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Luna: Todo Tiene Un Precio.

La señorita Calore y yo estamos a dos días de llegar a la capital del reino del Este. La he ayudado con su vista para que no se note que es una criatura de la luz. Pudimos convencer al consejo de desviar los recursos de la mina para la compra de alimentos. Sin embargo, debo de pagar paulatinamente a la empresa por lo tomado. En las tierras de los Einars hay hierro, pero ese hierro es especial porque es mesclado con hielo líquido para la creación de armas y materiales de construcción.

La señorita Calore y yo trabajamos en mi camarote en una propuesta comercial con el reino del Este. El reino del Norte está cerrado a nuevas alianzas comerciales, la señora Laila está saturada y no me puede hacer un espacio en su amplia cartera de socios. El reino del Oeste es turbulento; primero, no me siento cómoda con las sombras; y segundo, por la muerte de Robert. Cuando mi hermano se haya anclado al trono, tal vez lo haga o tal vez no.

—Considerando lo proteccionista que es el reino de El Páramo, esta es la mejor cantidad de recursos que podemos ofrecer —dice Miranda entregándome una hoja con la propuesta ya redactada.

—Esto es mucho más de lo que le vendemos a tu tío —comento frunciendo el ceño al leer la propuesta.

—Mi tío complementa el hierro con otros minerales que él compra y lo vende todo en un mismo lote —ella responde mordiéndose el labio—. Tenemos que ser atractivos para llamar la atención. El reino del Este produce su propio hierro, entre otros minerales preciosos. La verdad, al principio me llamaba la atención esta incursión, pero considerando los costos y la competencia, me hacen dudar.

—Yo también siento lo mismo. Mi padre casi abastece al reino del Norte con sus recursos —digo recostándome en la silla abatida—. Pero no hay que desistir, ya estamos en esto. Si nos compra el hierro ahora, será una gran hazaña. Lo importante es hacernos un hueco entre la cartera de socios de mi padre.

Ella asiente y mira a su alrededor, luego vuelve a mirarme preocupada.

—¿Le puedo hacer una pregunta? —ella me mira nerviosa. Asiento—. ¿Cuánto tiempo tardará el bloqueo con los seres de la luz? Y si es para siempre ¿eso significa que los que integramos la junta directiva estaremos atrapados en el reino oscuro?

—No sé cuánto tiempo dure el bloqueo, pero por los momentos si están atrapados en el reino oscuro —digo cabizbaja, eso también aplica para los seres oscuros que estén en el reino de la luz. Significa que no podré ver a mi hijo o a Sol; Taurus no podrá ver o estar con mi hermana o con sus hijas—. Mientras que el consejo se quede en El Páramo, los podré proteger. No puedo hablar de los demás reinos.

—Lo digo porque he pensado sobre mi relación con Stephan, si él y yo lográramos llegar al matrimonio ¿no podré invitar a nadie de mi familia? y conociendo a Stephan, él nunca podría pedirme matrimonio sin el permiso de mi familia.

—Stephan es un hombre de tradiciones —digo aligerando las cosas—. Me sorprende que quisieras casarte con él. Considerando que la mayoría de los años que tienen conociéndose, se han peleado en casi todos, me resulta interesante si te soy honesta.

—Sí, bueno. Las peleas siempre las empieza él con su excéntrica personalidad —comenta ella torciendo sus ojos.

—¿Y usted no empezaba de vez en cuando? —pregunto arqueando una ceja. Ella se pone alerta y se endereza en su silla.

—Solo bromeaba, pero él se lo tomaba personal —exclama excusándose.

—Stephan no tolera los chistes —digo conteniéndome de la risa. Stephan entiende los chistes, pero no les parece gracioso, es raro que algo le divierta—. Es un hombre serio, tradicional, directo y protector de lo que ama. Con a veces serios problemas de ira, pero se controla.

—Y a veces con comportamientos machista —comenta más para sí—. Pero si reconozco que es un buen hombre —ella mira a su alrededor—. Es raro poder ver así sin la necesidad de una linterna.

—Esa poción te ayudará un par de horas —le digo levantándome y busco mi cofre de pociones. Tomo un frasquito y se lo entrego—. Lo importante es disfrazar tu naturaleza.

—Comprendo —agarra el frasco y lo sostiene con cuidado—. No me parece justo que todas las criaturas de la luz tengamos que pagar por algo que no hicimos.

—El universo no es justo, tampoco es justo que hayan muerto cuarenta mil soldados por un conflicto absurdo —digo sentándome de nuevo. Ella se encoje de hombros culpable—. No te culpes.

—¿Y cómo pretende que no lo haga? Yo le dije a Stephan que asesinara a ese hombre —exclama culpable—. Si lo hubiera dejado en paz...

—¡Eso nunca! —exclamo molesta—. Él te hizo algo espantoso. Ese infeliz se merecía su muerte y más. Si no lo mataba Stephan, lo haría los hombres de mi esposo.

—Pero... —alzo un dedo y ella guarda silencio.

—Nadie debe pasar por lo que tú pasaste, él firmó su sentencia de muerte cuando te atacó y su hijo también lo hizo cuando involucró a mi familia —tomo su mano derecha y la aprieto en señal de apoyo—. Todos tomamos nuestras decisiones, a veces podemos perjudicar a los demás, pero lo que importa es ser mejor cada día. Tú eres una mujer inteligente y caritativa, haces todo para que los tuyos estén bien y te respeto por eso. Ahora toca trabajar para que los nuestros estén bien y eso es lo que importa.

Ella asiente y se le escapa una lágrima, no considero a la señorita Miranda una amiga, pero sí en alguien que puedo confiar en cuestiones de estado. Nunca he tenido amigos, cuando vivía con mi padre solo tenía a las hijas de los nobles como compañía, pero ninguna era mi amiga. Podía ver sus intenciones o las intenciones de sus familias, solo buscaban acercarse a mi padre a través de mí. Me enojaba que hicieran eso, mi padre me dijo que no cortara la relación, que hiciera lo mismo que ellas me hacían, pero con la diferencia que extrajera información de sus mentes de sus familias. Creo que la única amiga que tengo es mi hermana, con ella puedo permitirme ser vulnerable y confesar las cosas que me guardo en lo muy profundo de mi ser.

La señorita Calore solo es menor que yo por seis años. Ella y yo nos relajamos y seguimos hablando de trivialidades, ella tiene un sentido de la moda exquisito y caro. No la culpo, yo también lo tengo, de vez en cuando me doy mis gustos, aunque no abuso como lo haría de adolecente. Hablamos de cosas del reino, de su intento de cosechar comida en mi reino, de cómo le afectó la guerra.

—Una guerra no se olvida, permanece como una gran cicatriz —digo apagada—. Nunca se va, te asecha los recuerdos en tus sueños. Ese sentimiento de querer hacer más, pero no haberlo hecho.

—Usted conquistó su reino, libró muchas batallas —comenta con cautela.

—Así es, pero como todo, perjudiqué a muchos como engrandecí a varios—digo mirando fijo a la puerta. Escucho las mentes de los soldados. Ya estamos cerca.

—Antes, cuando era una niña, quería ser reina. Pero ahora me doy cuenta lo complicado que puede ser —ella mira el frasquito.

—Pero vale la pena. Si todo fuese fácil ¿Cuál sería el punto de seguir luchando, de seguir viviendo? Me encanta la paz, pero una vida fácil es una vida aburrida —comento levantándome de mi silla. Este barco fue un regalo de Sol para poder viajar más a gusto. Me acerco a la ventana y observo el oscuro océano del Este. Veo a lo lejos las costas con una hilera de barcos, en su mayoría, son buques de guerra. Algunos están custodiando los barcos que se acercan al reino de mi padre—. Se sienta la tensión, la horrible sensación que algo podría pasar.

—Pero no sucederá —ella se levanta y se acerca a la ventana. Ella se fuerza en ver mejor, aunque solo lo único relevante son el buque detrás de nosotros—. ¿Puedo retirarme? Quiero arreglar todo antes de bajar del barco.

Asiento y ella empieza a recoger la mesa donde estábamos sentadas. Los papeles quedan guardados en un bolso de cuero, ella se lo guinda en el hombro y se retira.

Observo el buque amenazante. Mi mente viaja a la tripulación del buque, están fuertemente armados con ballestas enormes por si viene un dragón. El capitán tiene órdenes de atacar a cualquier barco que cree disturbios en el océano o en las costas. Mi padre es un gran estratega y cuando se trata de proteger a su reino y a su familia, no duda en lo absoluto.

La señorita Miranda, mi dama de compañía, y mi sequito de diez guardias, dejamos el barco en un carruaje y los respectivos caballos. Los otros tres barcos donde cargamos la mercancía se va a los puertos con su tripulación y con cinco soldados de confianza para asegurarse que todo esté en orden. El carruaje que dispuso mi padre es bastante amplio, fácilmente pueden ocuparlo cinco personas sin estar apretujadas. La señorita Calore y mi dama Alba observan por la ventanilla la enorme ciudad del reino del Este. Este lado del universo se divide en cinco reinos y doce ducados más. Aquí está el flujo económico y legal del reino oscuro. Las enormes tiendas, las enormes fábricas y grandes cultivos.

—No me imaginaba que fuera tan grande —exclama Miranda como una niña—. Fácilmente puede competir con las grandes ciudades de la luz.

—Mi padre le tomó siglos poder llegar a esta escala de bonanza —comento un poco culpable. Mi reino no es para nada así, mi reino aún está en pañales—. A usted le puede encantar las boutiques, señorita Miranda. Los vestidos con las exquisitas telas del ducado de Eland, son bastante parecidas a las de Solaria.

—¿Y el precio? —pregunta regresando a su asiento.

—Bueno, dudo mucho que usted se deje timar —digo con una leve sonrisa.

Ella sonríe y vuelve a poner su cabeza en la ventanilla. Alba mira asombrada a todo. Hay una especie de desolación en las calles, estamos en tiempos de guerra y nadie quiere estar en la calle mientras tanto. El carruaje avanza hasta llegar al distrito real, nos detenemos en la primera puerta de hierro. Un grupo de soldados observa el carruaje y les dice a sus compañeros que nos dejen pasar. Pasamos por un amplio camino de grava y al frente se alza el imponente palacio de mi padre. Tiene un estilo clásico, con dos torres en ambos extremos del castillo, el complejo cuenta con cuatro pisos

 Los jardines están perfectos, las flores de colores oscuros y arbustos cortados con una precisión milimétrica. Mi padre es un hombre perfeccionista, no le gusta el desorden o el caos, todo tiene que ser como él lo dice o sino, atente a las consecuencias. El carruaje se detiene en la entrada, las dos mujeres se acomodan y un cochero abre la puerta donde se baja primero Alba, luego Miranda y por última yo. La imponente puerta de madera negra me recuerda a mi infancia, tengo gratos recuerdos en este lugar. Intento solo enfocarme en lo bueno, en lo inspirador, en lo feliz que fui. Un mayordomo nos recibe.

—Su majestad —el hombre realiza una reverencia—. El rey me ha pedido que las reciba y las acomode en sus habitaciones.

—¿Dónde se encuentra mi padre? —pregunta cruzando las puertas negras, el estrepitoso sonido nos recibe al igual que las escaleras.

—Su majestad el rey, se encuentra en ataviadas reuniones de estado. En cuanto finalice —habla mientras que subimos las escaleras—, se reunirá con ustedes lo más pronto posible.

Asiento y dejo que el hombre nos guie a las tres. Alba y Miranda están detrás de mí, sus pensamientos me indican lo asombradas que están con el palacio de mi padre. Miranda compara el castillo con el de mi esposo y con la arquitectura solariana y vulcana. Alba compara con mi palacio y el de mi esposo, este es un tercer castillo que le gusta; su lista está liderada por el castillo de mi esposo, luego el mío y por último el de mi padre. Subimos al segundo piso, a Miranda la conducen al otro extremo donde se encuentran las habitaciones de invitados y a mí me llevan al ala este, donde se encuentran las habitaciones de mis padres y hermanos. Dos guardias de mi padre me abren la puerta de mi antigua habitación, el lugar está impecable, no ha cambiado casi nada.

—El rey ha mantenido en buen estado las habitaciones de sus hijos —comenta el mayordomo. Él me invita a sentarme en el mueble mientras que mi dama y los guardias descargan mi equipaje. Ellos descargan mis cosas en diez minutos, no traje nada extravagante y mucho menos una inmensa cantidad de prendas.

El mayordomo despide a casi todos excepto a mi dama, ella prepara mi baño y saca mi bata para descansar del viaje de dos semanas. El delicado cuarto de baño, el agua tibia y el perfume, provocan su cometido en relajarme. Me pongo mi bata y me voy a dormir, Alba se retira a descansar.

No logro dormir en lo absoluto. Pienso en la mina, pienso en mi reino, en mis hijos, en mi esposo. Todos llenan mis pensamientos, todos me angustian. Sé que dije que una vida sencilla es aburrida, pero solo quiero un día donde no me preocupe por nadie. La puerta de mi habitación se abre y me siento de inmediato.

—¿Sabes que pudiste tocar? —reprendo a mi padre. Mi guardián vuela hacia a él y se posa en su hombro izquierdo.

—Lo sé, discúlpame hija —dice acariciando a mi guardián—. Pero el tiempo apremia.

Él se acerca hacia la cama y se sienta en la esquina.

—Vengo de hablar con tu hermano —dice tomando a mi guardián y lo sienta en sus piernas—. Ha podido controlar a las sombras y espectros para no atacar a los seres de luz —suspiro aliviada—. Pero con un alto costo.

—¿A qué te refieres? —pregunto y el leve optimismo se esfuma.

—Se ha acordado un precio entre su consejo que planean usar con fines de recuperación tanto para ti como para los demás reinos —él suspira resignado—. Están pidiendo diez millones de coronas.

—¡Esa gente se ha vuelto loca! —exclamo furiosa—. Sol no posee esa cantidad, tiene problemas económicos con el tema de la revuelta que causó el hijo de Bon Káiser.

—Es general, todos los reinos tienen que pagar en un plazo de cinco años —él me mira serio—. Nos vamos a reunir todos los reinos en la asamblea oscura a final de la semana. Vendrás conmigo, pero como la reina de las tierras del sur es la valquiria Irami, ella también va a aceptar el acuerdo. Dos millones quinientos mil para cada reino.

—Me niego, no es justo padre —exclamo alterada.

—Nada es justo, Luna. Pero todos hemos sufrido por esa guerra. Murieron demasiadas personas, murió incluso Robert Stonewell. Tu reino fue atacado, el ducado de mi nieta y una buena parte de las costas del reino del Norte —él me mira molesto—. Yo también estoy enojado por el castigo, pero estamos siendo condescendientes, porque un ataque como el de hace dos mes y medio, se paga el doble.

—¿Y hasta cuándo será el bloqueo con los seres de luz? Tengo mis tratos comerciales con ellos, sin ellos me quedo a la deriva —lo miro esperanzada, pero sus ojos me dicen lo contrario.

—Se cortará toda relación con los seres de la luz, se implementará un cierre casi total —él habla afligido—. Todo está complicado hija, lo más probable no veremos a nuestros familiares por un buen tiempo.

—Pero mi hijo y mi esposo están allá. El padre de las hijas de mi hermana está allá —niego con la cabeza—. Que paguen, pero que no cierren la frontera, yo no tengo voz en el consejo, pero tú sí. Tristan también. Hay que hacer ago.

Él se levanta y se sienta a mi lado, me da un fuerte abrazo y no sé por qué empiezo a llorar. Él me consuela como puede. No me pueden hacer esto, no es justo.

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