𝓂𝒾ℯ𝒹ℴ

Rose tenía miedo. Su corazón, estaba demasiado acelerando. La oscuridad lo invadía todo, y ella no podía evitar pensar que su vida estaba acabada. ¿Dónde quedaban sus sueños?  Cada segundo que pasaba, lo veía todo más y más negro. Las carcajadas, malvadas y penetrantes, no la dejaban dormir. En es momento, se arrepentía de muchas cosas. Tal vez, si de pequeña no hubiera empujado a su hermano por las escaleras, provocándole la muerte, no estaría en esa situación. Pero Rose tenía claro que no podía canviar el pasado, solo el futuro.

—Ayuda —susurró, consciente de que nadie podía oírla.

Todos pensaban que había perdido la cordura. Pero la pelirroja sabía muy bien lo que hacía. Lo sabía perfectamente. Sabía que era peligroso, sabía que iba a arruinar su vida. Lo sabía todo. Entonces, ¿por qué se unió? Quizás por rebeldía, o por curiosidad. Pero, como ya he dicho antes, no es posible cambiar el pasado, y aunque Rose deseaba no volver a ver a Hugo, era imposible. El fantasma de su pequeño hermano la perseguía a todos lados, susurrando una y otra vez las mismas palabras. "Asesina, eres una asesina, Rose. Me mataste, fuiste tú. Y todos lo saben, te tienen miedo…" La chica se tapaba las orejas y gritaba con todas sus fuerzas, intentando que esas voces se fueran de su cabeza. Pero no podía. Fue entonces, cuando su familia empezó a ver que algo raro pasaba con ella. Algo extraño. Albus, su primo, se había ofrecido a cuidarla, a vigilarla por si algo malo pasaba. Por desgracia, el azabache había sido asesinado al cabo de unos días, luciendo una extraña escritura en su estómago. "Es un juego". A su madre, se le habían puesto los pelos de punta al leer eso. Un juego era algo infantil, inocente. Y estaba claro que, la cara desfigurada de Albus, y sus quemaduras, no eran inocentes. Todos habían culpado a Rose, aunque ella juraba que no había sido. "Han sido las voces" solía decir. Pero nadie la creyó.

—¡Quieren matarme! —exclamó la pelirroja, aún entre la oscuridad, escuchando los pasos de la muerte.

No vino nadie a salvarla, estaba sola. Quizás, los trabajadores de aquel centro pensaron que era otro más de sus ataques, pero no era así. Esa vez no. Rose lloraba, las lágrimas caían por su rostro, y su boca solo podía maldecir.

—¡Todo es culpa tuya, Alice! ¡Tú me metiste en esto!

Al recordar a su amiga, aquella que la había invitado a empezar el juego, sus puños se apretaron con rabia. Casí podía escucharla proponiendo comunicarse con seres de otro mundo, muertos atrapados en una fina línea temporal. Y odió saber que ella, Rose Granger, había sido tan idiota como para adentrarse en esos terrenos.

Mientras esos pensamientos inundaban su cabeza, los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Definitivamente, de esa no iba a salir con vida. Era su fin. El final de aquella chica tan amada, como al igual odiada. De la presunta asesina de su hermano, de su primo y de su madre.
Finalmente, alguien abrió la puerta y la miró a los ojos. Rose solo pudo ver veneno.

—Soy hijo del Gran Duque del Averno, poco puedes hacer porque yo he ganado antes de nacer.

La pelirroja no tuvo tiempo ni de suplicar, cuando sintió como algo se hundía en sus pieles, y la vida abandonó su cuerpo. Pero, antes de zarpar hacia otro mundo, pudo ver la cara de la persona que le había provocado tanto dolor, aquella que había protagonizado sus pesadillas.

—Hugo.

Él era el mismo diablo, ella solo su marioneta.