Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Miranda: ¿Sorpresa?

—No es cierto —exclamo alterada.

—Sí lo es —replica Gunilda con la prueba de embarazo en la mano—. Esto no se equivoca tan fácil, además no te ha bajado tu sangrado desde hace dos meses.

—Estrés, a las mujeres también no les baja por estrés o enfermedad —replico recordando las clases de biología de la señora Venus.

—¿Has estado enferma o estresada, por lo menos lo normal? —cuestiona levantándose de mi cama—. Debo hacer la siguiente pregunta...

—Ni se te ocurra hacerla —digo acostándome en mi cama—. Actualmente no está en mis planes tener hijos, y mucho menos los de Stephan. Pero...

—Es tu deber sagrado traerlos al mundo —dice la frase que me han dicho desde que empecé a salir con Stephan—. Entiendo tu dilema, yo también me sentía así con Tomas. Cuando me lo dijeron, sentí que mi mundo se venía abajo. No sabía nada de la maternidad, apenas tenía diecisiete años. Por otro lado, Arem estaba extasiado. Lo celebraba como si fuera la mejor noticia. Yo estaba aterrada, pensaba que era mala persona por no querer o no sentir emoción por mi bebé.

—Por un lado, siento que puedo hacer esto. Pero por el otro, siento que no. Trabajo todo el día, veo a Stephan pocas veces al mes ¿en qué momento vamos a criar a un hijo? —expreso abatida.

—¿Quieres tenerlo? No diré nada si es así —pregunta calmada.

—¿Debería tenerlo? —pregunto abatida, Gunilda tiene razón cuando decía que se sentía como una mala persona al cuestionarse eso.

—¡Miranda! —llama la voz de Stephan. Gunilda y yo no levantamos de sopetón.

—Esconde la prueba y vete por la puerta trasera —le ordeno y ella acepta. Toma las herramientas quirúrgicas y las guarda en el bolso. Escucho las pisadas de Stephan acercarse hacia mi habitación. Gunilda me mira entrando en pánico—. Esconde eso.

La puerta se abre y aparece Stephan con una sonrisa, pero se esfuma al ver el rostro nervioso de Gunilda.

—¿Qué sucede aquí? —pregunta consternado.

—Nada cariño —me guindo a su cuello—. Gunilda me estaba visitando.

—Huele extraño —comenta la guardiana de Stephan—. El bolso de Gunilda huele a Miranda.

—¿Qué hay en el bolso? —pregunta Stephan intercambiando miradas con nosotras dos.

—Nada, el bolso es mío. Por eso huele a mí —digo intentando frenar a Stephan. Él se suelta de mí y va hacia Gunilda.

—No me puedes hacer nada, recuerda donde estás —le frena Gunilda.

—¿Qué hay en el bolso Gunilda? —le ordena Stephan molesto.

—Ya Gunilda se debe de ir —le digo a Stephan, pero él le frena la salida—. Stephan, son cosas de mujeres. No hay nada malo.

—¿Qué cosas de mujeres? —pregunta sin darse la espalda.

—Las que no le incumbe, señor Nieves —exclama Gunilda molesta. Él se voltea hacia a mí y se para al frente.

—Miranda, ¿me dirás lo que está ocurriendo por las buenas o por las malas? —pregunta algo más sereno.

—No te tiene que decir nada —exclama pegándose a la pared porque la guardiana de Stephan la acorrala.

—Esto es ente mi mujer y yo —exclama Stephan molesto.

Medito bien mis acciones y hecho a correr lo más rápido que puedo. Bajo las escaleras a una gran velocidad, pero Stephan está a punto de alcanzarme. La puerta está abierta y brinco por el pórtico. No logro llegar lejos porque Stephan levanta un muro de hielo delante de mí y me encierra junto con él. Mi cárcel se convierte en una cúpula impidiéndome que escape volando.

—Esto lo escogiste así —dice cruzado de brazos—. ¿Es que no confías en mí para contarme lo que te ocurre?

—Sí lo hago, pero hay cosas que no te quiero contar. Así como tú no me cuentas cosas y no te interrogo para que me las digas —exclamo molesta.

—Lo que no te cuento son asuntos de estado, no lo que hago con los muchachos —replica molesto—. Además, ¿por qué no quieres contarme?

—¡Porque estoy embarazada! —exclamo iracunda—. ¡Y no sé si quiero tenerlo!

Él se queda impactado y choca con el muro de hielo.

—Lo que hay en el bolso son las herramientas para hacer una prueba de embarazo. Por eso tiene mi olor —digo con un nudo en la garganta—. Y no sé si quiero tenerlo.

—Comprendo —él se rasca la pequeña barba—. ¿Y por qué no quieres?

—No tengo tiempo para cuidar un bebé y no quiero delegar mi responsabilidad a alguien más. Tú a duras penas tienes tiempo para verme...

—Pero yo quiero a ese niño —me señala el vientre—. Estoy quitándome peso en el trabajo, saco tiempo para verte ¿acaso crees que no lo haría por mi hijo? —él me mira serio—. Sé que es tu cuerpo y todo el cuento que me sueltes. Pero quiero que sepas que si voy a estar cuando me necesites y no te dejaré sola en todo esto.

—Estoy aterrada —digo con las lágrimas recorriendo mi rostro. Él se separa del muro y me abraza—. No sé lo que significa ser una madre, y creo que lo haré horrible.

—Si te soy honesto, los niños me odian y tengo miedo que mi hijo también lo haga —me dice con su cabeza apoyada sobre la mía.

—Eres gruñón, los niños rehúyen de los gruñones —digo sorbiendo por la nariz.

—Y a ti te adoran, serás una madre genial; y si fuera niña, lo más probable la conviertas en una feminista militante —comenta soltando una leve risa.

—Hasta la insinuación ofende —levanta la cabeza y él me mira comprensivo—. Y si fuera niño, lo más probable lo conviertas en un gruñón. Pero como seré su madre, le enseñaré a cómo tratar a las mujeres.

—Yo sé tratar a las mujeres —habla fanfarrón y lo miro mal—. No me mires así, trato bien a mi hermana y tú no estarías conmigo si te hubiese tratado mal.

—¡Disculpa! —me aparto de él—. ¿Quieres que te recuerde todas las veces que me has tacleado, sacado el aire, insultado no solo a mí, también a mí naturaleza y reino?

—Las tacleadas han sido porque tú me lanzabas bolas de nieve. Te saqué el aire una vez y fue porque dijiste que mi madre era una golfa. Y he insultado a tu reino, porque a nivel militar son unos incompetentes. Naturaleza, eso ha sido porque son unos ambiciosos sin límites.

—Como sea —hago un ademán con la mano—. El punto es que vamos a ser padres.

—¡Oigan! —se escucha la voz de Gunilda por fuera de la cúpula. Stephan la desaparece y el frío me invade—. Dile a tu guardiana que me deje en paz —exclama Gunilda. La tigresa de Stephan le gruñe al lobo guardián de Gunilda.

—Ya déjalo Camila —le dice Stephan y Camila se tranquiliza, Marcel no mucho.

—¿Y bien? —pregunta Gunilda observándonos.

—Vamos a ser padres —le responde Stephan atrayéndome hacia a él. Gunilda me mira y yo asiento, ella suspira—. Felicítanos —le ordena.

—Lo hago, pero no porque tú me lo pidas —ella se acerca y me da un abrazo—. Lo harás maravilloso, puedes contar conmigo. Y te digo ahora que yo seré la madrina.

—¿Disculpa? —exclama Stephan confundido—. Eso lo escogemos entre Miranda y yo.

—Stephan, Miranda y yo tenemos treinta años de amistad ¿acaso crees que pondrá a alguien extraño como su madrina? —ella cuestiona cruzándose de brazos—. Y Arem le encantará ser el padrino.

—Nos encantaría —le digo con una leve sonrisa—. ¿Verdad cariño?

—Sí, Miranda —refunfuña—. ¿Qué quieres hacer?

—Pueden venir conmigo, a Arem le encantará las nuevas noticias —Gunilda sonríe y Stephan solo pone su cara gruñona. Los tres nos montamos en el trineo de Gunilda y nos disponemos a ir al castillo de mis cuñados.

Stephan me atrae a su cuerpo mientras que Gunilda tiene en su regazo la cabeza de Marcel. La guardiana de Stephan está atrás. Recorremos el trayecto hasta llegar al castillo de Arem, los cinco nos bajamos del trineo y subimos las escaleras. Arem se encuentra con Tomas sentados en la sala con la chimenea encendida. Gunilda va con su esposo y él la sienta en su regazo.

—Supongo que fuiste bueno y nos estás esperando para cenar —dice Stephan sentándose en el mueble y yo me siento a su lado.

—Estaba esperando a mi esposa, porque supuse que te quedarías con Miranda —responde Arem quitándole el bolso de la discordia a Gunilda.

—Era el plan inicial —él me toma de la mano y la besa.

—Aún no me acostumbro que ustedes dos estén juntos —comenta Arem mirándonos juicioso—. No hace mucho se estaban matando y ahora se profesan amor eterno.

—E inolvidable —comenta Tomas chistoso.

—Y ahora venimos con la intención que seas nuestro padrino —replica Stephan sin soltarme la mano. Su hermano nos mira atónito—. Miranda está esperando a mi hijo, hermano.

Arem mira incrédulo a Gunilda y ella asiente. El hombretón se levanta y Stephan igual, ambos hombres se dan un fuerte abrazo.

—¡Muchas felicidades hermano! —Arem le da palmadas a Stephan—. Y a ti Miranda, ¡enhorabuena mujer! —me levanto y él me da un abrazo no tan fuerte—. Que buenas noticias.

—Muchas gracias, Arem —le digo con una sonrisa.

Tomas también me felicita. Todos nos vamos a cenar, en serio si tengo bastante hambre. Stephan y Arem conversan animados, ellos recuerdan anécdotas de su infancia.

—Él y yo estábamos entrenando. Pero escuchamos el cuerno que avisa que había visitantes extranjeros —Arem corta la carne en trozos para luego comérsela—. Mi padre había ordenado que lo encontráramos en el gran salón. Los dos nos apresuramos, pero habíamos llegado tarde. Cuando llegamos, estaba la valquiria Irami con una chica joven con gran porte, elegancia y arrogancia —Arem mira cómplice a su hermano—. La reina. En ese momento no lo era, pero se entiende. Se había ganado a nuestro padre en poco tiempo gracias a que le dio los nombres de los traidores, y demás información. Nosotros dos estábamos obligados a cuidarla.

—Era demasiado arrogante, pero con el tiempo se ha ido disipando —comenta Stephan tomando su copa de vino—. Pero se notaba que sabía planificar buenas estrategias de batalla, y sigue siéndolo.

—¿Stephan siempre ha sido su guardia? —pregunto comiendo mi sopa con pan.

—No siempre, era yo. Stephan era más el guerrero predilecto de nuestro padre y yo era el que resguardaba a la futura reina —comenta Arem por fin comiendo su carne.

—¿Y Gunilda donde estaba en todo esto? —pregunto curiosa.

—A esa fecha, tenía como unos ocho o diez años, por ahí iba —responde bebiendo su copa—. No tenía idea de lo que sucedía, mucho menos mi tribu. Nadie tenía permitido dejar sus tribus, así que las noticias no llegaban.

Los hermanos cambian de tema, a uno donde las travesuras de Stephan costaban caro.

—Ahora Stephan es más tranquilo, antes un chico lo había empujado y él le voló los dientes —Arem se ríe a carcajadas.

—En mi defensa, ese infeliz se la pasaba molestando a Ingrid —él se ríe por debajo.

La cena transcurre animada hasta que empieza a caer una tormenta, imposibilitando mi regreso a mi casa.

—Con este clima no podré llevarte a casa —dice Stephan tomándome por la cintura. Nos despedimos de Arem, Gunilda y Tomas, ellos me aceptan esta noche en su hogar. Stephan me lleva a su habitación donde empieza a besarme apasionado—. Te deseo.

Él se desviste mientras que yo mantengo mis ropajes. Él me da la vuelta y levanta mi falda para poder acariciarme allá abajo. Me mantengo pegada a él mientras que me saca gemidos.

—No hagas mucho ruido, nos pueden escuchar —me susurra al oído. Asiento y dejo que él haga la suyo, sus dedos juegan con mi coño como mejor le venga en gana. Sus movimientos son apresurados, pero precisos, tocando justo donde tiene que tocar para sacarme varias oleadas de placer. Me tapo la boca cuando el orgasmo se apodera de mi cuerpo—. Buena chica.

Me volteo y le planto cara. Me guindo a su cuello y lo empiezo a besar. Los dos retrocedemos hasta chocar contra la cama y nos acostamos para fundirnos en una apasionada batalla de besos, caricias, palabras sucias y mucho sexo.

—Debo admitir que, entre todos mis años de servicio, nunca alguien me ha dejado tan cansado en un combate —exclama jadeante. Me acuesto en su pecho mientras que me acaricia la cabeza.

—Es que no me puedes comparar con tus contrincantes, es evidente que soy la mejor de todos —digo cubriéndome con la sábana.

—Esa es la idea —dice cubriéndonos y yo lo miro con una sonrisa—. Quisiera hablar contigo sobre el bebé, considero que hay que dejar en claro nuestras ideas de crianzas antes de tener nuestras primeras discusiones al respecto, y a ti y a mí nos encanta discutir.

—Me parece bien —él me atrae más cerca de su cuerpo—. Como será un Einars, hijo de mi sangre y nieto del jefe de la tribu, debe tener una formación militar estricta.

—¿Disculpa? —pregunto consternada—. Por supuesto que no, si quiere ser militar u otra cosa, dependerá de él.

—¿Te recuerdo que acabamos de salir de una guerra hace un año? El servicio militar es obligatorio desde entonces —él me mira serio—. La edad de reclutamiento es a los catorce años, cumple con su servicio de cinco años y luego si quiere ir a la universidad, es cosa suya o seguir con su carrera militar. Pero al ser mi primogénito...

—¿Y si fuera niña? —cuestiono sentándome en la cama. Él se encuentra recostado en la cabecera.

—Igual, aquí no discriminamos por sexo —responde con una media sonrisa.

—¿En serio me dirás eso? —replico con una ceja alzada.

—Antes el reclutamiento solo incluía a los hombres, pero ahora también a las mujeres —responde estirando su mano para que vaya con él—. Necesitamos a todos los soldados que podamos reclutar, dejamos en claro que no somos un reino impenetrable. Entiendo que no quieras que nuestros hijos sufran, yo tampoco lo quiero, pero lo que sí quiero es tener hijos fuertes para cualquier cosa.

—Pero... —él me toma de la mano y me atrae hacia a él.

—No está a discusión, será hijos de mi sangre y por lo tanto tienen un deber con su reino —él me abraza fuerte—. Lo demás que tenga que ver con la crianza, tienes potestad.

—¿No me dejarás criando sola a nuestro hijo, verdad? —le amenazo.

—No lo haré, estaré para ti —me besa en la frente—. Vamos a descansar, el sexo me dejó abatido.

—¿Puedes pelear una guerra por cuatro horas, pero tienes sexo conmigo y te cansas? —cuestiono volviéndonos a acostar.

—Las ironías de la vida —me besa la frente y nos quedamos dormidos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro