Capítulo V: "Año 1372". (Parte 1)
Parpadeé.
Estábamos en un bosque cuyo suelo se hallaba cubierto por hojas de otoño, troncos de árboles, y flores amarillas. Los únicos sonidos que se escuchaban eran el de los pájaros, y el de un arroyo que hacía su camino entre los pinos.
—¿Dónde estamos? —pregunté, frotándome los brazos, porque había empezado a sentir frío.
Una vez más, vestía mi jean con mi camisa roja a cuadros. Ariel llevaba su chaqueta y su pantalón oscuro, y Jacinto, ropa deportiva.
—No tengo idea. Tendremos que averiguarlo —comentó Ariel con indiferencia.
Los tres juntos nos echamos a andar por el bosque. Mientras caminábamos, no pude evitar pensar en voz alta:
—¿Por qué nosotros? ¿Por qué... me han mostrado esas "visiones"? ¿Qué cagada se mandó mi mamá?
—Porque somos sus hijos —escupió Ariel con resentimiento—. Mi padre y tu madre son unas basuras. Es por ellos que estamos acá. Y es por el juego que has recibido las visiones.
Me quedé perpleja.
Era la primera vez que me hablaba sobre el juego.
—¿Qué querés decir?
Ariel miró hacia ambos lados, y me mostró su brazalete. Tenía un número tallado con claridad:
<<499>>.
—El tuyo también lo tiene... pero vos sos la jugadora siguiente. La quinientos.
¿Jugadora quinientos? ¿Cuatrocientos noventa y ocho chicos habían estado antes que nosotros?
Me quedé quieta un buen rato, tratando de unir las piezas, sintiéndome muy abrumada.
Bien, había una especie de grupo de científicos y/o programadores que deseaban ser millonarios.
Todos tenían hijos y les ponían número ¿Verdad?
Hija número quinientos.
¿Por qué nos habían metido en ese lugar? ¿Qué era realmente la Cabina de la diversión? ¿Y si ocupaban nuestra mente con los desafíos para que no pensáramos en huir?
No pude evitar pensar en los demás jugadores.
—¿Dónde están los otros cuatrocientos noventa y ocho participantes?
Ariel negó con la cabeza. Probablemente, no sabía la respuesta.
—¿Alguien ha ganado el juego alguna vez? ¿Cuántos niveles son?
—No sabemos si hubo ganadores y tampoco la cantidad de niveles. Supongo que el número dependerá de diferentes factores —replicó el joven Escalada.
Intenté con nuevos interrogantes:
—¿Qué creés que esté pasando afuera? —inquirí, mientras levantaba la pierna derecha para saltar un tronco—. ¿Cómo estarán nuestras familias? ¿Sabrán de todo esto?
—Dudo. Hay cosas que no sé con exactitud, Abril. Por ejemplo, no entiendo el objetivo de hacerse millonarios ¡Creo que hasta la venta de drogas es más noble que sacrificar a sus propios hijos!
Él sabía algo que yo no. Estaba segura de eso... sin embargo, ambos habíamos oído lo de hacerse millonarios ¿Lo habían hecho a propósito?
—Estoy de acuerdo —intervino Jacinto—. No sé por qué nos están haciendo esto, ni por qué nos dan las herramientas para ganar y mucho menos, por qué cruzaron nuestros juegos... pero soy consciente de que se trata de algo siniestro.
—Jacinto —me volví hacia el muchacho pelinegro—. ¿Por qué no llevás puesto un brazalete?
—No puedo decírtelo, April. Deberás descubrirlo por vos misma.
Solté un largo y amargo suspiro.
—No sé... no sé qué haré cuando vuelva a tener una visión sobre mi madre —recordé verla triste y vestida de blanco—. Me abandonó, y por su culpa, estoy aquí... —se me llenaron los ojos de lágrimas.
Ariel me dedicó una mirada compasiva.
—Yo sé perfectamente lo que haré si me cruzo a José Escalada: lo voy a cagar a trompadas.
—Eso no solucionaría nada —me encogí de hombros—. Creo que, si algún día lo ves, deberías hablar con él y preguntarle por qué te encerró aquí.
—Estoy seguro de que cometió un grave error. Él era programador de sistemas, solía hacer las páginas web de diferentes tiendas. Incluso manejaba la publicidad por las redes sociales de la bodega familiar.
—¿Creés que el error pueda haber sido su ambición?
—No lo sé. Lo que sí sé es que él no era bueno con mamá. La engañaba y solía tratarla mal delante de otras personas. Nunca entendí por qué ella no lo abandonó.
—Quizás estaba enamorada...
—No. Nadie puede tratarte mal en nombre del amor. El amor debe ser algo bueno...
—Mmm... Tenés razón. Entonces supongo que ella se quedó con él por ustedes ¿Qué edad tienen tus hermanos?
—Dieciocho y veinte años.
—Ya son grandes.
—Sí, pero cuando José se fue de mi hogar, yo tenía diez años más o menos. Mis hermanos no eran mayores de edad. Lo necesitábamos. Por eso, todos nos vimos obligados a ayudar a mi madre con la bodega. Por suerte, el negocio va cada vez mejor.
Ésta era la historia de vida de un chico que había sufrido abandono al igual que yo, y había tenido que trabajar desde niño para ayudar a su familia. Por eso tenía un carácter fuerte y maduro para su edad.
Me agradaba.
Sentí una punzada de culpa al recordar lo que había sucedido en el nivel anterior.
—Espero que estén bien sin mí... lo mismo espero de tu familia, April.
De repente, Ariel se detuvo. Me tomó del brazo para que hiciera lo mismo. Jacinto lo contempló con preocupación.
—¿Escucharon eso?
Agudicé al máximo el oído.
—No siento nada. Sólo pájaros y nuestras pisadas...
—¡Silencio!
Intenté concentrarme. Escuché algo similar a caballos cabalgando ¿Podía ser que una multitud estuviera aproximándose?
—¡Hay que esconderse!
Corrimos entre los pinos, buscando un lugar seguro para ocultarnos. Mi corazón latía con violencia.
—¡Vikingos! —exclamó Jacinto, mirando hacia atrás—. ¡Están demasiado cerca!
Podía oír que estaban aproximándose demasiado rápido.
—¡Vikingos!
—Por el clima y la vegetación, esto no puede ser Escandinavia... —pensé en voz alta, mientras saltaba un tronco.
—¡Basta de Geografía! —Ariel me tironeó del brazo para que no me atrasara—. ¡Corré!
Él tenía razón. Debíamos luchar por nuestras vidas.
Jacinto avanzaba a la par mío, mientras Ariel iba por delante. Era demasiado rápido, no podía seguirle el ritmo.
Había ganado algo de estado físico dentro de la Cabina, pero tampoco tanto como para correr una maratón.
En ese instante, una lluvia de flechas empezó a sobrevolar nuestras cabezas.
—¡Deténganse!
Sentí terror de que nos lastimaran con las mismas. Ariel y yo utilizamos nuestros escudos para protegernos, mientras continuábamos moviéndonos hacia adelante.
Tenía pocas esperanzas de perderlos. Ellos andaban a caballo ¡Y eran súper veloces!
Cuando llegamos al arroyo —que, si bien era playo, ralentizaba nuestro andar—, los animales decidieron detenerse. No querían mojarse.
—¡Regresat! —exclamó el líder de los vikingos.
¿Eso era español antiguo?
Mi corazón palpitaba con fuerza ¿Cómo podía ser que aquellos hombres, vestidos con armaduras y harapos, formaran parte del siglo XXI? ¿La Cabina era real o no?
—¡Regresat! —repitió, mientras continuaban lanzándonos flechas.
Por suerte, nuestros escudos nos protegían.
Avanzamos hasta perderlos de vista, y escondernos entre unos arbustos.
—La puta madre, estoy empapada de la cintura para abajo y este bosque es frío.
Ariel me pasó el brazo por los hombros, y me estrechó contra sí.
—No debería perdonarte por lo del nivel anterior, pero quiero que sobrevivas. Aprovechá mi calor y no te enfermes.
Como él era más alto y encima se había remangado los pantalones, apenas se había mojado las pantorrillas.
—No necesito tu calor.
—Tenés frío, y no vas a sacarte la ropa para que se seque ¿Verdad?
Bufé. Tenía razón.
Dejé que me abrazara... y no pude evitar mirar su brazalete de reojo.
<<499>>.
Me pregunté qué pasaría si acariciaba el número...
Y lo hice.
* * *
Mi madre estaba vestida de blanco, temblando como una hoja. Frente a ella, había otra señora, también de blanco.
Qué color más horrible.
—Mariana, si el chico cuatrocientos noventa y nueve no logra salir antes del dos de septiembre...
—¡Ya lo sé! —aulló, con lágrimas en los ojos—. ¡Ya lo sé! Nuestros hijos están pagando por nuestros errores con su propia vida.
—La mayoría no ha logrado salir —la mujer se encogió de hombros—. A todos se les ha acabado el tiempo. El único jugador activo es el cuatrocientos noventa y nueve. Dicen que es el mejor que hemos tenido hasta el momento.
—El dos de septiembre se cumplirán seis meses de su estadía en la Cabina —comentó mi madre, evidentemente consternada—. Si cumple los diecisiete estando encerrado...
—...José Escalada pondrá el grito en el cielo.
* * *
—Ariel —balbuceé. Sentí que las piernas me temblaban y que estaba a punto de desmayarme—. ¿Viste lo mismo que yo?
Él estaba pálido como un papel. Asintió levemente.
—¿Qué vieron?
Ignoramos a Jacinto.
Volví a tocar el brazalete del joven Escalada, pero nada sucedió.
—Mandan imágenes filmadas cuando ellos lo desean, no cuando vos querés verlas —explicó Ariel. Sus ojos brillaban, parecía estar conteniéndose para no echarse a llorar.
Sin embargo, yo no me contuve.
—Mi mamá... —se me quebró la voz—. ¿Qué mierda hizo mi mamá para que yo tuviera que pagar las consecuencias? ¡No sólo me abandonó, sino que está obligándome a enmendar sus errores! —me cubrí el rostro con ambas manos, y dejé escapar un largo y amargo llanto.
Ariel me rodeó con sus brazos fuertes, y me estrechó contra sí.
Lloré sobre su hombro.
Era la primera vez que dejaba escapar mis emociones tan abiertamente.
Podría morir por culpa de mi propia madre.
No era capaz de tolerar ese pensamiento. El dolor invadía cada una de mis células.
—April... —Ariel se apartó para mirarme a los ojos—. Yo tengo menos tiempo que vos aún. Deberíamos ponernos en marcha.
La palabra tiempo me hizo pensar en algo más.
—Ariel... si nosotros no tenemos hambre ni heridas al ingresar a un nuevo nivel... ¿Es porque ocupan tiempo real para curarnos? ¿Semanas, quizá? —si era así, él tenía los niveles contados.
No podría llegar al nivel final sin él.
No. Sería demasiado horrible y cruel.
Derramé más lágrimas. De sólo pensar que podría quedarme sola, sentí ganas de gritar.
El joven Escalada me miró fijamente, pero no me dio una respuesta. Se limitó a darme unas palmaditas en el hombro y decir:
—Vámonos.
Antes de que pudiéramos debatir sobre nuestro futuro, enormes letras se escribieron solas en el barro:
Nivel Cinco: Edad Media.
Usen las herramientas necesarias para subsistir.
No hay salida.
—¿CÓMO QUE NO HAY SALIDA? —no pude evitar alterarme.
—Eso quiere decir que la Puerta Dorada no aparecerá hoy —explicó Ariel—. Ganaremos el nivel cuando logremos sobrevivir.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo ¿Hoy no aparecería la Puerta Dorada? ¿Querían que subsistiéramos a la deriva durante muchas horas?
—¿Ya has vivido un nivel así? —le pregunté a Ariel, pero otra vez, no me respondió.
Miré a Jacinto, quien se había mantenido en silencio observando las letras. Me pregunté cuál era su rol en la Cabina de la Diversión.
También me pregunté qué parte de lo que vivíamos era real, y qué no.
Me dolía la cabeza.
—Repongan energía tomando un poco de agua, y vámonos —indicó el joven Escalada—. No debemos esperar a que se haga de noche... no queremos volver a ver a esos vikingos que erraron de locación geográfica.
Sus palabras me robaron media sonrisa.
Luego de beber agua fresca del arroyo, decidimos echarnos a andar. Ariel volvió a acercarse a mí, porque yo continuaba mojada y corría una brisa fresca por el bosque.
Jacinto estaba más callado de lo habitual.
—Jaz... ¿Cuál es tu historia? —pregunté de repente. Sentí que no sabía prácticamente nada sobre él.
—Nací en Montevideo, Uruguay. Mi color favorito es el rojo y solía jugar al fútbol y al rugby cuando iba al secundario. Tengo una hermana mayor y una madre.
—A mí también me gusta el color rojo —señalé mi camisa.
—¿Y qué hay de vos, April? —intervino Ariel—. No solés contar mucho sobre tu vida.
—¿Qué les puedo decir? Me gusta mirar series y películas de fantasía. Soy vegana. Me encanta ayudar a animalitos callejeros. Tengo una mejor amiga que también ama a los animales como yo. Mi papá trabaja todo el día y casi no lo veo. Mi tío Pedro es buena onda y suele preocuparse por mí, pero casi siempre está ocupado con sus hijos... Y mis compañeras de clase son malas. No me interesa volver a verlas. Se burlaban de mí llamándome "Calendario", entre otras cosas hirientes. Mi pelo despeinado y mis camisas holgadas eran un motivo diario de burla... —solté un largo suspiro—. Por eso, antes no entendía por qué me habían elegido para la Cabina, porque realmente no tengo nada de especial. Pero ahora lo sé: está relacionado con mi madre. Y también con las decisiones que debo tomar en el futuro...
Me pregunté si la razón por la cual la gente hablaba en español era porque habían configurado el juego para nosotros.
También me pregunté de dónde habían sido los demás jugadores, qué historias dejaron atrás y si lograron descubrir qué mierda era la Cabina de la Diversión.
Ariel interrumpió mis pensamientos:
—Yo tampoco tengo nada de especial. Solía practicar artes marciales en mi tiempo libre, cuando no estaba trabajando en la bodega. De hecho, era bastante malo en la escuela... mi madre siempre me regañaba por mis calificaciones.
—¿En serio? ¡Pero si sos inteligente!
—La inteligencia no se mide por cuánta información podés memorizar —retrucó.
—Tenés razón.
En ese momento, me di cuenta de cuánto anhelaba volver a la normalidad. Antes no era feliz porque me sentía sola y huérfana, ahora lamentaba haber menospreciado mi existencia, y quería volver a abrazar a mis seres queridos, aunque fuera una última vez.
Noté que Jacinto era bastante taciturno, prefería escuchar antes que hablar. Y Ariel era malhumorado, testarudo y rebelde... empezaba a caerme bien.
—¿Qué te gustaría estudiar cuando salgas de la Cabina?
—Marketing. Necesito conocer diferentes estrategias comerciales para seguir con el negocio familiar ¿Y vos, April?
—Veterinaria.
—No me sorprende.
Estuvimos caminando durante un largo rato, dialogando sobre nuestras vidas antes de la Cabina, hasta que Ariel interrumpió la conversación:
—No veo refugios por ningún lado ¿Tendremos que construirlo nosotros?
—No sé cómo hacerlo —los documentales que había visto en National Geographic no eran suficientes para poder subsistir por mí misma.
Volví a sentirme mal. No pude evitar pensar en mi madre y en que estaba allí culpa de ella.
De repente, escuché un ruido ¿Estomacal?
—No puede ser... ¡Tengo hambre! —exclamó Ariel, horrorizado.
Otro rugido.
Por primera vez desde que había comenzado a jugar los niveles, sentí hambre. Mi estómago se retorció. No podía ser... ¡Yo también deseaba comer!
—Si encuentran algún fruto en algún pino, avisen.
Continuamos nuestro camino un largo rato. Estaba anocheciendo, teníamos hambre y cansancio, y no sabíamos hacia dónde íbamos.
—¡Miren! —exclamó Jacinto, señalando hacia adelante.
Agucé la vista. A lo lejos, pude observar que había ¿Antorchas?
—Seguramente hay algún refugio por allá —observó Ariel—, pero anden con cuidado.
Notamos que las luces se acercaban cada vez más ¿Estaban moviéndose tan rápido? Un aroma a papel quemado comenzó a sentirse en el aire.
—¡No puede ser! —exclamó Ariel, y salió corriendo a toda velocidad.
—¡Ariel! —Jacinto y yo lo seguimos, sin tener idea de lo que estaba sucediendo.
Luego de varios minutos trotando, él se detuvo frente a una casita hecha con barro y paja. Estaba rodeada de antorchas que resplandecían demasiado para lo pequeñas que eran ¿Acaso su tamaño variaba según el viento?
Como todavía seguía mojada, pensé que sería un alivio ingresar en aquel refugio.
—No importa si hay alguien o no. Debemos entrar —comentó el joven Escalada—. Adelante —me hizo una seña con la mano—. Primero las damas.
—Pedazo de...
No terminé de maldecirlo, que las llamas de las antorchas se extinguieron de forma automática.
Di un respingo. Tenía miedo de lo que pudiera llegar a aparecerse desde el interior de la choza. Nos habíamos quedado los tres solos, en la penumbra de un bosque que ya había anochecido, y nuestra misión era sobrevivir...
—No hagan ruido... —murmuró Ariel—. Escucho pisadas.
Agucé el oído, pero lo único que oí fue el ruido del viento. Temblé por dentro a causa de la inquietud.
En ese instante, unos brazos fornidos y musculosos me tomaron por los hombros. Quise gritar, pero cubrieron mi boca con sus manos y me arrastraron hacia el interior de la choza.
Intenté liberarme desesperadamente, pero no fui capaz de hacerlo. La sensación fue tan horrible como la que sentí esa vez que me habían secuestrado fuera del colegio.
Una vez dentro, las antorchas se encendieron, y me obligaron a arrodillarme frente a ellos.
Un grupo de hombres enormes, con cuerpos musculosos, pieles rosadas y cabellos albinos estaban parados frente a la entrada de la choza. Éstos vestían harapos: camisas desgarradas y grisáceas, y pantalones de tela oscura.
Miré a mi alrededor y vi que, a pocos metros de mí, también se hallaban mis amigos ¿Cómo nos habían capturado a los tres de forma tan silenciosa? Sentí una profunda desesperanza al verlos arrodillados también.
Uno de ellos, anunció:
—Anio mil tressientos setenta y dos. Castilla. Traximoles para comelles.
Sentí escalofríos al escuchar su rara y marcada pronunciación, pero lo que más me afectó fue el significado de su oración. No hacía falta que nadie me explicara lo que había dicho: "Año mil trescientos setenta y dos. Castilla. Los trajimos para comerlos".
¡Nos habían enviado a la edad media para que aquellos incivilizados nos devoraran!
Sin embargo, no se los permitiría.
Intercambié una mirada cómplice con Ariel. Tenemos que sobrevivir, le dije con la vista.
—¡Ataque!
—¡Arma!
Nuestra combinación logró que los siete hombres gigantes cayeran al suelo desmayados, haciendo un sonoro estruendo cuando sus cuerpos chocaron con el piso de tierra.
Cuando la luz de mi brazalete cesó, Jacinto se puso de pie inmediatamente.
—¡Llevémonos todo lo que nos sirva! —exclamó Ariel.
Miré rápidamente el suelo de la casita. Había un mangual, una hoz, dos martillos y tres cuchillos. Jacinto se encargó de las herramientas más peligrosas, mientras yo llevaba los martillos y el mangual.
Ariel tomó un par de hachas pesadas y se las cargó en el hombro derecho.
—Es una pena que no haya comida en este lugar, muero de hambre —comentó—. Salgamos de acá antes de que estos Vikingos Caníbales se despierten.
Trotamos hacia lo más profundo del bosque en plena oscuridad. Anduvimos con cuidado, por temor a caernos y a lastimarnos con las herramientas.
Llegamos hacia una especie de valle, donde había pocas plantas y mucho pastizal. Tenía sed y hambre, y también deseaba descansar.
—Cortemos algunas ramas, y camuflémonos con ellas. Usémoslas para abrigarnos también, la noche está fría.
—¿No podemos hacer una fogata? —pregunté, frotando mis pantalones húmedos en un intento desesperado para que se secaran.
—No, eso llamará la atención —bufó el joven Escalada—. Montaré guardia mientras ustedes descansan.
—Yo cubro la segunda mitad de la noche —comentó Jacinto, acostándose sobre un colchón de hojas.
—Y yo hasta el amanecer —agregué.
Mientras Ariel y yo cortábamos algunas ramas para cubrirnos, él comentó:
—No eran vikingos ¿Lo notaste? Eran caníbales. Probablemente mañana salgan a buscarnos. Supongo que no debe ser usual para ellos encontrarse con tanta carne fresca.
—Aunque ellos nos vean como carne fresca y nuestros padres como ratas de laboratorio... no somos eso. Somos buena gente que quiere volver a la normalidad... —se me quebró la voz.
Estaba sufriendo todo esto por culpa de mi mamá.
Mariana: ¡La puta que te parió!
Nos quedamos un rato en silencio mientras terminábamos de armar nuestro colchón de hojas.
Era la primera vez que podíamos ver las estrellas, o al menos, que yo las podía contemplar. Estaban esparcidas por todo el firmamento, y eran la única forma que teníamos para iluminarnos. No había luna llena.
—Las estrellas ¿Son reales? —le pregunté a Ariel, porque Jacinto ya se había quedado dormido.
—Tienen que serlo... Si no lo fuesen, ya no nos quedaría nada a lo que aferrarnos ¿Verdad? —soltó un largo suspiro—. Descansá, Abril. Lo necesitarás para sobrevivir.
Asentí y me acosté en el suelo. Era súper incómodo y había muchas hormigas a mi alrededor, pero no tenía más alternativa que intentar conciliar el sueño.
Antes de cerrar los ojos, observé cómo Ariel se encontraba parado, con los brazos cruzados y mirando hacia el firmamento.
Seguramente estaba pensando en el tiempo que le quedaba.
—Saldremos juntos de este lugar —musité—, y mañana encontraremos algo para comer. Lo prometo.
Luego, me quedé dormida.
¡Muchas gracias por leer!
Penúltima actualización del año :O
Espero que pasen unas hermosas fiestas con sus seres queridos. Brinden, tomen y coman, que la vida es una sola :)
¡Nos vemos pronto!
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