Capítulo I: "Me despierto en un zoológico". (Parte 2)
Aterricé sobre una montaña altísima de hierba, que amortiguó el golpe. Fue casi como si hubiese caído en cámara lenta.
Salí de allí inmediatamente, por si llegaban a caer restos de cristal por allí. Por supuesto, lo hice rodando.
Quedé cubierta de césped y ramitas. Olía a estiércol, y me dolían los músculos y las heridas que me había hecho con los vidrios.
Una vez de pie al lado de la montaña de pasto, observé mi alrededor.
Me encontraba en una especie de jaula gigante en donde había una pequeña arboleda, una casa de barro y algunas flores. También podía sentir el olor a carne cruda que emanaba del aire.
Tragué saliva. Mi corazón latía desbocado. Sin embargo, la confusión y el miedo no me matarían.
Me escondí detrás de una planta, y traté de buscar una salida, pero sólo vi a dos tristes Leones detrás de la pequeña construcción.
Había gente tomándoles fotografías a lo lejos. Parecían disfrutar de la desesperanza de los animales. Y quizás, también de la mía.
De pronto, sentí una punzada de dolor al darme cuenta de que no había salida.
Sin embargo, no me rendiría.
Me moví lentamente hasta las rejas (para no alterar a las fieras) y les hice señas a los espectadores, para que me ayudaran a salir de allí.
Obviamente, me ignoraron.
Mientras agitaba las manos, oí un rugido estremecedor detrás de mí, que me puso la piel de gallina.
Volteé, y el león macho estaba furioso, sacudiendo su melena al compás de sus gruñidos.
Nunca le des la espalda a un felino salvaje, había escuchado alguna vez en un documental de National Geographic.
Me quedé inmóvil ¿Qué haría ahora? Si me movía, el león se arrojaría sobre mí, y me haría trizas, pero tampoco podía quedarme allí para siempre.
Como todo era tan absurdo en ese lugar, murmuré:
—Leoncito, no querés comer a alguien carnívoro ¿Verdad? El sabor de mi carne debe ser vomitivo.
Mentí. Era vegana. Por eso amaba tanto a los animales. Esperaba que el felino no se enterara de la verdad.
Volvió a rugir. Me salpicó el rostro con su saliva, provocándome un estremecimiento.
Me temblaban las piernas y no pude evitar sentir que había llegado mi final ¿Por qué la criatura no acababa conmigo de una buena vez? Parecía estar esperando algo.
O a alguien.
En ese instante, oí que una especie de máquina se ponía en marcha. El sonido era tan fuerte, que tuve que tapar mis oídos.
Busqué con la mirada el origen del estruendo, y vi a dos adolescentes. Estaban cortando con una motosierra los bordes del refugio de los leones, sin usar protección.
—¿Qué carajos?
—¡Deténganse! —exclamaron unos cuidadores malayos, por alguna razón, en español.
Como los chicos no obedecieron, los tomaron por los hombros, e intentaron arrastrarlos hacia atrás.
Sin embargo, los muchachos eran listos: los amenazaron con las motosierras. Éstos retrocedieron lentamente, al igual que lo habían hecho los leones.
El más delgado de los adolescentes, continuó abriendo la jaula, mientras el más robusto mantenía a los cuidadores alejados de la jaula gigante.
Al cabo de un rato, pudieron derribar los barrotes. Los felinos salvajes aprovecharon para huir del refugio.
—¡NO! —exclamó un guardaparques.
Los cuidadores del zoológico se olvidaron de los vándalos y salieron corriendo detrás de los leones.
Por otro lado, yo me sentía increíblemente confundida ¡Nada de esto tenía sentido!
—Sos libre —anunció el joven rubio—. Podés salir.
'Habla español argentino'.
Asentí, y fui acercándome lentamente. Lo observé.
Él tenía el cabello dorado bastante corto. Sus ojos eran de color café. Era apenas un poco más alto que yo, y muy delgadito, pero esbelto.
Antes de que pudiera estrecharle mi mano lastimada para agradecerle, él se echó a correr. Su amigo, un joven de cabello negro y cuerpo más fornido, lo siguió.
Y yo también, ya que no tenía nada mejor que hacer.
—¡No se vayan! —exclamé.
Debí sonar patética, pero me quería aferrar a aquellas personas que me habían rescatado y, además, podían hablar español.
—Si querés estar con nosotros —volteó. Sus ojos castaños brillaron—. Tendrás que ayudarnos a liberar a unos cuantos animales.
—Claro... Con mucho gusto —a pesar de la confusión, me sentía más segura de haber conocido a esos jóvenes.
Comenzamos derribando una celda gigante donde había monos titís. El muchacho más robusto me entregó una espada (muy pesada, por cierto), para que los ayudara a ablandar los barrotes.
Luego, liberamos a unas jirafas: me dejaron romper con la hoja de mi arma, los enormes candados que mantenían las rejas trabadas.
No sabía que era tan fuerte ¿Cómo reponía energía? ¿Tendría que ver con el brazalete dorado?
Continuamos con nuestra tarea durante un largo rato, hasta que el zoológico se volvió caótico.
Animales como jirafas, elefantes, leones, tucanes, osos panda, monos, gorilas, etcétera, estaban dando vueltas por todo el parque, atacando a quienes intentaban retenerlos.
La gente huía, acobardada. Presentí que nos habían maldecido en malayo.
De repente, unos guardaparques dejaron de cazar animales y vinieron a por nosotros.
—¡Deténganse!
—¡Corran! —exclamó el chico rubio, alejándose de nosotros a toda prisa.
Lo seguimos por un camino de cemento. Íbamos esquivando personas, saltando animales, evitando a los ancianos. Oíamos que nos disparaban. Afortunadamente, nunca daban en el blanco.
Nada tenía sentido, por el amor de Dios ¿Qué carajos estaba pasando? Mi corazón latía con violencia mientras intentaba escapar de enemigos desconocidos.
—Síganme.
El joven se agachó, y empezó a andar en cuatro patas, para que los cuidadores del zoológico no lo divisaran.
Lo imité. Parecía una buena idea.
En medio de la caótica muchedumbre, vimos que un grupo de animales, (osos, leones, lagartos, entre otros), estaban ocupándose de los guardias. Probablemente, ellos sentían gratitud hacia nosotros.
Amo a los animales, pensé.
Oímos otro disparo. Esta vez, muy cerca.
No pude evitar estremecerme.
—Vamos hacia las peceras que están en un salón gigante, ya que ahí está la salida ¡Manténganse agachados!
No podía creerlo ¿Cómo había sido tan estúpida de no haberla encontrado? ¿Se hallaría prácticamente inaccesible para una jugadora principiante?
Esto me hacía sentir muy frustrada.
Aprovechamos para escabullirnos entre las personas, y llegar hasta la puerta gris que yo ya conocía. Nos pusimos de pie.
Ingresamos, y solté un grito al comprobar que todo veía en orden: las peceras no estaban rotas y contenían animales exóticos dentro de las mismas. Tampoco había una sola gota de agua en el suelo.
¿Estaban jugando con mi mente? ¿Qué mierda pasaba?
—No entiendo... —balbuceé,
Pronto, se oyeron unos pasos pesados y apresurados. Se trataba de varias personas.
Tragué saliva.
—Escondámonos —indicó el chico fornido.
Mientras estábamos atentos a las voces, mi mente se puso a trabajar:
<<Cabina de la Diversión: Nivel Uno, "Sálvate si puedes">>.
¿Qué carajos era la Cabina de la Diversión?
No tenía dudas de que alguien había planeado que las peceras estallaran. Alguien había preparado este juego macabro. Alguien me había elegido para ello. Alguien quería hacerse millonario: me había metido en una Cabina y estaba manipulando todos los acontecimientos.
O quizás, realmente ese alguien me había mandado a Malasia. Sino ¿Por qué tendría puesto aquel brazalete? ¿No sería un localizador?
Me dejé llevar por un impulso, y apreté el brazo de mi fornido compañero. Pude sentir el calor de su piel, la sangre recorriendo sus venas. El tacto fue áspero, pero al menos, supe que era real.
Esta mierda es real. Dios mío ¿Qué está pasando?
El chico me contempló con una ceja enarcada. Me aparté, ruborizada.
En ese instante, se oyó un portazo. Me sobresalté.
—¡Allí están! —exclamó un cuidador.
Nos echamos a correr. Se oían nuevos disparos.
—¡No los dejen escapar!
Escuchamos que pisaban vidrios rotos, y soltaban maldiciones y gritos. Sin embargo, nosotros continuábamos avanzando a toda prisa. Nada nos detendría.
Bueno, eso quería pensar.
De repente, un grupo de seis hombres enormes apareció delante de nosotros, apuntándonos con armas. Todos sonrieron simultáneamente, enseñando sus dientes increíblemente blancos.
Desde hoy, empezaré a odiar ese puto color.
—Los tenemos —musitó uno de ellos.
En ese momento, se escuchó un nuevo golpe. Los cuidadores se distrajeron, y un extraño impulso me llevó a enfrentar al más bajo de ellos, y arrancarle el arma de una patada en la mano.
No podía morir.
Me dejé llevar por un impulso e intenté quitarle el arma a uno de los sujetos, con desesperación. Sin embargo, fallé rotundamente. Me pegó un puñetazo en el rostro. Chillé, y me tambaleé hacia atrás, soltando la pistola.
Me ardía, la puta madre. La sangre caliente brotaba de mi nariz ¡Me había golpeado muy fuerte! Sentía un dolor agudo, en la cara y también en el cuerpo, donde me habían lastimado los cristales.
—Sin Ariel, Abril no hubiese sido de llegar hasta aquí. Definitivamente, sos la hija más inepta.
¿Qué...?
No tuve tiempo de pensar, ya que todo pasó muy rápido.
El chico rubio (¿Ariel?) se arrojó sobre un par de cuidadores, y los golpeó con una roca en la cabeza ¿En qué momento había agarrado la piedra?
Intentaron dispararle, pero él fue muy ágil. Se deslizó por el suelo, y los pateó en las rodillas, haciéndolos caer de bruces.
Sólo quedaba uno de pie. El que parecía más fuerte.
Apuntó con el arma, pero Ariel fue más veloz. Lanzó una patada voladora, y le hizo caer la pistola al suelo.
El muchacho robusto aprovechó la ocasión para ayudar a su amigo, y levantar el revólver y no dudó en dispararle en el hombro.
Ver que le brotaba tanta sangre casi me hizo vomitar. Ariel me tomó del brazo firmemente, guiándonos hacia una puerta dorada que había detrás de la pecera más pequeña.
—Es aquí.
¡Qué estúpida! ¿Por qué no la había visto?
Decidí confiar en esos chicos e ingresé.
De pronto, todo se volvió de color blanco. Qué color de mierda.
Miré el sitio con detenimiento. No había absolutamente nada, ni sillas, ni mesas, ni cielo, ni tierra. Sólo blancura, y tres adolescentes.
Miré a Ariel, esperando que él me diera una respuesta.
—Es el momento de Transición —soltó, como si yo pudiera entender lo que estaba pasando.
En ese instante, unas letras enormes, de color azul con bordes negros, aparecieron ante nosotros.
TIEMPO UTILIZADO: 142 MINUTOS, 43 SEGUNDOS.
FALLAS: 4.
PUNTOS OBTENIDOS: 320.
HAN PASADO AL SEGUNDO NIVEL.
—No estuvo tan mal —comentó el chico de cabellos negros.
—No entiendo un carajo ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Esto es un juego real o virtual? ¿Por qué mierda no puedo quitarme esta pulsera?
El muchacho rubio me contempló con cansancio.
—Mi nombre es Ariel. Él es Jacinto. No puedo decirte más que eso —resopló—. Creeme, soy una buena persona. Sé por lo que estás pasando, y es horrible. Te doy un consejo: no te hagas la cabeza con preguntas, porque no entenderás nada hasta el final... si es que llegás hasta ahí —sus ojos se ensombrecieron—. Otro consejo: el tiempo vale oro. No lo pierdas.
—Vamos —indicó Jacinto—. Atravesemos la puerta dorada.
—¿Qué? ¿Para qué?
—Abril te llamó el guardaparques ¿No? —inquirió Ariel.
—Sí.
—Abril, hacés demasiadas preguntas, pero te voy a decir esto porque es algo obvio: tenemos que ir al NIVEL DOS. De inmediato.
¡Muchas gracias por leer! Ya quiero saber sus teorías sobre esta novela :O
Ténganme paciencia para la actualización, que los capítulos son largos *llora*
¡Nos vemos pronto!
Sofi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro