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8. Ocho


El resto de la semana fue tan simple que no valía la pena ser plasmado en mis limitadas páginas... lo interesante ocurrió cuando la fecha de inicio de clases comenzó a acercarse como un depredador asechando a su presa. La primera impresión de la presencia del asechador fue cuando las cartas llegaron a través de una lechuza.

Era un miércoles (un día bastante atravesado) por la mañana cuando Javier entró a la cocina con Goku (su lechuza) siguiéndole de cerca mientras ululaba al ver la emoción de su dueño.

—¡Papá! —soltó mi hermano aún sin haber terminado de correr hasta nuestro lugar. Papá apartó la vista de su celular cuando su hijo se aproximó tan apresuradamente—, ¡me han aceptado en Hogwarts!... otra vez —sonrió finalmente dejando las cartas en frente del que llamaba padre.

—Eso es genial —se animó un tanto mientras levantaba las cartas para verlas mejor—. Y al parecer la profesora McGonagall ha vuelto a la acción —sonrió con nostalgia— uhg, ¿qué es esto? —y sacó una tercera carta.

—¡¿Llegó mi carta?! —preguntó Alejandro dando un salto en su lugar.

—Evidentemente no —le contestó su madre revolviendo sus cabellos, se reclinó un poco hacia su esposo y observó la dirección—, es para Amanda Spellman, se equivocaron.

—¡Rayos! —Alejandro hizo un puchero dando un bocado de mala gana a su desayuno.

—No sabía que esas cosas podrían ocurrir —dijo Javier buscando respuestas en alguna parte de su cabeza.

—Supongo que más tarde podremos redirigirla, cuando tu lechuza haya descansado —finiquito papá dejando las cartas a un lado.

Yo miraba a mis familiares pasando la vista de uno a otro por la mesa, no había comentado nada porque tenía la boca abarrotada de comida. Lamentablemente Alejandro me había incitado a un reto absurdo en donde el que lograse comerse el panqueque más rápido ganaba un estupendo premio de 5 galeones... no perdería contra mi hermanito, además, necesitaba los galeones para emprender mi negocio de dulces este año, era toda una empresaria, como mi padrino.

—¡Gané! —solté sorprendiendo a los comensales cuando hube tragado el ultimo pedazo. La euforia por planear el día de ir al callejón diagon se vio abruptamente interrumpida cuando le reclamé el dinero a mi hermano.

—Papá, ¿tienes cinco galeones? —le preguntó Alejandro de repente.

—Yo no pagaré tus apuestas, hijo —respondió.

Mi hermanito volteó a verme y sonrió incómodamente— entonces lo siento, no te pagaré.

—¡¿Cómo?! —exclamé.

Papá comenzó a reírse de la estafa que ocurrió bajo mis narices. ¡Mi propio hermano me había estafado!

—¿Así es como vas a cariar a tus hijos? —sonrió mi madrastra.

—Que aprendan entre ellos. No siempre voy a estar para resolver sus disputas.

Javier frunció el ceño— ¿vas a dejar que la estafen? —papá se encogió de hombros, divertido—, ¿y que sigue después?, ¿robar un banco?

Mi hermano menor comenzó a reír. Indignada, juré venganza a lo que el me miró con una expresión retadora. Yo tenía influencias... lograría cumplir mi cometido.

Luego del desayuno, leer mi carta de Hogwarts, salir estafada y cuadrar el día para ir al callejón diagon, decidí escribirle una carta a mi nueva a amiga Lily comentándole sobre el día que iría a comprar mis útiles (cosa que me pidió múltiples veces que hiciera).

Mientras me adentraba a la habitación de Javier, Fer parecía ansioso por alguna extraña razón.

—¿Me prestas a tu poderosa lechuza? —pregunté.

—Claro, está por...

Pero el ulular repentino y el maullido de Fer interrumpieron su respuesta. El gato había saltado sobre la lechuza, tumbándola al suelo.

—¡Ah! —gritó espantado Javier—, ¡aleja a ese gato salvaje de mi lechuza!

Las orejas puntiagudas del gato parecieron moverse ante el escándalo que hizo mi hermano, rápidamente se levantó y la lechuza comenzó a ulularle mientras agitaba sus alas a modo de queja.

Últimamente ambas mascotas se habían juntado bastante, se podría pensar que hasta se habían hecho amigos. Sin embargo, en algunas ocasiones Fer lo sorprendía pretendiendo cazarle, aveces la lechuza lograba evadirle... aveces. En otras ocasiones, cuando el elegante gato negro se descuidaba, Goku aparecía volando de la nada y lo alzaba... pretendiendo que el lo había cazado.

—No me gustan esos juegos bruscos —comentó mi hermano examinando a su lechuza, la cual evidentemente se encontraba ilesa—, se van a venir matando un día.

—No seas exagerado —respondí alegre—, Fer tiene unas siete vidas —le resté importancia. Javier me miró mal; eso me hizo observar al gato con una mirada de desaprobación—. Muy mal gatito, muy mal.

—Miau.

Luego de un momento logré amarrar la carta a la pata de la lechuza, la cual amablemente acepto su encomienda y se dirigió a hacer el pequeño mandado.

En breve acordamos bajar, por inercia me dirigí a la biblioteca de la casa con mi hermano, por suerte en ese momento mi madrastra no se encontraba ahí.

—¿Qué buscas? —me preguntó observando las estanterías con cuidado, esperando a que le dijese el tipo de libro que estaba buscando con tal de ayudarme.

—Un libro de historia, mágica... no muggle —especifiqué tomando un tomo de una de las estanterías blancas.

Javier soltó un pequeño «entendido» mientras buscaba, decidió romper el silencio— cuando tenga el libro blanco —comenzó, haciéndome estremecer— no tendré la necesidad de buscar libros así... ¿por qué lo haces? —preguntó bajito.

—Bueno... hay dos razones bastante sólidas —lo miré y el asintió esperando a que continuara—. La primera es que una pregunta te lleva a otra, te pierdes en la búsqueda interminable del conocimiento... y la segunda es que el muy listo responde demasiado —solté lo ultimo enojada.

—¿Cómo demasiado?, ¿no es eso bueno? —me miró confundido.

—¡Claro que no! —grité susurrado—, hay que saber formular la pregunta. El muy cara cuadrada complica demasiado las cosas... la última vez que le pregunté sobre dónde había dejado mi abrigo me recalcó los mil y un lugares donde lo había dejado anteriormente, hizo hasta una línea de tiempo. No pienso preguntarle algo de historia hasta que la pregunta sea específica —fruncí el ceño.

Dejamos un minuto de silencio, solo se escuchaba el movimiento de libros y nuestros pasos.

—¿Y le has preguntado por la familia? —murmuró como quien no quiere la cosa.

Me planteé la respuesta, ¿debía decirle?, la última vez que mentí terminó mal... una mentira te lleva a decir otra para encubrirla y después otra, y otra, hasta el punto en el que terminas con una venda en tu brazo izquierdo.

—Si —afirmé finalmente.

—¿Y sabes algo interesante?

Lo miré de reojo, ese libro era mucha responsabilidad para una preadolescente de 13 años— bueno... —vacilé—... el libro no te puede responder que miembros de la familia tienen el libro o no. Aparentemente debe ser una especie de secreto.

—Bueno, no todo es tan malo, al menos la tía Elizabeth no mandará sicarios a perseguirte porque sería deshonroso que tuvieses el libro —me regaló una sonrisa. Pero yo sentí que los colores se me habían ido de la cara y veía el mundo más gris.

—No había pensado en eso.

Javier se alarmó y dejó los pocos libros que había estado cargando en una mesa mientras corría a mi lado— tampoco pienses que puede ser real, solo especulaba no pensaba... no debes creerte todo lo que diga, de hecho tengo mucha imaginación. ¿Recuerdas aquel día en...? —pero sus excusas se vieron interrumpidas cuando la puerta de la biblioteca se abrió.

Mi papá (un tanto pálido) entró en la habitación. Inmediatamente me temí lo peor de lo peor... nos observó detenidamente un tanto desconcertado, pero sus palabras hicieron que me calmara un poco.

—Tenemos visitas —comentó un tanto confuso—, visitas familiares.

—¿No que estábamos exiliados o algo así? —pregunté buscando razones lógicas ante tal acto.

—Es... creo que la conocen —nos miró aún extrañado por la situación. Nos invitó (en realidad nos obligó) a salir de la biblioteca, dejamos los libros en la mesa y procedimos a seguirle a la sala.

Una cabellera rubia se hizo presente en mi campo de visión (en realidad era lo que más resaltaba en una casa de castaños). Amanda al vernos sonrió y corrió a abrazarnos. Sin dudarlo le devolvimos amablemente el afecto que nos brindaba.

—¿Q-qué te pasó? —preguntamos Javier y yo al mismo tiempo cuando vimos el raspón en su barbilla, y sus brazos un tanto raspados.

—Oh... —murmuró tratando de ocultarse en si—... bueno, es una larga historia. Casi se remonta a principios del verano.

—¿Pero estás bien? —preguntó esta vez mi padre, observando a la que debería ser alguna especie de sobrina para el.

—Es... complicado.

En breve le ofrecí mi habitación para que se cambiase, sus raspones se veían recientes, sus ropas estaban algo sucias y su cabello rubio no se encontraba tan brillante como antes. Cuando la hube dejado sola (a petición de ella) me dirigí escaleras abajo, lentamente llegué hasta la sala... en la cual parecía llevarse a cabo una reunión familiar.

—Miau —maulló Fer en cuanto me vio aparecer.

—¿Les dijo algo cuando llegó? —escuché a Javier preguntarle a sus padres.

—No mucho —habló mi madrastra—. Se presentó amablemente y mencionó algo de su tía Elizabeth.

—Mi hermana es capaz de muchas cosas... —murmuró papá dirigiendo su vista hacia mi—. ¿Y a ti te dijo algo?

Negué— la dejé en el baño... pero no dijo mucho —miré a Javier.

—¿Crees que... sus padres... se enteraron que nos hablaba aún luego de lo sucedido en navidad? —su vista pareció ir más allá de este mundo.

Mientras yo tenía mis manos sujetas a mi pantalón, mi hermano menor permanecía en un rotundo silencio... de seguro ni conocía a Amanda.

Luego de un rato mirándonos las caras y debatiendo en silencio que debíamos hacer, la rubia pasó por el recibidor, avanzó a paso firme hasta la sala. Nos pusimos en pie y esperamos.

—Iré a ver si la elfa necesita ayuda en la cocina, permiso —habló la mujer de la casa yendo hasta el lugar.

No la observé mucho, estaba muy ocupada mirando a la rubia... quien se veía levemente incómoda.

—¿Y... —comenzó papá—... tus padres saben que estás aquí?

Amanda se encogió de hombros— tal vez lo supongan.

*

Cuando el té estuvo listo y nos hubimos sentado en el comedor a degustar una fabulosa merienda a deshora, finalmente Amanda se había tranquilizado lo suficiente como para contarnos que serie de acontecimientos extraordinarios la hicieron terminar en esta situación, como lo dirían los Spellman modernos «compartiendo el pan con el enemigo».

—A principios del verano —contó Amanda—, mis padres me recalcaron que no debía responder a su correspondencia (nos señaló a mi hermano y a mi), por evidentes razones —mi padre asintió un tanto avergonzado—, pero no pude... es decir, la tía Elizabeth suele exagerar todo y ustedes son muy buenos primos, hicimos muchas cosas durante nuestro año en Hogwarts y las palabras de ellos no iban a cambiar mi forma de pensar así como así. Como sabrán, les seguí respondiendo a escondidas de mis padres... eventualmente se dieron cuenta de que mantenía un contacto fraternal con ustedes... así que me mandaron a la casa de la tía Elizabeth para pasar el resto del verano —su respiración cambió, pareció respirar hondo, su espalda estaba bastante derecha, lo cual me indicaba que trataba de preparar sus siguientes palabras, se tomó un momento y prosiguió—. Por un tiempo todo parecía ir bien, luego la tía Elizabeth interceptó una carta, me llevó hasta su escritorio en la biblioteca y tuvimos una charla, me dijo que era la única hija de mis padres así que lo iba a dejar pasar... me fui a mi habitación y luego de diez minutos entró con mis padres detrás de ella, aún recuerdo sus palabras.

Te dije que lo dejaría pasar, pero me temo que tus padres no comparten la misma idea, lo siento —narró Amanda con una muy mala imitación de la tía Elizabeth.

—Mis padres no lo aceptaron —murmuró cansada—, se veían tristes... pero una tristeza extraña... luego la tía nos hizo bajar a cenar, la considero mi última cena —dijo mirando su taza de té—. La tía Elizabeth... —pero en breve sus ojos se cristalizaron y su voz se quebró como la más fina de las galletas—... ella... —un ahogo se atravesó en sus palabras, evitando que continuara por unos segundos.

—Si no puedes... —habló papá, pero ella levantó la mano al igual que su cara, miró al frente con los ojos rojos por las lágrimas y prosiguió.

Su boca tenía un leve fruncido y su mano bajó lentamente hasta tocar la mesa—... ella dijo que si tanto me simpatizaban los traidores me debía unir a ellos. Me exilió en frente de mis padres, quienes no hicieron nada... mamá se puso a llorar y papá solo miró hacia otro lado, no pudo sostenerme la mirada —su mano se volvió un puño y sus mejillas parecieron adquirir un poco del tono rojizo, las gruesas lagrimas caían pero ella no estuvo dispuesta a soltar el más mínimo sollozo—. Tomé mis cosas, caminé hasta la puerta... pasé por el marco y no hube terminado de pararme cuando quise darme la vuelta y ver por última vez los rostros de mis padres, pero cerraron la puerta demasiado rápido... no pude ni alcanzar a verlos por el rabillo del ojo... —finalmente su voz volvió a quebrarse, aquel acto fue precedido por un fino sollozo, el puño que había formado sobre la mesa pareció suavizarse, dirigió la mano hasta su cara y limpió sus lágrimas.

—Amanda... no hace falta que... —intentó hablar Javier, pero la misma rubia interrumpió.

—Déjame... —respiró por un momento—... déjame terminar... necesito... —un ahogo se atravesó—... necesito quitarme este peso de encima —Javier asintió ante la petición y juntó sus manos sobre la mesa esperando a que Amanda prosiguiera—. La noche estaba fría... no saben lo fría que puede llegar a ser la noche cuando te encuentras sola sin saber a donde ir, la gravedad parecía más fuerte y solo podía mirar al frente. Salí del terreno y me senté en la acera, agité mi varita... como habría de hacer en cualquier caso de emergencia... el autobús noctámbulo llegó en un par de minutos —su respiración preció calmarse—. Es curioso, jamás había montado un autobús...

Amanda cuenta que el vehículo era grande, mecánicamente no le encontraba una lógica de ingeniería a su funcionamiento... así que se lo retribuía a la magia. Cuando el muchacho le preguntó si iba a subir o a esperar a un príncipe azul montando en un hipogrifo, Amanda abordó junto con su equipaje, lentamente se digirió hacia un lugarcito y mirando con el mayor disimulo que podía a los demás pasajeros tomó asiento.

—¿A dónde te diriges? —le preguntó el que muchacho mientras el bus comenzaba a arrancar.

La rubia puso una mano en una de las paredes para no irse de boca hacia el asiento que estaba frente a ella.

—A... —pero quedó en blanco «¿a dónde se supone que iría?», pensó... por un momento la fantástica idea de venir con nosotros le surcó por la mente, pero, ¿en dónde vivíamos?, al ser exiliados no tenía idea de dónde podría estar nuestra casa... tampoco es que pudiese decirle al chico «llévame hasta la casa de mis primos lejanos».

—¿Y bien? —insistió el sujeto.

Amanda sabía que no había tanto apuro, aún habían otros pasajeros, pero... ¿quién podría ayudarle?, alguien debía tener esa información que en ese momento resultaba ser invaluable para ella... algún amigo mutuo que fuese cercano a los hermanos... alguien con quien se dirigiesen cartas y supiera su ubicación. Las gemelas Blair eran una opción, una última opción, luego estaba esa chica de Ravenclaw cuyo nombre siempre olvidaba, fue en ese momento en el que se le prendió el foco... un amigo en común y estaba segura de que el conductor sabía la dirección.

—Podría... —habló finalmente la rubia—... podría llevarme a... —Amanda le dijo el nombre de la calle... nombre que no escribiré por motivos de privacidad.

—Está algo lejos —murmuró el tipo.

—No hay apuro.

El muchacho dio la señal y Amanda fue agregada oficialmente a la lista de espera. Fue inevitable para ella no poder llorar, absolutamente todo le recordaba a su familia... incluso el extraño señor con la mitad del bigote cortado, o la señora que llevaba aquel bolso blanco, ¿sería eso piel de gato?, no lo sabía, pero definitivamente la hacía llorar.

—¿Por qué lloras? —le preguntó el joven—, ¿tus padres no te dejan estar con tu novio el motociclista? —Amanda solo lo miró mal, el muchacho levantó sus manos en señal de rendición.

—No quiero hablar de eso —murmuró la Hufflepuff con los ojos cristalizados y la mirada gacha.

—Bien, entonces supongo que has de ir a Hogwarts aún —respondió el chico desde su lugar.

—Si —afirmó la rubia sin verle.

—Bueno, si tu plan con el motociclista falla, podrías ir a trabajar en el caldero chorreante... trabajo por estadía, si tienes suerte, claro —le comentó.

Amanda se quiso sentir ofendida, le hubiese gustado no tener que tomar la idea en cuenta... pero si las cosas se ponían duras y difíciles no le quedaría más opción que ir a por el plan B, tenía su cámara de Gringotts... pero no estaba dispuesta a gastar su dinero como si fuera infinito (aunque aveces parecía que si).

Los ojos hinchados de la rubia comenzaron a pesar, no quería dormirse, pero cada vez que pestañeaba se imaginaba en otro lugar... en cada cabeceada miraba a su alrededor asegurándose de que no le sucediera nada en ese territorio tan ajeno para ella. Sin embargo se dejó llevar y con la cabeza apoyada en el asiento delantero, se durmió.

Su sueño resultó ser tan extraño como efímero... lo explicaba de una forma simple «como estar flotando dentro de un lugar cerrado», Javier y yo conocíamos esa sensación, sin embargo, le habíamos denotado con una descripción distinta: «como un pepinillo dentro de un frasco», dijimos en voz alta cuando Amanda narró esa parte de la historia.

La rubia describió el trayecto como si fuera una distancia corta pero sabía que dada a la atmósfera del lugar había pasado un buen rato, el hombre de medio bigote aún seguía ahí... sin embargo la mujer del bolso había bajado. En un sobresalto la muchacha se sentó erguida «¿cómo pude descuidarme tanto?», se reprendió.

—Que bueno que despiertas, ya vas a bajar —le comentó el joven que la había estado cuidando.

Amanda asintió y observó su rostro por el reflejo de la ventana... «he tenido mejores días», pensó. Luego de otro brusco giro anunciaron su parada.

Cuando hubo bajado y recibido sus pertenencias se encontró en medio de la acera, al voltearse el autobús ya había desaparecido. Le tocó caminar un poco más para llegar a aquel lugar, por accidente tropezó con su propia maleta y cayó al suelo, se apoyó en sus rodillas y se aseguró de que nadie más hubiese visto su absurda caída... al levantarse se apoyó de un banco, pero al estar húmedo hizo fricción y resbaló, raspando su brazo con el susodicho.

—¡Por Merlin! —se quejó.

Una vez más se apoyó (esta vez con las dos manos) y se puso en pie, tomó su maleta y siguió su camino con raspones... no la puedes juzgar, cualquiera que se haya caído sobre el pavimento sabe que los raspones aparecen por nada.

La calle estaba sumamente vacía (tal vez por la hora). Finalmente le tocó subir un par de escalones y llegó al pórtico... aquel famoso pórtico. Vaciló un poco... lo que estaba a punto de hacer no era muy correcto, pero tenía pocas opciones así que cerró los ojos, largo un suspiro y tocó la puerta.

«Knock, Knock», escuchó.

¿Le abrirían o le tocaría dormir afuera?, esa pregunta hizo que girara en si para observar el lugar y ver sus posibilidades en la lejanía... dormir en la entrada de una casa ajena no estaba en su lista de deseos.

Lo pensó un poco, no quería estorbar... pero su situación era delicada, solo un héroe de verdad podría salvarla.

Volvió a tocar, y esperó... solo esperó. Amanda tenía mucha paciencia así que mientras esperaba una señal de vida comenzó a buscar opciones para dormir en el patio. Cuando estuvo a punto de decidirse por sentarse en el «expuesto suelo» un ruido detrás de ella hizo que su acto se detuviera, rápidamente se dio vuelta y observó como la puerta fue abierta lentamente.

La figura de un hombre joven apareció, sus anteojos puestos rápidamente y su cabello enmarañado le hizo entender que había llegado pasada la hora de dormir.

—¿Si? —preguntó el hombre con un poco de recelo.

—H-hola señor Potter... usted no me conoce, no formalmente —Amanda carraspeó un poco—. Soy Amanda Spellman —el rostro de Harry pareció cambiar en cuanto la chica hubo mencionado aquel apellido conocido para el—, tengo un problema y temo que justo ahora uno de sus hijos es la única persona que puede ayudarme.

Harry desvío la mirada hasta la maleta de la chica y luego volvió a reparar en ella, detrás de el se asomó una cabellera pelirroja... la mujer debía ser Ginny. La pareja se observó un momento y parecieron ponerse de acuerdo.

Finalmente la rubia pudo entrar a la casa y sentir la calidez de un hogar, por fin pudo sentirse segura luego de haber sido echada de su familia.

Amanda les explicó cómo pudo a la pareja, en ese momento sobrevivir era crucial y no se podía permitir así misma romperse a llorar, Harry le entendió al instante e invadiendo la privacidad de sus hijos indagó entre las cartas que se habían intercambiado con los hermanos Spellman (o sea, nosotros)... por respeto no las abrió pero si encontró la dirección de la casa. Amanda se dispuso a irse pero la pareja lo impidió al instante, con la excusa de que era tarde y se veía cansada.

En un principio la de cabellos rubios protestó, pero luego pensó en el autobús noctámbulo y decidió pensar en la oferta de estadía.

Cuando amaneció no tardó en agradecer la ayuda recibida, incluso los hermanos Potter le dijeron un amable «de nada» sin saber que hacía la chica en su casa y mucho menos cuando llegó.

Harry se ofreció a traerla por varias razones, la primera era por seguridad y la segunda porque iría de paso por cosas de auror (o así se excusó), Amanda no pensó y aceptó.

Cuando hubo terminado de relatar su historia las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas y finalmente su expresión se volvió una más serena. Ya había llorado lo suficiente (o eso creía yo).

—No creo que tus padres hayan querido echarte así —dijo mi madrastra tomando la mano que Amanda había dejado reposar sobre la mesa.

—Sospecho de Elizabeth —afirmó papa reclinándose en su asiento—, hizo algo completamente incomprensible —el tono de melancolía y la falta de su habitual sonrisa me indicaban que había un trasfondo histórico—. Aveces no entiendo sus acciones.

—Bueno, te quedarás con nosotros el tiempo que te sea necesario —afirmó mi madrastra.

—Camila tiene una cama extra en su habitación, por si no quieres estar sola —dijo papá para luego tomar un poco de té.

—¡Si! —exclamé más alegre—, será como una pijamada todos los días —mi padre me observó como si hubiese dicho algo malo, así que me moví un poco en mi asiento, y con un tono de voz más seriecito, hablé—... solo si quieres, claro.

—Me encantaría —sonrió Amanda.

—¡Ah! —exclamó Javier, como si se hubiese acordado de algo—, esta mañana nos llegó tu carta de Hogwarts... estábamos pensando en ir dentro de poco al callejón diagon.

—¿Tan pronto? —preguntó un tanto desconcertada.

—A papá no le gusta ir muy tarde porque hay muchas personas —le respondió amablemente Alejandro.

Amanda asintió, y, por su expresión, supe que estaba más tranquila, pero... ¿cuanto tiempo le duraría esa paz?, recuerdo que el asunto con Magna el año pasado me tenía mal, muy mal, no me imagino si el daño psicológico y físico te lo ocasionan tus propios padres. Por un momento miré a mi propio padre, luego observé a la pensativa de Amanda.

Fer maulló debajo de la mesa, pidiéndome algo... por el tiempo de convivencia ha sabía que era.

—Iré a abrirle una puerta a Fer, ya vuelvo —comenté.

Amanda se levantó lo más rápido que pudo— ¿puedo acompañarte? —preguntó.

—Si —respondió mi papá por mi.

—Ven —le señalé.

Fer iba delante nuestra como el feliz gato que era, Amanda iba a mi lado, contemplando la casa.

—Es una casa muy bonita —comentó.

Yo asentí— si, a mi me sorprendió la primera vez que la vi —por un momento no sabía que decir, no quería hacer comentarios alegres si ella no se sentía de ánimos pero tampoco quería que estuviéramos tristes todo el día... pensé en un tema que le gustase, eso anima a cualquiera... ahora bien, ¿qué le gustaba?

Fer maulló indicándome que ya habíamos llegado al destino, mientras le abría la puerta recordé el día que Javier y yo salimos corriendo de los invernaderos porque creímos escuchar a la llorona... que resultó ser el gato, ¿por qué había ido a los invernaderos ese día?, luego observé a Amanda buscando alguna respuesta, ella se encontraba entretenida viendo al gato corretear por el patio trasero. Entonces lo recordé.

—¿Y has seguido haciendo mascarillas a base de plantas mágicas? —le miré lluego de formular la pregunta.

Amanda me vio sorprendida— s-si... ¿aún lo recuerdas?

—¡Claro!, me quedé con la duda si el sacrificio en los invernaderos había rendido sus frutos —sonreí.

La rubia pareció emocionarse de alguna manera, por lo menos hablar de ello la entretenía, en poco tiempo tomó más confianza y parecía hablar más libremente.



*

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