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fifth; ¡Déjanos!

¡𝔇é𝔧𝔞𝔫𝔬𝔰!

Lily Potter quería gritar. Todo parecía una maldita pesadilla de la cual le era imposible despertar. En medio del silencio, solo se escuchaban las respiraciones aceleradas de los jóvenes. Y les faltaba el aire. Era casi media noche, y parecía que el juego solo acababa de empezar. La pelirroja podía escuchar como Roxanne sollozaba en la oscuridad, sumergida en sus propios pensamientos. Y también sentía como la mano de Scorpius se pegaba a la suya cada vez más y más fuerte. Eso la reconfortaba, aunque le costara admitirlo.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó James en un susurro.

Todos se giraron a mirarlo, intrigados. Era como si, después de la inusual conversación que acababa de suceder, nada siguiera, como si fuera el fin del mundo. Ninguno había pensado en lo que tendrían que hacer a continuación, porque, simplemente, el miedo era demasiado. Alice suspiró, intentando borrar de sus ojos aquellas lágrimas que tanto dolían. Porque los recuerdos inundaban su mente sin descanso, y por primero vez en mucho tiempo, deseó que Rose, su mejor amiga, estuviera allí, sujetándole la mano en ese proceso.

—No estoy muy segura —respondió, sin atreverse a mirar a los otros a los ojos.

Scorpius soltó una carcajada amarga, de impotencia, de rabia, y Lily se giró a mirarlo. Su pelo rubio resplandecía con la luz de la noche, esa noche tan terrorífica, y las velas que habían colocado tan meticulosamente, le iluminaban solo media cara, dejando parte de su rostro encubierto por la oscuridad.

—¿Cómo? ¡Debe der una broma! —se abalanzó el chico—. Tú has sido quién nos ha traído aquí, asegurándonos que sabías cómo funcionaba. Nos prometiste que estaríamos a salvo. Representa que tú eres la guía en este camino, ¿quién más debería serlo? ¡Debes saber qué hacer!

Los presentes asintieron, de acuerdo con Scorpius. La rubia solo suspiró, agarrando por el extremo uno de los espejos que habían utilizado antes, y volviéndose a mirar en él, esperando ver algo diferente a la última vez. Pero allí seguía, la oscuridad. Porque, al fin y al cabo, se había dado cuenta que la antigua Alice, aquella que pensaba en los demás, que le gustaba cantar y reír a solas en su habitación, acompañada de su mejor amiga, la que disfrutaba en la Madriguera, la que no se preocupaba por nada, se había ido hacía mucho tiempo, para nunca volver. En su lugar, una extensa capa de indiferencia, una chica sola e enigmática, sin nada por lo que luchar, se había apoderado de su cuerpo. Y ya no había marcha atrás, porque como ella misma había dicho minutos antes: una vez entras, ya no puedes salir.

—Sé cómo funciona —dijo al fin, dejando el espejo en el suelo—, pero no estoy segura de que salgamos ilesos de esta.

Roxanne, aún sollozando, se volvió para mirarla, asustada. En sus ojos, se podía ver la pureza de aquella que amaba a quién la amaba, que se preocupaba por la gente y disfrutaba de vivir. Pero aquella pureza, antes tan brillante, ahora parecía estar muriendo poco a poco.

—¿A qué te refieres?

—A que, si alguna vez creísteis en Dios, más vale que recéis, porque la muerte está soplando nuestras velas, y cuando una se apague, la vida de aquella alma será arrancada del cuerpo del que pertenece cruelmente.

Lily sofocó un gritó y miró la vela que se encontraba delante de ella. Parecía hermosa, como si volara, inocente. James observó a su hermana por un momento, intentando transmitirle con los ojos que todo iba a ir bien, pero Lily solo estaba sumergida en su propio mundo. El azabache, se volvió a girar hacia Alice, y ordenó:

—Explica qué tenemos que hacer para salir de esta pesadilla.

—No es tan sencillo, llevo intentándolo más de un año, desde la muerte de Albus, cuando nos dimos cuenta que todo se empezaba a descontrolar. Primero, solo éramos Rose, yo y Hugo —empezó, y pareció alejarse de todo, sumergiéndose en lo que alguna vez pasó—. Todo iba bien, o al menos eso pensábamos. Luego, Rose empezó a empeorar, no quería seguir con el juego, pero tampoco sabía cómo salir. Así que intentamos de todo, repito, de todo. Nos pasábamos noches enteras estudiando qué podíamos hacer, pensando en las debilidades de Hugo. Pero luego Albus murió, y juro que no fue Rose, fue él, pero ella fue la condenada. Y yo estaba sola. Cuando murió Hermione, y semanas después, Rose, me di cuenta de que no podía pararlo sin ayuda, Y por eso, os he traído aquí. Debemos invocarlo, y, con las fuerzas de nuestras almas, pedir o obligar a Hugo a desencadenar las almas de los tres muertos, para que puedan descansar, y a seguir su camino, sin nosotros.

—¿Y cómo hacemos eso? —Lily pronunció la pregunta que surcaba en la mente de todos.

—Es una vieja frase, conocida por ser la perfecta para Hugo.  Repetid cinco veces conmigo "Servus diaboli damnatum manere hic beatos vos faciemus". Y daros las manos.

Los presentes se miraron aterrorizados, pero siguiendo las órdenes de su líder, juntaron sus palmas con las del otro, sintiendo una extraña energía, y pronunciaron esas palabras detalladamente, cinco veces, temiendo qué pudiera pasar. Al acabar la última de las palabras, la quinta vez de ser dichas, un escalofrío recorrió la columna de todos los jóvenes, y una sensación de inquietud se apoderó de sus cuerpos. A la lejanía, un grito se escuchó.

Alice permanecía con la cabeza gacha, y su nudillos, estaban blancos de tanta fuerza que empleaba. Finalmente, inspirando pesadamente, levantó al cabeza. Sus ojos estaban rojos, y unas lágrimas se extendían por su rostro.

—Está aquí —susurró, y la llama de las velas volvió a temblar—. Y no está solo.

James, que le sujetaba la mano, tragó pesadamente.

—¿Quién está con él?

—Hermione, Albus —respondió Alice—, y Rose.

Con ese último nombre, la rubia tembló.

—¿Están de nuestro lado? —se preocupó Lily.

—N-no lo sé. —Alice empezó a respirar aceleradamente—. Habladles, preguntárselo. Necesitamos su ayuda, sin ellos no podemos hacer nada. Ellos os escuchan, aunque no pueden hablar.

La lluvia empezó caer, pero a ninguno parecía importarle que e estuvieran mojando. Cuando estás a punto de morir, ya no importa nada. Pero extrañamente, las velas, a pesar del agua que claramente debería haberlas apagado, seguían resplandeciendo.
Nadie parecía estar dispuesto a dar el primer paso, a hablar con un muerto. Finalmente, Roxanne, inspiró pesadamente, y levantó la cabeza, mirando el cielo.

—¿Tía Hermione? —preguntó en modo de susurro, y todos parecían extrañarse de que, Roxanne, que hacía unos segundo era la más asustada, fuera la primera en comunicarse con los visitantes—. Soy yo, Roxanne. No sé muy bien si me estás escuchando, pero creo que sabes por qué estamos aquí. Es Hugo, tu hijo. Sé que te duele la verdad, sé que te costó mucho superar su muerte, pero ahora estás con él. Y sé que en vida siempre te quejabas de que saliera de fiesta cada fin de semana —soltó una risa—, y ahora mismo debes estar odiándome porque, no solo he salido de fiesta, también estoy poniendo en peligro mi vida. Pero, por favor, tienes que ayudarnos. —las lágrimas volvieron a inundar sus ojos—. Por favor, tía Hermione, por favor.

Roxanne ya no pudo continuar más, hundió su rostro entre las manos y volvió a sollozar. Alice le dio un golpe en la espalda, intentando animarla.

—Lo has hecho muy bien. —Luego, se quedó mirando al cielo, como si esperara una respuesta, que nunca llegó. O al menso eso pensaros los demás, porque una de las velas, curiosamente la de Roxanne, parpadeó. Alice, ante esto, asintió, con una sonrisa—. Te ha obedecido, va a ayudarnos.

La morena pareció estar orgullosa de lo que había hecho, pero no había tiempo para halagos. Hugo parecía estar ganando consistencia, y con ello, sentenciándolos a perder. Aunque, ninguno de los presentes sabía cómo podían dar el siguiente paso, ni siquiera Alice. El suelo parecía que empezaba a moverse sin control alguno. Y los árboles, muertos, los vigilaban desde cerca. En un susurro, empezaron a escuchar súplicas, aunque eran incapaces de determinar a quién pertenecía la voz, y si era un ser vivo o no. Pero, ante su sorpresa, Alice pareció reconocer a su dueña.

—Rose, cariño, eres tú —dijo, mirando hacia todos lados. No lo admitiría, pero se sentía feliz de poder volver a hablar con su mejor amiga, después de todo—. Rose, lo siento. Lo siento por abandonarte en ese sitio, lo siento por no decir la verdad, por hacerme la víctima, por no ayudarte. ¡Lo siento por no haber podido evitar que jugáramos a aquel maldito juego! Pero, entiende que, si no ganamos a Hugo, todo habrá sido en vano. Y no quiero morir, quiero vivir para recordarte, y poder contar a mis hijos esta experiencia. Por favor, si alguna vez fuiste mi amiga, olvida el pasado, centrate en el presente, y recuerda quién es el verdadero enemigo.

Un aire fresco sopló en medio del grupo, y fue una señal del destino para indicar a los jugadores, que la pelirroja los había escuchado, y que tal vez, y solo tal vez, había decidido perdonar los pecados que sucedieron en un pasado. James suspiró, aliviado que su prima muerta hubiera tomado la mejor decisión, y que no se hubiera dejado llevar por el rencor.

—¡Ya tenemos dos fuerzas que nos ayudarán! —gritó Alcie, empezando a sentir como una luz de esperanza surcaba en su interior—. Solo nos falta...

—Albus —completó James, pero sus ojos no miraban a la rubia, miraban más allá.

—¿Qué observas, James? —preguntó Lily, pero su voz se apagó al darse cuenta de qué cautivada tanto a su hermano.

Porque, a unos metros del grupo, había una forma fantasmal. Albus Potter. Parecía llevar la misma ropa que el día en que murió y su sonrisa, como siempre, resplandecía más que los mismos ángeles. Su pelo, azabache, se encontraba despeinado, y los miraba detalladamente. Si no hubiera sido por su poca densidad, Lily hubiera podido jurar que su hermano se encontraba más vivo que nunca.

—Albus —repitió James, y unas lágrimas traicioneras invadieron sus ojos—. Hermano, eres tú. No me puedo creer que de verdad estés aquí, pensaba..., pensaba que no iba a volverte a ver. Te echo tanto de menos. ¿Recuerdas cuando nos subíamos al tejado y observábamos las estrellas? ¿Recuerdas nuestras charlas diarias, y el vino barato que bebíamos sin control? ¿Recuerdas la ilusión de vivir o los deseos de la adolescencia? ¿Lo recuerdas, hermano? —Hizo una pausa, como si realmente esperara que Albus respondiera—. Haría cualquier cosa para que volvieras. ¿Podemos contar con tu apoyo?

Albus, que durante todo esto tiempo no había dejado de sonreír, asintió muy lentamente, demasiado.

—Esto es extraño —le susurró Alice a Lily—. Normalmente nunca se manifiestan físicamente.

La pelirroja seguía mirando a su hermano muerto, con una media sonrisa en el rostro por volver a verlo.

—Mi hermano siempre ha sido especial —se limitó a responder.

Pero, el buen ambiente que había creado la visita de Albus, se esfumó cuando el fantasma desapareció, y esta vez, todos volvieron a aterrizar en la cruel realidad. Por un momento, se sintieron desconcertados, cómo si no supieran qué podían hacer a continuación, pero, inmediatamente, Alice tomó las riendas de la situaicón.

—Agarraros de las manos —pidió, y todos la obedecieron—. ¿Lo sentís?

A Scorpius le hubiera gustado poder decir que no, pero en realidad, una fuerza sobrehumana se notaba en el ambiente, como si alguien estuviera protegiéndolos desde algún sitio lejano, así que solo se limitó a asentir.

—Son ellos —aclaró al rubia—, nos están ayudando. ¡Debéis gritar a Hugo que nos deje en paz! ¡Hacedlo! ¡Hugo, déjanos!

El viento empezó a soplar más y más fuerte, ahora las velas que los mantenían con vida temblaban levemente. Pero, eso no aturó a ninguno de los presentes, que, guiados por su instinto de supervivencia y no por su miedo, volvieron a obedecer lo que les dictaba su líder.

—¡Hugo, déjanos! —gritó James, agarrando fuertemente la mano de su hermana y cerrando los ojos por el viento.

—¡Hugo, déjanos! —se unió Roxanne.

—¡Hugo, déjanos! —Y Scorpius.

—¡Hugo déjanos! —Y, por último, Lily.

—¡Hugo déjanos!

—¡Hugo, déjanos!

—¡Hugo, déjanos!

Las voces eran cada vez más fuertes, como si todos juntos hubieran incrementado lo que uno solo no podía. Y tal vez era así, pero no parecía funcionar. La rubia se dio cuenta de que, por mucho que gritaran, todo seguía igual, y, aún peor, las velas empezaban a apagarse.

—¡Algo va mal! —exclamó Alice, mientras su pelo volaba a causa de la brisa—. Alguien ha roto el lazo que nos unía con los espíritus, dejándonos desprotegidos.

—¿Qué? —preguntó Scorpius, aterrorizado.

Pero no hubo respuesta, porque una carcajada se escuchó en la lejanía, aunque, a la misma vez, parecía cerca de sus oídos. Y esta vez, pertenecía a una chica.

—Rose —susurró Alice,y luego se giró hacia los demás—. ¡Rose nos ha mentido, no va a ayudarnos! ¡Ha estado sirviendo a Hugo desde su muerte!

No hubo tiempo de que nadie reaccionará, cuando se apagó la primera vela. Curiosamente, era la de la rubia. Ella, al ver que el fuego ya no la iluminaba, abrió la boca, sofocando un grito que nunca llegó. La hermosa chica, cayó de espaldas, sin vida. La que había iniciado ese juego, la que los había traído hacia allí, ahora estaba muerta. Fue en es momento, donde James comprendió que todos iban a morir, y que el juego solo había sido una escusa para alargar sus últimos minutos un poco más.

—¿Qué hacemos? —Roxanne se desesperó—. ¡Alice acaba de morir! James, ¿qué hacemos?

—No lo sé.

Y antes de que alguno de ellos pudiera proponer algo, otra figura fantasmal apareció. Y esta vez, no fue tan agradable. Porque Hugo Weasley, el causante de sus pesadillas, el socio del diablo, el que los había estado atormentando, el asesino de Albus, Alice, Hermione y Rose, y el que los iba a matar, estaba allí, mirándolos con una escalofriante sonrisa.

—¡Es Hugo! —exclamó Lily, pronunciando en voz alta lo que todos habían estado pensando.

El chico, no parecía tan vivo como Albus, minutos antes. Parecía llevar tiempo en una tumba, o, en su caso, recorriendo su camino en la Tierra. Y, tampoco parecía estra dispuesto a perdonarlos.

—Por favor, por favor —suplicó Scorpius, pero todos sabían que no podían hacer nada. Ya estaban condenados.

Las cuatro personas se miraron un segundo, diciéndose con la mirada todo lo que no se habían atrevido a decir, pidiéndose perdón los unos a los otros y jurándose lealtad, amor. Porque sabían que ese era su último suspiro. Justo antes de que se apagaran las vela,y, por ello, las vidas de todos aquellos jóvenes, la monstruosa figura que los había estado vigilando desde hacía muchos años, susurró:

Habéis perdido.

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