Miranda: El Barco Sigue Su Rumbo.
El palacio del padre de la reina es increíble, la arquitectura, los pisos, el arte. Estuvimos dos semanas o al menos yo estuve dos semanas. Después de hablar con el dios Cosmo, ellos me dejaron para irse a una reunión en el consejo oscuro. Prácticamente allí se debatirá el futuro del universo, sé que varios quieren la guerra con el reino de la luz, otros quieren dinero y otros ambas. La simple idea de no volver a Solaria me abruma, mi familia está allí y no los podré ver jamás o al menos pasarán varios siglos para que eso ocurra.
Paso los días observando las obras artísticas del dios, retratos familiares e individuales, paisajes de distintos reinos. Esculturas de mármol de distintas figuras femeninas, también de hombres e incluso, la del mismo dios. Jarrones con intrincados diseños. Los retratos familiares son los que me llama la atención, hay más retratos de la reina Luna que de sus demás hijos. En total hay veinte retratos donde aparece la reina y la reina sola, siete de su infancia y adolescencia, cuatro de ella ya adulta y en posiciones de poder. Y el resto es con su familia, hijos o esposo. Hay un retrato que es reciente o al menos eso parece en la fecha, unos cinco años atrás. Un retrato de los tres hijos del rey, los hermanos aparecen abrazados. La reina usando un hermoso vestido azul de mangas largas y brocado plateado en el pecho, ella abraza al señor Tristan que usa una casaca verde oscuro y pantalones negros; él pasa sus dos brazos a los hombros de sus hermanas. Y la diosa Estrella usa una casaca morada y pantalones negros, ella abraza a su hermano. Los tres sonríen en el retrato y se siente el amor fraternal.
También hay retratos de los nietos del dios, aunque mi retrato favorito es el de los padres de la reina. La diosa Aryana sentada en un trono sosteniendo una calavera en su mano derecha y su esposo a su lado sentando en su propio trono sosteniéndole la mano y con la mano izquierda empuñando una espada enorme. Si querían dar la impresión de temor y poder, lo lograron.
La reina Luna y su padre aparecen a la segunda semana y nos regresamos a El Páramo. Ella está callada en todo el viaje. No dice nada, y solo pide estar a solas. Pudimos conseguir la comida, no pudimos concretar ningún acurdo por términos de guerra y costo de traslado. El viaje es solitario, solo me quedan los retratos que vi y los recuerdos de la capital del reino del Este.
Estoy en mi camarote planificando una forma de burlar la frontera central para seguir comerciando, cuando un soldado me avisa que la reina quiere hablar conmigo. Me levanto de la cama y dejo los papeles en una carpeta de cuero en una repisa. Sigo al guardia con una linterna porque los frasquitos que me daba la reina, se me habían terminado. El guardia me abre la puerta del camarote de la reina y entro. Hago una reverencia en cuanto ella me ve. La reina despide al soldado y me invita a sentarme.
—Al menos no habrá guerra —comenta la reina, su rostro se ve diferente. Cansado y triste—. Pero si va a haber un cierre definitivo con la frontera de la luz —ella sorbe por la nariz—. Podremos comerciar con los seres centrales, pero no con los seres de la luz. Ellos no podrán poner un pie en estas tierras y nosotros no podemos pisar un pie en sus tierras.
Ella toma un pañuelo y se suena la nariz, es obvio que estaba llorando.
—Si quieres volver a Solaria, es un buen momento para hacerlo. Van a tener la frontera abierta por un mes —ella me mira sin emoción—. Voy a ir a Solaria para hablar con tu tío a ver si le puedo comprar la mina o cuadrar una de sus maniobras para seguir comerciando. Pero la junta directiva podrá irse si así lo desea.
—¿Y si escojo quedarme, qué sucedería conmigo? —pregunto asustada.
—Sí escoges quedarte, podrías desempeñar tus mismas funciones, incluso tendrías más poder sin las personas de la junta se llegasen a ir. Pero no volverías a ver a tu familia en décadas, tu dragón tal vez nunca podrá volar o al menos sin correr peligro a que lo asesinen. Tu seguridad se vería comprometida cada vez que pongas un pie fuera de El Páramo —ella me mira seria, la vela de la linterna baila con el viento—. No te pediré que te quedes, pero si lo hicieras sería algo que apreciaría.
—Pero... ¿y su familia? ¿qué dijeron los dioses de la luz? —pregunto como si tuviera toda la confianza de la reina.
—Esa fue lo mejor que pudieron llegar, nadie quiere librar una guerra o al menos una buena mayoría. Lo que sí tendrán es que pagar una exorbitante cantidad por los crímenes de guerra —ella se cruza de brazos—. Vamos a dejar la comida y gestionar su distribución y nos iremos a Solaria por un portal. Espero que tengas lista tu decisión.
Asiento y ella me deja marchar. Salgo de su camarote y vuelvo al mío. No trabajo, solo me enfoco en la decisión que debo tomar para mi futuro, escoger entre mi familia, la seguridad de Sira y su libertad, o mi crecimiento profesional y romántico. Stephan y yo nos queremos, incluso puedo decir que lo amo y no quiero renunciar a él. Mi familia me ha apoyado en mi expedición a El Páramo, pero esto no lo aprobarían.
También son las personas que he conocido, amo mi trabajo, el lugar condenadamente frío es un problema, pero eso lo desecho. También es que no veré a mi familia, a mis hermanos, a mis primos, mis tíos, mis padres. Ellos no podrán verme casada o cuando tenga a mis hijos y al revés. No podré estar en la vida de mis hermanos. ¿cómo se supone que debo escoger?
Llegamos a El Páramo y nos recibe la guardia de la reina, liderada por Stephan. Yo sé que él me dirá que escoja a mi familia, pero yo quiero escogerlo a él, quiero escoger al imbécil con pésimo carácter y amargado. Debo tomar mi decisión, pero no quiero, no quiero escoger entre mi pasado y mi futuro. Quiero todo, quiero a mi familia, quiero a mis amigos, mi trabajo, mi pareja ¿por qué no puedo tenerlo todo?
La reina y Stephan planifican la distribución de la comida. El señor Olaf le compra a la reina una parte de los alimentos y lo que queda se va a las dos tribus. La reina y yo nos vamos en el mismo carruaje a la tribu de los Sigurd. Ella hablará con la junta para saber si se quedarán en El Páramo, aunque dudo que muchos se queden. Cuando hablé con ellos hace un mes, ellos me habían comentado sus intenciones de irse del reino helado. La reina está sumergida en sus propios pensamientos y yo me dispongo a dormir o hacer el intento.
Siento leves toquecitos en las manos y tengo el búho guardián de la reina en las piernas.
—Levántate —me dice el animal y vuelve con su protegida. Me vuelvo a sentar y ambos me miran confundidos.
Llegamos a las tierras de Arem, el carruaje nos lleva a su castillo. La reina se acomoda su cabellera platinada y se recompone. Su guardián se pone en su hombro y me mira atento. El carruaje se detiene y abren la puerta, la reina se baja y yo detrás de ella. Nos recibe Arem y Aurora.
—Su majestad —dicen los dos haciendo una reverencia—. Mi esposa fue a atender el asunto de los alimentos.
—Así vi, vamos, tenemos que hablar —dice la reina subiendo las escaleras, ella lidera el grupo. Aurora me toma de la mano y nos mantenemos juntas hasta llegar a la oficina de su padre. Ella se va por otro camino mientras que su padre, tío, la reina y yo entramos a la oficina. Todos toman sus asientos en la larga mesa, la reina lidera desde la punta. Stephan se sienta en el lado derecho y Arem en el izquierdo. Yo me siento al lado de Stephan—. Pude conseguir provisiones hasta por dos años, no conseguimos a nadie para comerciar. La señorita Miranda y yo vamos a ir a Solaria para saber cómo podemos hacer negocios con su tío en tierras centrales —ella habla mirando a los dos hombres—. Se celebró una reunión con el consejo oscuro y se acordó por el bien de las naciones de la luz y las oscuras, que sus fronteras permanezcan cerradas por un tiempo indefinido. Ni seres oscuros podrán ir a tierras de la luz y seres de la luz no podrán venir a tierras oscuras.
Arem me mira y Stephan pone la espalda recta.
—¿Y la señorita Calore se quedará? —pregunta Arem intercambiando miradas con su hermano.
—Eso es decisión de ella, al igual que la junta directiva —dice la reina firme—. Les plantearé la opción de quedarse o irse. Pero todo depende de la decisión del señor Calore.
—¿Y tú qué opinas? —me pregunta Arem—. ¿Te quedarás?
—No lo sé, si quiero quedarme, pero eso significaría no poder ver más a mi familia —digo conteniendo las lágrimas.
—Partiremos a Solaria mañana, habla con la juta. Los que se quieran venir, que lo hagan con sus pertenencias, pero de forma consiente. No se traerán la casa —me dice la reina. Pido permiso para salir y ella me lo concede. Arem se despide y Stephan se mantiene erguido sin dirigirme la palabra.
Salgo de la oficina aturdida. ¿qué se supone que deba hacer? ¿seré feliz sin mi familia? ¿seré feliz estando con mi familia? Antes no me molestaba pasar muchos periodos sin verlos, porque sabía que los volvería a ver en algún momento, pero ahora ni eso es seguro.
Salgo del castillo de Arem en un trineo. Hay una pequeña farola que me ayuda a ver, aunque mi chofer no lo necesite. Divago en mi viaje hacia mi casa, el lugar lo he llenado con cosas que me ha gustado en lo largo de mi estadía. Mi tío me la dejó formalmente. Me siento culpable por querer quedarme, aquí he sido feliz, aquí me he sentido plena y segura. Las personas que he conocido me han brindado un hogar, me han hecho sentir en casa. Sé que no todo es perfecto, pero no necesito que sea perfecto, porque es honesto todo lo que he hecho y sentido.
Me dispongo a ir a reunir a la junta directiva en mi sala, ellos no tardan en llegar a mi casa. Una de las sirvientas enciende la chimenea y varias linternas. Es agradable poder ver de nuevo. Cada uno de los seis miembros toma asiento y les cuento lo que la reina me dijo.
—¿Y no consiguieron nada en el reino del Este? —cuestiona el señor Oscar Martínez.
—No, solo conseguimos el alimento. Pero ningún contrato. Nadie está comerciando a causa de la guerra —respondo cabizbaja—. La frontera con el reino de la luz se cerrará por tiempo indefinido. Hablaré con mi tío para saber si querrá seguir trabajando con El Páramo, pero de forma discreta.
—Y si nos quedamos, no habrá garantía de volver a Solaria ¿cierto? —pregunta la señora María y yo asiento—. Admito que he ganado mucho dinero, pero a veces hay que reconocer cuando un barco se está hundiendo —ella mira a todos y luego a mí—. Conozco a tu tío, querida. Él no seguirá con esto por mucho dinero que le ha dejado. Esta situación con los oscuros no se va a acabar y es mejor salvarnos ahora que tengamos la oportunidad.
Los demás asienten a las palabras de la señora María.
—Todos a favor de cesar operaciones en El Páramo, por favor levante la mano —digo sombría. Todos levantan la mano, excepto yo—. Bien, entonces pueden empezar a recoger sus cosas, la reina partirá mañana, pero considerando la cantidad de cosas y dinero que se llevarán. El sábado parten hacia Solaria en los barcos de la empresa. Yo me quedaré a terminar de gestionar lo demás.
—Debes venir con nosotros, este lugar no es para gente como nosotros —dice el señor Torres levantándose de su asiento.
No digo nada, solo me limito a asentir. Ellos se van apresurados a terminar de gestionar sus asuntos, sé que ellos ya habían empezado a recoger sus cosas desde el inicio de la guerra. Yo debería hacer lo mismo, pero no pienso abandonar este barco que perdió el rumbo, pero no se ha hundido. Me acerco a la chimenea a admirar la belleza del fuego, lo increíble de su inestabilidad y su capacidad de poder destruir cualquier cosa que se le atraviese.
Salgo de mi trance cuando escucho un fuerte sonido de la puerta, una sirvienta va corriendo hacia la puerta y escucho la voz de Stephan acercándose hacia la sala. Él irrumpe en el lugar y me observa ansioso. Despido a la sirvienta y él cierra las puertas de la sala.
—¿Te irás? —pregunta mirándome desde la puerta, él se cruza de brazos.
—¿Quieres que me vaya? —pregunto temerosa.
—No —responde firme—. No quiero que te vayas y me dejes. Aunque si quisieras irte, quiero que sepas que te esposaré a un muro de hielo sólido.
—¿No se supone que amar a alguien es querer su felicidad, aunque no sea contigo? —cuestiono alejándome del fuego, me acerco al mini bar y me sirvo una copa de whisky.
—Eso lo dijo un imbécil que perdió el amor de su vida por idiota —comenta arrogante. Me volteo y sigue en la puerta.
—¿Estás allí para evitar que escape? —pregunto dándole un sorbo a la bebida.
—Es un seguro —dice sin quitarme el ojo de encima. Me siento en el mueble y lo observo curiosa—. Es más sencillo cuando colaboran, espero que tú no seas la excepción.
—¿Soy tu prisionera? —cuestiono apoyando la barbilla en el espaldar del sofá.
—Sí, tienes una increíble suerte. Por lo general nunca tomo prisioneros, solo los torturo para sacarle información y luego los mato —comenta tranquilo—. En tu caso, te tendré en un hermoso castillo, con todas tus necesidades cubiertas, podrás trabajar en lo que te gusta. Podrás salir y demás cosas que quieras...
—Pero no podré dejar El Páramo ¿cierto? —cuestiono dejando el vaso vacío en la mesita de al frente.
—Exacto, eres una mujer inteligente —él sonríe y se acerca hacia a mí—. Por eso es que te amo.
Él se sienta y pasa un brazo por mis hombros. Me acurruco con él, nos miramos fijo el uno al otro.
—En serio no quiero que me dejes, eres lo mejor que me ha pasado y no pienso renunciar a ti —me mira abatido—. Te cuidaré y te amaré. Formaremos una familia y si los dioses son bondadosos y todo se calma, verás de nuevo a tu familia.
Me levanto y me siento en sus piernas, me quedo justo encima de su miembro, le tomo del cuello y lo beso apasionada. Él me corresponde, su mano derecha va a mi cintura y la otra a mi cuello. Le empiezo a quitar el abrigo, la chaqueta, y luego la camisa. Dejo al descubierto su pecho perfectamente trabajado, aunque sé que la mayoría de ese trabajo ha sido matando personas. Su piel pálida y blanca me encanta. Le acaricio la espalda mientras que él deshace los nudos de mi vestido. En mi caso, nos tenemos que levantar para que él pueda deshacerse del vestido principal, la saya y el camisón. Me quita los pantalones que uso siempre por el frío. Me quedo desnuda ante él y por muy extraño, no me siento aterrada, todo lo contrario, me siento protegida porque sé que estoy con un hombre que me respeta y nunca haría nada por lastimarme.
Él se quita su pantalón y su miembro queda al aire, lo ayudo a quitarse las botas. Él me toma de la cintura y nos besamos, tengo el fuego de la chimenea como testigo de lo que haremos. Nos sentamos en el mueble y él procede a hacerme suya. Siento un poco de incomodidad al principio, pero eso se disipa cuando el placer nos inunda a ambos. Él es cariñoso, me acaricia y me dice cosas tiernas. Así se siente hacer el amor con la persona correcta y no pienso hacerlo con nade más que no sea con este hombre.
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