Stephan: Vísperas De Una Guerra Anunciada.
Miranda cayó al suelo y mi reina la eleva con su magia. La acuesta en la cama y le examina la mente. Sé que esto lo ha hecho ya mil veces, pero esta vez es un sentimiento extraño que me incomoda. Mi reina pasó casi todo el invierno por fuera en reuniones de consejo de seguridad con los demás reinos oscuros. La información que le había conseguido fue la última pieza del rompecabezas, pero ya el asunto es más aterrador. No tenemos tiempo ya. La reina Lina le informó a mi señora Laila que ya los barcos de Henry Káiser ya han zarpado y vienen para acá. Los fabricantes de armas están trabajando a toda máquina para la creación de nuevas armas. Artillería pesada para los dragones y barcos.
He entrenado a los soldados, he reclutado a tan solo dos mil más en solo dos años. Más con los soldados que ya posee la reina, serían quince mil soldados. Mi hermano ha reclutado a mil, más lo que tiene, son ocho mil. Él ha perdido soldados con los años porque han migrado al sector minero, donde por obvias razones, ganan el doble que como soldados. La tribu de los Ancestros solo posee tres mil soldados y se encargan de la protección fronteriza entre el mar y ellos. En total hay en todo El Páramo, veintiséis mil soldados. Sin embargo, no se puede dejar las ciudades sin protección; es por eso que se enviarán doce mil soldados. Ocho mil Einars, tres mil Sigurd y mil de los Ancestros.
—Ella es leal —concluye mi reina apartándose de Miranda—. Sin embargo, considerando los tiempos que se avecinan. Quiero que la prepares para el combate con su dragón guardiana.
La miro frunciendo el ceño.
—No, tenemos los hombres y las armas —me acerco a mi reina—. Ya están en camino los demás ejércitos oscuros con su respectiva artillería —pienso bien en mis palabras—. No pienso involucrar a una civil en el campo de batalla.
—Esa civil es una gran jinete de dragón —la reina me mira seria—. Sé que le tienes un gran cariño, pero si la quieres y quieres pasar una vida con ella. Tiene que luchar con nosotros. Somos el muro que protege a los débiles. Y si caemos, todos nuestros seres queridos, lo harán —La reina relaja la mirada—. Tenemos un gran ejército terrestre, pero ellos tienen a toda una horda de dragones que arrasarán con una buena parte. Necesitamos combatir fuego con fuego.
—¿Miranda se enfrentará sola a todos ellos? —cuestiono horrorizado.
—Va a ver un ejército aéreo, pero Miranda estará con ellos —ella me toma de la mano—. Vamos a ganar, pero la victoria necesita sacrificios y lo sabes muy bien. Te dejo para que se lo digas —ella me suelta y se va a la puerta—. Tienes una hora y luego se reúnen conmigo.
Sale de la habitación y yo solo tengo ojos para Miranda. No solo le tengo cariño, la amo y no pienso arriesgarla de esa forma. Me acerco a ella, me meto a la cama y la atraigo hacia a mí. Ella se mueve lento, mientras que le acaricio el rostro. Sus parpados se abren y sus ojos cafés me miran fijo.
—¿Por qué tiene que hacer eso si ya sabe que soy leal? —cuestiona llevándose la mano a la cabeza—. ¿Qué te dijo?
—Te amo —le digo sin pensarlo y ella abre los ojos alerta. Se sienta con cuidado de la cama y me mira confundida—. Escapa lejos de aquí, te conseguiré la forma, pero vete.
—¿Qué sucede Stephan, por qué me dices esas cosas? —pregunta dándose la vuelta, se lleva las manos a la cabeza.
—La guerra se librará a más tardar en cinco meses o antes. Va a haber dragones en la contienda y la reina quiere que pelees con nosotros —confieso abatido—. Puedo conseguirte tiempo, tengo una bola transportadora en mi oficina. Puedes volver a Solaria y estarás a salvo.
—Estás hablando de traición, tú nunca hablas de traición. Tu mente no contempla la traición —ella gatea hacia a mí. Se sienta en mi regazo poniendo sus manos en mi hombro—. No eres un traidor y mucho menos yo. Estaremos juntos siempre y nos cuidaremos —ella me besa la mejilla—. Tal vez este lugar no sea mi hogar, pero las personas que amo viven aquí y pelearé por ellos y por nosotros.
—No sabes lo que dices, no sabes nada de una guerra —le sostengo el rostro—. Por una maldita vez, haz lo que te ordeno. Hazlo por favor, no puedo perderte.
—No lo harás, me he entrenado en el vuelo de dragones en Solaria y a aquí. También he aprendido a combatir con Gunilda. Y tengo una armadura para Sira —ella me besa en la frente y se baja de mí—. Vamos, tenemos que ir con la reina a planear el contraataque.
—No sabes nada de la guerra —mascullo saliendo de la cama—. No sabes pelear y me niego en que participes.
—Tú siempre has dicho que una orden es incuestionable. Bueno, ahora toca aplicar esas palabras —ella me toma de la mano y salimos de la habitación en camino a la oficina de mi reina. Ella me puede pedir lo que sea y sabe que siempre acataré sus órdenes. Pero es distinto involucrar a las personas que amo en mis misiones.
Miranda y yo llegamos a su oficina. La reina escribe frenética unas cartas y se las entrega a sus lechuzas de hielo. Las mismas lechuzas reservadas para solo llamar a los clanes para la guerra. La usó por última vez cuando nos tocó la última batalla con los Sigurd y la tribu de los Ancestros.
—Necesito alistar a las fuerzas lo más ante posible, Stephan —ella sostiene el borde del escritorio con fuerza y la cabeza agachada—. Los ejércitos oscuros llegarán dentro de una semana. Necesito organizar todo. Necesito...
Voy a hacia a ella y le tomo de la mano. Ella alza la mirada aterrada.
—Es horrible. Tienen trecientos dragones en sus fuerzas y ya cruzaron la frontera con el reino central —se recuesta en su silla. Miranda cierra la puerta y se queda cautelosa en una esquina—. Mi cuñada está atacando los barcos, pero eso no los detiene.
—Es sencillo matar a un dragón —comenta Miranda acercándose con su linterna—. Con el arma adecuada se puede. Su ejército creó varias de ellas en la frontera del muro. Cuando volaba, una lanza hirió de gravedad a mi guardiana. Una herida bastante fuerte considerando que solo fue las mismas lanzas de los guardias de afuera.
—Creamos lanzas más largas y gruesas sin perder su ligereza al momento de dispararlas —comento cayendo en cuenta de sus palabras—. Apuntar a la garganta o el corazón.
—Es más factible la garganta. El corazón de un dragón es difícil de llegar —ella llega al escritorio—. Cuando eso suceda. Hay que estar lo más lejos de ellos. Se convierten en bombas de fuego y explotan cayendo las carnes ardientes del cielo.
—Comprendo Miranda, gracias por la información como siempre —mi reina se tranquiliza y nos mira a ambos—. Sé que lo que les pido es suicidio. Pero tenemos que estar juntos en esto y ganar.
—Comprendo mi señora —asiento despejando las ideas de traición.
—Convoque a todos los clanes, desde las costas de los Ancestros, hasta los nómadas de las fronteras de las Valquirias. Deben estar aquí más tardar de una hora, envíe bolas transportadoras —ella se levanta y rodea el escritorio—. Hemos salido de grandes batallas, esperemos el mismo resultado.
Ambos asentimos y salimos en silencio de su oficina en dirección a la sala de reuniones del castillo a esperar a todos los líderes de los clanes. Miranda es invitada, pero se tiene que quedar en una esquina sentada lejos de la mesa por no ser oscuro.
La reina entra en la sala, mientras que los soldados encienden chimeneas para calentarnos. La mesa se convierte en un mapa de todo El Páramo y sus fronteras. Mi reina había alertado a todos los clanes de esta guerra con tiempo, ellos se fueron preparando como sus posibilidades se los permitieron en el poco tiempo de un año. Ahora es el momento de volver a las armas, con la diferencia de que esta vez lucharemos juntos contra una fuerza externa.
El primero en llegar son mis padres con sus respectivos maestros de armas y militares. La reina los invita a sentarse y los pone al tanto de todo. Una diferencia es que, con mis padres ella se puede "abrir" militarmente hablando. Los maestros escuchan alarmados y le dicen el reporte de armas creadas y listas para la batalla. Llegan los líderes de todos los cinco clanes de los Einars al mismo tiempo. Le siguen mi hermano con los líderes de sus clanes, en total doce, cada uno se va sentando. Con los años la mesa se ha alargado. Pero se va llenando casi en su totalidad, el maestro de armas se levanta y con ayuda de su hijo mayor alargan la mesa hasta la pared más próxima. Miranda se tiene que mover y se va hacia una chimenea. Mi hermano y Gunilda notan su presencia, pero se mantienen en sus respectivas sillas. Por último, llegan los padres de Gunilda con cuatro líderes de los pocos clanes que quedaron de su tribu en la unificación.
—Como habrán leído en mis cartas —dice la reina levantándose mirando a todos los presentes y yo detrás de ella—. Dentro de pocos meses o antes seremos blanco de una guerra. Ya saben lo que necesitan saber, pero de igual forma se los recuerdo ahora —la habitación está en silencio, atenta a las palabras que dirá la reina—. Todos juraron lealtad hacia a mí y en la creación de este reino. Ahora les pido que cumplan con ese juramento ahora. Sé que algunos les prometí que no habría más guerras. Pero esta se me escapa de las manos y no puedo librarla sola.
Uno a uno de los presentes se van levantando, todos proclaman absoluta lealtad y obediencia a la reina y así empieza la planeación de la guerra. El plan inicial es que toda la contienda se libre a las afueras del reino en el terreno inhóspito de la tribu de los Ancestros a unos cuatro días de camino de la población más cercana. El señor Fergus y mi hermano acuerdan recibir a los civiles en sus tierras para evitar el número de bajas innecesarias. Se acuerda el cese total de la mina hasta nuevo aviso. Miranda se hará cargo de cerrar las operaciones indefinidamente. Todos los trabajadores de la mina después de los veinte años y con experiencia en combate serán reclutados. Pero con la diferencia que se quedarán a entre las fronteras de los Ancestros y Sigurd en caso de alguna derrota.
Los clanes enviarán a sus soldados y así cumpliendo con el número y hasta más que se había planeado. Llegando a ser dieciocho mil soldados respectivamente. Se aplicarán toques de queda en cada tribu y se racionalizará la comida. Los próximos barcos con la comida que lleguen serán dentro de un mes. Se establecerán bases militares y se empezarán a movilizar las tropas de los Einars desde ahora para ganar tiempo hasta que pase el invierno y puedan movilizar las demás. Cada uno de los jefes de las tribus se comprometen con la causa al igual que los jefes de los clanes.
Las siguientes dos horas transcurren entre los jefes de los clanes de los Einars yéndose a preparar los soldados. El maestro de armas envía a su hijo a que acelere la producción. Mi padre me envía a enlistar a nuestro ejército. Miranda se queda en la habitación con Arem y Gunilda planificando los asuntos de la mina. Gunilda le ordena quedarse en tierra y dejar que los guerreros vayan a la guerra. Me alegro que ella sí pueda medir el peligro de una guerra.
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