Tristan: Propuestas Y Herencias.
Los ministros en cierto punto sabían lo de la muerte de Robert, solo necesitaban que yo se los confirmara. Se escogió a Bernadette Hoffman como nueva gobernadora, su votación fue casi un unánime. Ella ha sabido mantener a raya la delincuencia en conjunto con Cedric, ha fortalecido la fuerza militar del planeta y ha traído un respiro a los nobles al poder comerciar más a gusto. Confío en que ella sepa llevar el planeta como lo hacía yo o mejor. Dejo los asuntos legales en sus manos y firmo lo que tenga que firmar. La mudanza de mi casa se está efectuando, sin embargo, la casa seguirá siendo de mi propiedad. Le tengo demasiado aprecio como para cederla, así como así. Ella no tiene problema, ella ya tiene su propia casa en la ciudad.
Me regreso al castillo sombrío, Aitana ya tiene toda la agenda planificada para todo el mes. Me proclamaron rey y me dieron los poderes políticos que constituye mi nueva función, la coronación vendrá dentro de seis meses. Mi padre es el primero de los grandes dignatarios que me toca atender.
—Me hubiese gustado que tu proclamación fuese más tranquila —él se sienta en la silla delante de escritorio.
—Ni que lo digas —digo acomodando cientos de papeles de distintas provincias—. He podido frenar al consejo de no atacar a los seres de la luz, pero eso no durará por mucho. Quieren venganza por lo de Robert —mi padre me mira inexpresivo, es difícil poder deducir sus gestos—. Se me ocurría que los seres de luz pagaran de forma económica los daños. Que se dividiera entre los cuatro grandes reinos.
—Me parece un buen trato —dice por fin—. Sin embargo, aún no terminaría los problemas. Aunque se logren frenar algunos reinos, siempre va a surgir un bruto que vaya a atacar a los de la luz y se empiece una guerra abierta entre ambos francos.
—Lo sé —digo llevándome la mano al cabello—. Se está escuchando en poner un bloqueo en la frontera con ellos, que nadie entre, ni salga. No me gustaría que se llegase a esos extremos, muchos reinos dependen de sus tratos con los seres de luz, Luna, por ejemplo.
—La economía de tu hermana se verá gravemente afectada y ni hablar de su familia —mi padre habla preocupado—. También Estrella.
Mi padre y yo entablamos varios acuerdos. Él está considerando empezar a comerciar conmigo siempre y cuando mantenga el control de las sombras. Robert y él no comerciaban mucho antes del ataque de Luna, solo mantenían tratos amistosos. Mi padre me avisa que a final de la semana va a haber una asamblea oscura en el reino del Norte. Él se retira y vuelve Aitana con la agenda y si me confirma lo de la asamblea. Ella y yo empezamos a ponernos al día con todos los asuntos atrasados, incluso cuando Robert estaba vivo.
No duermo en lo absoluto, todo es trabajar, papeles de todo tipo abundan en mi nuevo escritorio. Cada día es un compromiso más, por cada tres acabo, aparecen seis. He recibido todas las cartas de los gobernadores en aprobación en reunirnos en el castillo para solventar los conflictos internos. Llegarán en un lapso de tres meses, los planetas más cercanos serán los que pasen la voz a sus vecinos. Pero necesito aliados y ellos son los más indicados.
Olena llega dos días después de la visita de mi padre. Su sequito de espectros llenan la sala de reuniones, entre consejeros y militares. Dos caras enfrentadas, por el lado izquierdo lo espectros y por el derecho las sombras. El ambiente es hostil y cada bando no repara en mostrar el desprecio que se tienen.
—Honestamente, no me imaginé que este día llegara tan pronto —comenta Olena a mi lado izquierdo—. Espero que la naturaleza de nuestros encuentros permanezcan, su majestad.
—Siempre y cuando haya respeto entre ambas partes, todo irá muy bien —hablo firme.
—Esplendido, me imagino que el bloqueo impuesto a mi reino de forma injusta lo abolirá —habla Olena con una sonrisa pícara.
—En efecto, sin embargo, tengo varias objeciones antes de proceder —le digo, cruzo mis manos por encima de la mesa y ella me mira suspicaz.
—Ya diría yo que el poder no te ha subido a la cabeza —exclama relamiéndose los labios—. Más te vale que seas justo Godness, no estoy para chistes.
—¿Qué es la vida sin bromas? —exclamo jocoso. Ella alza una ceja—. Ay por favor Olena, ¿cuándo he sido malo contigo?
—No lo sé, con tantas víboras asechando. Quién sabe —ella comenta mordaz y con una clara indirecta—. Pero habla de una vez Godness ¿Qué tengo que hacer y cuáles van a ser mis beneficios?
Le hago una seña a Aitana y ella se acerca con el tratado y lo pone en la mesa. Ella sostiene en otra mano el testamento de Robert. Las dos mujeres intercambian miradas cautelosas.
—Allí está el tratado para el fin del bloqueo, pero antes tienes que cumplir con las últimas voluntades de Robert y mías, claro —esas palabras provocan una clara mirada de odio en Olena—. Escucha al menos.
Aitana desenrolla el pergamino con las últimas voluntades del difunto rey.
—A Olena, mi viejo amor, le concedo el reconocimiento de las tierras de Candar. Cuídalas bien en mi ausencia —Aitana lee el pergamino con cuidado, solo lee las partes que son de Olena, los demás involucrados ya saben o sabrán a su debido tiempo—. Por otra parte, reconozco que el final de nuestra relación no fue el mejor y me arrepiento por lo mismo. Sé que no puedo retroceder en el tiempo, por eso te concedo el reconocimiento de nuestro hijo, le concedo el apellido Stonewell, una herencia moderada y el ducado de Doha. Pero él nunca va a ser rey de este reino. Espero que puedas cumplir mi voluntad y que me perdones por como te traté. Si puedo ver a Ruth y a Pascal, les daré tu saludo y decirles que su madre los extraña.
Aitana termina de leer el pergamino y vuelve a su silla justo a mi lado. Olena traga fuerte y se resiste en soltar una lágrima, ya sea por dolor, rabia o tristeza.
—Solo en la víspera de su muerte pudo reconocer sus errores —exclama ácida—. Así que Atlas es un Stonewell —dice con una rabia en ascenso.
—Cumplirá con las voluntades del difunto rey Robert, y cumplirá con las mías —digo firme. He consultado con la reina Laila sobre mi propuesta y ella ha aceptado, la que me preocupa es Lina y Seraphine. Ellas aún no saben nada, pero lo hago por su bien o al menos eso me repito constantemente. Le muestro las pautas a seguir para el fin de su bloqueo. No voy a consentir la piratería en sus tierras y mucho menos en las mías. Se empezará a cobrar por sus exportaciones y tendrá la libertad de comerciar con el quien quiera, tendrá que apegarse a las leyes sombrías. Nada de invasiones o guerras entre ellos; el que ya posea un territorio, será para siempre suyo y en caso de fallecer serán herederos sus hijos proclamados o un pariente que tenga el permiso de heredar. Y por supuesto las flotas imperiales se reactivarán.
—¿Un poco exigente no crees? —cuestiona seria. Su sonrisa malintencionada se esfuma.
—Sabes como trabajo, es de esperar este tipo de cambios —le digo tranquilo—. Otro asunto quería tocar contigo. Yo tengo una hija y tú tienes a Atlas, te propongo un acuerdo matrimonial para sellar el trato.
Ella alza la mirada como todo su consejo y parte del mío. Ellos saben de mis intenciones de casar a mi hija, sin embargo, no se imaginaban que fuera tan pronto.
—Tengo otros hijos que con mucho gusto tienen un mejor reclamo —ella se acomoda en su asiento.
—Pero ninguno con la sangre Stonewell ¿o sí? —cuestiono arrogante. Ella me mira despectiva, su consejero la llama y hablan casi en susurros.
—¿Y cómo hará su hija con su ducado? —pregunta Olena a la defensiva—. ¿O ella y mi hijo gobernarán juntos en el de él?
—Mi hija es mi heredera y ella y Atlas podrán arreglárselas —digo con convicción—. Claro, si acepta.
Ella mira de reojo a su concejero y él asiente a mi propuesta. Se supone que no se deben acordar este tipo de tratos matrimoniales, mi abuela Eva condena este tipo de acuerdos y castiga a los que lo proponen. Pero conozco a mi hija, sé que ella ama a Atlas y que él la ama igual. Solo espero que ese amor si sea de verdad.
Olena por fin de meditarlo, hablarlo y maldecir a buena parte del universo, acepta mis términos. Ella y yo hemos trabajado juntos por casi veinticinco años, ella sabe mi forma de trabajo y yo sé el de ella. En cierto punto me ha ayudado (claro, buscando su propio beneficio) con el control de los planetas, ella tiene un gran control en los planetas grandes, mantiene a sus espectros a raya mientras que los gobernadores están obligados a comprarles sus mercancías. Después del tratado, ella se va con su sequito de espectros y mis consejeros y ministros empezamos a debatir los asuntos de los ducados. También acordamos lo que vamos a decir en la asamblea oscura, algunos acceden a la recompensación económica, otros solo quieren sangre y caos.
Le ordeno a una sombra que busque a mi hija y a Atlas, que solicito su presencia lo más pronto posible en cuanto termina la reunión. Me voy a la oficina a ponerme al día con Aitana en materia económica (al parecer, su especialidad). Empiezo a repasar los libros contables con ella hasta la hora de la cena.
—¿En serio hacías esto en tu antiguo planeta? —cuestiona Aitana cerrando el libro del pequeño reino de Broham.
—Sí, todas las semanas, no hay mejor forma de pasar un viernes que revisando libros contables —comento sarcástico, ella alza una ceja—. Si quería tener el control y dinero, tenía que buscar una forma de donde recortar o de donde tomar.
—Supongo —ella me entrega otro libro contable de otro reino—. Te tardarás bastante en ponerte al día. De todas formas, te organicé reuniones con los reyes menores la siguiente semana para que te pongas al día con ellos y que sigas con los negocios de mi padre.
—¿Cuáles negocios? —pregunto alzando la vista del libro contable.
—Mi padre acordaba con algunos reyes acuerdos donde ellos le pagaban a él directamente y él no le cobraba impuestos —dice organizando los últimos libros de treinta reinos y diez ducados, en un carrito. Lo peor es que, ni siquiera los planetas están incluidos porque si no sería decenas de miles de planetas.
—¿Y me aconsejas que siga con esa estrategia o que les cobre sus respectivos impuestos? En lo personal, me voy con la segunda —digo tomando un cuaderno y anotando las cosas que me llaman la atención—. Necesito dinero para reactivar la flota y mejorar ciertas cosas sociales por aquí.
—Ganas mejor siguiendo los negocios de mi padre —dice empujando el carrito hasta el fondo de la oficina—. Los reyes te dan más, incluso te dan regalos lo bastante costoso que te pueden ayudar. Lo único que harás es pasar esos fondos a las cuentas públicas y así construyes tus flotas. En cierto punto es legal, porque ellos si te están pagando los impuestos solo que no...
—Son impuestos, es una forma de comprar favores. Me imagino que, con ese pago, yo no tengo porque meterme en los asuntos legales y sociales que sucedan en esos reinos ¿cierto? —digo recostándome en mi silla.
—¿Quieres el dinero o no? —cuestiona acercándose.
—Quiero tener el control y el dinero —digo serio—. Háblame de esos reinos. Necesito saber todo lo que pueda.
—Si gustas —ella se sienta y me empieza a contar de forma bien detallada todo lo que sucede en los reinos que le pagan de forma fraudulenta a Robert para que él no se involucre en esos territorios—. Ellos me han escrito preocupados, ellos no te conocen y no saben si tú les vas a hacer la vida imposible. Te aconsejo, que no lo hagas. Tienen sus propios ejércitos y te conozco lo suficiente como para saber que odias las guerras.
—¿Y si llegamos a un acuerdo? Lo que quiero es que cada reino sea autosuficiente, que su situación económica no solo les beneficie a unos pocos, sino a toda la población. Porque para mí no sirve que me paguen una millonada y que su propia gente no tenga ni siquiera para un plato de comida —exclamo firme.
—Bueno, esos reinos tampoco son unos pobretones. Si tienen sus cosas, pero no son como en tu planeta. Lo importante ahora es que hagas aliados, no enemigos —Aitana me mira fijo—. Por ejemplo, con Olena, aunque no me agrada, es una buena alianza —ella suelta un bufido—. Afíncate primero y luego has lo que quieras con inteligencia y determinación.
Iba a contestar, pero tocan a la puerta.
—Adelante —exclamo cerrando el libro contable y entregándoselo a Aitana. Mi hija entra con Atlas y ambos hacen una reverencia. Aitana mira fijo a Atlas y se pone triste al verlo. En cierto punto Atlas si se parece a Robert por la forma de la cara y su mirada ruda.
—Yo me retiro —dice llevándose el libro y se inclina ante ellos dos. Ellos la saludan de forma cortés.
—Su majestad —habla Atlas de forma educada. Él y yo no nos hemos visto mucho antes de la guerra.
—Por favor siéntense los dos —les digo señalando las dos sillas al frente de mi escritorio. Atlas le corre la silla a mi hija y ella le sonríe, luego procede a sentarse él—. Me alegra que hayan podido venir los dos al mismo tiempo.
—No podíamos rehusarnos al llamado del rey —dice mi hija entusiasmada—. ¿A qué se debe esta convocatoria?
—Bueno como verán, tengo muchos asuntos pendientes —señalo con la mirada los libros contables a un lado de mi escritorio—. Y uno de esos asuntos los involucran a ambos —ellos me escuchan atento—. Primero, quiero empezar con Atlas —él me mira confundido—. Uno de los últimos deseos del rey Robert fue reconocerte como su hijo legítimo, también te concedió el ducado de Doha con una herencia de veinte mil coronas —abro un cajón y saco la carpeta de cuero donde está un acta de nacimiento legalizada y un decreto donde lo proclamo como duque de Doha—. Firma estos papeles y todo estará listo. Podrás tomar posesión dentro de un mes para cuadrar toda la logística y la proclamación.
Él toma los papeles nervioso y los lee con mucha atención.
—Yo estuve cuando murió y me dijo que te dijera que lo disculparas por la forma en la que te trató —digo comprensivo. Entiendo por completo lo que pueda sentir, a mí me tomó muchos años para sanar y perdonar a mi hermana y mi padre.
—Es una buena oportunidad para ti, querido —le dice Seraphine tomándole de la mano.
—No lo sé, Seraphine. Esto no quita todo lo que dijo y me hizo —exclama dolido—. ¿Estoy obligado en aceptarlo? —me pregunta y yo asiento—. Lo haré por eso, no por que quiera perdonarlo.
—Entiendo tus motivos, hijo —hablo tranquilo, él se acerca a la mesa y firma los papeles a regañadientes—. Haces bien.
—Solo espero no arrepentirme —dice dejando los papeles en la mesa.
—No lo harás, te mereces que te reconozcan —Seraphine le soba la espalda y él sonríe levemente—. ¿Y cuál es mi parte en todo esto?
La miro fijo y suspiro armándome de valor.
—Acordé con la madre de Atlas un acuerdo donde le retiro las restricciones comerciales y marítimas. Ella aceptó a regañadientes, pero hay una parte del trato la que te involucra —Seraphine se va poniendo seria hasta llegar a la molestia—. ¿Cómo se llevan ustedes dos? ¿si se aman, verdad?
—¿Qué hiciste Tristan Godness? —exclama Seraphine alzando la voz.
—Lo hice por tu bien —exclamo defendiéndome. Ella se levanta alterada y maldiciendo.
—¡¿Por qué mis padres tienen que tomar decisiones de mi vida sin consultarme!? —grita mirando al techo—. Primero, mi madre en ponerme en un ducado en el cual no puedo tomar ninguna decisión sin consultarle a ella primero. ¡Donde un desgraciado ministro de mierda tiene más poder que yo que soy la duquesa de esa porquería de reino! —grita a todo pulmón—. ¡Y ahora mi querido padre —me señala—, me compromete en matrimonio sin consultarme!
Atlas me mira confundido y yo asiento, él se levanta de inmediato y se va con Seraphine para tranquilizarla.
—Amor, respira profundo ¿sí? —Atlas le toma de las manos, pero ella se suelta y se sienta en el sofá.
—Hija por favor, escúchame —salgo de mi escritorio y me acerco a ella—. Te necesito más que nunca, sé que actué de forma egoísta, pero te juro que no lo hago para perjudicarte.
—Sé que soy su hija, pero no tienen ningún derecho en tomar decisiones sin decirme o tomarme en cuenta —ella empieza a llorar y Atlas la consuela. Puedo soportar el fuego despiadado de un dragón, pelear contra un ejército, que me posea una sombra. Pero nunca ver a ninguno de mis hijos llorar y mucho menos por algo que yo haya provocado.
—Hija, por favor perdóname, en serio no quise causarte este dolor —me arrodillo ante ella, intento tomar su mano, pero ella la aparta bruscamente.
—¡Déjame en paz! —ella exclama haciéndose un ovillo en el sofá y le da la espalda a Atlas. Él me mira molesto, sé que lo que hice fue cruel y egoísta, pero es necesario.
—Pídeme lo que quieras, te lo daré sin pestañear, hija por favor no te enojes conmigo. Tú no —me siento a su lado y ella me mira rabiosa.
—¡No tomes decisiones por mí! —exclama sollozante. Me saco del abrigo un pañuelo y se lo entrego, ella lo acepta a regañadientes. Tarda un tiempo en recomponerse y limpiarse las lágrimas—. ¿Y el ducado que dicen que es mío, qué sucede con él? Considerando que solo soy el títere de mi madre, al menos en parte era mío.
—No me molestaría que compartiéramos el liderazgo de mi ducado, tú te puedes encargar de la parte administrativa y los negocios, mientras que yo me encargo de la fuerza militar. Seríamos un equipo, algo como un rey y una reina —propone Atlas abrazando a mi hija.
—Y yo te pudiese dar una compensación económica —propongo intentando consolar a mi hija.
—¿Cuánto? —ella me mira inexpresiva, las lágrimas siguen saliendo, pero las ignora.
—Diez mil coronas —digo rogando que no me pida más.
—Cincuenta mil —replica soplándose la nariz con el pañuelo. La miro atónito, por supuesto que no. Esa cantidad no—. Dijiste lo que pidiese, lo tendría. Ese es el precio que pido para que compenses haberme usado en tus movimientos políticos, padre —dice eso último con rabia. Medito su propuesta y acepto a regañadientes.
—Te lo pagaré en partes, no te puedo soltar esa cantidad, así como así —digo afincando mi codo en el espaldar del sofá.
Ella se levanta y toma una piedra azul de su pulsera.
—Ahora toca decirle —ella aprieta la piedra. La misma piedra que se utiliza para invocar a mi esposa— a mi madre que mi padre me comprometió en matrimonio con Atlas —ella suelta la piedra y se desvanece con el mensaje—. Y que rueden cabezas.
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