Nivel: <<Cuidado con sus pensamientos>>.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ariel, malhumorado.
Lo tomé del brazo y murmuré:
—Pueden leernos la mente. Mejor salgamos de aquí.
Nos echamos a correr.
—¡No huyan! —exclamaron con sus voces chillonas.
Nuestro grupo se dividió de forma involuntaria: Ariel y yo, por un lado, Nicole y Jacinto por otro. Esperaba que ellos pudieran sobrevivir sin nuestra ayuda.
En ese instante, unas casitas de felpa se interpusieron en nuestro camino, surgiendo de la nada y dejando a su paso pelitos en tonos pastel en el aire.
Algunas viviendas tenían tejas rosadas, otras celestes y las más lejanas, verdes. Sus puertas tenían forma de círculo, y sus ventanas, de triángulos.
Qué mundo tan extraño.
—¡Deténganse! —vi que uno de los peluches había sacado un revolver de felpa de su bolsillo.
Sí, un peluche amenazándome con una pistola.
No, no estoy drogada.
Sentía que me encontraba en una especie de pesadilla absurda.
—¡No será tan fácil hallar la Puerta Dorada! —exclamó el Mocasín, y soltó un disparo.
Y otro.
Ariel y yo nos escondimos detrás de una de las casitas.
Otro disparo.
Me pregunté cómo criaturas tan pequeñas y de apariencia tan adorable podían ser tan malvadas.
—¡Rayo incinerador! —exclamó un Mocasín.
Y la vivienda que nos amparaba, se desintegró automáticamente. Sólo quedaron sus cenizas.
—¡La puta madre que lo parió! —exclamé, mientras Ariel y yo corríamos a toda velocidad por la pequeña aldea felpuda—. ¡MAMÁ, TE ODIO!
—¡JOSÉ ESCALADA HIJO DE RE MIL PUTA! —se unió Ariel.
Nos dispararon con la pistola y con más rayos. Sentía que la adrenalina recorría mis venas a toda velocidad.
Quería sobrevivir.
No terminé de pensar esas palabras, que me lanzaron un rayo eléctrico de color celeste. Afortunadamente, éste no llegó a lastimarme, sino que se estrelló contra el techo de una casa... el cual se volvió cenizas al instante.
—¡Ya basta! —pegué media vuelta, miré al líder de los Mocasines, y le lancé un ataque con mi brazalete.
No supe cómo, pero el peluchito lo esquivó. Era más veloz de lo que pensaba.
—Estamos jugando con ustedes —susurró, y su aliento a vainilla rozó mi piel.
Di un respingo. Se encontraba delante de nosotros, sonriendo siniestramente, enseñándonos sus pequeños colmillos.
—No son pequeños —rugió, tocándose la dentadura con su manita.
Ariel me tomó de la mano, y dimos unos pasos hacia atrás.
—No podremos contra ellos —murmuró en mi oído—. Debemos huir.
—Ustedes dos no irán a ningún lado.
Y de repente, sentí una horrible quemazón en la piel que me hizo desmayar.
* * *
—Todos los juegos tienen un objetivo —Mariana apoyó sus largos brazos sobre el escritorio de un sujeto—. ¿Cuál es el de la Cabina de la Diversión?
—Cada nivel tiene un objetivo, y la Cabina tiene un objetivo que engloba todo ¿Todavía no te diste cuenta de cuál es?
—¿Que el espectador se divierta?
—No sólo eso, querida. No sólo eso. Aunque reconozco que las decisiones que toman los jugadores hacen que sus caminos varíen y sean inesperados.
—¿Qué querés decir con eso?
—Que hay miles de caminos diferentes para que los jugadores lleguen al nivel final... lo divertido es ver cuál escogen. Qué decisiones toman para ello.
Mariana alejó sus brazos del escritorio, y miró a su interlocutor con odio.
—Lo único que voy a decir es que, si mi hija gana, espero que nos dejen libres.
—¡Cuánta confianza que le tenés a una mocosa de dieciséis años y tres meses de vida!
* * *
Tres meses.
Había pasado tres putos meses en la Cabina.
Había muchos caminos para llegar al Nivel Final.
El objetivo de la Cabina era que el espectador se divierta, y algo más.
Nos estaban viendo.
Deseé echarme a llorar, pero no lo hice... porque la realidad volvió a abofetearme.
Nos encontrábamos en una especie de cueva violácea, que tenía el techo pintado con colores iridiscentes. Halos de luces azuladas decoraban las entradas, y había gigantografías de Mocasines colgadas en las paredes.
Los monstruitos se manejaban volando dentro de unas especies de tazas mecánicas de colores pasteles.
Estaban súper equipados tecnológicamente. Había unas computadoras hologramáticas y máquinas extrañas que controlaban todo.
Intenté moverme, pero no pude. Ariel y yo estábamos dentro de unos tubos oxigenados de cristal.
—¡MAMÁ, TE ODIO! —grité, apoyando mi cabeza contra el vidrio. Me sentía increíblemente frustrada—. ¡Odio a tus jefes! ¡Odio este juego! ¡Cuando salga de acá, los mataré a todos!
Noté que nadie me escuchó, ni siquiera Ariel.
Esperen... eso podría darme ventaja.
Se me ocurrió una idea.
A pesar de que me sentía sofocada allí dentro, moví levemente las manos con la esperanza de que Ariel me viera.
—¡MIRAME! —exclamé, consciente de que no podría oírme. Chasqueé los dedos como pude —el tubo era muy apretado—, y apoyé la palma sobre el vidrio una y otra vez.
Luego de varios intentos, lo logré. Mi compañero me prestó atención. A pesar de que el espacio en el tubo era reducido, pude señalarle las increíbles máquinas que teníamos delante.
Él asintió. Pronto, se tocó la mano... específicamente, el mismo dedo en donde yo llevaba puesto el anillo de la reina. Luego ladeó la cabeza afirmativamente.
¿Estaba diciéndome que podía abrir el contenedor con el anillo?
Había logrado abrir el cofre, pero este tubo era mucho más grueso y no tenía hendiduras ¿Cómo lograría escapar?
Rocé el vidrio con la piedra, y no hubo resultado. Ariel señaló el piso ¿Qué carajo quería decirme? ¿Qué podría hacer? ¿Habría algún espacio en donde pudiera insertar la sortija?
Me detuve a pensar ¿Cómo podría salir de allí?
Dale, Abril... ¡Quizás nos queda menos de una hora para encontrar la Puerta Dorada!
Vi que Ariel intentó usar su brazalete, pero no le fue de utilidad. El tubo estaba hecho de algún material extraterrestre que impedía el uso de nuestras armas.
—Mierda... ¿Qué podemos hacer? —pensé en voz baja.
En ese momento, un Mocasín apretó un botón rojo que hizo aparecer una pantalla gigante en el centro de la cueva. La misma empezó a proyectar imágenes satelitales que enfocaban a nuestros ayudantes, Jacinto y Nicole, huyendo de los peluches terroristas. Temí por sus vidas mientras mis amigos esquivaban rayos desintegradores y objetos de felpa que se interponían en su camino.
Rogué que Jacinto y Nicole pudieran huir de los Mocasines. Me apreté el collar de agua marina en un gesto involuntario.
El collar de agua marina. Aún lo tenía ¡Aún lo tenía!
Una idea se me cruzó por la cabeza.
Busqué algún sitio donde pudiera insertar la piedra del colgante. En el suelo, había un pequeño hoyo ¿Sería eso lo que me había señalado Ariel? Era mi última esperanza.
Inserté el collar.
Durante unos segundos, no ocurrió nada. Sin embargo, el tubo que me estaba rodeando, pronto desapareció. Se desintegró, como si hubiese estado hecho por una computadora.
Salté tan rápido como pude y corrí hasta donde se encontraba mi amigo en cautiverio.
No pude evitar recordar cuando las cosas eran al revés: yo dentro de una jaula de leones, y él salvándome con una motosierra.
De pronto, mi compañero empezó a hacerme señas, desesperado.
Pegué media vuelta y noté que ¡Nueve Mocasines en tazas voladoras venían hacia mí!
—¡Ataque! —un rayo de luz dorada y cálida se desprendió de mi brazo.
Cinco peluches cayeron al suelo y se lastimaron. Otros cuatro permanecían en sus "tazas".
Volví a atacar. Sin embargo, esta vez no fui tan eficiente, ya que ellos habían comenzado a dispararme con un revólver.
La puta madre, no puedo luchar contra ellos. Están armados.
Mientras tanto, Ariel señalaba histéricamente hacia las computadoras. Evidentemente, sólo podría liberarlo desde allí.
Me puse el collar nuevamente, y salí corriendo hacia los ordenadores. Tuve que esquivar disparos que apuntaban directo hacia mis extremidades.
Una bala rozó mi brazo derecho y contuve un gemido. Me ardía la piel.
Me escondí detrás de un ordenador y exclamé:
—¡Defensa! —creé una protección magnética a mi alrededor.
Nuevos muñequitos aparecieron en escena y comenzaron a lanzarme dagas. Sentí cómo picaban contra mi escudo magnético, haciéndome estremecer. No sabía cuánto tiempo más podría soportar sus ataques.
Sin deshacer la defensa de mi brazalete, empecé a apretar botones. Tenía que liberar a Ariel. Lo necesitaba.
Era demasiada tecnología para mí. Toqué algo que no debía, y una compuerta del techo se abrió. Se veían claramente las estrellas en el cielo.
Luego, apreté un botón pequeño, que hizo aparecer un enorme panel de control táctil. Tenía flechas hologramáticas y opciones que no podía comprender. No sabía siquiera en qué idioma se encontraban las indicaciones.
Qué sea lo que Dios quiera, pensé, y presioné una "flecha" verde.
En ese instante, unos rayos magenta se estrellaron fuertemente contra mi escudo, haciéndolo desaparecer. Chillé de dolor y me caí hacia atrás. Noté que la pulsera dorada hervía sobre mi piel.
—¡Mierda! —intenté quitármela, pero obviamente no fui capaz de hacerlo.
De repente, los Mocasines que habían estado lanzándome dagas se pararon frente a mí.
—¡No vas a poder salvar a tu amigo! —exclamó uno de ellos, y me atacó.
Me paré rápidamente y le lancé una patada en la cara, aprovechando que yo era mucho más alta que ellos.
Los Mocasines eran rápidos, pero muy pequeños en relación con mi tamaño. Recibieron puñetazos y pisotones. Dos de ellos lograron clavarme sus dagas en la pierna derecha antes de que los desmayara de un golpe.
La sangre me brotaba abundantemente y me había teñido el jean de color escarlata. Como habían leído mi mente y supieron que pensaba seguir pateándolos, me habían herido para que no volviera a hacerlo.
—Mierda... ¡Mierda! —me arranqué un pedazo de camisa y envolví mi herida, para no perder más sangre.
¡Qué dolor!
Alcé la vista, y vi que los Mocasines que había herido con mi brazalete estaban reincorporándose y volviendo a subir a sus tazas. Detrás de ellos, se veía que el tubo donde se encontraba Ariel estaba llenándose de humo gris.
El joven Escalada había empezado a toser.
—¡NO!
No podía dejarlo morir. No podía morir.
Fui cojeando hasta el tubo en donde se hallaba cautivo mi amigo.
—¡Resistí! —sollocé.
La pierna me dolía una locura. Mierda, mierda.
Me apoyé sobre el tubo de Ariel. Intenté usar mi collar de agua marina, pero no funcionaba desde el exterior.
Él se tomó la garganta con ambas manos. Le estaban haciendo inhalar un gas terriblemente tóxico. Sus ojos se habían puesto rojos, y su rostro, morado. No paraba de toser.
Las lágrimas invadieron mi rostro. Sentía una impotencia horrible ¡Era la última vida de Ariel! ¡Debía existir alguna forma de liberarlo!
—Tu amigo se quedará atrapado en este lugar... para siempre —dijo el líder de los Mocasines, observando con diversión cómo Ariel estaba ahogándose.
Mañana hago la última actualización del año... y estaré ausente como diez días porque me voy de vacaciones.
Además, el capítulo siete es súper largo.
¡Nos vemos!
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