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Hacia cero

Un asesinato es la culminación de una serie de circunstancias imprevistas, que convergen en un momento determinado en determinado lugar. Las personas son llevadas allí desde diferentes partes del mundo y por razones imprevistas.

De pronto caí. Al final la familiaridad de su rostro no era solo por sus cálidas facciones. Menos mal que la mujer no parecía enfadada por mi despiste, lo que era de agradecer. Es más, seguía sonriendo con comprensión.

—No recordaba su nombre, pero sí que nos pidió asesoramiento. Era por su hija, ¿verdad? Es... —. Callé, no sabía si quería que Estela tuviese esa información.

—Sí, mi hija Mery es el Medio de las once —continuó, mirando a su jefa—. No se preocupe, inspectora. Estela conoce mi situación. Ha sido muy comprensiva.

Estela le tomó de la mano. Se notaba que estaba a gusto con esa mujer. No me extrañaba, a mí me pasaba igual. Puede que fuese porque olía a canela o porque su sonrisa era cálida y agradable.

—María es una gran pastelera. Está encargándose de las recetas nuevas.

—Tendré que comprobar eso —comenté con una sonrisa—. Le aviso que soy bastante exquisita.

Las tres nos reímos. Me caía bastante bien esa mujer. Mi instinto me decía que se podía confiar en ella y con el tiempo corriendo en nuestra contra era de agradecer encontrar ese sentimiento hacia alguien. Aún así, mis sentidos tendrían que estar alerta. Tanto tiempo en la brigada me había hecho conocer a muchos Sextos que no parecían asesinos.

—¿Cómo está su hija? —pregunté por cortesía y un poco de curiosidad profesional.

—Está bien —contestó con aire de tristeza—. Hubo algunos incidentes, pero ya queda poco. Estoy segura de que lo va a lograr.

—Yo también —dije intentando darle ánimos—. Si necesita más ayuda, ya sabe dónde encontrarme.

—Gracias. Es muy amable, inspectora.

—Llámeme Mérida.

—Claro —respondió sonriendo.

Las tres nos acercamos a una de las mesas de la cocina dónde María estaba preparando varias masas que tenían muy buena pinta. Nos explicó en qué consistía cada una y nos pidió perdón por el desorden. No me había fijado, pero si la comparabas con las mesas de al lado parecía que había pasado un huracán. En la otra había varios platos con lo que parecían dulces y cada uno tenía un cartel con su nombre y una pinta deliciosa. Estela debió de darse cuenta de que estaba salivando y soltó una carcajada.

—Sabía que te iban a encantar —dijo mientras me tomaba del brazo—. Son los nuevos productos. Lucas los debe estar colocando para fotografiarlos.

—¿Lucas? —pregunté con curiosidad.

—Se encarga del diseño y la presentación del embalaje —contestó María—. Lo mío son las recetas, pero la presentación... Bueno, nunca me había tenido que esmerar mucho en ello.

—Porque nada más salir del horno ya nos lo estábamos comiendo —dijo Estela riendo—. De todas maneras, es mucho trabajo para una sola persona.

—Tienes razón. Voy a buscar a Lucas y así Mérida podrá conocerle.

María nos dejó a las dos mientras se dirigía al otro lado de la cocina. Nos hizo una señal, pues parecía que tenía que mirar una cosa durante el camino. Se le veía muy a gusto en la cocina, revisando y dirigiendo. Estela se acercó a mi oído y comenzó a susurrarme.

—Es maravillosa, ¿verdad?

—Me ha caído bien. Parece buena persona.

—Lo es. La conocí en una pastelería a la que suelo ir cuando tengo negocios en la ciudad. En seguida congeniamos y cuando empezó todo esto le ofrecí trabajo. No se lo pensó.

—Bueno, seguro que el sueldo que le ofreciste ayudó —dije sonriendo.

Era conocido por todo el mundo que los salarios en dulces San Juan eran más altos que los demás en el sector. Por eso, hasta para trabajar limpiando las máquinas en la fábrica, tenía cientos de solicitantes. Estela delegaba la contratación en su equipo de recursos humanos, pero siempre tenía la última palabra. Si no le gustabas, cosa que era bastante difícil, pues Estela adoraba a todo el mundo, no podías trabajar con ella. Por eso no me extrañó que hiciese una reunión en su casa con su nuevo equipo de confianza para conocerlos mejor. Hubiese sido un fin de semana fantástico para ella si no llega a ser por el juego.

Y yo podría haber pasado mi descanso tranquila y sola en casa, con mis gatos y películas. Pensar en eso me hizo sentir unas ganas tremendas de huir, pero tal como vino esa idea se fue. Mi amiga me necesitaba y mi deber era ayudarla.

—Es encantadora —continuó Estela, obviando mi comentario—. Lucas y ella están solucionando, los dos solos, todo el tema de los nuevos productos.

Como si los hubiese invocado, María apareció de nuevo junto a un hombre alto y con cara de pocos amigos. A pesar de aparentar unos 40 años seguramente tendría menos, pero sus grandes entradas le hacían parecer más mayor. Unos rodales de sudor adornaban sus axilas, debido seguramente al calor de la cocina, y se secó la frente con un pañuelo mientras se acercaba a nosotras.

—Mérida, este es Lucas —dijo María, tomando con su postura el papel de jefa de la cocina—. Es el encargado de la presentación.

—Muy buenas —dijo el hombre muy afablemente—. Discúlpame por no darte la mano, pero no quiero mancharte.

—No hay problema —respondí.

A pesar de que en su cara se dibujó una sonrisa, no acabó de cuadrarme. Puede ser que fueran mis prejuicios hacia los hombres trajeados, pero en ese momento lo añadí a la cabeza de mi lista de posibles sospechosos. Sabía que no era algo racional, pero con tan poco tiempo no podía permitirme ser meticulosa. Miré a Estela, que me devolvió la mirada con cara de preocupación. Imaginé que quería que fuese agradable con él, así es que decidí guardarme mis preocupaciones y comentarlas con ella más tarde. Además, seguramente no me entendería. Estela siempre veía lo bueno de todo el mundo.

—Lucas ha trabajado en varios restaurantes como encargado y es un antiguo amigo de mi padre.

—Exacto —comentó Lucas añadiendo un tono grave a su voz —. Mi primer trabajo fue en una fábrica "San Juan". Conozco muy bien el producto y para mí es una alegría volver.

—¡Ah! ¿Entonces es así cómo os conocisteis, por tu padre? —pregunté para intentar saber más de su relación.

—No, eso no sería profesional —contestó Lucas poniendo un semblante muy serio—. Conseguí mi puesto por mis aptitudes ¿verdad?

—No pretendía... —me apresuré a decir un poco descolocada por su contestación, pero Estela me ayudó.

—Mérida no se refería a eso. Sabe que yo solo contrato a gente válida —dijo dirigiéndome una mirada de reproche.

—Exacto. Siento si ha sonado de otra manera.

—Entiendo —contestó Lucas que parecía más relajado tras la explicación de mi amiga—. Vi que buscaban a alguien para el puesto y me presenté a la entrevista. Acababa de dejar mi anterior empleo y, bueno, María y yo congeniamos enseguida.

—Es verdad —dijo María mirándolo con ternura—. Sé que soy buena pastelera, pero tengo poca imaginación y tacto.

—Y yo soy capaz de quemar todo lo que toco —continuó Lucas dándole un golpe cariñoso en la espalda a su compañera—. Somos un gran equipo.

—Estoy deseando probar los resultados —dije con una sonrisa.

En ese momento Mariví, la ama de llaves, se acercó a Estela. No me había dado cuenta de que estaba en la cocina y la recibí con una sonrisa. Parecía que Elga, la cocinera de Elm Manor, necesitaba ayuda con la comida al tener invitados y la estaba ayudando. Normalmente tenía que cocinar para Estela y ella sola se bastaba.

—La comida está lista, señora —dijo Mariví con su voz suave y dulce—. ¿Voy a buscar a los demás para que se unan?

—Gracias, Mariví. Nosotros vamos para allá. ¿Habéis terminado ya?—  añadió dirigiéndose a Lucas y María.

—Claro —contestó Lucas volviendo a la mesa donde estaban los platos—. Id para el comedor. Yo dejaré todo preparado para que Elga y Mariví lo puedan llevar en el postre.

—Te ayudo —dijo María acercándose hacia él.

—No hace falta —contestó Lucas, guiándonos con el brazo fuera de la cocina—. Que las señoritas se pongan cómodas mientras su hombre termina la comida. —Cerró la puerta mientras nos guiñaba un ojo. Fue bastante desagradable.

—¡Hora de comer!  —gritó Estela con entusiasmo en cuanto nos quedamos en el recibidor—. Voy a subir, por si Juan y Lorena siguen arriba. Así ayudo a Mariví, que solo tendrá que buscar a Miguel. Si la veis, decídselo.

Mientras decía esto iba subiendo las escaleras. María y yo nos quedamos esperando a los demás en la puerta del comedor. No quisimos sentarnos hasta que no estuviésemos todos. Mis tripas rugían, me encantaba picotear a media mañana y ese día no había tenido ocasión. En otra situación, me hubiese escapado en cualquier momento a la cocina a robarle comida a Elga. Pero ese día no había podido permitírmelo. En mis cavilaciones me sorprendí al darme cuenta de que María me estaba mirando fijamente. Sus ojos oscuros me escudriñaban y me hicieron ponerme un poco nerviosa. Tuve la certeza de que esa mujer era capaz de hacerme confesar cualquier travesura que hubiese cometido.

—Sé por qué ha venido, Mérida— dijo sin apartar sus ojos de los míos.

—No entiendo qué quiere decirme, María —contesté poniéndome más nerviosa—. Estela me ha invitado a pasar el fin de semana.

—Ya —dijo sonriéndome— y mientras puede investigarnos en persona...

Me quedé petrificada e intenté disimularlo ¿Sabría que Estela era un Medio? ¿Se lo había dicho ella? Decidí hacer como que no sabía de lo que me estaba hablando. María era una persona inteligente y no quería darle ninguna pista para que averiguase la verdad.

—Puede que le esté dando esa sensación  —dije con tranquilidad—. Me cuesta desconectar del día a día. Pero, en serio, estoy fuera de servicio.

—Bueno, de todas maneras, quiero que sepas que será nuestro secreto —contestó guiñándome un ojo—. Y le ayudaré. Escúcheme atentamente porque no se lo repetiré.

—No es necesario —dije sin mucha efusividad, pues me interesaba mucho lo que tuviese que contarme.

—Yo le doy la información y usted decide qué hace con ella. Lo primero, ya sabe que mi hija Mery es un Medio, pero no sé si sabrá que mi cuñada, Lourdes, también lo fue. Y perdió.

Su cara se transformó con tristeza al contarlo. No recordaba haber conocido a María en otro caso, pero sí recordaba a una Lourdes que había perdido hacía unos meses.

—Lo siento mucho —respondí mientras colocaba mi mano en su brazo, intentando reconfortarla—. Recuerdo a Lourdes. Encontramos a su asesino, seguramente por eso no nos vimos. El caso se resolvió enseguida.

—Exacto —dijo María, limpiándose una lágrima—. Creo que es justo que conozca estas cosas sobre mí. De todas maneras, es una tontería ocultarlo. Al final iba a saberlo.

La miré compasiva, pero tenía razón. En un par de días podría descubrir cualquier cosa sobre ellos en mi base de datos. No tenía por qué hacerles parecer sospechosos, se supone que yo no estaba allí para eso y no tenían que contarme nada. Aún así, agradecí la sinceridad de María.

—Lo segundo, que tampoco es muy importante, es sobre Lucas. Puede que ya lo sepa.

—¿Lucas?

—Sí. No me malinterprete, es un buen hombre. Un poco desagradable en sus maneras, pero confío en él. Sin embargo, quiero que sepa el motivo por el que dejó su último trabajo. Se vio implicado en el juego y, aunque nada de lo que pasó fue su culpa, a la empresa no le gustó.

—Pues no lo recuerdo...

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