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(parte 2) Miranda: Sueños De Invierno.

No hay nada peor que quedarse encerrado en pleno invierno y eso Stephan lo sabe mejor que nadie. Nos atrapó la ventisca en plena salida del palacio de la reina. Él había regresado de Solaria igual que la reina hace una semana. Yo ya me disponía a irme, pero el clima en estos lares es tan incierto que es imposible saber qué sucederá después. Me resigné y Stephan fue amable en conseguirme una habitación en el ala de invitados.

Él me dice todas las reglas del palacio. No puedo recorrerlo como si fuera mi casa, no puedo salir a la intemperie, no puedo ir a la armería ni al despacho de la reina si ella no me llama. Solo tengo permitido esta ala y la biblioteca. Comeré con la reina de vez en cuando, de resto, lo pasaré en mi habitación.

La reina me aprovechó ese primer mes de invierno, la ayudé a poner al día todas las actividades económicas de las minas de los Sigurd y de los Einars. Le asesoro en temas mineros y financieros y entre las dos planificamos un plan de venta y de aprovechamiento de los recursos. Ella tiene la orden de empezar a fabricar armas para la guerra que se avecina. Stephan no me dice nada y me frustra no saber o no ayudar. Ya como espía no sirvo porque no estoy en Solaria, Stephan sabe más del reino al que pertenezco que yo.

Entiendo que son asuntos del estado oscuro, y yo como ser de luz no sea alguien de fiar. Pero con el tiempo he demostrado que si valgo, que soy leal. Ayudé a la reina a cortar con Solaria y a conectar con el reino central.

El segundo mes es más frío. En este lado de El Páramo, todo es más frío, más duro. Stephan viene a verme un día sí y otro no.

—Me sorprende que todavía estés con vida —dice en su forma de hielo. Se vuelve a convertir en una persona normal y se acerca a la pobre chimenea que intenta dar calor, pero es más la leña apagada que encendida—. Para ser alguien que viene de un horno, hay sigues de pie.

Él se voltea y me mira curioso. Me siento en el sofá con mis múltiples abrigos, él me sigue y se sienta a mi lado. Me toma de la mano y siento un pinchazo de ardor; su mano está tan fría como el clima.

—Tengo el día libre —dice sin soltar mi mano—. La madre está arrasando con todo afuera.

—He escuchado mucho que ustedes hablan de una madre ¿a quién se refieren? —pregunto acercándome a él. Stephan abre sus brazos y me acurruco en ellos.

—Me sorprende que aún no sepas quien es la madre —dice apartando mi cabello de su rostro—. La madre es nuestra diosa o manifestación de ella. Sabemos que existen los Godness, que ellos son los dioses, pero nuestra diosa solo cuida a las personas de El Páramo. Ella nos traerá la paz y la abundancia. No es la señora Laila, ella pudiera ser como nuestra abuela. Las ancianas la usan para hacer sus hechizos.

—¿No hay un dios dentro de los Godness que encaje como la madre? —pregunto haciéndome un ovillo en el mueble. Stephan me abraza y apoya su barbilla encima de mi cabeza.

—No, la madre es única. La madre se presentará en espíritu de cualquier persona de El Páramo y desprenderá un aura que nos indicará que ella ha llegado.

—Suena bonito —digo moviendo mis pies para evitar que se me congelen—. ¿Y cómo es la familia Godness? Digo son dioses, pero también deben comportarse como cualquier familia.

—Si ellos no desprendieran su aura divina, serían como cualquier otra familia con sus altos y sus bajos —dice mientras que se mueve para levantarse. Él se va a la cama, donde se sienta para quitarse las botas y se acuesta. Me levanto con mis múltiples abrigos y sigo sus pasos. Me quedo con unas medias de piel lo bastante calentitas. Corro las sábanas y me escondo en ellas, mientras que Stephan se queda afuera—. No hace tanto frío —él mueve sus manos por encima de las sábanas y yo asomo mi cabeza observándolo molesta.

—Lo dice el hombre de hielo —digo acomodando mis abrigos para que no se rueden—. Pero lo que dices si tiene sentido. Una vez estaba en la oficina con la reina y apareció su madre. Ella se presentó educada y me dio un trozo de tarta de manzana. Estaba riquísima.

—Sí, la señora Aryana hornea ricos pasteles. Y es una mujer bastante agradable e inteligente —él me atrae a su cuerpo—. Ella ha ayudado a curar muchos animales por aquí.

—¿Con su magia de diosa? —pregunto asombrada.

—Antes de ser diosa, era sanadora y lo sigue siendo. Muy buena, por cierto, no sé si los dragones sean su especialidad —dice observándome frunciendo el ceño—. Aunque lo niegues, sé que me lanzaste un hechizo. Porque esto no es normal.

—Ya te lo he repetido como mil veces, yo no te lancé ningún hechizo Stephan Nieves —exclamo exasperada—. Esto fue tu culpa, tú fuiste el que abrió sus sentimientos y yo como buena dama, los acepté

—Sobre todo, buena dama. La idea era que me rechazaras para así poder odiarte con más fuerza. Pero no, tuviste que hechizarme y aceptar mis sentimientos —expresa cansado—. Sé que conspiraste con las ancianas. Esas brujas y sus hechizos de mierda.

—Estás enamorado de mí y yo de ti. Créeme que también estoy asombrada. Pero una cosa es segura. Nunca voy a perder la oportunidad de molestarte —digo abrazándolo. Me acuesto en su pecho y él me acaricia la cabeza—. ¿La reina lo sabe?

—No tiene cabeza para este tipo de cosas —suspira cansado—. Es mejor mantener todo bajo perfil.

—Para ser un hombre que resalta en casi en todo, te gusta todo bajo perfil —comento tocando un botón de su casaca azul cobalto.

—Es mejor así, tu gente no sabe hacer nada bajo perfil —masculla malhumorado.

—¿Con tu gente te refieres a los seres de luz o a los solarianos? —pregunto girando mi cabeza, él me mira serio. Él tiene distintos tipos de seriedad, este caso sería de seriedad apática.

—¿A caso hay diferencia? —pregunta indiferente—. Quieren crear una guerra y ni siquiera saben portar un arma.

—En serio quisiera tener una bola mágica para verte increpar en Solaria. Sería algo que me alegraría —comento chistosa, ahora me mira con seriedad molesta.

—Quisiera que fueras mi mujer legalmente, para poder reprenderte —me mira acusador. Me levanto y lo miro desafiante

—¡Iiiiiiluuuuuusooooo! Ay cariño. Me das tanta ternura tu ingenuidad —expreso altanera. No sé qué sucedió luego porque, él me abraza y rodamos en la cama. Tengo su pesado cuerpo encima del mío y sus manos sosteniendo las mías inmovilizándolas, al igual que mis piernas—. ¡Bájate! —chillo furiosa—. ¿A caso no sabes quién soy?

—Una mujer caprichosa, mimada, molesta y con una lengua afilada, que no sabe respetar a su hombre —dice con sus labios increíblemente cerca de los míos. Si otro hombre estaría así conmigo, estaría gritando y pataleando, probablemente lo mataría. Pero con Stephan es distinto, en serio ese hombre me saca de mis casillas, pero tiene algo en su forma de ser que me cautiva, aún no descifro que sea, pero lo que sí sé es que, no quiero que se levante.

—Y, aun así, estás conmigo —digo dándole un beso en los labios. Eso lo descoloca y se ruboriza de forma extraña, ya que su sangre es azulada—. ¿Qué sucede señor Nieves?

Él se separa de mí y se vuelve a acostar en la cama. Pero yo me siento en su regazo y él me mira nervioso, no hago la gran cosa. Solo apoyo mi cabeza en el hueco de su cuello y me quedo allí. Él y yo tenemos algo con el espacio; Stephan no le gusta el contacto de otras personas y a mí tampoco. Él solo se limita a darle abrazos y no con mucha frecuencia a su madre, hermana y a Aurora, y ahora a mí. Él no es un hombre de muchas palabras, solo dice lo que tú le preguntes y a veces no las contesta por cuestiones de estado. Stephan no es un hombre sentimental, no expresa casi ningún sentimiento que puedas descifrar.

Nosotros empezamos a ser novios hace un par de meses. Acordamos ser discretos, y a tomarnos el tiempo de asimilar esta situación. No hemos tenido ningún acto sexual y se lo agradezco, hacemos ejercicios que nos ayudan a estar cómodos con la compañía del otro. Ahora podemos dormir juntos, nos tocamos ciertas áreas del cuerpo, nada de zonas íntimas. El contacto corporal es algo que nos estamos acostumbrando y nos gusta.

Nos quedamos dormidos, él abrazando y yo tiritando. Él absorbe el frío de mi cuerpo, pero eso no es suficiente. Extraño el clima cálido de Solaria, poder ver sin la necesidad de linternas, poder ver todo el panorama sin forzar la vista. Extraño a mi familia, a mis primos, incluso a mis padres, la comida. Sé que aquí tengo un nombre en ascenso, un trabajo que me encanta y la posibilidad de crecer; pero hay un hueco en mi corazón que no se logra llenar por muchos que coseche.

Stephan y yo pasamos los días juntos. Él no hace la gran cosa en el invierno y mucho menos sin la reina. Se encarga que todo el personal del castillo se encuentre bien, que ninguno muera. Que no haya ningún ataque por el estilo. Los Einars tienen una cierta libertad que no tiene las demás tribus y es la de salir en plenas tormentas. Incluso Stephan entrena a sus soldados en pleno invierno, él dice que solo el más fuerte e inteligente puede estar en el ejército, el resto que se vaya a ocuparse a otro sitio (digo eso último con buenas palabras, a diferencia de las que usó). Las personas le tienen un miedo y respeto absoluto a él, todo lo que diga Stephan, todo se cumple. Y pobre el que se atreva a desafiarlo, no importa que sea mujer o niño.

La familia Nieves tiene su castillo ancestral a las afuera de la capital. Puedes llegar caminando en la cordillera de la montaña, comparten el mismo terreno. Se tarda medio día en llegar. Lo he visitado pocas veces, pero su castillo es más grande que el de Arem. Fue diseñado para fungir como recurso a los pueblerinos y como residencia de la reina en sus inicios. El padre de Stephan es un hombre corpulento e intimidante, incluso más que Stephan. Stephan puede dirigir las tropas de la reina, pero es su padre el quien tiene la última palabra en todo. Su madre es una mujer fuerte y misteriosa, ella y un grupo de mujeres son las que controlan la magia y su estudio. Son mujeres místicas y peligrosas por igual. Ingrid se ha negado en seguir los pasos de su madre y trabaja con el ministro de finanzas, ella es una mujer encantadora y una de las solteras más codiciadas; pero es contradictorio, porque ningún hombre se le puede acercar por más que ella intente sacarles conversación, además del laboral.

—¿Y aunque sea una salida? —le pregunto a Stephan en su oficina. Es un lugar espacioso y absolutamente ordenada, nada está fuera de lugar. Es amplia, con un mapa detallado de El Páramo, una hilera de armas de hielo de cualquier tipo. La piedra gris abunda en todo el lugar.

—No le llenarás de ideas raras a mi hermana —declara tajante, él se levanta dirigiéndose a la puerta y le entrega una carta a un guardia—. Ella se casará con la persona que mi padre y yo aprobemos.

—Pero no aprueban a ninguno, encima amenazan a cualquiera que, si quiera respire en el mismo aire —digo desde mi silla. La lámpara la tengo encima del escritorio de Stephan.

—Mi hermana no va a salir con cualquier imbécil con el que se le cruce —exclama molesto. Se devuelve a su escritorio y me mira amenazante—. Pobre de ti si la ayudas a tener un novio —me apunta con su dedo acusador.

—Solo diré que entre más prohíbas algo, más deseado se vuelve. Si te la pasas prohibiéndole casi todo, no tendrá la confianza suficiente para contarte las cosas —digo ocultando mis manos dentro de mi abrigo.

—Es mi hermana y el tema se queda hasta aquí —dice levantándose y extendiendo su mano para que la tome. Me levanto tomando su mano y la linterna. Salimos de su despacho y nos dirigimos a los pisos de arriba. Los guardias saludan, llevando su mano derecha a su frente a Stephan. Él solo asiente y caminamos por el pasillo principal del castillo, un guardia se acerca a él apresurado y le informa que la reina ha llegado y que demanda su presencia en su oficina. Stephan asiente y le ordena al guardia que me escolte a mi habitación. El guardia y yo no tenemos opción y cumplimos la orden de Stephan.

Los guardias no son tontos, ellos saben de mi relación con su capitán. Desde entonces, su trato ha sido casi como si fuera una princesa de la más altísima posición. Se siente bien, aunque sea porque me lo de Stephan. Regreso a mi habitación, observo el lugar, solo falta según el calendario una semana para que termine el invierno. Aunque no lo parezca en lo absoluto. Me voy al mueble y leo un libro sobre mitos y leyendas de este reino. Matar el tiempo hasta que regrese Stephan, sin embargo, la reina ha llegado y eso significa que Stephan se vuelve a ocupar y solo los dioses saben cuándo estará disponible.

¿Cómo tomarán Gunilda mi relación con él? Una de las cosas que nos unía, era nuestro desprecio por Stephan. Hablábamos muy mal de él y de su forma de ser. Ahora me siento como una traidora por enamorarme del enemigo número uno de nosotras. Pasa las horas y Stephan nada que llega, quisiera irme de aquí. Tengo mucho trabajo que hacer y no puedo estar más aquí perdiendo el tiempo. Me voy a mi armario a recoger toda mi ropa y guardarla en mi baúl. Guardo mis libros y diarios. Lo acomodo todo bien para que cierre correctamente.

Me voy a la puerta y está trancada. Giro la manilla y no cede. Toco la puerta para ver si hay un guardia para que me abra, pero no escucho nada. Me voy a la mesita a tomar la lámpara y la acerco a la puerta, la pongo en el suelo y veo por el pequeño espacio que si hay guardias postrados.

—¡Déjenme salir! —les ordeno a través de la puerta. Pero no hay ninguna respuesta, están postrados como estatuas. Su especialidad—. ¿Stephan les ordenó que estuvieran allí?

Este si es un truco de manipulación de él llevado al extremo. Me voy a las ventanas a ver si hay alguna salida, pero recuerdo al verlas que estoy en un segundo piso y encima la vista cae en picada a un barranco. Me voy al tocador y sucede lo mismo, tomo mis cosas de higiene personal y las guardo en mi baúl. Stephan me va a escuchar cuando llegue, esto no es necesario y él lo sabe.

Las horas pasan y no sé nada, Stephan no aparece y los guardias no me hablan. La ansiedad me está volviendo loca y mi mal humor crece con cada minuto. Escucho pasos acercándose, los guardias dicen unas palabras casi en silencio. La perilla se gira y aparece Stephan serio acompañado de la reina. Los dos entran en silencio y sin decir ni una sola palabra.

—Comprendo que tú y Stephan estén juntos —dice la reina observándome con cuidado. Él está en la puerta firme—. Solo quiero comprobar tu lealtad.

—Usted sabe que ya la tiene —digo firme. Aunque sé que su comprobación me va a dejar inconsciente y así sucede.

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