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second; Pesadillas

𝓅ℯ𝓈𝒶𝒹𝒾𝓁𝓁𝒶𝓈

Alice despertó sobresaltada. Una extraña pesadilla había inundado su mente en aquellas horas de sueño. Su respiración estaba acelerada. Ella suspiró, intentando tranquilizarse. No podía. Desde que ella y Rose, muy ilusionadas, habían empezado el juego, le era imposible dormir bien. Al principio, era solo una tontería, algo que hacían para divertirse. Ellas mismas se reían del supuesto truco para comunicarse con seres de otro mundo. Parecía la típica fantasía que solían tener las niñas de diez años, pero claro, las dos amigas nunca se habían caracterizado por un exceso de madurez. Así que, simplemente, un día, empezaron a jugar. Y ya nada pudo parar. Las carcajadas fueron sustituidas por llantos, y la alegría por miedo. Y, diablos, el miedo eran tan intenso que les impedía respirar. Al cabo de un tiempo, habían intentado pararlo. Acabar con toda esa tragedia. Pero fueron incapaces. Una fuerza mucho más grande que su magia, cubría el misterio de qué realmente pasó esa noche. La noche en que intentaron cerrar el ciclo, y la cosa se descontroló. Y aunque nada funcionó, pensaron que tal vez, con un sacrificio humano, él los dejaría en paz. Tal vez, solo tenían que acabar con alguien. Y lo hicieron, con el corazón en un puño y la sangre fría. Pero nada acabó, solo fue el principio de una bola mucho, mucho más grande. Porque a partir de ese momento, los expertos determinaron que Rose se había vuelto loca. Y Alice no pudo hacer más que observar, y callar, por su bien. Ahora, Rose estaba muerta, y la rubia no sabía qué podía hacer para calmarlo. Para pararle los pies a Hugo.

—¿Alice? —Una voz llegó a los oídos de la chica, que se encontraba mirando por la ventana con los ojos desentonados. Rápidamente se volvió hacia la puerta, para ver a su padre, Neville Lonbottom, mirándola preocupado—. ¿Te encuentras bien? Pareces aterrorizada.

La rubia hizo su mayor esfuerzo para sonreír, mostrando todos sus dientes, y asentir. Aunque sentía las lágrima subiendo por su interior.

—Estoy bien, papá —respondió con los dientes apretados.

Odiaba mentirle al hombre que le dio la vida pero, ¿qué más podía hacer? Sus padres estaban, y debían seguir, externos a todo ese tema. Porque, ¿cómo iba a decirles que se había metido en un juego mortal y que, tanto Hermione, como Albus y Rose estaban muertos por culpa de Hugo, que, en su forma fantasmal, los aterrorizaba? Definitivamente, no era una buena idea. Así que, cuando Neville, un poco desconfiado, la observó, se limitó a decir:

—Solo estoy un poco cansada, esta noche he vuelto a tener pesadillas.

El hombre arrugó la frente.

—Cariño, debes intentar dormir mejor. No descansas, y eso se nota cada día.

—Sí, papá.

Cuando al fin, la rubia pudo librarse de él, suspiró. Él pensaba que su hija era un ángel, al cual le habían pasado cosas malas. Y, ¿cómo no pensarlo? Alice era buena estudiante, educada y perfecta en todo los sentidos. O, bueno, solía serlo. Porque con el paso del tiempo se había convertido en alquien que ya no reconocía. El juego la había cambiado. Había abandonado a Rose en San Mungo, cuando todos pensaban que estaba loca. La había dejado morir. Y ahora, tenía que llevarlo todo ella sola. Tenía que controlar la partida sin ayuda de nadie. Pero, Alice tenía un plan, igual de egoísta y malévolo que ella.
De repente, el teléfono empezó a sonar. La rubia se sobresaltó y estuvo a punto de colgar la llamada, pero finalmente, y trás leer el nombre que aparecía en pantalla, decidió que era mejor contestar. Por su seguridad y supervivencia.

—¿Hola?

—Alice.

Era James Potter, su ex novio. El chico y ella lo habían dejado después de la muerte de Albus, el hermano de él. James había pasado un tiempo deprimido, hasta que finalmente, cortó con ella porque necesitaba descansar de todo. De más está decir, que a Alice no le dolió. Al fin y al cabo, estaba demasiado ocupada con Rose, Hugo y el maldito juego como para preocuparse por cosas como novios. Pero en las situaciones en las que se encontraba en ese momento, con Rose muerta y ella sin saber cómo controlar todo lo que estaba pasando en su vida, lo necesitaba. Y no precisamente de una manera heroica.

—Hola, James —dijo con la mejor de sus voces, un conjunto entre coqueta y agradable—. ¿Pasa algo?

Casi pudo sentir como al otro lado de la línea él sonreía.

—Sí, bueno, no, es decir, sí, pero no. —Alice soltó una carcajada por su respuesta, y James la siguió—. Lily y Roxanne quieren ir esta noche a una fiesta en el Londres muggle, mis padres no estarán en casa, se van junto a mi tío Ron a Argentina. Y…

—¡Es verdad! —interrumpió Alice sin dejar al chico acabar—. ¿Cómo está tu tío? Debe de ser muy duro para él perder a su familia. Primero, Hugo, cuando era pequeño, después Hermione y por último su hija.

James no respondió durante un momento. Los recuerdos lo golpearon. Bingo. La táctica de Alice, empezaba a funcionar. Y parecía que no iba a salir nada mal.

—Está bien. Mis padres lo están ayudando mucho. —Otro silencio se formó en la conversación, luego, James pareció recordar el porqué de la conversación—. Pero, ¿quieres ir a al fiesta conmigo?

Alice sonrió.

—Claro, quiero enseñaros una cosa.

—¿El qué?

Un juego.

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