Un triste ciprés
Yo encuentro la mayor parte del género humano extraordinariamente repulsivo. Probablemente este sentimiento sea recíproco.
—¡Miguel!
Un chico rubio, bajito y delgado que se encontraba con los brazos en jarra mirando el bosque se giró hacia nosotras. Desentonaba con la estampa campestre, pero a la vez se camuflaba, por eso no había reparado en él. Llevaba gafas de sol, una camisa verde arreglada y unos pantalones marrón oscuro. Cuando avanzó pude ver como sus labios tenían una expresión desagradable que cambió totalmente en cuanto estuvo lo suficientemente cerca de Estela. Una sonrisa se dibujó en su cara y abrió las manos, tomando las de mi amiga.
—¡Estela, cariño! No te había visto —dijo dándole dos besos—. Estaba mirando la zona donde irá el templete. Creo que con la luz del atardecer va a quedar maravilloso.
—Seguro que sí. Confío en ti —contestó Estela mirándole con cariño—. Te quiero presentar a mi mejor amiga, Mérida. Ha venido a pasar el fin de semana con nosotros.
—¡Oh! —Empezó a mirarme de arriba a abajo por encima de sus gafas, pero su sonrisa no desaparecía—. Encantado. Soy Miguel, su amigo y diseñador privado.
—¿Diseñador privado? —pregunté mientras me daba dos besos—. No sabía que querías cambiar Elm Manor.
Esto ya era demasiado. Pensaba que iba a tener que sospechar de ayudantes y gerentes, pero ¿un decorador? ¿Justo en este momento? Miré a Estela, que parecía adivinar mis pensamientos. Me devolvió la mirada un poco avergonzada.
—Miguel lleva más de tres meses trabajando por aquí. Quería darle un cambio a todo, para hacerlo más acogedor. Me está ayudando mucho.
—Y también somos buenos amigos. ¿Verdad, querida?— dijo Miguel tomándola del brazo.
—Un amigo muy caro —contestó Estela y los dos estallaron en una carcajada. Parecía una broma recurrente entre ellos.
—¿Has trabajado siempre como diseñador? Me suenas muchísimo —pregunté, intentando no imprimir maldad a mis palabras, pues solo quería indagar.
—Bueno. —Su cara enrojeció, pero sus labios seguían con esa expresión de seguridad que me había dado cuenta de que le caracterizaba—. He trabajado en muchas cosas, un poco de todo. Más que nada soy influencer, enamorado de la moda, la fotografía... Tengo más de quince mil seguidores en Instagram y gracias a lo que estoy haciendo aquí están subiendo.
—Entiendo, de eso me sonarás —respondí con una sonrisa que esperaba no pareciese muy fingida.
—Es un mago de la decoración —dijo Estela—. ¿Te quedas a dormir esta noche? Si no puedes, no hay problema. Lo entenderé.
—No me lo perdería por nada del mundo —contestó y su voz sonó demasiado aguda—. Además, alguien tiene que informar al mundo de cómo se está reinventando tu imperio. Y soy el único que sabe hacerlo bien.
—Entonces perfecto —respondió Estela, aunque su entusiasmo no parecía real y a continuación me miró—. Miguel también se está encargando de las redes sociales de la empresa por el momento.
—Por el momento y seguro que por mucho tiempo. Bueno, os dejo chismorreando chicas, voy a seguir con mi trabajo.
Se dirigió moviéndose con estilo a la zona donde estaba antes. Las gafas tapaban sus ojos, pero estaba segura de que miraba hacia el bosque intensamente. Se veía que su trabajo consistía en eso: contemplar. Ni cuaderno para dibujar o tomar notas.
Como si estuviese escuchando mis pensamientos sacó su móvil y comenzó a fotografiar la zona, tomando posturas ridículas para los ángulos o la luz. No entendía mucho de esas cosas, pero Miguel me parecía un auténtico cretino. Miré a Estela y volvió a comprenderme sin que yo dijese una palabra.
—Vale, lo sé. Pero no podía despedirle así como así. De todas maneras, creo que es inofensivo —dijo Estela.
—No suenas muy convencida. Has intentado que declinase tu invitación de esta noche.
—¿Tanto se me ha notado? —me preguntó mientras sonreía, cansada.
—Él no se ha dado cuenta. Creo que confía demasiado en sí mismo como para sospechar que alguien no quiere su presencia en un lugar.
—Tienes razón. Llevo toda la semana intentando que no venga, pero sería sospechoso decírselo directamente. Ha venido toda la plantilla.
—Y tampoco quieres enemistarte con él —dije sabiendo que era lo que ella estaba pensando.
—Exacto. De verdad, Mérida, creo que es inofensivo, pero aun así mi instinto me dice que no tendría que hacerlo enfadar demasiado. Por suerte, en un par de meses habrá terminado su contrato y no tendré que tener contacto con él.
—Dos meses es demasiado tiempo —contesté suavemente.
—Lo sé, es uno de los que tendremos que vigilar esta noche con especial interés. Pero Juan se va a encargar de él. Creo que a Miguel le gusta y puede entretenerlo durante mi hora.
—Me parece una buena idea —dije intentando tranquilizarla.
—¿Verdad? Tengo muchísima suerte de poder contar con vosotros dos.
Sonreí y nos acomodamos de nuevo en nuestros asientos. No me sentía tan tranquila como Estela con la idea, pues todo partía de que tenía que confiar en Juan y no tenía demasiado claro si hacerlo. Era obvio que mi amiga sentía algo por él y su juicio estaba nublado por eso. No parecía mala persona y había ayudado mucho a la UPM, pero mi naturaleza me hacía dudar de todo el mundo y más si esa persona parecía libre de toda sospecha a pesar de haber estado implicado indirectamente en el juego tantas veces. Empecé a pensar que tendría que ser más sutil para que Estela se diese cuenta de que también tendríamos que preocuparnos por él.
Aunque Miguel estaba el primero de la lista. No sabría decir por qué, pero su actitud y los comentarios de Estela habían hecho que recelara bastante de él. Sabía que no tenía ningún motivo, pero con tan poco tiempo tenía que seguir mi instinto. Gracias a nuestra conversación sabía que, al menos, esa noche Juan y Miguel iban a estar alejados. A menos que se aliaran, lo cual resultaba poco probable. Juan era listo y sabía que yo era buena en mi trabajo, por lo que no intentaría nada. Sería muy arriesgado, aunque a largo plazo no estaba tan segura de que no pudiese suceder.
Deseché esa idea de mi mente, por el momento. Tenía que pensar en esa noche. Había sido todo demasiado precipitado. Maldije a Estela por no haberme contado esto antes, podría haber solicitado la ayuda de la brigada para establecer un plan, aunque fuese a sus espaldas. Pero ya era demasiado tarde para eso. Solo quedaba aguantar y proteger a mi amiga. Esperaba que tuviese razón y no echase de menos en ningún momento mi arma.
—¡Bueno! —dijo Estela levantándose de un brinco, cosa que me asustó—. Vamos a la cocina. Allí conoceremos a dos compañeros más.
—De acuerdo —contesté intentando sonar más animada de lo que en realidad estaba—. ¿Y podré picotear algo?
—Ya queda poco para la comida, glotona —rio mientras me tomaba del brazo y nos dirigíamos a la casa—, pero en el postre podrás tomar nuestros nuevos productos, que es lo que están preparando.
—¿De verdad? —pregunté fascinada.
—¡Claro! ¿Por qué te iba a engañar?
Y así, cogidas del brazo, anduvimos hacia el lugar de donde salía un olor exquisito, tanto que me hizo comenzar a salivar. La comida era mi debilidad, cosa que se podía comprobar mirándome. Conseguía mantenerme en forma con mucho ejercicio, pero mi peso no bajaba debido a las cantidades de calorías que consumía por placer. Yo me sentía bien, mi salud era perfecta y mi trabajo lo realizaba de manera impecable, así que no veía la necesidad de cambiar mis hábitos. Cuando abrió la puerta de la cocina solté una exclamación, me había quedado impresionada.
—No la recordabas así, ¿verdad? —dijo Estela mientras reía al ver mi expresión.
La cocina era mucho más grande. Tenía un montón de hornos que estaban funcionando a la vez, una gran mesa en el centro con varios fogones, tablas de cortar y maquinaria diversa. Los colores rojo y blanco hacían que brillasen las encimeras. Todo parecía limpio a pesar de estar cuatro personas utilizando casi todos los aparatos disponibles. Trabajaban concentrados, complementándose y sin molestarse, cosa que me pareció fascinante. Yo no hubiese sido capaz de moverme un metro en ese espacio sin derribar todo. Me quedé embobada contemplándolo hasta que Estela chasqueó los dedos y me sacó de mi ensimismamiento.
—¡Eh! Despierta —dijo mientras lo hacía—. Sé que te gustaba mucho la antigua, pero...
—Esto es mucho mejor.
—Ahora tengo a dos personas que se están encargando de la elaboración de nuevos productos. Hay que invertir para la expansión. Los clientes están solicitando productos exclusivos que no se vendan en otros sitios y yo puedo dárselos.
Nos adentramos en la cocina y una mujer pelirroja, bajita, de unos cincuenta años se acercó hacia nosotras. Me reconfortó su presencia al momento. Le sonreí y ella se vino directamente a mí, obviando la presencia de Estela.
—Inspectora Martínez, imagino que no se acordará de mí —dijo con voz dulce.
—Lo siento, pero no consigo ubicarla —contesté pensativa.
—Es normal. Gracias al cielo, solo nos hemos visto una vez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro