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Tristan: Alguien Bueno Muere, Pero Alguien Malo Nace

Partí hace dos meses para el primer planeta de los miles que me esperan. Tengo a mi consejo conmigo, mientras que Seraphine y Demian formaron el suyo. Al llegar al planeta Lorach, nos reciben la gobernadora Paula Balman. La mujer de pelo corto y verduzco nos recibe con su gabinete.

Los primeros días fueron más de cordialidades que políticos. Se supone que llegarán más gobernadores para la cumbre que se celebrará dentro de una semana.

—Debo admitir que nunca pensé que Robert fallecería —dice la gobernadora Balman sentándose. Nos encontramos en su oficina de su castillo—. Y que usted ahora sea un dios.

—La vida está llena de sorpresas, ya está en nosotros como actuamos acordes a ellas —digo observando mi bebida, le doy un trago—. Está bueno esto.

—Gracias, nuestras cosechas de uvas son bastante populares en tierras sombrías —Ella sonríe para sí misma—. Todos estos siglos mi planeta se ha defendido con uvas y hortalizas.

—Y sin apoyo de la corona —La miro fijo y ella levanta su copa—. La entiendo, también fui gobernador.

—Lo sé, sus alianzas militares son dignas de admirar —Ella le da un sorbo a su bebida—. Espero no ser maleducada, pero me gustaría saber qué espera de mi planeta antes de la cumbre.

—Pensé que mis deseos eran parte del dominio público.

—Oh, por supuesto que lo son —Ella alza la copa y su copero se la llena—. Pero esos son las apariencias. Me gustaría saber qué esperar de su gracia.

—Obediencia —respondo sin más. Ella alza su copa—. Usted y otros gobernadores quieren su independencia de la corona. Lo entiendo en tiempos de Robert, pero como usted dijo, ya está muerto. Y ahora yo ocupo su silla y en mi reino no hay espacio para otra crisis.

—Entiendo, pero como usted dijo, también fue un gobernador y sabe que la corona solo es un estorbo para los planes de gestión —Ella suaviza sus gestos—. La corona le quita a mi planeta cientos de miles de coronas ¿y dónde está el dinero su alteza? No estoy en su gabinete, pero sé de los problemas económicos que Robert dejó atrás ¿no es así su eminencia? Imagínese la cantidad de dinero que recibe la corona en impuestos planetarios. Fácilmente se podría superar al reino del Norte.

—Ya me encargué de enjuiciar a los ministros, pero lo que necesito son alianzas. Mejorar en todos los ámbitos este reino y yo no puedo solo —digo manteniendo la compostura—. ¿Quiere saber mis deseos ocultos? Bueno, lo que deseo es una alianza duradera y que mi reino no se fragmente.

—Sencillo en palabras, más no en ejecución —responde mirándome fijo—. Verlo me resulta difícil. Toda esta aura divina es interesante. Tal vez tenga la fuerza de destruir un planeta con sus poderes, incluso más, pero está rogando apoyo de simples mortales. Que interesante.

—Contradicciones que fortalecen alianzas —digo serio—. Robert murió, su gabinete igual. El universo está cambiando y mi reino no se quedará igual.

—Entiendo, me gustará mucho ver como intenta convencer a los demás —Ella se levanta y yo hago lo mismo—. Espero que usted no se robe mi dinero y se lo gasté en vino y putas.

Ella se arrodilla y se retira.

Tiene razón en la contradicción, soy un dios y ruego para que no me abandonen. Tengo que mejorar mis tácticas. Aunque le concedo lo que dijo sobre el dinero robado. La economía sombría sería la fuerte rival entre los reinos oscuros, pero no es el caso. Incluso Luna teniendo un tercio del reino sombrío (sin involucrar a los planetas) tiene mejores finanzas.

Se supone que debo ser más intimidante y aún sigo pareciendo un niño ¿cómo compito con siglos de política ya establecida? Me han dicho que mi peor mal es mi idealismo, he querido quitármelo o por lo menos disimularlo, pero fallo. Fallo porque pretendo aferrarme a la idea que todos quieren hacer su trabajo de forma desinteresada.

Me preparo con mi gabinete a las propuestas que le haré a veinte gobernadores en específico. Quiero ir abarcando sector por sector o en este caso, galaxia por galaxia. Esto me llevará siglos, siglos en donde me perderé gran tiempo con mi familia. Escribo algunas cartas para mis hijos y a mi esposa, la necesito más que nada, más que una alianza.

A veces me pregunto ¿por qué hago esto, por qué yo tengo que hacerlo? Me cuestiono mucho mis facultades, cuestiono si lo hago mal o solo es mi cabeza diciéndomelo. Siento que este puesto es muy grande para mí, el puesto de gobernador me quedaba bien, tenía poder, pero no demasiado. Tenía estabilidad, tenía a mis hijos conmigo. Era feliz y no me di cuenta.

La cumbre se celebra en el parlamento del planeta. Este lugar es impresionante, un contraste considerable su capital con la capital de mi reino. Las calles limpias y organizadas, los edificios impecables e imponentes. Las personas se quedan paradas en las aceras observando los carruajes pasar; corro las cortinas y saludo a las personas. Algunas me devuelven el saludo, otras simplemente desvían la mirada o se hacen una reverencia.

—Hoy hablarán diez gobernadores y mañana los otros diez —habla Aitana organizando unos papeles dentro de su cartapacio—. Ah, se me olvidaba mencionar a los espectros. Olena estará presente. Lo que he escuchado es que quiere concretar mejor sus alianzas comerciales ahora que la has liberado de las sanciones.

—Bien, supongo que eso es bueno. Sus impuestos no nos vendrían mal —respondo observando a la ciudad.

—¿Y crees que si pagará? —pregunta con su cartapacio ya ordenado y cerrado en sus piernas.

—Lo hará —respondo, pero no sé si sea cierto. Solo lo mantengo esperanza, aunque solo me parezca una ilusión.

Llegamos al parlamento donde todos los gobernadores están reunidos en la escalinata. Dos filas concretamente, el resto de los concejales y personal diplomático se encuentra allí reunidos.

—¿Listo? —pregunta mirándome con una sonrisa.

—Siempre —respondo acomodándome el abrigo de gabardina negra.

El cochero abre la puerta del carro y primero se baja Aitana. Se da unos pasos y llega a la escalinata donde se arrodilla, al igual que el resto de personas. Me bajo del carruaje y camino hasta llegar a la escalinata, subo cada escalón saludando a los presentes. Por fin llego a la gran puerta y se abre en par en par. Las personas se levantan y empezamos a caminar por el lugar. El edificio es magnífico, con techos tan altos y abovedados, pinturas de grandes campos de cosecha forman parte de la decoración. Llegamos a la sala del congreso del planeta, un grupo de guardias me escoltan hasta lo alto del salón. Tomo asiento y la gobernadora se sienta a mi lado, se escucha el bullicio de las personas en preguntar por sus asientos.

—Espero que no le importe un poco el desorden —dice la gobernadora Balman. Luce impecable con un vestido blanco de mangas largas—. Siempre es complicado organizar a tantas personas.

—La entiendo, no me imaginaba que necesitara a tantas personas para gestionar los asuntos planetarios —le digo observando las cinco hileras de asientos con una capacidad de veinte asientos.

—A veces puede ser tedioso, pero les da a las personas seguridad que no viven en una dictadura —comenta observando el lugar. Después de una media hora, por fin la cumbre puede empezar, la gobernadora Balman da un discurso de cinco minutos para luego cederme la palabra. Mi discurso es un poco más largo, Aitana le quitó las partes donde sonara que estuviera rogando.

Después de terminar el mío, cada gobernador expone su discurso y su conflicto con la corona. La gran mayoría expone casi lo mismo, corrupción, robo, descontrol, desconfianza, burocracia. En fin, los mismos problemas de siempre. El octavo gobernador va a empezar a hablar cuando un fuerte estruendo suena. Me volteo a la ventana, el día está nublado, pero una gran bola de fuego se aproxima feroz a la sala.

—¡Todos abajo! —Se escucha el grito de los guardias, pero la bola impacta en la sala golpeando la primera hilera. La fuerza nos hace caer de nuestros asientos.

Escucho gritos y me levanto desorientado. La gobernadora Balman se encuentra inconsciente, la sacudo un poco y ella se mueve lento. Levanto la mirada un fuerte fuego ha empezado en la sala. Los gobernadores y demás personas empiezan a evacuar la sala lo más rápido posible. Levanto a la señora Balman y la saco con ayuda de mis guardias y los de ella. Aitana llega con nosotros tosiendo.

Nos dejo guiar por los guardias de la gobernadora, ella poco a poco va recuperando el conocimiento. Se escucha a lo lejos los gritos desesperados de la muchedumbre, veo por una ventana que hay una fuerte batalla entre el ejército de la ciudad y los rebeldes espectros que los están masacrando.

—¡Busquen a la reina Olena! —Les grito a los soldados. Les ordeno que suban a todos los heridos hasta el piso de arriba.

Olena se une conmigo y ve la escena.

—¿Se puede saber qué carajo hacen tus soldados aquí? —Le cuestiono rabioso.

—Esos no son mis soldados —Ella me dice tensa—. Son los de mi hijo Maegor. Yo no he ordenado ninguna incursión a estas tierras y a ninguna otra.

—¿Y pretendes que te crea? —La miro iracundo—. Tus los controlas, ¿por qué harían esto?

—¡No lo sé, pero ellos no representan a mi reino! —Ella busca con la mirada a sus soldados—. Y yo no pretendo iniciar una guerra innecesaria y mucho menos a mi principal proveedor —Les da órdenes a sus guardias—. ¿Pelearás conmigo? Te juro Tristan que yo no causé esto y mucho menos tenía conocimiento.

La miro fijo y maldigo para mis adentros. Asiento y pido una espada, pero Olena me detiene.

—Ahora eres un dios, pelea como uno —Ella se va a la puerta y se transforma en un monstruo de materia negra, al igual que sus soldados. Sus extremidades se vuelven grises y opacas, sus ojos completamente rojos.

Al abrir las puertas, el caos y la sangre es el escenario menos pensado que tenía. Los gritos y las espadas chocando, los espectros van ganando por montones, es una estupidez pelear con ellos, pero no tengo opción. Invoco a todas las sombras que hay e intento controlar a los espectros. Logro que una parte se detenga y les ordeno retroceder de los soldados planetarios, los muevo para que ataquen a los demás espectros.

Olena logra controlar a otra turba, mientras que sus guardias la protegen para que no la maten. Me esfuerzo para conseguir a más espectros, pero por el otro lado, tengo a las sombras protegiendo a los soldado y población civil. Tuerzo más mi amarre, pero se vuelve complicado cuando tienes que controlar a más de cinco mil mentes al mismo tiempo.

Salgo por la puerta acelerado cuando un grupo de espectros corren para entrar, pero los freno con materia y los mato. Convierto la materia en flechas grandes y las disparo a los espectros que intentan entrar. Me cuesta ver a Olena, sus soldados caen poco a poco, mientras que ella pelea con un buen número de espectros. Intento bajar las escaleras, pero son demasiados espectros que intentan cruzar. Maldigo una vez más y me vuelvo más certero con las flechas de materia, pero no es suficiente. Siento que no puedo más, necesito más poder.

—¡Tristan! —escucho el grito de Olena a lo lejos, pero ya es tarde. Una gran espada atraviesa su pecho y ella cae al suelo para aparecer el rostro de Rowan, el quinto hijo de Olena con la espada ensangrentada.

Por un momento dejo de lanzar flechas y me quedo petrificado. Se supone que yo tengo que prevenir esto, se supone que tengo que proteger a todos, que tengo que traer paz, que tengo que alimentar a mi pueblo, que tengo que ser alguien bueno... pero ya no quiero ser bueno, no quiero pensar más en lo que dicen de mí. Ya no quiero ser bueno, quero que me teman y me respeten y para eso tengo que apagar mi corazón. Tengo que ser el monstruo que siempre tuve que ser.

Los espectros ya están a centímetros de mí, no voy a proteger a nadie que no me jure lealtad de rodillas y suplique por su patética vida. Con la materia oscura los expulsos lejos de la escalinata. Tomaré el consejo de Olena, pelearé como un dios y conozco muy bien a mi familia para saber que los dioses no juegan limpio. Me transformo en un espectro y creo un hacha con materia y mato a cualquier criatura que se me cruza en mi camino. Con las sombras mantengo una barrera para que nadie pueda escapar.

Los espectros me empiezan a dar pelea, pero yo no me rindo. No pienso hacerlo, querían a un rey sanguinario, aquí lo tienen malditos hijos de puta. Ataco, despedazo, destruyo a todo ser viviente que se me cruza. No me detengo, no pienso en las familias que destruyo al matar a estos desgraciados, no pienso en nada. Solo quiero matar a todos los que se osen a perturbar mi paz. Mi paz es lo único que me importa, lo único que debo aspirar y si tengo que conseguirla con un baño de sangre, que así sea.

Sigo peleando hasta que queda una cara se me hace familiar... Rowan me observa con una sonrisa prepotente, no termina de levantar su espada cuando ya lo tengo al frente y le atravieso el corazón, así como lo hizo con Olena.

—Esto no ha terminado —Escupe su sangre sucia.

—Oh, eso lo sé y créeme que arrasaré con todo hasta poner a este reino y los planetas de rodillas —Lo suelto y aplasto su cabeza y cuerpo. Lo hago por dos motivos; el primero, para asegurarme de que el infeliz se muera; y segundo, por mero disfrute.

La batalla termina rápido. Asesino a todos los espectros que participaron. Busco el cuerpo de Olena y la cargo hacia adentro del parlamento. Ambos estamos bañados de sangre, la verdad, no me molesta. Supongo que tengo que acostumbrarme a que seré bañado con sangre bastantes veces. Llego a la habitación donde se encuentran todos los heridos y gobernadores. Ellos se espantan en cuanto me ven, dejo a Olena en una mesa pequeña.

—La cumbre se cancela —digo mirando a cada uno de la habitación—. Ustedes van a jurarme lealtad les guste o no. No se van a separar de la corona, seguirán pagando los mismos impuestos, con la diferencia que esta vez los administraré y haré que cada centavo cuente —Tomo aire por un momento—. Obedezcan a mis órdenes y prometo que no mataré a nadie más por el día de hoy ¿quedó claro?

Los presenten se miran aterrados, pero se va arrodillando uno a uno. Miran el cuerpo de Olena y luego a mí. Estiran sus manos al suelo y agachan la cabeza en señal de obediencia.

—Bien, creo que ahora nos podemos llevar bien.

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