11. Primer terrible día
Llegué exhausta a la torre, supongo que en el primer año no me di cuenta de cuan cansado resultaba el viaje: esperar a que cada chico fuese seleccionado para su casa y tener que subir las escaleras más lento de lo habitual porque los prefectos les enseñaban con cuidado a los chicos de primer año cada cosa que podían en el camino.
—... por último y no menos importante, los dormitorios de las chicas están a la derecha y el de los chicos a la izquierda. Podrán encontrar sus pertenencias y a sus mascotas en las habitaciones. Chicos, síganme —llamó el prefecto de este año.
—Chicas, vengan conmigo —señaló una prefecta.
Esperamos a que las de primer año pasaran, luego, cuando se hubieron largado, finalmente pudimos dirigirnos a los dormitorios. El cartel de nuestra habitación que indicaba nuestros nombres ahora ponía «segundo año», no se si deba escribirlo, pero, estoy orgullosa de mi misma.
—Miau —saludó Fer.
—Volví —le sonreí mientras aún podía abrir los ojos. Sin embargo aún debía esperar para poder dormir, tomé uno de los platitos de Fer y le serví agua. Las gemelas ya se estaban cambiando el uniforme por un pijama.
El gato trotó un poco y bebió de aquel líquido. Cuando me hube cambiado el uniforme avancé hasta el pequeño baño del lugar... a ver, jamás lo había dicho pero el baño del dormitorio me daba miedo, solo constaba de un lavabo y un inodoro (las duchas estaban en otro lugar), las gemelas sabían de mi terror hacia el lugar así que no se quejaban de que cada vez que debía cepillar mis dientes dejaba la puerta entreabierta.
—Por fin, Dios, a dormir —murmuré mientras me acostaba en la cama, no miré al par de hermanas y tampoco hizo falta.
—Miau.
—¿Qué pasó? —pregunté con un puchero mientras me movía al borde de la cama y observaba al gato. El felino saltó a la cama y se sentó por el área de mis pies, miré como dió una vuelta y se acostó—. Buenas noches —le sonreí mientras mis ojos volvían a ponerse pesados.
*
El tierno ronroneo de Lucifer me despertó aquella mañana, el gato movía su cabeza en mi barbilla.
—Hola, minino —murmuré y el gato maulló en respuesta. Observé a mi alrededor y me encontraba en el dormitorio que compartía con la chicas... me alivié al saber que mi llegada a Hogwarts no había sido un sueño.
El sol ya había salido así que no perdí tiempo y tomé mi uniforme para dirigirme a las duchas.
—Hola, Spellman —saludó una de las chicas, Millie. Respondí el saludo amablemente y entré a una de las duchas.
¿Cómo funcionan?, pues como cualquier ducha... sin embargo el futuro es hoy, había un cajón al ras de la pared en donde usualmente dejabas la toalla y tu ropa para que no se mojasen, la pregunta es: ¿cómo cabían las cosas en un lugar tan compacto?, la respuesta es simple: no tengo ni idea; lo atribuía a un hechizo de expansión.
Cuando estuve lista salí a la sala común, en donde me topé con otros chicos e intercambiamos palabras rápidas. Avancé hasta salir del lugar; finalmente dirigiéndome al gran comedor.
—¡Camila!
—¡Javier! —exclamé en respuesta mientras mi hermano corría a abrazarme.
—¿Ya tienes tu horario? —me preguntó mientras daba un paso atrás para abrir su mochila... «¡la mochila!», grité en mi mente dándome cuenta de que la había olvidado sobre la cama.
—E-eh —vacilé—... no.
—¿Y tú bolso?
Resoplé un tanto molesta, no quería subir todas las escaleras y buscar mi mochila— se me quedó.
Mi hermano se burló de mi mientras nos abrimos paso hacia el maravilloso desayuno, tal cual entré al lugar dirigí mi vista hasta la mesa de Slytherin... ninguno de mis amigos estaba, me parecía extraño pero preferí no pensar en ello. Pasé por la mesa de Gryffindor y busqué mi horario.
—¡Veremos transformación juntos! —festejó Javier mientras comparaba nuestros horarios.
—Inglés —nos pidió Amanda con un puchero.
—Lo... lo siento —murmuró mi hermano mientras apartaba la vista de los horarios.
—¿Ya vieron a la nueva profesora de defensa? —comentó una voz desconocida. Levanté la mirada y frente a nosotros se encontraba uno de los seres humanos más hermosos que he podido ver con mis propios ojos.
—Claro que la vimos —respondió una chica de Hufflepuff—. Se ve agradable, ¿sabes quién es?
—Había escuchado que trabajó en el ministerio como detective... no se si es completamente cierto, pero, ¿no es fascinante? —sonrió.
Ahora que lo pienso, esperaba que no se notara mucho que lo observaba... es decir, por normas del buen hablante y del buen oyente lo debía de ver mientras soltaba aquellas hermosas y dulces palabras, ¿no?
—Camila —susurró mi hermano mientras me codeaba.
—¿Si? —murmuré mientras veía atenta a la conversación que llevaban los chicos de Hufflepuff junto con el desconocido de Ravenclaw.
—Disimula —me dijo entre dientes—. Ya Amanda se dió cuenta.
—¿Cuenta de que?
—... ah; estos son mis primos: Javier, que ya lo conoces, y Camila... seguramente has escuchado hablar de ella —escuché a Amanda, rápidamente me enderecé y sonreí un tanto nerviosa—. Camila —la rubia llamó mi atención—, el es Jim, está en Ravenclaw, cuarto año y participa en el club de duelo.
—Pareces un currículum parlanchín —el chico sonrió y me dirigió la mirada amablemente—. Un gusto —y me extendió la mano en forma de saludo.
—El gusto es mío —me reí por alguna extraña razón, le tendí la mano y la tomó.
—Escuché que el año pasado el profesor Crull te borró la memoria —comentó mientras dejaba mi mano en libertad.
—Si... —hice una mueca—... tampoco ha sido mi más grande hazaña.
—Supongo que no —sonrió—, pero ya quisiera yo poder tener una aventura.
Por mi mente surcaron las imágenes del año pasado y del verano, por cierto, ya vendría siendo el momento de reescribir esa historia— las mejores aventuras llegan cuando menos te lo esperas —le respondí.
Entonces surgió una animada platica de aventuras y pequeñas anécdotas sobre las cosas que nos han pasado. Los chicos participaron en la charla, haciendo que el desayuno se pasara volando.
—Ya vamos a comenzar clases, será mejor que no nos atrasemos —informó el chico Ravenclaw mientras amenazaba con ponerse de pie. Rápidamente recordé mi mochila y me apresuré a levantarme.
—Debo ir por mi mochila a la sala común —le dije a Javier, sin embargo sabía que los demás escucharon.
—¿Olvidaste tu mochila? —me preguntó Amanda burlona.
Bufé— ¿qué?, obvio no. La dejé estratégicamente ahí —comenté con la pequeña esperanza de que creyeran mi mentira.
—Si, por supuesto —comentó la rubia rodando los ojos.
—Supongo que nos vemos en el almuerzo —sonrió Jim mientras alzaba la mirada en forma de despedida.
—S-si, claro... —pero mientras trataba de ser una persona civilizada y elegante tropecé con mis propios pies, la ventaja de la mesa de Hufflepuff es que quedaba cerca de la pared, la desventaja es que detrás de mi había una gran ventana... así que cuando desgraciadamente estiré el brazo para apoyarme en lo que debía ser una «sólida pared», puse mi mano en el vitral, ocasionando un sonido bastante «audible» sonara con estrépito en el gran comedor.
Las miradas no tardaron en posarse sobre mi, escuché a Javier ahogarse con su propia risa para evitar que una carcajada inundase el gran comedor, prontamente Amanda y los pocos que participaron en la conversación se integraron a su acción... incluso Jim hacia su mejor esfuerzo.
—¿Estás bien? —preguntó el único que llevaba prendas azules en su uniforme.
—Si —respondí bastante agudo mientras tomaba mi horario y salía de ahí arrastrando parte de mi dignidad conmigo, los casuales murmullos comenzaron a surgir con un intento de normalidad; cuando hube salido del lugar apenas podía respirar, sentía como si mi rostro estuviese bajo el intenso sol del verano.
Volteé un segundo y me encontré la ausencia de Fer, no lo culpaba... supongo que el gato sabe lo que es la vergüenza.
—¡Spellman! —escuché el par de gritos femeninos detrás de mi, me detuve un momento tratando de recobrar algún tipo de compostura decente. Ambas venían trotando hasta mi, con una mochila demás... y no era cualquier mochila ¡era la mía!
—¡Mi mochila! —exclamé feliz mientras ambas me tendían el bolso—, gracias... me ahorraron todo el camino —les dije mientras la abría e introducía mi horario dentro de la libreta.
—De nada —comentaron mientras me veían cerrar el bolso.
—Supongo que no queremos llegar tarde a herbología —avisé mientras colgaba la mochila a mi espalda.
—Andando —dijeron simultáneamente mientras cada una me tomaba de un brazo y emprendíamos camino. No pude evitar voltear por si alguien más venía detrás nuestra... en realidad no se a quien esperaba específicamente... pero recordar el incidente de la ventana hizo que volviera mi vista al frente.
Ya no quería volver al gran comedor nunca más. Pero de insufacto la voz de Jim recorrió mi mente «... nos vemos en el almuerzo», esa memoria me hizo dudar de mi decisión.
*
—Bienvenidos nuevamente a los invernaderos —saludó feliz el profesor Longbottom—. Espero que hayan tenido un buen verano y estén listos para... —pero sus palabras se cortaron cuando el sonido de una ventana abriéndose se hizo presente.
—Miau —maulló un gato como si pidiera permiso para entrar, aún incluso cuando la mitad de su cuerpo ya se encontraba dentro del invernadero.
—E-eh... —comenzó el profesor mientras veía como el gato terminaba de pasar y ágilmente aterrizaba en el suelo.
Por otro lado yo trataba de no morirme en ese mismo instante, ya había pasado suficiente vergüenza por esa mañana; como si no era suficiente, Fer se había aparecido por una ventana para vengarse por hacerle pasar pena durante el desayuno. El pretencioso gato trotó hasta llegar a mi lado, saltó y se subió a la mesa en donde se sentó.
—Aveces te odio —murmuré mientras el gato comenzaba a mover su cola.
—Disculpe señorita Spellman —llamó la atención el profesor—. Lamento informarle que no permitimos mascotas en las aulas, tendré que pedirle que saque a su gato.
Los alumnos de la casa Ravenclaw (con los que compartiría esta clase) murmuraban mientras soltaban risitas mientras que los chicos de la casa Gryffindor miraban con preocupación al profesor.
—N-no se si pueda —le respondí nerviosa.
—¿Disculpe? —preguntó con amabilidad mientras levantaba una ceja.
Supuse que el pensó que le estaba retando o algo por el estilo, pero definitivamente no era así, ¡en serio yo no quería retar al profesor Neville!
—No es lo que usted cree, e-es que el gato... —vacilé pero el me miraba en forma de advertencia aun manteniendo su actual aura amistosa (¿cómo lo hacía?)—... bueno... el... —miré al gato mientras los chicos de la casa de Rowena comenzaban a reírse—. Fer, vete, por favor —el gato solo se limitó a acostarse sobre la mesa, suspiré y reuní el suficiente valor para alzarlo, a diferencia de lo que esperaba, el gato amablemente se dejó llevar—. Buen chico —murmuré y lo saqué del aula.
En breve retomamos la clase y agradecí mentalmente a que no nos bajaran puntos, creí que todo había terminado. Cuando el profesor terminó de explicar el plan de estudio de este año y arrancó con la clase, el gato, el maldito gato salido del mismísimo averno se puso a maullar detrás de la puerta.
Cuando el profesor no pudo más me dirigió la mirada con pena— Spellman... —comenzó pero yo ya estaba terminando de guardar todo dentro de mi mochila—... le voy a tener que pedir amablemente que se retire de la clase y se dirija a la oficina de la directora McGonagall.
—Si —asentí mientras me ponía de pie con mi mochila tras la espalda—. Lo lamento, agradezco su paciencia.
El profesor sonrió y me abrió la puerta, cuando salí y la puerta fue cerrada tras de mi no dudé en mirar al gato con el ceño fruncido.
—Haré que te castre —amenacé mientras apretaba el agarre de mi mochila y me dirigía en dirección de la oficina.
—Miau —maulló a mi lado mientras entrábamos al castillo.
—¡¿Para que me querías fuera de clases?!, Fer, he tenido una mañana horrible... y esto —nos señalé— solo lo hace aún más asqueroso.
Como el destino es codicioso y nunca se sacia del sufrimiento de las personas durante el camino me encontré a Pevees, quien comenzó a gritar que había una alumna fuera de clases por todos los pasillos, no tenía ganas de ponerme a discutir y apresuré el paso hasta la oficina.
—¿Qué hace una alumna fuera de clases el primer día? —preguntó una voz adulta a mis espaldas, mi sobresalto fue tanto que Fer se puso alerta como si hubiese una segunda amenaza.
—Discúlpeme, pero me temo que la estoy buscando a usted —le respondí con la cabeza un poco gacha.
—Bueno, supongo que hablaremos mejor en adentro —respondió mientras me observaba detenidamente, avanzó hasta lo que parecía ser una gárgola y esta cedió ante algunas palabras pronunciadas por la directora.
Cuando entramos a lo que debía ser la oficina no pude evitar tratar de memorizar los detalles del lugar, parecía una torre, pero mi simple vocabulario no daba abasto para describir el lugar, era mágico.
—¡Profesora McGonagall! —se escuchó un gritó apresurado.
Antes de que pudiese adentrarse, la mencionada se detuvo en su lugar y se dio la vuelta.
—¿Si?... ¡por Merlín! —exclamó. Por inercia me asomé, parecía un chico de segundo año; estaba parcialmente cubierto por una baba verde—. ¿Qué sucedió?
—E-en la clase de pociones —tragó grueso—. Nos equivocamos con la receta y algunos calderos explotaron —habló rápidamente—, el profesor no puede controlar solo la baba y pidió que la llamásemos.
—Bueno... —comentó mientras se ponía derecha y dirigía su vista a mi—... lo mejor será que usted, señorita Spellman, me deberá esperar aquí —señaló la oficina—. Y usted, jovencito —dijo dirigiendo su vista al chico de la casa Hufflepuff (si, en cuanto lo vi pensé en Javier)—, acompáñeme.
Cuando la directora dió el primer paso la puerta se cerró en mi cara (evitando que pudiese seguir curioseando) y por el retumbar que esta provocó algo cayó sobre mi cabeza, me cubría los ojos, no podía ver nada salvo mi uniforme y el lomo de Fer (eso si miraba para abajo).
—¡Ravenclaw! —exclamó.
Por un momento los detalles rojizos de mi uniforme parecieron titubear, pero estos volvieron a estar como antes en menos de lo que podrías decir «quidditch».
—Me dejaste en Gryffindor —hablé mientras me quitaba el sombrero y lo sostenía enfrente de mi para hablarle de frente—, ¿recuerdas?
—Oh, me temo que siempre percibí a una Ravenclaw —inconscientemente hice una mueca cuando la recopilación de mis malas decisiones y mis peores análisis aparecieron por mi mente.
—No soy la mas lista —le respondí con una sonrisa.
—¡Ah! —exclamó, como si hubiese dado en el blanco—, eso es lo que los hace excepcionales, la modestia, la creatividad, la mente ágil —comentó.
—Entonces... ¿por qué dejarme en Gryffindor? —pregunté mientras caminaba un poco más adentro de la sala.
—La respuesta no es tan simple como la pregunta —comenzó—. Me juzgan por ser un sombrero con parches, pero tengo la mente de los cuates fundadores , aquí, entre mis hilos... cuando te realicé aquella pregunta durante tu selección la respuesta fue curiosa... —rápidamente me sonrojé. No había sido mi mejor aportación en aquel momento, mi yo de doce años y los nervios no se llevaban bien... aunque tampoco es que hubiese cambiado mucho en los últimos meses—... sin embargo, ese ente que te perseguía estaba envuelto en un aura bastante turbia.
—Entonces —le interrumpí—, ¿supo todo ese tiempo lo qué pasó?
—Naturalmente —pareció asentir—. También supe que el águila estaría más seguro entre los leones... si las cosas se complicaban, con suerte, la espada de Gryffindor podría ayudarte... —dejó un momento de silencio. Durante esos segundos traté de recordar una pequeña anécdota que estaba ligada al tema—... aún así, tu historia dió un giro bastante grande. Si lo piensas bien, estar en Ravenclaw hubiese sido igual de beneficioso.
Guardé mis palabras por unos instantes, permitiéndome recordar una célebre frase que las gemelas me dijeron una vez— con todo respeto, señor sombrero, no me gusta pensar en el «hubiese».
El sombrero pareció sorprenderse, pero luego sus arrugas se movieron de tal forma que podría distinguirse una sonrisa entre ellas— entonces no me equivocaba. Si cambias de parecer hay una forma de que entres en aquella casa.
El sombrero me contó como vencer al sistema, era un plan bastante simple pero complejo... no lo quería tomar en cuenta, pero el rostro de Jim durante el almuerzo de hizo pensar mejor las cosas. Por otro lado, los chistes malos de Albus y el intento de carcajada de Scorpion en el pasillo mientras los acompañaba a dejarlos a su siguiente clase también me hicieron vacilar.
—¡Oh, vamos amigo! —se quejó Potter mientras caminaba al lado del platinado— ya no estés tan triste.
—¡Vaya! —Malfoy sonrió ante ese comentario—, no lo había pensado, gracias, ahora me siento mejor.
No pude evitar reír, ese consejo había sido relativamente absurdo... pero lo intentaban.
—Es aquí —señaló el oji-verde al ver un aula en particular.
—¡Nos vemos! —me despedí. Ambos asintieron y me di vuelta para avanzar por el pasillo, mi clase era un piso más arriba así que tuve que empezar a correr para llegar a tiempo.
Mientras corría pensaba en las palabras del sombrero; luego recordé a la profesora McGonagall tratando de hacerme entender la importancia de castrar al gato mientras Fer se escondía detrás de mis piernas.
Decisiones.
*
Más tarde me encontraba en la merienda, ya las clases habían terminado así que aproveché de cambiarme el uniforme por una ropa más cómoda.
—No lo entiendo —dijo Javier mientras dejaba su tenedor sobre el plato—. ¿Dices que para poder cambiarte de casa debes salir de la escuela? —asentí—, ¿por qué harías algo así?
—Saldría un año y volvería al siguiente como un alumno nuevo... puedo pedir hacer la prueba de selección, y con suerte...
—¿En serio quisieras hacerlo?
—No, en realidad no —admití con pesadez—. Pero a la vez si, ¿no te da curiosidad?
—Pienso que es una idea muy impulsiva... ¿sabes todos los cambios qué hay en un año académico?, ya tus amigos hasta podrían tener hijos y te lo habrías perdido —habló.
—Entre más me dices que no lo haga más quiero hacerlo.
—¡Por Merlín!
Me hubiese gustado seguir discutiendo con mi hermano pero la llegada de las hermanas me detuvo, ambas tomaron asiento a mi lado y nos sostuvieron la mirada curiosas... sin embargo pasaron lo que sea que hubiesen sentido por alto.
—Hola —saludaron.
Nosotros les devolvimos el saludo y comenzamos a platicar de cualquier otra cosa, en una de esas no pude evitar preguntar por lo que había sucedido en la clase de pociones de mi hermano, Javier se rió y empezó a relatar la historia.
—Te sorprenderías —decía con una sonrisa—. Alguien cambió algunas de las etiquetas de los frascos, así que todos nos equivocamos en el mismo ingrediente... agregamos colas de iguana en lugar de colas de rata —suspiró—. Así que en lugar de preparar poción crece-pelo... —dejó las palabras en el aire.
—... hicieron que la poción creciera —continúe frunciendo los labios. No me crean una genia, al terminar el primer año el profesor Philip nos dió una base para el segundo año... una de las pociones de las que hablamos era esa «crece-pelo».
—Si, luego llegó la directora McGonagall y se calmó todo... creo que no fue mi mejor primer día —terminó y le sonrió con pesar a sus galletas, tomó una y la mordió.
—Ni lo menciones —añadí pasando la mirada a las gemelas—, ¿tienen los apuntes de la clase de herbologia? —ambas asintieron—. ¡Genial!
*
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