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Testigo de cargo

Vamos por la vida como un tren que avanza a toda velocidad a través de la oscuridad hacia un destino desconocido.

Nos quedamos un rato mirándonos fijamente. Juan Fernández. Quién iba a pensar que era amigo de Estela. Un orientador, profesor en la Universidad de Psicología y una heredera empresaria de éxito. Todo resultaba bastante confuso para mí en ese momento. Nunca me había gustado esta clase de azar, era un poco sospechoso.

—¡Qué casualidad! ¿Os conocíais de antes? —exclamó Estela dando palmas—. Mis mejores amigos, juntos.

Nos agarró a cada uno con un brazo y se apretó. Nosotros seguíamos mirándonos con suficiente suspicacia para que supiésemos lo que estaba pensando el otro. No sabía cuánto le había contado a Estela sobre su implicación en mis casos, así que decidí tantearle.

—Claro, nos ha ayudado en algunos de los casos de la UPM.

—Sí, demasiados para mi gusto. En el trabajo me llaman "el Gafe" —dijo poniéndose la mano y en la cabeza y sonriendo avergonzado, un gesto que pareció más controlado que casual.

—No es para tanto, la casualidad influye —contesté devolviéndole la sonrisa—. Acabo de ver a tu hermana. Creo que no se acuerda de mí.

Me atreví a lanzar ese órdago esperando su reacción, pero no expresó sorpresa alguna. Se sentó en el sillón que estaba a mi lado, en frente de Estela, mientras nosotras volvíamos al asiento en el que nos encontrábamos antes de que entrase en el despacho.

—No creo que se acuerde de nada de esa época, inspectora...

—Mérida —le corregí, pues no sabía cuál iba a ser mi labor en esa casa y aún no había pensado en el tipo de papel que quería representar. Puede que el anonimato nos favorezca.

—Mérida. Todo fue muy traumático para ella. Estela ha sido un ángel ayudándola a salir de su zona de confort. Si no fuese por ella... —comentó mirándola con ojos embelesados, lo que me hizo sospechar que la supuesta amistad que les unía era un poco más profunda de lo que decían.

—No digas eso, Juan —contestó mi amiga sonrojándose como una colegiala—. Lorena es una mujer increíble y solo necesita distraerse. Cualquier amigo te hubiese ayudado.

—Eres demasiado buena e inocente, Estela —le respondió Juan con el rostro sombrío—. Ninguno de nuestros amigos habría contratado a un Sexto como ayudante personal.

Eso quería decir que Estela sabía la historia de Lorena. O, al menos, parte de ella. Los miré con suspicacia: no parecía que hubiese una relación romántica entre ellos, pero mi amiga estaba interesada en él, eso estaba claro. Juan era un hombre carismático y tenía un atractivo que no pasaba desapercibido. Representaba la figura de autoridad que Estela echaba en falta desde que su padre se mudó a vivir a Francia a disfrutar de su jubilación tras dar la vuelta al mundo. Debido a que ella siempre estaba ocupada con sus negocios y a la total confianza de éste con la forma de llevar la empresa de su hija, se veían muy poco. Sus relaciones amorosas de los últimos años iban encaminadas a sustituirle. Juan representaba perfectamente el papel.

Dando vueltas a varios temas a la vez en mi cabeza pensé qué, si quería ayudarla, tenía que forzar una conversación incómoda. No quedaba otra alternativa.

—Disculpad lo que voy a preguntar, pero es necesario —dije interrumpiendo sus miradas—. ¿Por qué Lorena quiere un trabajo como este con todo el dinero que ganó en el juego?

—¿Puedo contárselo? —preguntó Estela mirando a Juan

—Adelante —contestó con un ademán.

—Mérida, Lorena donó todo el dinero a varias fundaciones.

—¡Vaya! —exclamé de forma bastante exagerada, impactada con la noticia.

—No debería sorprenderte —repuso Juan—. Pudiste verla esos días. Nunca le importó el dinero. Ni el juego. Solo quería...

—Escapar —terminé su frase. Aunque pensé en decirle que había otras maneras, no lo hice. No era nadie para juzgar una situación tan delicada y hasta yo misma creía que la justicia en muchas ocasiones no era suficiente—. Tienes razón, hay una triste lógica en todo eso.

Cuando encontramos a Lorena al lado del cuerpo de su novio ya no podíamos hacer nada, habían pasado las veinticuatro horas. Esteban había faltado al trabajo, pero ninguno de sus compañeros dio la voz de alarma: le odiaban demasiado y pasar un día sin él era una bendición. Lorena no habló con nosotros. Ni quiso ni estaba obligada. Pero Juan sí lo hizo, intentando justificarla. Lo que nos contó, bueno, digamos que no me enfurecí tanto por haber fracasado como me había sucedido en otras ocasiones.

Aún así, Estela debió de ver la duda en mi rostro, porque se acercó a mí y me miró con expresión solemne.

—Mérida, sé que piensas que no es correcto que Lorena esté aquí, pero tanto Juan como yo confiamos plenamente en ella.

—De acuerdo, vosotros la conocéis mejor. Pero recuerda, Estela, que en este juego no hay amigos. —No me gustaba un pelo que hubiese incluido a Juan en esa afirmación, pero evité que se me notase demasiado.

—Si empiezo a pensar así, me volveré loca. Tienes que entenderlo.

—Lo entiendo. Mucho mejor de lo que insinúas —dije mirándola fijamente.

Comenzó a dolerme la cabeza. Esto iba a ser muy difícil y más si Estela se empeñaba en rodearse de gente demasiado sospechosa. Si no conociese tan bien a mi amiga, pensaría que todo esto es una broma de cámara oculta.

—Por curiosidad ¿de qué os conocéis? —pregunté sin rodeos tras un pequeño silencio. Tenía que empezar a tener las cosas claras.

—De la asociación —respondió Juan mirando a Estela con una sonrisa. Me daban ganas de irme y dejarlos solos, contemplándose como dos tortolitos enamorados.

—Me interesé por colaborar con mujeres maltratadas y Juan era psicólogo voluntario allí, por su hermana.

—Empezamos a trabajar juntos y de ahí surgió la amistad —terminó Juan recalcando demasiado esta última palabra.

—Pero ¿en cuántas cosas trabajas? —pregunté con la boca abierta pensando en que era imposible que tuviese tantas horas en el día.

—Pues... En demasiadas —contestó riéndose—. Necesito estar ocupado.

—Creo que en eso nos parecemos los tres —dijo Estela mirándome—. Deberíamos ponernos en marcha. ¿Ha acabado ya el interrogatorio?

—Por ahora —contesté sacándole la lengua y sintiendo con este gesto como la tensión de la habitación bajaba un poco—. ¿Dónde vamos?

—Tienes que conocer al resto del personal. Además, en breve se servirá la comida y seguro que antes te apetece una cerveza en el jardín.

—¡Sí! —exclamé dando un grito demasiado agudo mientras aplaudía.

—Sabía que te gustaría la idea. —Me rodeó los hombros y salimos por la puerta del despacho acompañadas de Juan.

—Voy a ver a mi hermana. Me reuniré con vosotras más tarde.

—De acuerdo —contestamos al unísono.

Bajamos las escaleras para dirigirnos al jardín. En la planta de abajo se escuchaba el bullicio del personal de la casa haciendo preparativos para la comida. Mis tripas rugieron ante el recuerdo de los almuerzos tan impresionantes que preparaba Elga, la cocinera de los San Juan. Lo que me llevó a la siguiente cuestión que quería plantear.

—Estela —dije en voz baja, por si había alguien escuchando en los rincones—. ¿Qué me dices del personal de la casa?

—Mmmm... Son de confianza,

—Sí, pero...

—Lo sé, lo sé —contestó Estela de mal humor—. No hay que confiar en nadie. No ha cambiado en los últimos años: Elga en la cocina, Mariví se encarga de ordenar y la limpieza, Pablo en el jardín y el mantenimiento. Ya está.

Respiré y decidí no hacerla enfadar, pero me estaba costando mucho. No entendía cómo ella, siendo tan inteligente para la mayoría de las situaciones que le planteaba la vida, era tan difícil de convencer en este tema. Ser un Medio no era un juego, por mucho que quisieran hacernos creer que sí.

—Me has pedido ayuda, eso es lo que estoy haciendo. Siento que te resulte incómodo, pero es necesario.

—Tienes razón —contestó ablandándose un poco. Aún seguíamos murmurando por lo cerca que estábamos del jardín—. Es que me resulta tan difícil todo esto.

—No te preocupes. Lo vamos a conseguir.

—Claro que sí —dijo sonriéndome—. Por cierto, ninguno del servicio está aquí a mi hora. Se van mucho antes.

—Podrías haber empezado por ahí. 

Era importante saber que no iban a tener cambios importantes en su horario que les hiciesen sospechar y que no se encontrarían cerca de Estela cuando llegase su hora. Tras todo este tiempo, en la Unidad habíamos descubierto que esos pequeños detalles marcaban la diferencia entre sobrevivir o no.

—Lo sé. —Me guiñó un ojo—. Ahora, ¿cuántas cervezas quieres probar? Compré de varios tipos para que te diviertas.

—Todas —contesté con una sonrisa.

Era una broma habitual entre nosotras. Estela sabía que yo casi no bebía nada de alcohol, pero me encantaba el sabor de la cerveza y descubrir nuevos tipos. Solo daba un pequeño trago y dejaba que ella se terminase lo demás. Además, ese día más que ningún otro, tenía que mantenerme serena. No podía protegernos si mis sentidos estaban mermados por el alcohol.

Llegamos al jardín y nos sentamos en unas hamacas que había cerca de la piscina. Para ser principios de otoño el tiempo era espléndido y me arrepentí de no haberme traído el bañador. Desde allí se podía ver el bosque que rodeaba la casa con vegetación salvaje pero cuidada y varios caminos por los que pasear. Caminos por los que emprender la huida. No podía evitar pensar en esas cosas, era mi forma de ser. Tanto tiempo en la policía e implicada en el juego hacían que mi mente analizara cualquier escenario posible.

Intenté relajarme unos minutos, disfrutando del sol de octubre, mientras escuchaba a Estela hablar sobre los cambios que estaba realizando en la propiedad. Se le veía entusiasmada y era algo que siempre había admirado en ella: su capacidad de estar siempre contenta a pesar de las circunstancias. Yo, en cambio, tendía a estar siempre alerta y pensando en lo peor. En ese momento, tenía que acabar con su tranquilidad y continuar con mi trabajo, haciendo a Estela preguntas incómodas que no le gustaría contestar, pues la sacaban de su burbuja de felicidad.

—Bueno —dije mientras cortaba su disertación sobre los nuevos árboles que quería plantar—, tienes que seguir contándome cosas sobre la gente con la que vas a trabajar. El tiempo corre deprisa.

—Tienes razón —suspiró resignada—. Mira, creo que vamos a continuar con Miguel.

—¿Quién es Miguel?

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