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Estrella: La Transformación De Una Diosa.

Mi cuerpo se siente extraño, abro los ojos y me veo en un campo lleno de nieve. Me levanto del frío suelo y observo a mi alrededor, hay árboles por todos lados. Observo mi cuerpo cubierto de una armadura negra estrechamente pegada a mí, pero por muy increíble no se siente incómoda. Al parecer tengo todo el cuerpo cubierto con la armadura.

—¿Mamá? —preguntan detrás de mí. Me volteo y veo a una niña con el cabello negro sosteniendo un casco—. Encontré tu casco, una buena armadura tiene que tener su casco.

Ella me lo entrega y me lo pongo.

—Das miedo, pero yo te conozco y sé que tienes un corazón bondadoso —ella me toma de la mano y me guía por el bosque helado.

—¿Dónde estoy Edwina? —le pregunto a mi cuarta hija, ella usa su vestido violeta.

—En la frontera del reino de mi tía Luna —ella responde. Gira su cabeza y saluda a otra chica, la otra chica se acerca y me abraza.

—Madre se ve bien con su armadura —responde Renata pelinegra y un vestido amarillo.

—¿Dónde están sus otras dos hermanas? —le pregunto a ambas, Renata me toma la mano izquierda.

—Pronto vendrán —contesta Renata—. Lo importante es que sepas cuál es tu destino.

—Tienes que protegernos —dice una chica detrás de nosotras. Pasa adelante y su nombre sale de la nada. Daphne—. Una guerra se avecina y tú nos guiarás a todos nosotros.

Ella señala un ejército al final del acantilado. Hay sombras nocturnas, ejércitos de las sombras y espectros, ejércitos de mi hermana, ejércitos de todos lados del reino oscuro.

—Tú eres su señora —habla otra chica pelirosada con vestido verde, Emilia—. Tú los guiarás la batalla que se avecina.

—Yo no sé comandar un ejército de esa magnitud —retrocedo hasta chocar contra un árbol—. No tengo la autoridad.

—Te equivocas, eres su señora —replica Daphne—. Eres su diosa, y no tienes opción.

—Si no lo haces, moriremos —exclama Edwina sollozando—. Eres nuestra esperanza. Peleas o mueres y todas moriremos contigo.

—Serías mala madre si no peleas, si no nos defiendes —me recrimina Emilia.

—Eres poderosa, madre. Solo te falta creer en ti misma —Renata me toma de la mano—. Todas creemos en ti.

Las demás asienten.

—Un truco —Emilia se acerca—. Puedes crear armas.

—¿A qué te refieres? —pregunto, pero una explosión se ve a lo lejos.

—Suerte —las chicas dicen antes de desaparecer. Me desespero, pero vuelve la explosión. Las tropas no se mueven.

Necesito llegar abajo, si es cierto que soy una diosa, puedo sobrevivir a la caída. Salto del acantilado y caigo limpia en la nieve. Corro a una velocidad increíble y las tropas se empiezan a mover mientras que corremos juntos.

—Todos conmigo, todos a pelear —les ordeno y ellos gritan obedeciendo mis órdenes. Me doy cuenta que no tengo mi espada, pero de la nada, una espada hecha de materia oscura aparece en mi mano.

A eso se referían con lo de crear armas.

Todos nos vamos a la guerra y de la nada me elevo en el cielo y golpeo tan fuerte a mis oponentes que hago una onda expansiva y todos caen.

Me levanto de la cama agitada y jadeando. Me encuentro desorientada y busco salir de la cama, siento que ponen una mano en mi hombro y la aparto.

—Denle espacio —exclama una mujer de voz familiar—. Necesita recuperarse.

—¿Dónde están mis niñas? —cuestiono levantándome del suelo. Camino tambaleándome—. Tengo que proteger a mis niñas. Tengo que proteger a mis niñas.

Camino tambaleándome, pero esta vez no caigo al suelo porque me sostiene Taurus.

—¿Dónde están mis niñas? —demando sosteniendo su mano—. Tengo que proteger a mis niñas.

—Ellas están a salvo en sus cunas —él me mira angustiado—. Si quieres, puedes venir conmigo a verlas. Están sanas y a salvo.

Asiento y me dejo guiar, salimos de la habitación y siento la mirada atenta de mi familia, todos retroceden mientras que llegamos a la otra habitación donde se encuentran cuatro cunas clasificadas por colores. Me acerco a la cuna violeta, una bebé pelinegra se encuentra tranquila durmiendo.

—Esa es Edwina, nació de cuarta —dice Taurus sin dejar de soltarme. Intento pasar a la otra cuna amarilla—. Ella es Renata, costó para nacer, pero está sana —asiento y paso a la otra cuna color verde—. Ella es Emilia, la segunda y a su lado es Daphne, la primogénita —me acerco a Daphne. Todas se parecen y todas son pelinegras.

—Pelinegras —digo señalando a todas. Voy a la cuna de Daphne y la intento cargar, pero Taurus me frena.

—Estás cansada, porque no descansas. El parto fue doloroso —él me mira preocupado, hay algo en su rostro que no había notado. El color de sus ojos se ve más nítido, su piel se ve arrugada, aunque es imposible. Veo a mi alrededor y logro ver más a fondo todo, logro ver la grieta en la pared del fondo, el color de la piedra que creía marrón, es gris mohecida. Escucho los sonidos de las personas a mi alrededor, pero sin leer sus mentes.

—Sus sentidos se están agudizando —comenta la señora Laila mirándome con cuidado—. ¿Por qué no te sientas cariño?

Volteo hacia la cuna de Daphne y la tomo sin importarme las protestas de Taurus. Me voy a la silla más cercana con mi bebé, tengo que proteger a mis bebés.

—Creo que debo decirte tu situación actual —la señora Laila se acerca con cuidado, Taurus se pone detrás de mí observando con cuidado a la bebé—. La familia decidió que era momento de convertirte en una diosa —asiento mientras que observo a mi pequeña niña—. Tuviste una visión, esas visiones aclaran tu posición y destino a seguir.

—Tengo que proteger a mis niñas —respondo sosteniendo el dedo de mi hija—, de la guerra que se avecina en la frontera del reino de Luna.

—¿Que más sucedía en esa guerra? —pregunta la señora Laila irritada.

—Mis niñas me guiaban a la guerra, ellas me decían que tenía que pelear porque si no morirían —le doy un beso en la frente a mi pequeña—. Tenía una armadura negra y plateada, Edwina me entregó mi casco. Daphne me dijo que podía fabricar armas y creé una espada. Mis niñas me dijeron que podía controlar los ejércitos oscuros, salté de un barranco y no me pasó nada. Pude brincar tan alto que cuando descendí, creé una onda que provocó que todos se cayeran. Había explosiones y allí fue que desperté.

—¿De qué guerra habla Estrella? —cuestiona la señora Liora detrás de la señora Laila.

La habitación se llena de mis familiares, sacan al personal médico y mis sobrinos pequeños. Luna los duerme dejándolos sentados en una banca de hielo.

—Laila ¿qué guerra dice? —la señora Liora toma del brazo a su hermana.

—La guerra que se librará dentro de un año y medio —responde mi abuelo Kenan—. Una guerra que pondrá a seres de la luz en contra a los seres oscuros.

—Eso no es cierto, ninguno de nosotros —señala a los seres de la luz presentes en la habitación— atacaría nadie de este reino. Eso no es verdad.

—No me refiero a ustedes, pero la guerra la empezará sus súbditos y la terminarán los oscuros —mi abuelo se acerca a la señora Liora—. Esto es una guerra en contra de nuestra familia y debemos estar juntos en esto.

—Pero ¿por qué atacar a los seres oscuros padre? —cuestiona mi tío Marte—. ¿Por qué no acabar solo con los agitadores y listo?

—Porque al matarlos solos a ellos, crearás a otros mucho peores, y así hasta que se crea una guerra que se libre en todo el universo y esa guerra pondría fin a nuestras vidas —responde mi abuelo preocupado—. He visto miles y miles de líneas de tiempo y solo en esta línea ganaremos, ganaremos con la guerra que se libre en la frontera del reino de Luna.

—¿Y por qué ellos sabían y nosotros no? —cuestiona molesta la señora Liora.

—Porque ellos son los que necesitan armarse y reunir todas las fuerzas necesarias para la guerra —responde mi abuelo más tranquilo—. Ustedes también, también protegerán a los seres oscuros.

—¿Y quién es el agitador? —pregunta Taurus detrás de mí.

—El hijo bastardo de Bon Káiser —dice mi hermana al lado de la cuna de Edwina.

—¿Lo sabías? —cuestiona Sol molesto a su lado.

—¿Ese imbécil tiene un hijo? —cuestiona Taurus irritado.

—Sí y ahora quiere venganza —responde mi hermana nerviosa.

—Vamos a poner todas las ideas en orden porque siento que voy a estallar —exclama alterada la señora Liora.

Mi abuelo le explica a todos reunidos la visión que tuvo hace unos años. Todos escuchamos atentos y aterrados. Una guerra librada en el reino oscuro por agitadores que quieren poner en picas nuestras cabezas.

—Pero nosotros solo hacíamos nuestro trabajo, eso es todo —confiesa Sol abatido.

—Lo sé hijo, tienes razón. Pero las mentes de las personas son volubles y no puedes anticipar sus acciones —lo consuela nuestro abuelo.

—Pero ¿por qué no controlas a todos y ya? —pregunta el señor Beck al lado de mis hijas examinándolas.

—Porque sería peor —responde abatido—. El caos sería insostenible. Yo trazo varios caminos y es decisión de las personas tomar esos caminos. Siempre la decisión es de las personas —él mira a cada uno de nosotros—. Cada uno está aquí por las decisiones que han tomado.

—¿Y qué debemos escoger nosotros? No queremos una guerra, pero al parecer no tenemos opción —la señora Liora exclama molesta.

—La tienen, solo que no quieres tomarla —replica mi abuelo—. Todos saben o sabrán el camino que escogerán, por muy aterrador que parezca. Todo va a salir bien si trabajamos juntos.

Dicho eso, él desaparece con mi abuela Eva. Todos nos quedamos viéndonos aturdidos o irritados. La señora Liora convoca una reunión con los seres de la luz sin excepción. Taurus se despide de mí y de mis niñas. Nos quedamos los seres oscuros y centrales con los hijos de mi hermana.

—¿Y exactamente cuál es nuestro papel en esto? —pregunta Tristan cruzado de brazos.

—Tú y Demian todavía están en duda su participación —responde la señora Laila—. Luna es la siguiente, pero vamos a esperar a que pase la presentación de Estrella.

La familia oscura empieza a discutir cual es el siguiente paso. Yo no les presto atención, solo quiero estar con mis hijas, solo quiero proteger a mis hijas.

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