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Demian: Palabras Rotas

    —No entiendo porque tengo que entregar mis armas —se queja mi prima enfurecida.

—¿Así como mis padres tuvieron que entregar casi todo su ejército, para defender el tuyo? —pregunto con el ceño fruncido, ella parece pensar en mis palabras—. Estamos en guerra, y tus armas nos ayudarán a que más gente no muera ¿es que no te importa nadie más que no seas tú misma?

—No es eso...

—Sí, ya sé que es tu seguridad nacional y toda la charada. Pero te recuerdo que mientras estés en el reino oscuro, tienes que obedecer a las órdenes de tus señores —hablo firme—. No te lo vuelvo a repetir ¿me entregas tus armas o tu ejército? Créeme que tus Einars nos ayudarían con la amenaza espectral.

Ella mira fijo al tío de Aurora y él asiente.

—Te entregaré el doble, pero mi ejército no se moverá a ningún lado —Ella me mira asesina. El señor Nieves va a una cojonera, la abre con una especie de combinación mágica y saca una carpeta, él se la pone al frente de su señora. Luna empieza a escribir con sumo cuidado un decreto, tarda como unos cinco minutos. El señor Nieves firma el documento, al igual que yo—. Stephan, encárgate de ese pedido, tienes cuatro días para completarlo.

—Sí mi señora —Él asiente y se va de la oficina de Luna.

—Debo preguntar, mi hermano y yo hicimos acuerdos comerciales, donde estipulaba que en caso de no cumplir con el cargamento. Me vería en la obligación de proveer armamento —Ella me mira con la mandíbula tensada—. Al darte el cargamento de armas ¿me pagarían su valor? ¿Y el hierro se lo daría el año que viene?

—Estamos en guerra Luna, o al menos vamos a entrar a uno ¿y tú me pides dinero? —pregunto consternado.

—Demian, tengo que alimentar a un reino azotado por una guerra. Tengo todas las fronteras cerradas, tengo prohibido ir al reino central a vender lo poco que me permiten ¿y quieres que de gratis lo que arduamente fabrico? En otras circunstancias, te daría si cobrar, pero estoy al borde de una crisis —Me mira firme y su aura es casi dorada—. ¿Dime si me pagarán?

Me quedo en silencio pensando un plan rápido. Tengo cosechas en mi ducado y no he encontrado la forma en vender. Me han bloqueado por haber ejecutado a la familia del duque anterior.

—Te puedo proveer de alimento, dame la lista de lo que necesitas y dentro de una semana te estaré trayendo todo —digo serio. Ella medita mis palabras y abre un cajón de su escritorio y saca un rollo. Lo examina y escribe varias cosas en dicho papel. Termina y me lo entrega. Lo leo y me quedo atónito por la gran cantidad de comida que me pide.

—Es para todo un año, de una población alrededor de trescientas mil personas —dice al ver mi expresión—. Puedes cubrir el sesenta por ciento del pedido para dentro de una semana, y el cuarenta por ciento para el otoño.

—Luna, esto es demasiado —La miro consternado.

—Al terminar la guerra puedo comerciar contigo, comprarte tus cosechas. Solo necesito levantarme y poner algunas cosas en orden —dice con una media sonrisa—. Soy buena pagando, nunca me demoro y cumplo con lo acordado. Sé que eres nuevo con tu ducado y sé lo difícil que la gente confíe en ti. Por eso yo deposito mi voto de confianza en tus manos.

—Me alagas —digo menos nervioso. Suspiro cansado—. Voy a conseguirte lo que me pides, pero tú tienes que otorgare a mi padre lo que solicita.

—Daré mis armas, pero me niego en dar mi ejército —sentencia decidida.

—Hay posibilidad que se involucren, yo tú, no lo descartaría. Busca a un grupo pequeño, cien Einars, con eso mi padre no te molestará —digo suplicante—. No te ganes a mi padre de enemigo Luna, no te conviene en lo más mínimo.

Ella medita mis palabras.

—Voy a pensarlo, pero quiero que le digas a tu padre que mi reino no se involucra en asuntos exteriores, y no pienso sacrificar a ninguno de los buenos hijos de El Páramo por asuntos provocados por insurgentes desgraciados ¿Quedó claro? —exclama autoritaria. Se crea un silencio hasta que ella pregunta—. ¿Por qué Tristan se va a ir a guerra con los espectros?

—Por lo que escuché, fueron los espectros liderados por uno de los hijos de Olena —repito lo que me dijeron mis sombras—. Tu hermano solo actúa conforme a su título confiere ¿o me dirías que no harías lo mismo si tuvieras una zona rebelde y se revelaran?

—Y Olena murió —dice recostándose en su silla, su mirada denota pánico—. La que mantenía a esos monstruos en su jaula.

—Así es —Comparto su miedo. Las historias de mi padre cuando era niño vuelven a mí. Él me contaba como con ayuda de Olena y Robert pudo conquistar el reino oscuro. Sobretodo Olena fue decisiva, ya que ella logró de una forma misteriosa controlar mentalmente a todos los espectros y dárselos a mi padre para que pudiera coronarse como soberano.

—Y ahora Tristan tiene que descubrir cómo controlarlos —dice mirándome aterrada.

Seguimos hablando por lo que queda de la tarde. Ceno con ella y Louisa, ella nos habla de su estadía en el colegio.

Los hombres de Luna consiguen las armas en tiempo record, en tres días y medio. Luna dispuso de cien soldados para vigilar el traslado del armamento. Una gran caravana de ciento cincuenta carros cargando con veinte mil espadas largas, diez mil lanzas, y tres mil arcos y siete mil flechas.

—Stephan se encargará de distribuir mi armamento —dice Luna observando con preocupación—. No permitas que caigan en manos equivocadas, te estoy entregando justo y contado, quiero cada espada, lanza, arco y flecha de regreso.

—En una guerra se pueden perder —le digo cansado—. Y no te preocupes, serán usadas sabiamente. Y buscaré lo que me pediste —respiro profundo—. Recuerda lo que te dije de los soldados, mi padre te los exigirá.

—Lo sé, solo les daré a esos cien. No más —me dice amenazante.

—Hablaré con mi padre, espero que me escuche, pero no prometo nada —digo observando la caravana.

Ella se aleja y se va a reunir con sus soldados. Yo alisto a los míos.

Tardamos una hora en poder salir del reino de Luna, abro el portal y me teletransporto a mis tierras. Mi padre me ordenó que trajera las armas a mi ducado por la discreción que representa mis tierras, la cordillera que sirve como frontera es magnífica para frenar cualquier golpe enemigo. Llegamos y de inmediato los soldados de mi padre nos conducen a un almacén donde los soldados de Luna y los míos guardan cada espada en su sitio, el señor Nieves no se aparta de ninguno de los soldados que toman las cajas con asombro y cuidado.

Me quedo supervisando hasta que un soldado me llama y me conduce hasta la base principal, donde se reúnen los más altos cargos. Antes no podía ni siquiera entrar como observador, ahora entro como el ser más importante, solo por detrás de mis padres. La base militar de mi ducado la he estado mejorando desde que tomé posesión. Este recinto solo cuenta con dos pisos, donde la primera planta son oficinas que operan el sector de recolección de información; y la parte de arriba son las salas de reuniones. Este edificio tiene pinta de una mansión, pero su interior es todo un caos.

Llego al piso de arriba donde se escuchan múltiples voces acaloradas. Los soldados abren las puertas dejándome entrar. De inmediato las voces se callan y las miradas vuelan hacia a mí.

—¿Conseguiste las armas? —pregunta mi padre rompiendo el silencio.

—Así es, Luna me entregó el doble con la condición de que le diera casi todas mis cosechas para alimentar a su reino. Y que no involucráramos a su ejército. Logré que me diera cien soldados Einars —digo acercándome con cuidado hacia a él.

Se escuchan varios bufidos y quejas.

—Este reino perdió gran parte de su ejército por defender al suyo, y ahora sale con esto —se queja un general.

—¿Cuánto dio en total? —pregunta mi padre firme. Le hago un repaso de todas las armas y que un grupo de cien soldados Einars se encuentran organizando el armamento supervisado por el capitán de la guardia de Luna—. Llamen a Stephan Nieves de inmediato a este salón.

Un soldado sale de la habitación y de nuevo los hombres empiezan a discutir sobre la estrategia de ataque. Ya Tristan se encuentra rodeando las fronteras y en conversaciones con los otros hijos de Olena. Los ducados fronterizos se encuentran en amenaza de entrar en conflicto con los espectros.

Las puertas se vuelven a abrir y entra el soldado acompañado del señor Nieves. Él se inclina cortésmente ante la sala.

—Debo agradecerle a tu reina por su generosa contribución a esta noble causa —habla mi padre mirando al tío de Aurora—. Sin embargo, me encuentro en la difícil situación de seguir pidiendo más. Y no me refiero al armamento.

—Mi reina ha dejado claro que no planea inmiscuirse en ningún conflicto extranjero —habla el señor Nieves sin mover el gesto—. Mi señora ha accedido a enviar las armas como muestra de buena fe por la guerra del año pasado. Y también ha prestado a cien soldados Einars.

—Murieron veinte mil soldados del ejército de mi esposa, cinco mil del ejército de mi sobrino Cosmo y diez mil de mis tierras —Mi padre lo mira firme—. Y ustedes, solo tuvieron pocas bajas. Incluso todos los Einars salieron ilesos...—él deja la oración en el aire—. Lo que pido son solo mil de ustedes y las armas se quedan con nosotros.

—Eso no fue lo acordado —Él me mira y luego a mi padre—. Mi reina...

—Tus señores somos mi esposa y yo, y obedecerás por el bien de tu pueblo y tu reina —Mi padre habla amenazante. Una sensación amarga me recorre el cuerpo con tan solo escuchar a mi padre molesto—. Así que sé un buen soldado y dale mi mensaje a Luna. Quiero a mil Einars para mañana ¿entendido?

—Le comunicaré sus deseos a mi reina, mi señor —dice el señor Nieves, se inclina y se va.

La discusión vuelve a acalorarse, me quedo a un lado de mi padre. Observo a todos en la sala, veo las auras de cada uno, pero por la velocidad de los acontecimientos no logro discernir las mentiras. Porque si vamos al caso, todos parecen estarlas diciendo.

Un soldado abre la puerta, entra un mensajero y le entrega una carta a mi padre. Todos guardan silencio, pero la mirada de mi padre recae en mí y yo me aterro.

—Tristan te quiere al frente —Me dice destruyendo la carta.

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