Estrella: Experiencias Espantosas.
Mi familia por fin se fue, a excepción de mis padres y la señora Tabitha. Mi madre y ella se encargan de cuidar a mis hijas mientras que mi padre pone orden en mi atormentada mente.
—Listo ¿cómo te sientes? —pregunta sentado en la cama.
—Mejor, aunque todavía tengo muy presente la conversación de la guerra —digo estirando mis extremidades acostada.
—Lo sé, había tanta paz en todos esto siglos. Solo problemas menores —él se lamenta, se acuesta a mi lado—. La paz era una meta en común desde que era joven, ahora todo se vuelve a torcer.
—Pero vamos a ganar, padre. La familia va a prevalecer —lo abrazo y él pasa su brazo por mi espalda.
—Lo sé, pero el costo será muy alto. Las vidas que se perderán, ponerlos en riesgo a ustedes no es algo que me entusiasme —exclama abatido—. Cuando surge un dios es porque la situación en el universo se está complicando. Primero tu madre y ahora ustedes.
—Estaremos bien —le digo tranquila. Me siento en la cama—. ¿A caso tus sentidos se agudizaron cuando te convertiste en un dios?
—Todo se expande, todo tu ser se eleva de una forma que es difícil de explicar —él se sienta.
—Quiero ver a mis niñas —digo saliendo de la cama, me pongo mi bata y salgo de mi habitación. Los guardias se arrodillan en cuanto paso delante de ellos y los que están custodiando la habitación de mis hijas se hacen a un lado y se arrodillan igual.
Mi madre duerme a una bebé, mientras que la señora Tabitha amamanta a otra.
—¡Hija! Que bueno que viniste, ayúdanos a darle de comer a Edwina y a Renata —dice mi madre en voz baja.
Me acerco a la cuna de Edwina, tiene su color y su nombre tallado en la madera. Mi hija se encuentra envuelta en la manta que le regaló mi hermano. Me voy a la silla mecedora de madera que está al lado de la señora Tabitha. Mi madre acuesta a Emilia y me ayuda a bajarme la bata y el camisón para poder amamantar.
—Con cuidado —mi madre me indica como debo sostener la cabeza de mi hija—. No la aprietes tanto a ti, ella sola se aferra a tu pezón.
—Me encanta hacer este tipo de cosas —comenta la señora Tabitha—. Es lo más cercano que podré ser madre.
—Pensé que querías adoptar —comenta mi madre supervisándome. Edwina empieza a succionar mi pezón, se siente extraño y algo doloroso, pero no es nada a comparación del parto.
—Sí, pero no sería justo. Estoy tan llena de trabajo que a duras pena tengo tiempo para Vania. Un hijo necesita tiempo, amor y aceptación —ella cambia de posición a mi hija—. No quiero adoptar a un hijo para nunca verlo —suspira nostálgica—. Cuando tu hijo se apareció con ese bebé hace más de veinte años, si iba a adoptar. Pero era una decisión egoísta —comenta con sus pechos afuera e hinchados—. Lo que más me gusta de ser diosa es que puedo tener varios hijos. Cada persona que decide abrir su mente al conocimiento se convierte en mi hijo. Dar clases y compartir todo lo que sé, es lo que me llena.
—¿Cómo afrontaron su divinidad? —pregunto nerviosa. Mi hija sigue succionando su alimento de mi cuerpo.
—Aterrada —comenta mi madre, ella mira fijo la pared recordando su primera vez en el infierno—. No quería esta vida, pero no tenía de otra que aceptarla.
—En mi caso, fue algo menos traumático —la señora Tabitha se levanta y acuesta a Daphne—. Mi madre me buscó a la ciudad escarlata, me dijo que estaba lista para ser una diosa y me transformó acompañada de los demás dioses.
—Estabas insoportable —comenta mi padre entrando a la habitación. Él desvía la vista del busto desnudo de la señora Tabitha—. Balbuceabas fórmulas matemáticas, hechizos o algún dato interesante.
—Me convertí en la diosa del conocimiento y la sabiduría ¿qué esperabas? —replica la señora Tabitha subiéndose el vestido—. Tú eras insoportable, rozabas el límite del fanatismo.
—Leía las mentes de las personas y veía sus verdaderas intenciones, qué esperabas si casi todos eran traidores o serían traidores —se defiende mi padre.
—¿Y en mi caso? Los soldados ahora más que nunca me obedecen —exclamo nerviosa, eso desde un punto de vista es bueno. Pero aún no he llegado a ese punto de comodidad.
—Un buen líder necesita que sus soldados lo obedezcan, tú eres una buena líder —comenta mi padre tranquilo.
—Estas niñas son bellísimas —comenta la señora Tabitha acostando a Daphne en un mesón a revisarla—. Son inteligentes y amables.
—¿Y cómo son las reuniones de los dioses? —pregunto sin quitarle el ojo a la señora Tabitha.
—Hablamos de los asuntos del universo, va más allá de los asuntos políticos. Es más, sobre el destino que se debe trazar en cada reino —responde mi padre acercándose a mi madre y su nieta—. Hablando del destino ¿Taurus y tú han hablado de su boda?
—Nos comprometimos padre, tenemos a las niñas. Ahora soy una diosa, no me presiones —le digo firme.
—No planeo hacerlo —dice apenado, él mira a mi madre amoroso—. Supongo que Aryana obtuvo lo que quería
—¿A qué te refieres? —pregunta mi madre mirando confundida a mi padre. La señora Tabitha toma a Renata y se sienta con ella para amamantarla.
—Que por fin tienes nietos que se parezcan a ti, es algo que me recriminabas cuando nacieron nuestros hijos —él le sonríe y ella asiente—. Tristan y Lina solo me dieron una nieta con mis rasgos, los demás son puros pelirrojos; y Luna, solo niños rubios.
—Tú si te quejas, hombre —le reprocha la señora Tabitha.
—Y no cuentes conmigo para seguir buscando el varón con pelo blanco —le digo a mi padre levantándome con mi hija, ella ya había dejado de comer.
—Sácale los gases antes de acostarla —dice mi madre dejando a Emilia en su cuna. Sigo las indicaciones de ella y obedezco. Le sobo la espalda con cuidado, al parecer tengo ahora una ultra fuerza—. La que debería estar molesta es tu madre, nadie tiene el pelo rosado.
—Yo soy tu esposo y debes defenderme —le dice mi padre sosteniendo la cintura de mi madre.
—Te defiendo más de lo que debería —comenta mi madre volteándose y tanteando los labios de mi padre. Pero ella se aparta rápido y mi padre gruñe.
Ellos dos se ponen como niños y salen de la habitación corriendo. La señora Tabitha tuerce los ojos y sigue amamantando. Después de un rato pudimos terminar de alimentar a todas las niñas y la dejamos descansar, ella se va a su casa con su esposa, vendrán dentro de una semana. Mi hermana llega con sus hijas a visitarme y creo que a festejar su cumpleaños. Mis niñas nacieron una semana antes que ella.
—¿Y dónde están las bebés? Queremos verla tía —exclama Flora mirándome suplicante con su dulce carita.
—Están dormidas —les digo tranquila. Ella se enoja y se va con su hermana a correr por allí, sus niñeras van tras ellas.
—¿Y van a pasar tu cumpleaños aquí? —pregunto y ella asiente. Le doy la libertad de ordenar que preparen un banquete para la cena. Ella me toma del brazo y me lleva a caminar cerca de sus revoltosas hijas.
—¿Dónde está nuestros padres? —cuestiona Luna observando la nieve caer en el jardín. Caminamos por un pasillo que da vista al jardín, todo está blanquecino y congelado. Los muros del castillo no dejan ver más allá.
—Intentando darnos un cuarto hermano —respondo escuchando como mi padre tiene sexo con mi madre. Luna hace mala cara y sus hijas juegan felices en la nieve.
—Ese par no pierden la oportunidad —lamenta Luna—. ¿Y cómo te sientes? Digo, ahora que eres más importante que yo.
—Y eso te está matando de envidia —comento sínica.
—Búrlate, pero también voy por ese camino —dice frunciendo el ceño.
—Pero ya quedó en la historia que yo fui la primera diosa en la generación de nuestro padre y no tú —digo burlesca, mientras que bailo a su lado. Ella me mira asesina—. La niña prodigio de nuestro padre.
—En serio te quiero hacer daño, pero eso implicaría tener problemas con nuestro padre —tuerce los ojos y sigue observando a sus revoltosas hijas—. Y ahora con los guardias —mira disimulada a los guardias que están postrados en las puertas y en los muros.
—Soy intocable —sigo bailando y ella se adentra a la nieve a buscar a sus revoltosas hijas. Las niñas siguen corriendo y jugando con la nieve. Tanto así que por accidente Fauna le tira una bola de nieve a su madre, las niñas palidecen y se quedan tiesas por miedo. Luna mira asesina a sus hijas y se agacha tomando una bola de nieve y se la lanza a Fauna. Mi hermana empieza a jugar con sus hijas en la nieve.
Las niñas no tardan en rendirse por el implacable ataque de la reina de las nieves. Su madre las alienta a volver a adentro para calentarse, las niñas obedecen y nos acompañan adentro. Le aviso a Luna que me voy a cambiar para su cena de cumpleaños, paso primero a la habitación de mis hijas, ellas son custodiadas por las tres sacerdotisas que trajo mi padre, incluida la misma sacerdotisa que había criado a Atlas, Emilia Weyland. Caigo en cuenta que mi hija se llama igual que ella. Su tocaya. Las mujeres están al pendiente de mis hijas, ellas me hacen saber que todo está en orden.
Llego a mi habitación mis dos doncellas me ayudan a alistarme. Una prepara el cuarto de baño, mientras que la otra saca un vestido de terciopelo azul sencillo, con cuello cuadrado, mangas amplias y un cinturón plateado. Entro en el cuarto de baño, quiero estar sola para observar mi cuerpo. Me acerco al espejo que está colgado en la pared al lado de una cómoda con artículos de cuidado de la piel. Aceites y cremas para ayudar a mi cuerpo a no tener estrías, pero igual aparecieron. Recorren mi vientre cubriendo mi estómago, aún están rojas, la piel me cuelga un poco de la panza. La sangre que me dieron para convertirme en una diosa, me salvó de no irme al inframundo con mi madre y me dio poderes. Me habían advertido que después de parir, la piel de mi vientre se quedaría floja. La señora Venus me dijo que podía hacer ejercicio para que mi vientre no quede tan mal. Pero no dejo de quitarme de la mente que mi vientre ya no quedará como antes, que nada será como antes.
Me introduzco en la tina y me baño yo sola. Es raro no tener a mis niñas adentro, ya puedo caminar sin la ayuda de alguien, ya no tengo ese horrible dolor de espalda. Me siento aliviada de tener a mis niñas durmiendo en su cuna. Algunas mujeres dicen que el embarazo es algo maravilloso, no sé si es porque tuvieron solo a un hijo adentro. Mi embarazo fue horrible en la mayoría del tiempo, las contracciones atormentándome a cada hora, los constantes cambios de humor, el apetito insaciable. Las emociones haciéndome sentir culpable por no querer estar embarazada, aunque adore a mis niñas. Amo a mis hijas, pero el embarazo fue la peor experiencia que he vivido. Me he repetido mil veces durante el proceso, que soy fuerte, que amo a todos. Pero me siento horrible, me siento insegura con respecto a todo. No sé si sea buena madre, buena esposa, o buena líder.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro