Tristan: Estás En Tu Camino...
La oscuridad es lo único que veo. Me levanto del frío suelo de ceniza, instintivamente me llevo las manos al cuello y siento un profundo corte. Me doy la vuelta y no hay nada. No siento nada. Solo oscuridad, pero no es como la oscuridad a la que estoy acostumbrado. Esta es diferente, porque no hay nada.
—¡Dónde estoy! —grito y no hay respuesta. Camino por todo el lugar, pero no hay nada, no veo nada. Ni un árbol, el cielo o algo que me indique el lugar donde estoy. No puedo estar muerto, me niego rotundamente a mi muerte. Tengo tres hijos, Louisa apenas tiene once. Tengo a mi esposa, mi nuevo reino. ¡Tengo una maldita vida!
Pruebo liberar a mis sombras y estas no salen. Siento pánico porque no siento a ninguna dentro de mi ser. Pruebo con materia oscura y tampoco sale nada.
—¡Sáquenme de aquí imbéciles! —les grito a los dioses o al que sea que me indique lo que está pasando.
—¿Padre? —escucho una voz detrás de mí y veo a Lou—. ¿Qué haces?
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestiono hincando la rodilla y la sostengo por los brazos—. No, tú no eres mi hija. Mi hija está viva y esto es un juego retorcido de los dioses.
Me aparto de ella y me levanto.
—Solo vine a mostrarte el camino —ella estira su mano—. Si quieres volver al mundo de los vivos, es mejor que nos demos prisa.
—No estoy muerto —replico enojado a la niña.
—Entonces dame la mano —ella me toma brusca de la mano y ambos salimos de la oscuridad. Aparecemos en un campo de entrenamiento. Conozco este campo.
—¿Regresamos al palacio de mi padre? —pregunto confundido.
—No necesariamente —me dice y señala a un niño practicando con varias mujeres sombras—. ¿Lo conoces?
El niño intenta controlar a las mujeres que firmemente están paradas.
—Relájate, recuerda que somos materia y la materia debe estar tranquila —habla la mujer mayor. Mi versión infantil hace lo que le dice la mujer y logra que esta camine por toda la circunferencia de tierra. Los muros de piedra nos protegían de las vistas de los demás guardias.
Mi versión infantil se alegra de su hazaña. Él voltea en búsqueda de alguien que lo aplauda por su logro, pero él sabe que no hay nadie allí. Las mujeres se despiden del niño y este se va por una de las entradas. Un grupo de guardias me escoltan hasta la entrada del palacio y me dejan solo para que yo suba.
—Sé lo que sucede después ¿qué es esto? —cuestiono molesto.
Ella mueve las manos y nos transportamos a un lúgubre y maldito lugar.
—No quiero estar aquí —me doy la vuelta, pero un grito me detiene.
—Por favor, no quiero estar aquí. Quiero a mi madre —exclama mi yo joven.
—Antes de ser un dios, tienes que hacer pases con tu pasado —dice la niña que pretende ser mi hija.
—Yo sané mis cicatrices —le exclamo a la niña—. Perdoné a mi hermana y estamos bien ahora.
—¿Y a ti mismo? —cuestiona la niña mirando hacia el final del calabozo.
—Que no me guste recordar el año que estuve preso, no significa que no haya sanado —exclamo molesto—. Solo sácame de este lugar.
—No, hasta que hables con él —la niña señala a la última celda—. Y te sugiero que lo hagas ahora o te quedarás para siempre aquí en el infierno.
La niña habla en serio y se pone en todo el medio de la salida. Protesto y me volteo furioso. No tengo nada que hablar conmigo mismo, ya lo he hecho a lo largo de mi vida ¿por qué debo hacerlo ahora? Camino con paso firme, pero me detengo. Sé lo que veré, sé lo que sentiré al verme en el suelo todo sucio, mordido por las ratas y desnutrido.
Doy un pequeño paso y asomo la cabeza. Mi versión joven está en el suelo con la cabeza entre las piernas y sus delgados brazos cubriéndolo.
—¿Tristan? —pregunto nervioso. Él levanta la mirada y sus potentes ojos grises me devuelven todo el dolor que sentí cuando estaba en este lugar.
—¿Tú quién eres? —pregunta sin moverse de su sitio.
—Es complicado, pero soy tú —digo moviéndome hacia el medio de los barrotes, pero sin tocarlos.
—No entiendo —él estira sus delgaduchas piernas. La ropa la tiene toda sucia y maloliente—. ¿Qué haces aquí?
—Al parecer tengo que hacer las paces contigo —hablo nervioso.
—¿Eres una especie de espectro o algún ente del futuro o algo así? —pregunta confundido. Su voz juvenil me trae recuerdos.
—Dejémoslo como un ente del futuro —le digo y él asiente—. Si quieres, me puedes hacer una pregunta. La que quieras.
—¿Saldré de aquí? —pregunta desperezándose.
—Sí, nos sacará nuestra madre con la señora Laila —le respondo con una leve sonrisa.
—¿Mi padre aceptó mi inocencia? —él me mira esperanzado.
—Lo hará, pero nuestra hermana no. De hecho, pasará como unos nueve años para que ella nos crea. Incluso, ella luego buscará nuestro perdón —respondo recordando las veces que ella me buscaba para hablar o la forma en la que se unió a mi hija Seraphine—. Somos unidos ahora, también con Estrella.
—Ella nos abandonó —replica triste.
—Ella tenía sus propios problemas, era solo una chica. Al igual que tú. Sé que sufriste por errores y desgracias de otros, pero hiciste lo mejor que pudiste con tus poderes —le digo intentando animarlo, aunque sé que eso es imposible. No fui feliz por varios años—. Pudimos crear y ayudar a muchas personas. Nos enamoramos, te casaste con una maravillosa mujer y tuvieron tres hijos.
—¿En serio? —él se sorprende y se levanta lento—. ¿Tenemos una familia?
—Sí, la tienes ahora. Por mucho que no estén aquí. Tienes una familia que te quiere. No son perfectos, pero igual te quieren —hablo un poco más cómodo—. Nuestra madre es maravillosa, ella siempre nos creyó.
—Pero ¿por qué estamos aquí? no hicimos nada malo —se acerca el niño con ojos llorosos.
—Nuestra hermana mintió. Ella le dijo a nuestro padre que habíamos atacado a varios guardias —le digo recordando la carta de Luna—. Es por eso que nuestra hermana nos buscó. Ella quería que la perdonáramos.
—¿Y lo hiciste? —pregunta extrañado—. Ella no hubiera hecho lo mismo.
—Nosotros no somos ella, tú y yo somos distintos —estiro mi mano y él la acepta.
—¿Cómo es nuestra esposa, es hermosa? ¿Cómo le hablaste? —pregunta emocionado—. Yo soy muy tímido.
—Lo sé, ella lo sabe y es por eso que ella nos habló primero —le cuento como Lina y yo nos enamoramos. Le cuento cómo tuvimos a nuestros hijos—. Y ahora soy rey del reino del Oeste.
—Nuestra vida suena genial —exclama entusiasmado—. Excepto por esto —mira la celda.
—Es que esto forma parte de nuestra vida, perdemos o ganamos. Lloramos y reímos. A veces el camino puede parecer difuso o incluso parecer que lo perdimos, pero ahí está el truco —recuerdo la letra de la canción de Aurora—. Estamos en nuestro camino, siempre lo hemos estado. Veremos todo cuando aceptemos que la vida no siempre lo muestre todo. Que todo tiene una razón por muy dolorosa que pueda parecer.
—¿Aunque tuvimos que haber estado en prisión? —pregunta resignado.
—Sí, porque esto es algo que nos tocó vivir y aprender. No todo será fácil, pero me alegro haber pasado por todo, porque eso me hizo el hombre en el que soy ahora —él asiente y estira sus brazos para darme un abrazo. Me agacho y los dos nos damos un abrazo. Los barrotes desaparecen y solo somos él y yo. Ese abrazo significa todo para mí, significa que los buenos años de infancia habían terminado, y que vinieron buenos años de adultez.
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