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15:00

René dejó las bolsas de la compra en la encimera de su cocina americana. Todo estaba tan limpio e impoluto que los colores crudo y burdeos de los muebles y electrodomésticos brillaban. Colocó meticulosamente todos los productos en su sitio, por tamaño y siempre un número par de cada artículo. Para esas cosas René era muy maniático. Su nevera era muy grande y nunca faltaba de nada aunque siempre había vivido solo, desde que se mudó al ático de 250 metros cuadrados más lujoso del centro de la ciudad. Le gustaba estar lo más alejado posible del suelo. Ese era el lugar en el que merecía estar, encima de todos los demás.

Tras organizar y limpiar la cocina, se dirigió al sofá y encendió la televisión. Puso un canal de música relajante mientras cogía el periódico para ver las páginas de deportes y economía. Con solo decirlo, su televisor de última generación podía leerle todas las noticias actualizadas, pero René prefería el tacto y olor del periódico matutino. Le traían recuerdos de su infancia, que no eran nada buenos, pero le hacía darse cuenta de dónde venía. Esto era indispensable para no acabar otra vez allí, en la miseria más absoluta.

Hijo de un padre abusador y una madre alcohólica, su antigua casa no tenía nada que ver con la actual. Estaba en los barrios de la periferia, desvencijada tras años de dejadez por parte de sus progenitores y el Estado. René sobrevivió gracias a la rabia y la ira que fue acumulando tras años de palizas, humillaciones y días enteros encerrado en el sótano por motivos diversos, como quedarse durmiendo hasta tarde o hacer ruido al llegar a casa del colegio y despertar a su padre. Con quince años logró huir de allí y malvivió robando y haciendo cosas de las que no estaba muy orgulloso, pero no se arrepentía. Todo esto le había llevado a ser el gran hombre de negocios que era hoy en día.

Tras comprobar que los Lions, su equipo de fútbol, había vuelto a perder por cuarta semana consecutiva y que las acciones que adquirió hace unos días continuaban ascendiendo ligeramente, subió a su habitación a ponerse cómodo. Para René, su traje era como una segunda piel. Se sentía con él tan a gusto que cuando llevaba cualquier otra cosa creía que iba disfrazado. Era su única manera de estar totalmente tranquilo, pero también entendía que las convicciones sociales le impedían llevarlo, por ejemplo, para hacer deporte, dormir o una cena informal, por lo que se adaptaba. Al final, René era como un camaleón. Había aprendido a pasar desapercibido y camuflarse para poder sobrevivir.

Se quitó la camisa y se quedó con la camiseta interior, cambió sus pantalones de pinza por otros limpios que no necesitaban cinturón y se puso un calzado mucho más cómodo. Era lo único que le desagradaba, siempre le hacían daño y le apretaban. Había comprado cientos de pares a lo largo de su vida, algunos carísimos y otros más económicos, pero no lo conseguía por lo que en casa los evitaba siempre que podía. Sus zapatillas le hacían sentir que andaba encima de algodones.

Cuando acabó volvió a la cocina a prepararse una comida ligera: una ensalada capresse y una torta de arroz acompañados de una copa de vino. Era sábado, se lo podía permitir. No tenía que trabajar al día siguiente y la noche iba a ser larga.

René trataba su cuerpo como un templo. A sus treinta y nueve años conseguía ligar con casi cualquier mujer y era la envidia de sus compañeros de trabajo. Alto, bronceado, con un torso esculpido a base de gimnasio y aún conservaba todo su pelo. Tratamientos de belleza muy caros, pero que se podía permitir, ayudaban mucho a que su rostro no tuviese casi ninguna arruga. Esto no había sido siempre así. En su adolescencia su alimentación era horrible y tuvo sobrepeso, principalmente debido a que desde su niñez sus padres le dejaban a su elección las comidas diarias, pues a ellos no les importaba. Después, cuando huyó, empezó a perder peso debido a que pasaba días sin poder comer y las carreras que tenía que dar para que no le cogiesen cuando robaba. Cuando comenzó a ganarse la vida ofreciendo compañía a otros hombres a cambio de dinero aprovechaba sus favores para invertir en su apariencia. Así es como consiguió estudiar a distancia en la Universidad Comunitaria y obtuvo los contactos necesarios para conseguir su trabajo actual, hizo borrón y cuenta nueva y dejó todo atrás.

Preparó la mesa y cogió el móvil para revisar las notificaciones. Una de sus aficiones que más disfrutaba era las aplicaciones para citas sin compromiso. Había probado muchas, pero "Love" era su preferida. El algoritmo era muy preciso y filtraba perfectamente sus gustos. Además, no permitía hacer capturas de pantalla y cualquiera de los dos podía borrar las conversaciones y archivos de los dos móviles, hasta las copias. Era implícito, aunque no lo publicitaran, que era una aplicación perfecta para infieles. El logo que aparecía en el móvil era un rectángulo en el que se leía "lector de documentos". Cuando te metías, realizaba esa función. Tenías que poner un código específico que mandaban a tu correo para activar la aplicación real, cuyo funcionamiento era muy parecido a las demás: ves fotos de usuarios según tus preferencias y le mandas un "toque" a las que te gusten. Si la otra persona hace lo mismo con tu foto se abre la opción del chat.

Revisó y eliminó algunas conversaciones que no estaban resultando muy fructíferas, puesto que René buscaba un tipo muy específico de mujer. Le gustaban no demasiado jóvenes, en la treintena, que tuviesen buena conversación para cenar y por el chat y sin mucha vida social. Siempre estropeaba las cosas que tuviesen demasiados amigos, pues no tenían tiempo para conocerse bien y ponían muchas excusas para no hablar. Quería que fuesen como él: independientes, solitarias y, por supuesto, que quisiesen pasárselo bien sin ataduras. Muy pocas veces quería repetir, solo le había pasado tres veces y ese día había quedado con la última.

Intentó contestar a un par de conversaciones, pero sabiendo que Leticia le esperaba no pudo concentrase mucho. Esa chica le gustaba de verdad. Era inteligente, guapa, trabajaba en un bufete muy conocido y era una de las mejores abogadas penalistas de la ciudad. De ello se podía deducir que era un poco despiadada, pero para René eso la hacía más interesante. Recogió los platos y volvió a dejarlo todo impoluto. Miró la hora, eran las tres, aún tenía tiempo hasta su cita. Iría a darse una pequeña ducha. No creía que la necesitara, pero nunca estaba de más.

Cuando acabó se vistió con su mejor traje para las citas. Además, Leticia aún no le había visto con él. Era importante para dar una buena imagen nunca repetir un conjunto con la misma mujer. Tener tantos trajes daba sensación de seguridad económica que René sabía que a las mujeres les volvía locas. No sabía cuánto tiempo iba a seguir con Leticia, pero quería aprovechar cada momento hasta que, irremediablemente, se cansase de ella.

Siempre le pasaba igual. Conseguía controlar sus sentimientos cuando la mujer en cuestión solo era una cara bonita. La usaba para desfogarse y después borraba las conversaciones. Pero, de vez en cuando (tres veces ya para ser exactos) aparecía alguna que le hacía querer más, pero al final siempre se acababa. En el fondo quería que lo de Leticia continuase más tiempo, pero no iba a ser así. Eso le entristeció un poco, aunque no iba a dejar que le arruinase la tarde. Hoy iba a disfrutar con ella y, si no les quedaba mucho tiempo juntos, no le importaba.

Cogió una botella de vino tinto de la cava que tenía en la cocina. En la ciudad era difícil mantener la temperatura correcta de los vinos en verano si los dejaba a temperatura ambiente, por eso la compró. También cogió una rosa que había comprado en una floristería cuando volvía del mercado. Era un detalle un poco cursi, pero René pensó que a Leticia le gustaría. Con una sonrisa se dirigió hacia la puerta y antes de abrir una alarma empezó a sonar en su muñeca. La tenía programada porque últimamente estaba siendo un poco descuidado y se le olvidaba que era el Medio de las tres.

Mientras la apagaba y se ponía alerta, recordó cuando se convirtió en un Medio. No fue un buen día y le hizo perder demasiado pronto a Paula.

Lo que tuvo con Paula comenzó como con Irina, quien fue la primera, e igual comenzó después con Leticia. Gracias a la aplicación, René estaba conociendo a muchas mujeres interesantes con las que poder tener compañía cada vez que le apeteciese. Además, no era necesario un acercamiento en algún bar de mala muerte donde la mayoría de las mujeres estaban borrachas y desesperadas conforme pasaba la noche. Odiaba tener contacto físico con gente que no conocía y el móvil te permitía evitar esas situaciones.

Con Paula fue como con Irina. Un flechazo instantáneo. Vio su foto en la aplicación y le envió una solicitud al comprobar que había sido recíproco. En la foto aparecía solo su cara, como si fuese tomada para el anuario del instituto. Sencilla, con poco maquillaje y una media sonrisa. Eso era lo que a René le gustaba, despreciaba a las mujeres que elegían como foto principal aquellas en las que salían posando con poca ropa o en posturas que ellas creían que resultaban eróticas. Para una buena carta de presentación había que ser natural y real, como la de Paula.

También descartaba si las biografías que acompañaban a las fotos eran filosóficas, expresaban idealizadas representaciones de un príncipe azul o frases de Paulo Coelho. La de Paula era perfecta, incluía que trabajaba como profesora de Literatura de la Universidad, le gustaban los clásicos, el fútbol y las cenas en buenos restaurantes. Sin hijos, no fumadora y no le gustaban los animales. René tuvo la sensación de que había acertado con ella, más aún después de sus primeras conversaciones. Paula no buscaba nada serio, en el trabajo le habían obligado a cogerse tres meses de vacaciones que le debían desde hace años. Ella no quería, pero eran órdenes directas del Decano, tenía que descansar y no podían pagárselas llegado el momento si no las disfrutaba. Se sintió identificado con ella, hasta que no entró la aplicación en su vida no quería ni descansar los domingos. Sufría de un insomnio muy fuerte que solo conseguía calmar un poco si estaba todo el día ocupado. Un punto más a favor para encariñarse con ella.

Quedaron tres veces en distintos lugares públicos. Paula siempre estaba espectacular. Su pelo rubio estaba perfectamente cuidado y reflejaba la luz de una forma especial. Sus labios eran carnosos y los resaltaba siempre con un toque de carmín que formaba una nota deliciosamente discordante con el poco maquillaje que utilizaba para el resto de su rostro. Sus ojos almendrados no evidenciaban ni una sola arruga que delatase su edad que, por cierto, René nunca le preguntó. Tenía tacto para eso, pero imagino que pasaba ya de los 35. Su cuerpo era perfecto, nada delgada, pero sin estar gorda. Tenía exactamente la cantidad necesaria de curvas para que cualquier hombre se girase al verla pasar.

Además, su gusto con la ropa era exquisito. Al igual que René, también pensaba que el aspecto era importante. Los dos hacían una pareja estupenda, aunque quiso ser prudente y rebajar un poco el entusiasmo, al menos hasta que se conocieran íntimamente, pues lo mismo le había pasado con Irina y eso no acabó bien.

Hablando por teléfono, ya cada uno en su casa después de una gran velada en el mejor restaurante de la ciudad donde los dos disfrutaron de una estupenda cena seguida de unos bailes amenizados por una orquesta en el local, René se atrevió a preguntarle si la próxima cita se la podía preparar en su casa. Paula no dudó, estaba entusiasmada con René, aunque no lo admitiese. Si lo hubiese hecho, Rene habría cortado toda relación con ella en ese momento, pues no era lo que habían acordado. Pero Paula pensó que podría hacerle cambiar de opinión y que esto fuese algo más que una simple aventura pasajera en sus vacaciones forzadas. Aun así, no era todavía el momento de intentarlo. Quiso ir poco a poco, aceptando la propuesta de René de ir a cenar a su casa. Al menos, si no salía del todo como ella quería, se divertirían un poco.

René preparó para ese día la casa más de lo habitual. Todo tenía que estar perfecto, pues de esa noche dependía que siguiese o no con Paula. Para él era importante que físicamente se complementaran. Muchas mujeres habían pasado por su cama desde Irina, pero ninguna había repetido. Estaba seguro de que con Paula iba a poder volver a sentirse bien.

Para cenar preparó un carpaccio de ternera, sushi, que era su especialidad, y lubina al horno. Algo ligero, acompañado con un buen vino y música para ambientar. Un poco de Jazz suave serviría para caldear el ambiente. Cuando llegó Paula le dejó sin habla. Estaba perfecta. Se había recogido el pelo en un moño y René solo podía pensar en lo excitante que sería ver cómo se lo quitaba. Con unos zapatos blancos de tacón y un vestido ceñido a conjunto, largo y bastante escotado, pero nada vulgar. Se había puesto el carmín intenso en los labios que a René tanto le gustaba. A pesar de que no quería emocionarse todavía, no pudo evitarlo. Paula era la adecuada para él.

La cena pasó rápido entre miradas y conversaciones triviales para no estropear el ambiente. En la falta de silencios se podía detectar la tensión sexual latente entre ellos. Cuando terminaron con el postre, unas fresas con nata y chocolate muy sugerentes, Paula se sentó en el sofá con una copa de whisky que René le sirvió mientras éste recogía la cocina. A pesar de las ganas que tenía de estar con ella, no podía disfrutar si sabía que había dejado todo desordenado y sucio. Aún quedaba mucha noche, podía permitirse perder esos minutos y a Paula le pareció que ganaba puntos al ser tan atento y cuidadoso con su casa. No todos los hombres tenían ese respeto por el orden que ella también compartía.

Cuando terminó fue a reunirse con Paula al sillón. Se sentó junto a ella, cogió su copa y la dejó en la mesa. Puso sus manos en la nuca de ella y comenzó a besarla. "Bien" pensó René. Esa era la sensación que estaba buscando. Sus besos eran lentos, húmedos pero cálidos, como a él le gustaban. Paula empezó a avanzar demasiado deprisa, por lo que René le cortó y le dijo que si no prefería irse a la habitación, a lo que ella contestó que sí. Suspiró aliviado, había sitios para hacer cada cosa y el salón no era un lugar para el sexo.

Se cogieron de la mano y fueron hacia la habitación. Paula le dijo que pasaba un momento al baño y mientras René comprobó que estaba todo en su sitio. La habitación era amplia, con una de las camas más grandes del mercado y sabanas rojas. Las paredes blancas, haciendo que en conjunto pareciese una continuación de la cocina debido a la gama de colores. Dos mesitas de noche completaban la habitación, pues no tenía armario, sino un vestidor donde podía guardar todas sus cosas y cambiarse con amplitud para sopesar las posibilidades cada día. Cuando compró el apartamento no estaba, pero era una de las habitaciones extra que mando construir. Este iba a ser su hogar y lo quería exactamente tal y como él planeaba.

Se tumbó en la cama, quitándose los zapatos y la camisa e intentando formar una pose sensual pero no forzada. Colocó los preservativos que tenía en el cajón encima de la mesita de noche. Al poco rato salió Paula del cuarto de baño. Se había quitado el vestido, pero no los tacones. Llevaba un conjunto de lencería de encaje rojo que para nada había sido escogido al azar. Incluso hizo el movimiento que René llevaba esperando toda la noche: se soltó el pelo.

Ahí comenzó todo, la corta relación real entre Paula y René. El sexo fue fantástico, como él esperaba. Los movimientos de ella eran tan seguros como se intuían al conocerla. Consiguieron llegar al éxtasis al menos dos veces cada uno y cuando ya no pudieron más se quedaron abrazados en la cama. Y René no le pidió que se fuese a su casa como a todas las que habían venido después de Irina. Disfrutó de esos momentos, los dos acurrucados, hasta que llegase el amanecer. Lo había conseguido, había encontrado a alguien con quien volver a disfrutar después de mucho tiempo, por lo que se durmió sonriendo.

Por la mañana, en la cocina, empezó a preparar el desayuno para los dos. Unos huevos revueltos, bacon, zumo, café y alguna tostada por si Paula prefería algo dulce. Se sentía realmente descansado y pensaba disfrutar con ella todo el día, puesto que hasta mañana no tenía que trabajar. Cantaba mientras preparaba las cosas como un colegial. Cogió el móvil mientras la cafetera terminaba y borró las conversaciones que tenía activas. No las iba a necesitar más o, al menos, esperaba que no en un futuro muy cercano. Iba a conseguir que durase mientras no conociese a alguien más, siempre cabía esa posibilidad, pero ahora se merecía disfrutar del momento.

Cogió la bandeja del desayuno y se dirigió al dormitorio para despertar a Paula, pero cuando abrió la puerta se dio cuenta de que ella ya estaba levantada y luchaba por liberarse de las cuerdas con las que René la había atado. Llegados a este punto, Paula se había dado cuenta de que no debería haber sido tan confiada, pero en ese momento solo podía sentir el pánico que le atenazaba todo el cuerpo. Con las piernas y los brazos abiertos, atados en ambas esquinas de la cama, las suaves cuerdas que se cernían sobre ella le hacían sentir muy expuesta. La mordaza le impedía gritar, pero su tacto era agradable. Al menos, René pensaba en la comodidad de sus compañeras.

Colocarla así y amordazarla no había sido difícil. El somnífero que le sirvió con el agua que le ofreció tras sus juegos sexuales era tan potente que Paula no se había enterado de nada de lo que había pasado durante la noche. La fuerza de René tras años de gimnasio hizo el resto. Con razón no se había despertado hasta ahora, que era casi mediodía, aunque él llevaba varias horas levantado haciendo sus rutinas matinales y no la había molestado porque dormía en otra habitación. Igual que no podía tener sexo en el salón, tampoco podía dormir en la misma cama dónde tenía sexo. Era otra de sus pequeñas manías.

Se acercó a la cama y se sentó en el lateral con la bandeja del desayuno bien colocada encima de sus piernas. Empezó a desatar la mordaza de Paula para que pudiese comer, pero entonces ella empezó a gritar, por lo que René tuvo que abofetearla con más fuerza de la necesaria. Se quedó en shock, con los ojos lagrimeando y en su cara comenzaba a aparecer un verdugón rojo. Cogió aire y siguió gritando. La amordazó de nuevo y le juró que no iba a comer nada hasta que dejase de gritar. Salió de la habitación, dejándola agitándose en la cama, intentando liberarse infructuosamente. Sabía que sus gritos no causarían ningún problema. En las diversas reformas que hizo en el piso insonorizó con los mejores materiales del mercado esa habitación, alegando que la utilizaría de despacho para el trabajo y no quería que nadie le molestase. Al final no hubo despacho, lo quería para sus conquistas.

Se sentó en la mesa de la cocina y dejó delante suya el desayuno sin tocar de Paula. Sabía que esto iba a pasar, igual que con Irina. Los primeros días le costó comer, pero al final pudo el hambre y el desgaste. De todas maneras, tenía aún un poco de esperanza. A lo mejor con Paula era distinto, aunque no hubiese empezado bien. Por la noche volvería a probar.

Miró el reloj, eran casi las tres y media, así es que comenzó a limpiar el almuerzo de Paula. Mientras pensaba en todo lo que se iba a divertir esa tarde, llenaba el lavavajillas y sonreía.

Entonces sonó un mensaje en su teléfono.

Le pareció extraño porque hoy en día nadie se comunicaba por mensajes de texto existiendo aplicaciones como Telegram. Por eso fue directamente a mirar su móvil cuando, en otras circunstancias, hubiese terminado de recoger antes de hacerlo.

Nada más abrirlo vio de qué se trataba. Había visto muchas veces ese mismo mensaje en foros, redes sociales y noticias. Todo el mundo conocía como era el mensaje de un Medio.

Dejó inmediatamente todo lo que estaba haciendo y se fue lentamente hacia el sillón. Se sentó y colocó el móvil encima de la mesa, justo delante de él. Puso la cabeza entre las manos y respiró tres veces profundamente. Era un viejo truco que empezó a usar hace años cuando una situación le sobrepasaba. Casi siempre le había funcionado, conseguía pensar con más claridad. Ver la solución del problema, si estaba en sus manos, y sobreponerse. Notó cómo su corazón se tranquilizaba, pero no dejaba de pensar en lo que se le había venido encima. ¿Por qué le tocaba a él? ¿Es que no había sufrido ya suficiente? Cuando tenía 16 años había pasado más miserias que la mayoría de la gente en toda su vida. Y ahora esto. Era el colmo de la humillación. Verse expuesto de esa manera era lo que le preocupaba, tener que estar pendiente todos los días durante una hora de que nadie quisiese matarle, con todos los enemigos que se había ganado durante este tiempo y la cantidad de psicópatas y gente avariciosa que había entre ellos. Pensar que podían recibir un mensaje con su cara y tener ese poder sobre él le hacía subir la bilis.

Además, estaba el tema de la hora. Era el Medio de las 3, momento en el que, por su trabajo, estaba acompañado. No podía excusarse siempre, en algún momento se darían cuenta y, lo peor de todo, pensarían que era un cobarde que no se quería enfrentar a los Sextos. Eso sería un duro golpe para su imagen.

Notaba como la oscuridad volvía a su cabeza e intentó respirar. Llevaba años tomando las riendas de su vida: los negocios, las mujeres, la limpieza. Había conseguido tener todo a su gusto y perfecto, sabiendo sobreponerse y controlar cualquier obstáculo, pero este escapaba a su control. Y solo había algo que lo calmaba totalmente cuando esto pasaba.

Se quedó sentado más de una hora, pensando, sopesando sus opciones y descartándolas una a una. Era demasiado pronto, pero no había otra manera. Además, una parte de él muy supersticiosa que había heredado de su madre pensaba que todo era culpa de Paula. Ella, tan buena y perfecta, le había traído este sufrimiento. Era una cruz de la que René no se podía librar durante un año, pero si compensaba al destino a lo mejor le hacía salir victorioso de este juego.

Y tenía ganas de hacerlo, muchísimas. Ahora que había pensado en esa opción no podía quitársela de la cabeza. Anoche solo esperaba que ese momento tardase en llegar porque Paula le gustaba de verdad, pero ahora sabía que era necesario hacerlo cuanto antes y no le desagradaba. Tenía que salir de esta situación lo más rápido posible.

René siempre había creído en la compensación como una manera de forzar al destino. No creía en el azar, ni en la suerte, todo lo que tenía había sido resultado de su esfuerzo. Pero sí sabía que una fuerza especial actuaba sobre su vida y cuando le pasaban cosas como estas tenía que hacer un sacrificio del mismo valor para que todo volviese a la normalidad. Por ejemplo: si un día se le rompía el coche, cambiaba de móvil. Si perdía un cliente, tiraba todo el alcohol que tenía en casa y compraba botellas nuevas. Este extraño ritual le funcionaba desde hace años y no pensaba dejarlo.

Había sido elegido Medio, ahora tenía que deshacerse de Paula.

Ella comenzó a agitarse en la cama e intentar gritar cuando René volvió a entrar en la habitación. Él se acercó a ella tranquilamente y acarició su cabello. Su cara reflejaba el dolor por despedirse tan pronto, por no haber podido disfrutar tanto como hubiese querido. Pero ya no había vuelta atrás. La dejó marchar como a Irina, estrangulándola suavemente hasta que su último aliento escapó de sus labios. Disfrutó de ese momento en el que sabía que ella comprendía que era libre, que la había dejado marchar.

Tras estos dolorosos recuerdos se sobrepuso y entró en la habitación. Allí estaba Leticia esperándole. Seguía atada, pero hacía días que le había quitado la mordaza ya que llegaron a un acuerdo. Sobre todo porque de alguna manera ella se dio cuenta de que no servía de nada gritar, gracias a sus reformas ningún vecino podía escucharla.

Colocó la rosa en un jarrón que había en la mesa y le dio un beso en la frente. No se apartó, sabía que no debía hacerlo después de todos los correctivos que René le aplicó. No gritaba, pero tampoco hablaba, algo que apreciaba mucho. Siempre había querido a alguien que le escuchase mientras le contaba todo lo que le había pasado en el día. Sirvió dos copas de vino que Leticia nunca tomaba y se sentó a su lado para comentarle que había recordado lo sucedido con Paula, su antigua novia. Cómo terminó todo antes casi de comenzar. No esperaba que lo entendiese, a lo mejor se ponía un poco celosa, pero necesitaba decírselo.

Ya habían pasado casi seis meses desde que se convirtió en Medio. No había tenido muchos problemas. Con una infancia como la suya aprendías a sobrevivir. Veía venir las encerronas desde lejos. Para que una persona pudiese acabar con René en diez minutos tenía que ser alguien tan extraordinario como él y sabía que no había muchos.

En ese momento, inmerso en la conversación como estaba con Leticia, que miraba al techo con los ojos vacíos, notó un fuerte golpe que venía del salón. Paró de hablar y escuchó en silencio, pero no se oía nada más. Justo cuando se levantaba para ver qué estaba pasando, la puerta se abrió y algo entró en la habitación. Se escuchó un pequeño "click" y una luz cegadora hizo que se desorientara y se quedara sin visión momentáneamente. La sala se empezó a llenar de un humo tan espeso que se le metió directo a los pulmones.

Antes de perder la consciencia tuvo tiempo de notar cómo varias personas uniformadas entraban dando órdenes que René no podía comprender. Consiguió colocarse encima de Leticia para protegerla de la locura que se había desencadenado. Pensó en el último momento que, al final, todo esto era un castigo del destino, igual que le pasó con Paula. Tendría que ver cómo podría compensarlo esta vez.

Un día. Solo un día le faltaba a René para conseguir el premio. Conseguiría ganar porque nadie le iba a matar. Era imposible. Al final parecía que el destino tenía otros planes para él. Después de todo, la gente que más le odiaba era la que cuidaba de que se mantuviera con vida.

En su pequeña celda, aislada del resto de los presos y esperando apelaciones que nunca saldrían adelante, al menos daba gracias porque, desde hace años, en las cárceles había inhibidores de frecuencia, por lo que ningún móvil funcionaba. Aun así, siguiendo el protocolo implantado por la UPM, tenía que estar solo la mayor parte del tiempo. Únicamente era visitado por su abogado y a través de una puerta era cómo podían mantener sus conversaciones. La comida llevaba el mismo procedimiento y la higiene... Bueno, digamos que el suelo de su celda era un gran desagüe y disponía de un pequeño grifo donde asearse. No echaba de menos la compañía, pero sí sus trajes y su baño.

A pesar de haber sido siempre tan cuidadoso, según su abogado, tenían muchas evidencias físicas de lo que pasó con Irina y Paula. Y con Leticia le habían pillado en pleno acto, así que solo con ella serviría para encerrarlo de por vida. Él no podía asistir a los juicios, al menos hasta que acabase el año como estipulaba otro de los protocolos de la UPM, por lo que no sabía cómo estaba ella.

Solo un día. Al siguiente sería rico. Pero daba igual, porque nunca iba a poder gastarlo. Parece ser que esa era la compensación que esta vez le exigía el destino.

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