Gunilda: Devolviendo El Favor
La vez que Miranda me había ayudado con mi segundo parto, fue de las cosas más emblemáticas de todos nuestros años de amistad. Creo que ahora puedo devolverle ese momento ayudándola con su parto.
—Todo va a estar bien —le digo sosteniéndola mientras que le da otra contracción. Viajé desde la tribu de mi esposo hasta el castillo de mis suegros para poder estar con Miranda. Su sola mirada de alivio al verme fue gratificante. Desde que llegó con la reina hace unos meses, no la han permitido salir de la tribu de los Einars, debido a que los herederos y nietos del jefe, deben nacer en sus tierras para que puedan ser reconocidos.
—Ya has dicho eso, solo quiero que nazcan para poder largarme —exclama irritada. Ella y yo caminamos por toda la amplia sala de partos. Hay cinco mujeres en la sala listas para ayudar a Miranda en su momento; incluyendo a mi suegra y cuñada. Hay una médica, por petición de Miranda y dos sacerdotisas.
—Gunilda, tráela para la tina —me ordena mi suegra.
La habitación está lo suficientemente cálida —lo que permita El Páramo— para ayudar a Miranda, ya que no puede usar los gruesos vestidos porque complicaría su parto. Ayudo a Miranda a entrar en el agua, así paren la gran mayoría de las mujeres de aquí, dicen que ayuda a aliviar el dolor. No supe eso, sino después de mi segundo parto. Miranda pone mala cara.
—Está muy fría —se queja con los pies adentro de la tina.
—Está hirviendo —protesta Ingrid señalando el vapor del agua—. Se puede quemar.
—Me he lanzado a volcanes activos y cientos de dragones me han escupido fuego. Créeme cuando te digo que esto está frío —masculla Miranda señalando a las piedras volcánicas. Estas son traídas con pinzas por una sacerdotisa y las pone dentro de la tina—. Mucho mejor.
—Das más órdenes que la misma reina —protesta Ingrid.
—¿Ahora ves por qué Stephan y ella se enamoraron? —le comento a Ingrid.
—Muy graciosa —se queja Miranda. Ella se sienta en el agua y se pone más dócil—. Por cierto ¿Dónde está ese infeliz?
—No hables así de mi hermano —protesta Ingrid.
—Ay querida, no has visto nada —digo con una sonrisa. Recuerdo todas las veces que Miranda y Stephan se han insultado, maldecido y golpeado. Una vez Stephan la tacleó en media persecución, ya que a Miranda se le ocurrió lanzarle bolas de nieve—. ¿Te acuerdas cuando te tacleó en la nieve?
—Lo ha hecho muchas veces, ya perdí la cuenta —responde jugando con las piedras, agarrándolas como si nada—. Una vez me cargó en el hombro y me dio nalgadas por decirle que se fuera a la mierda.
—Y aquí estás, apunto de parirle dos hijos —le digo con una sonrisa burlona. Ella me mira mal—. No me mires así, tú lo escogiste.
—Me perturba su relación —interviene la señora Astrid cruzada de brazos.
—Y eso que no ha estado allí como Arem y yo. Él simplemente los deja ser, siempre y cuando no sea en su techo —le digo con una media sonrisa—. Y que no se maten mutuamente.
—¿Sabes que la reina se lo había prohibido? —Ella me mira feliz—. Me lo dijo una vez que le había echado la jarra de vino encima.
Todas la miramos asombradas.
—En mi defensa, él siempre entra a mi casa sin avisar y cuando yo no estoy —Miranda se acomoda en la tina y ella nos cuenta su relato—. Había regresado de trabajar cuando la ama de llaves me dice de su presencia. El niño estaba bien acomodado en mi sillón, observando el fuego y bebiendo de mi licor. Y me dijo el muy sinvergüenza que le sirviera más vino y yo, harta que entrara a mi casa como si nada. Le vertí la jarra encima. Le eché trescientas coronas encima, pero solo con ver su cara de enfado y no poder hacer nada. Fue la mejor inversión.
—Pero seguí yendo de todos modos —dice recostado en el marco de la puerta. Todas nos sorprendemos. Pero él solo mira a Miranda tranquilo—. Y gracias a eso, cambiaste al whisky, cosa que fue mejor.
—Ya te habías tardado —le dice sentándose de nuevo. Obviamente se quedó sin armas o no le dice de sus insultos habituales por respeto a su madre. Me voy por la segunda.
—Estaba hablando con mi hermano —Él se acerca a la tina y ve la gran cantidad de roca volcánica en el agua—. ¿Por qué está eso allí? Le podría hacer daño a los bebés.
—Cariño, estoy a menos cincuenta grados, con un camisón ligero sin ser siquiera un ser oscuro, ¿y me pides que las quite? —Miranda lo mira desafiante y él suspira cansado.
Stephan se acerca a su madre y le dice algo al oído. Ella asiente y regresan como si nada.
Miranda se la pasa arrastrándose en la tina por una hora más hasta que vuelven las contracciones. Stephan es el único que se atreve a entrar en la tina, la levanta con cuidado y Miranda grita. La señora Astrid se agacha y llama a las sacerdotisas para que la asistan.
—Veo una cabeza —exclama feliz mi suegra. La médica se queda atrás para recibir a los bebés de Miranda—. Estás haciendo un buen trabajo Miranda, ya falta poco.
Miranda chilla y puja hasta que el bebé es expulsado de su cuerpo. La médica Laura Ferdinand toma al bebé y se va con una sacerdotisa a la mesa de trabajo. El bebé no para de llorar.
—¡Es un niño! —exclama Laura.
—¡Muy bien, solo falta el segundo! —exclama la señora Astrid—. Miranda, necesito que pujes. Solo falta uno.
Stephan no se separa de Miranda y la sostiene mientras que ella puja con todas sus fuerzas, pero lo que expulsa es excremento. Stephan mira el agua con desagrado, pero se queda quieto. La señora Astrid palmea el vientre de Miranda.
Le toma al segundo bebé salir media hora, Miranda se ve debilitada y Stephan la saca del agua.
—¡Es una niña! —proclama la doctora.
Ayudo a Stephan a reanimar a Miranda. Las sacerdotisas logran llevarse la placenta. Tomo un pañuelo y limpio a mi amiga de la entrepierna. Ella no reacciona a mi roce, no despierta.
—Hay que llevarla al agua. Lo caliente la ayudará —le digo a Stephan y él asiente. La carga con facilidad y la deposita en la tina. El agua rápidamente toma un color rojizo y las piedras empiezan a brillar con fuerza.
—¿Qué sucede? —pregunta Ingrid viendo espantada la tina. De repente el agua se evapora en un abrir y cerrar de ojos. El cuerpo de Miranda se prende en fuego y ella se levanta despacio.
—Había olvidado lo que era esto —dice ella mirándose los brazos y luego a los presentes aterrados—. En mi defensa, esto lo provocó las rocas. Cuando la sangre de un maestro fuego entra en contacto con ellas, automáticamente el maestro en cuestión toma su poder y se fortalece.
—Por eso insististe en traer las condenadas piedras —masculla Stephan frustrado.
—¿Hubieras aceptado que Gunilda me llevara con Sira para que me bañara con su fuego ancestral? —pregunta levantándose de la tina y mirando a las mujeres que no le quitan ojo—. ¿Nunca me han visto así?
Todas niegan. Yo si la he visto en repetidas ocasiones y aún no me acostumbro a verla con su cuerpo en llamas.
—¿A qué te refieres con que Sira te bañe con fuego sagrado? —pregunta Stephan molesto. Luego cae en cuenta y me mira asesino—. ¿Lo ibas a hacer?
—Solo si el parto se complicaba, era su deseo —le digo señalando a Miranda.
—Hay muchas formas de tomar poder, pero todas tienen que ser con fuego. Por eso lo del volcán. Una vez me lancé a un volcán. Fue demasiado poder. Pero las piedras o el fuego de un dragón también son iguales de poderosos —ella mira a la mesa de trabajo y sale de la tina—. Quiero ver a mis bebés.
Ella camina hacia los recién nacidos y Stephan se interpone en su camino.
—No verás a los bebés así, les puedes hacer daño —Él la mira tenso. Miranda resopla y vuelve a su cuerpo normal y con eso vuelve a estar desnuda. Stephan la mira iracundo y corro a su lado para darle mi abrigo. Miranda tiene una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ahora sí puedo ver a mis hijos? —pregunta Miranda autoritaria. Stephan se hace a un lado y no se aparta de ella.
Ayudo a las mujeres a recoger toda la habitación mientras que Miranda y Stephan cargan a sus hijos. A él se le va el enojo y tiene una gran sonrisa.
—¿Y cómo van a ser los nombres? —pregunto levantando las rocas con pinzas y guardándolas en su respectiva caja de metal. Miranda tiene que volver a calentarlas.
—El niño se llama Julián Esteban Nieves Calore —dice Miranda cargando al varón.
—¿Es necesario el segundo nombre? —pregunta Stephan sin dejar de mirar a su hija—. Es como si la persona tuviera una segunda personalidad con el segundo nombre. Así como el tuyo, me sorprende que tengas el nombre de Catalina.
—¿Qué es eso de los segundos nombres? —pregunta la doctora Lara.
—Es una costumbre de poner segundos nombres a los niños. Yo, por ejemplo, soy Miranda Catalina Calore Herrera. También ponemos el apellido de la madre. Y así serán mis hijos.
—Lo del apellido lo acepto, pero no me gusta que tengan segundos nombres —dice Stephan paseando con la bebé—. Nuestra hija será Julieta Nieves Calore.
—Julieta Rubí Nieves Calore —le corrige Miranda. Stephan parece pensarlo y acepta. Él se sienta en una silla y no deja de hacerle caritas a su hija. Me parece tierno verlo así.
Miranda se sienta con él y su otro hijo. Le propongo ir a su habitación para que descanse y ella accede. Abro la puerta para ellos y los guío para que puedan estar tranquilos.
—Gracias, en serio —Miranda me dice ante de que cierre la puerta de su habitación.
—Para eso están las amigas.
Ella asiente y se va con Stephan que la llama para que mire a su hija. Me alegro tanto que ella forme su familia. Cuando yo lo hice, me sentí la mujer más feliz del universo. Espero que ella pueda sentirse así.
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