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Capítulo II: "El anillo de la reina" (Parte 1)


Parpadeé varias veces, me froté los ojos y agucé la vista. No podía creer lo que veía: un mundo completamente rosa.

No, no era un chiste. Era todo literalmente rosa.

El suelo, el cielo, la tierra, los árboles, las viviendas, los objetos, todo, todo, TODO era rosado, hasta las palomas que nos observaban. Rosa, rosado, flamenco, sandía, coral, melocotón, chicle, crepé, magenta, entre otros, eran los tonos que nos rodeaban.

—Tengo miedo... —balbuceó Jacinto.

—No seas cobarde. Hemos repuesto energías durante la transición, no morirás fácilmente.

Ariel tenía razón. Extrañamente, ya no me dolían las heridas obtenidas en el nivel anterior. ¿Acaso me habían curado? ¿O se trataba de que esto no era real?

Seguía con el brazalete puesto. No pude ver si mis compañeros tenían uno, ya que estaban usando chaquetas.

—Antes de comenzar... necesito que me expliquen por qué estamos aquí. Quiero que me digan qué cosas son reales, y cuáles son virtuales. Quiero saber si todo esto está ocurriendo en realidad, o se trata de mi cabeza.

Jacinto y Ariel compartieron una mirada de complicidad. Luego, el muchacho rubio me respondió:

—Eso sólo podrás averiguarlo vos. Si llegásemos a decírtelo, perderíamos una vida.

—¿Eh?

Ariel bufó.

—La Cabina es un juego, Abril. Supongo que habrás adivinado que tenemos que encontrar la Puerta Dorada para finalizar cada nivel, pero a medida que crece la dificultad, se sumarán misiones u obstáculos más complejos.

Tragué saliva. Estábamos en un puto juego.

Mierda.

—¿Hay una sola Puerta Dorada?

—Puede haber más de una, pero tenés que encontrar la correcta: la que te traslade hasta la Zona de Transición. En otras ocasiones, puede aparecer luego de que hayamos completado una misión.

Me pregunté qué tipo de tareas podrían asignarnos. En mi cabeza, se abrió un amplio panorama de ideas terroríficas.

Hice una pequeña pausa. Ellos no podrían responderme "todo", pero seguiría intentando averiguar algo:

—¿Qué pasa si ganamos?

—Ahora no puedo hablar al respecto. Supongo que ellos me indicarán cuando deberé hacerlo.

—¿Ellos? ¿Te referís a los hijos de puta vestidos de blanco?

Esbozó una sonrisa torcida. Mi comentario le había caído simpático. Sin embargo, replicó:

—Eso tampoco puedo decírtelo. Parecés una chica inteligente. Deberás sacar tus propias conclusiones.

Suspiré con resignación.

Miré mi alrededor. Había unas estatuas rosadas, que tenían forma femenina y usaban vestidos largos y elegantes. La mayoría lucía una larga cabellera trenzada.

Pronto, aparecieron unas inscripciones en la tierra rosada. Ariel, Jacinto y yo las observamos con atención.

Nivel Dos: Mundo femenino.

Abril debe robar el anillo de la reina.

No hay nada más peligroso que una mujer fuerte y segura de sí misma.

—¿Qué? —no podía creer la misión que me habían asignado: ¿Robar? ¡Yo jamás había cometido un delito!

Los chicos me ignoraron.

—Creo que es hora de empezar —anunció Ariel—. Cuanto más rápido lleguemos al Nivel Final, mejor para nosotros. El tiempo vale oro.

Ya había mencionado anteriormente la importancia del tiempo.

—¿Por qué lo decís?

Negó con la cabeza. No pensaba responderme.

Cómo odiaba sentirme tan confusa y no tener forma de averiguar qué carajos estaba pasando.

Ariel se echó a andar. Jacinto y yo lo seguimos. Mientras tanto, pregunté:

—¿Por qué nos eligieron? ¿Cuál es el objetivo de este juego?

—No podemos responderte eso —replicó, huraño—. ¿No te lo dije ya? ¡Tenés que averiguar algunas cosas por vos misma! ¡Yo también estuve en tu lugar!

Antes de que pudiera irritarme siquiera porque me contestó de ese modo, se arremangó la chaqueta.

Observé sus brazos. Ariel tenía en su muñeca izquierda, el mismo brazalete que yo, pero en color plateado. Sin embargo, Jacinto no lo poseía ¿Se habría liberado de él? ¿Quiénes serían ellos en realidad? ¿De qué se trataba este juego?

A pesar de que me molestaba no poder conseguir respuestas, era consciente de que Ariel me había dado una pista, y de estar enojada, pasé a sentirme agradecida.

Mientras andábamos, miré a Ariel. A pesar de ser delgado, era fuerte y ágil. Detrás de ese rostro que parecía imperturbable ¿Existiría un chico que sufría por estar lejos de sus seres queridos? ¿Se habría quedado atrapado en la Cabina también? ¿Lo habrían obligado a permanecer aquí adentro? ¿Cuál sería su historia?

Luego de un largo rato caminando en ese tétrico mundo de color chicle, un grupo de chicas vestidas de un tono magenta apareció frente a nosotros en medio del sendero.

Las siete eran muy bonitas, de cabellos largos y figuras esbeltas. Lo que más me perturbaba era la expresión mecánica que portaban en el rostro.

—Hola, muchachita —me sonrieron. Por alguna razón, sentí que ignoraron a mis compañeros—. ¿Cómo es tu nombre?

—Abril Julio —repliqué con desconfianza.

—¡Qué bonito nombre! —exclamaron con entusiasmo—. ¿No querés venir a tomar una tacita de té con nosotras?

Vacilé.

Detrás de esos rostros amigables, posiblemente se escondían unas desalmadas villanas. O quizás me equivocaba, y ellas me darían pistas para continuar con el juego.

Miré a los chicos. Ariel me hizo una seña de aprobación, y Jacinto permaneció inmóvil.

—Está bien, acepto la invitación.

—Excelente.

Las muchachas me guiaron hacia una casita rosada cuyo techo era fucsia y las paredes de color flamenco. Olía a fresa, y soltaba unos pequeños destellos de tono coral.

Parecía una imagen de cuentos de hadas. No pude evitar esperar lo peor.

—Los muchachos te esperarán afuera —indicó una de las chicas.

No me gustaba la idea de separarme de ellos, pero asentí.

Una vez dentro de la casita, cuyos muebles, tapizados, adornos, cuadros, entre otras cosas, eran de color chicle; nos sentamos en un enorme sofá de terciopelo, que era muy cómodo.

Las muchachas me sirvieron una taza de té, y unas galletitas caseras.

—Te explicaremos algo importante sobre nuestro mundo, Abril. El mismo es rosado porque está gobernado por mujeres.

—Los colores no tienen género —retruqué, pero me ignoraron.

—Cada hombre que ingresa en nuestras tierras es llevado al calabozo rosado, lo metemos en un conservatorio, donde les quitamos sus espermas, y los utilizamos para nuestra propia reproducción.

Casi escupí el brebaje ¿Qué? ¿Qué carajos pensaban hacerles a los chicos?

Me encontraba asustada y preocupada. Sin embargo, tenía que seguirles la corriente si quería sobrevivir.

Tomé la taza, y acerqué mi rostro hacia la bebida. No me sorprendí al observar que era de un color rosa oscuro, y que olía a frutilla.

Las miradas de las muchachas se detuvieron en mí. Todas estaban pendientes de que bebiera el té.

Espero que las fuerzas del universo nos protejan a los tres. A los chicos y a mí.

Me llevé el líquido al interior de mi boca. Tenía un sabor extremadamente dulce. No sabía mal, pero presentía que había algo más que fresas en la preparación del brebaje.

—Tranquila, tus amigos están a salvo.

No pude creerles del todo. Asentí mecánicamente, y cambié de tema para que no me devorase la ansiedad.

—¿Cuál es la actividad económica que les permite esta vida de lujos?

Las mujeres intercambiaron unas miradas cómplices.

—Parece que sos muy curiosa, muchacha. Deberías apresurarte a acabar tu té.

Cuando terminé, deposité la taza sobre la mesita ratona que tenía frente a mí, y me crucé de piernas. Pensé que me darían pistas de cómo continuar con el juego, pero lo primero que dijeron fue:

—¡Debemos hacerte un cambio de vestuario!

—Mi cuerpo, mi ropa —retruqué.

Me negaba a quitarme la camisa a cuadros que me había regalado Corina.

Corina. Pensar en ella me causó una punzada de dolor.

—Por supuesto —sonrió mecánicamente una de ellas—, pero nos gustaría que tus colores combinaran con los nuestros... ¿Te molestaría probarte este vestido?

Hubo un profundo silencio en la sala. Todas las miradas estaban clavadas sobre mí.

Presentí que debía obedecer. Tomé el vestido coral, me dirigí hacia el biombo y me lo coloqué.

Era súper incómodo, sentía que no podía respirar de lo apretado que me quedaba. Una de las muchachas se encargó de ajustármelo aún más.

Odiaba esto ¡Lo odiaba!

De ahora en más, no sólo aborrecería el color blanco, sino también a todas las gamas de rosa.

—¡Ahora te acomodaremos el cabello!

¿Para qué tanto protocolo? pensé, mientras me alisaban la enredada melena, y la ataban en una alta coleta de caballo.

Para terminar, me maquillaron con tonos rosas claros y me perfumaron con una fragancia empalagosamente dulce.

—¡Qué bonita estás!

No quise mirarme al espejo. Estaba de mal humor.

Quería ir a casa, y no podía hacerlo. Quería despertar de esta pesadilla. Quería volver a la normalidad.

Me obligué a permanecer tranquila.

—Ahora que estás lista, podés ir a ver a la reina.

Ay, no. Recordé el enunciado: <<Abril debe robar el anillo de la reina>>. ¿Debía jugar para sobrevivir? Ariel había mencionado la importancia del tiempo...

Tuve que controlar los nervios que me carcomían por dentro, mientras ellas me guiaban por la instalación.

El palacio de la reina, era el sitio más lujoso que había visto alguna vez en mi vida: cristales magenta, decoraciones de estilo árabe, alfombras en distintos tonos, y floreros hechos de piedras preciosas.

Pasamos por una importante sala con suelo de mármol color chicle, en el cual se exhibían obras de arte. Había imitaciones en rosa de la Mona Lisa, de La noche estrellada y de La última cena. No pude evitar sentir escalofríos.

—Detrás de la puerta fucsia, encontrarás a su majestad.

Asentí. Las manos me sudaban, y sentía que estaba a punto de morir de los nervios ¿Por qué carajos me estaba pasando todo esto?

Las mujeres me hicieron seña para que girara el pomo. La perilla cedió pronto ante mi contacto, e ingresé a una habitación de tono crepé.

En un trono de cristal, había una mujer delgada, de piernas cortas, y larga cabellera teñida de rosa chicle. Usaba un vestido largo y pomposo, de color magenta, y tenía su cabello recogido en un elegante peinado. Sonrió al verme. Era obvio que había estado esperándome.

—Abril, es un gusto conocerte. Soy Mía Preciosa, la reina del Mundo Rosado. Espero que te hayas sentido cómoda en este lugar.

Puff, como en casa.

—El placer es mío —repliqué con cortesía.

Las demás muchachas cerraron la puerta detrás de nosotras, dejándonos solas Y ahora, ¿qué? ¿Sería prudente aprovechar el momento para hurtarle el anillo?

Le miré las manos: tenía dos sortijas: una completamente rosa, con una piedra de cuarzo del mismo color. Sin embargo, no creí que ese fuera el anillo que precisaba. El que se ganó mi atención fue la sortija de oro que llevaba en su mano derecha, con un rubí enorme incrustado en el centro. Era otra excepción de aquel mundo femenino ¡Ni una pizca de rosado tenía!

Tenía que ser ese... pero ¿Por qué debía quitárselo?

—Veo que te gustan mis anillos —comentó con picardía.

Ella lo sabía. Conocía mi misión.

Me limité a apretar los labios.

—Sé que sos una chica inteligente, Abril... ¿Querés que demos un paseo?

Asentí por inercia.

Me sentía tan nerviosa ¿Qué carajos me iba a pasar? Si tenía que luchar, no iba a estar cómoda con ese vestido apretado y con el calzado alto. La puta madre, cómo odiaba lo que estaba pasándome.

Fuimos hacia unas escaleras de metal, y empezamos a descender. Una luz tenue de tono flamenco se asomaba por la hendidura de la puerta ¿Me estaría llevando hacia un sótano? ¿Qué estaría planeando esa mujer? ¿Qué ocultaría detrás de su amabilidad?

Tenía miedo. Deseaba con toda mi alma poder quitarme el brazalete dorado (que ahora estaba oculto bajo la manga de mi vestido) y poder huir de aquel mundo sin sentido.

Una vez allí, corrió una cortina, que dio lugar a una pared de ladrillos rosados, que poseía una cadena brillante colgando de la misma. La reina la jaló dos veces, y el muro se abrió en dos, y se echó hacia atrás, apareciendo frente a nosotros un sendero de mármol de tono salmón.

—Adelante.

La contemplé con desconfianza, pero obedecí. Caminé lenta y cautelosamente hacia unas cortinas de color ponche.

—¿Qué hay aquí? —pregunté.

—Corré la tela, y verás.

Lo hice delicadamente...

Y tuve que taparme la boca para contener un chillido de horror.

Ariel y Jacinto estaban tirados en el suelo, semidesnudos. Vestían apenas unos taparrabos rosados. Estaban lastimados, llenos de moretones, rasguños, sucios y sangrando. Además, había una cuerda extraña y gruesa, una especie de cadena brillante que surgía del suelo, y los sostenía de ambos brazos.

No podía ser.

No.

Tenía que salvarlos.

Se los debía. 



*Parte 2 en la próxima actualización*

Mil gracias por leer :3 

Sofi.

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